viernes, 16 de marzo de 2012

Luna Nueva ☾ Capítulo 18: El Funeral



Bajé las escaleras a todo correr y abrí la puerta de un tirón. 
Era Jacob, por supuesto. Incluso aunque no le pudiera ver, Alice era muy 
intuitiva. 
Se había quedado a metro y medio de la puerta y arrugaba la nariz con gesto de 
desagrado, pero aparte de eso su rostro estaba en calma, como el de una máscara. No 
me engañó. Vi el débil temblor de sus manos. 
Emanaba oleadas de hostilidad, lo cual me retrotrajo a aquella espantosa tarde 
en la que había preferido a Sam antes que a mí y respondí a la defensiva irguiendo el 
mentón. 
El Golf de Jacob permanecía al ralentí con el freno echado. Jared estaba al 
volante y Embry en el asiento del copiloto. Me di cuenta de lo que eso significaba: 
temían dejarle venir solo, lo que me entristeció y sorprendió, ya que el 
comportamiento de los Cullen no justificaba semejante actitud. 
—Hola —dije finalmente al ver que él seguía sin hablar. 
Jake frunció los labios y continuó a la misma distancia que había mantenido con 
respecto a la puerta. Repasó la fachada de la casa con la mirada. 
Apreté los dientes y pregunté: 
—No está aquí. ¿Necesitas algo? 
Él vaciló. 
—¿Estás sola? 
—Sí. 
Suspiré. 
—¿Podemos hablar un minuto? 
—Por supuesto, Jacob. Vamos, entra. 
Miró por encima de su hombro a sus amigos, sentados en el coche. Vi a Embry 
mover la cabeza de forma casi imperceptible. No supe la razón, pero eso me fastidió 
un montón. 
Me rechinaron los dientes y murmuré en voz muy baja: 
—Gallina.
Los ojos de Jacob relampaguearon y se centraron en mí. Encima de sus ojos 
hundidos, sus pobladas cejas negras adoptaron un ángulo que les confería un aspecto 
airado. Apretó los dientes y desfiló —no existía otra palabra para describir la forma 
en que se movía— por la vereda y se encogió de hombros al pasar junto a mí para 
entrar en la casa. 
Antes de cerrar de un portazo, mi mirada se encontró primero con la de Jared y 
luego con la de Embry. No me gustó la dureza con la que me observaban. ¿De veras 
pensaban que iba a dejar que le sucediera algo malo a Jacob? 
Él se quedó detrás de mí en el vestíbulo sin dejar de mirar el lío de mantas del 
salón. 
—¿Qué? ¿Una fiesta de pijamas? —inquirió con sarcasmo. 
—Sí —repliqué con el mismo tono de acidez. No me gustaba nada Jacob cuando 
se comportaba de esa manera—. ¿Qué se te ofrece? 
Volvió a arrugar la nariz como si oliera algo desagradable. 
—¿Dónde está tu «amiga»? —pude oír el entrecomillado de la  palabra en la 
inflexión de su voz. 
—Tenía que hacer algunos recados. Bueno, Jacob, ¿qué quieres? 
Había algo en la estancia que le ponía los nervios a flor de piel. Los brazos le 
temblaban. No respondió a mi pregunta, sino que se desplazó a la cocina lanzando 
con impaciencia miradas en todas las direcciones. 
Le seguí. Paseaba arriba y abajo junto a la pequeña encimera. 
—Eh —le dije al tiempo que me interponía en su camino. Detuvo sus pasos y 
fijó en mí su mirada—. ¿Qué te ocurre? 
—Me disgusta tener que venir aquí. 
Aquello me hirió profundamente. Me estremecí y él entrecerró los ojos. 
—En tal caso, lamento que hayas tenido que hacerlo —musité—. ¿Por qué no 
me dices ya lo que necesitas? De ese modo podrás marcharte. 
—Sólo quería hacerte un par de preguntas. No te llevará mucho tiempo. 
Debemos volver al funeral. 
—De acuerdo, terminemos con esto. 
Probablemente me estaba comportando con demasiada agresividad, pero no 
quería que viera cuánto daño me hacía. No me había portado bien, cierto, y después 
de todo, hacía dos noches había preferido a la chupasangre en vez de a él. Yo le había 
herido primero. 
Respiró hondo y de pronto los dedos temblorosos se  quedaron quietos. Su 
rostro se sosegó hasta convertirse en una máscara serena. 
—Un miembro de la familia Cullen ha estado aquí contigo —expuso. 
—Sí, Alice Cullen. 
Asintió con gesto pensativo. 
—¿Cuánto tiempo va a quedarse? 
—Todo el que quiera —repliqué, todavía con tono beligerante—. Puede venir 
cuando le plazca. 
—¿Crees...? ¿Podrías explicarle lo de la otra, lo de Victoria, por favor? 
Palidecí. 
—Ya la he informado. 
El asintió. 
—Has de saber que mientras los Cullen estén en este lugar, sólo podemos 
vigilar nuestras tierras. El único sitio donde tú estarías a salvo sería en La Push. Aquí 
ya no puedo protegerte. 
—De acuerdo —contesté con un hilo de voz. 
Entonces apartó la vista y miró al exterior a través de las ventanas traseras sin 
decir nada más. 
—¿Eso es todo? 
Mantuvo los ojos fijos en el cristal mientras contestaba: 
—Sólo una última cosa. 
Esperé, pero él no prosiguió, por lo que al final le urgí: 
—¿Sí? 
—¿Van a regresar los demás? —inquirió con voz fría y calmada. Me recordó al 
comportamiento sereno de Sam. Jacob se parecía cada vez más a él. Me pregunté por 
qué me molestaba tanto. 
Ahora fui yo quien permaneció callada y él clavó sus ojos perspicaces en mi 
rostro. 
—¿Y bien? —preguntó mientras se esforzaba en ocultar la tensión detrás de su 
expresión serena. 
—No —respondí al fin, a regañadientes—. No van a volver. 
Jacob no se inmutó. 
—Vale. Eso es todo. 
Mi enfado resurgió y le fulminé con la mirada. 
—Bueno, venga, ahora vete. Ve a decirle a Sam que los monstruos malos no te 
han atrapado. 
—Vale —volvió a decir, aún calmado. 
Era lo que parecía. Jacob salió a toda prisa de la cocina. Esperé a oír la puerta de 
la entrada, pero no fue así. Escuché el tictac del reloj de la cocina y me maravillé una 
vez más de lo silencioso que se había vuelto. 
¡Menudo desastre! ¡¿Cómo podía haberme alejado tanto de él en tan breve lapso 
de tiempo?! 
¿Me perdonaría cuando Alice se hubiera marchado? ¿Y qué ocurriría si no lo 
hiciera? 
Me dejé caer contra la encimera y enterré mi rostro entre las manos. ¿Cómo 
podía haberlo complicado todo de este modo? En cualquier caso, ¿me podía haber 
comportado de otra manera? No se me ocurrió ninguna alternativa, ningún otro 
modo de proceder. 
—¿Bella...? —preguntó Jacob con voz atribulada. 
Alcé el rostro, que mantenía entre mis manos, para ver a Jacob, dubitativo, en la 
entrada de la cocina. No se había marchado, tal y como yo había pensado. Sólo 
entonces vi gotas cristalinas en las palmas de mis manos y comprendí que estaba 
llorando. 
La expresión serena había desaparecido del rostro de Jacob, que ahora se 
mostraba inseguro y ansioso. Caminó rápidamente para acercarse a mi lado y agachó 
la cabeza hasta que sus ojos y los míos estuvieron a la misma altura. 
—Lo he vuelto a hacer, ¿verdad? 
—¿Hacer? ¿El qué? —pregunté con voz rota. 
—Romper mi promesa. Perdona.  
—No te preocupes —repuse entre dientes—. Esta vez empecé yo. 
Su rostro se crispó. 
—Sabía lo que sentías por ellos. No debería haberme sorprendido de ese modo. 
Vi la repulsa en sus ojos y quise explicarle cómo era  Alice en realidad, 
defenderla, desmentir la opinión que se había formado de ella, pero algo me previno 
de que no era el momento. 
Por tanto, me limité a decir: 
—Lo siento. 
Una vez más. 
—No hay de qué preocuparse, ¿vale? Sólo está de visita, ¿no? Se irá y las aguas 
volverán a su cauce. 
—¿No puedo ser amiga de los dos al mismo tiempo? —pregunté. Mi voz no 
ocultó ni una pizca del dolor que me embargaba. 
Movió la cabeza muy despacio negando esa posibilidad. 
—No, no creo que sea posible. 
Sollocé y clavé la vista en sus pies enormes. 
—Pero ¿me esperarás, verdad? ¿Seguirás siendo mi amigo aunque también 
quiera a Alice? 
No alcé los ojos, temerosa de lo que iba a pensar de la última parte. Necesitó un 
minuto para responder, por lo que probablemente fue un acierto no mirarle. 
—Sí, siempre seré tu amigo —dijo con brusquedad— sin tener en cuenta a 
quién ames. 
—¿Prometido? 
—Prometido. 
Me rodeó con los brazos y yo apoyé la cabeza sobre su pecho sin dejar de 
sollozar. 
—¡Qué asco de situación! 
—Sí —entonces, olisqueó mi pelo y dijo—: Puaj. 
—¡¿Qué?! —pregunté y levanté la vista para verle arrugar la nariz—. ¿Por qué 
os ha dado a todos por hacerme eso? ¡No huelo! 
Esbozó una leve sonrisa. 
—Sí, sí hueles, hueles como ellos. Demasiado dulce y empalagoso... y helado... 
Me arde la nariz. 
—¿De verdad? —aquello resultaba muy extraño. Alice olía increíblemente bien, 
al menos para un humano—. Entonces, ¿por qué Alice cree también que yo huelo? 
Aquello le borró la sonrisa de la cara. 
—¿Qué...? Tal vez mi olor tampoco sea de su agrado, ¿no?
—Bueno, a mí me gusta cómo oléis los dos. 
Volví a apoyar la cabeza sobre su pecho. Le iba a echar mucho de menos en 
cuanto saliera por la puerta. Era una situación peliaguda y sin escapatoria. Por una 
parte, deseaba que Alice se quedara para siempre, y me iba a morir —
metafóricamente hablando— cuando me dejara, pero ¿cómo se suponía que iba a 
seguir sin ver a Jacob ni un segundo? ¡Menudo lío!, pensé una vez más. 
—Te echaré de menos cada minuto —susurró Jacob, haciéndose eco de mis 
pensamientos—. Espero que se largue pronto. 
—La verdad, Jake, no tiene por qué ser así. 
Suspiró. 
—Sí, Bella, sí ha de ser así. Tú... la quieres, y sería  conveniente que yo no 
estuviera cerca de ella. No estoy seguro de mantenerme siempre lo bastante sereno 
como para poder manejar la situación. Sam se enfadaría si se enterase de que he 
quebrantado el tratado y —su voz se tornó sarcástica— no creo que te hiciera 
demasiado feliz que matara a tu amiga. 
Le rehuí cuando dijo eso, pero él se limitó a hacer más fuerte la presa de sus 
brazos, negándose a soltarme. 
—No hay forma de evitar la verdad. Así están las cosas, Bella. 
—Pues no me gusta. 
Jacob liberó un brazo para sostener mi mentón con la mano ahuecada y lo 
levantó para obligarme a que le mirase. 
—Sí, era más sencillo cuando los dos sólo éramos humanos, ¿verdad? 
Suspiré. 
Nos miramos el uno al otro durante mucho tiempo. Su mano ardía sobre la piel 
de mi rostro. Sabía que allí no había otra cosa que nostalgia y tristeza. No quería 
despedirme, por breve que llegara a ser la separación. Al principio su rostro fue un 
reflejo del mío, pero luego, sin que ninguno de los dos desviara la mirada, su 
expresión cambió. 
Me soltó y alzó la otra mano para acariciarme la mejilla con las yemas de los 
dedos y terminar descendiendo hasta la mandíbula. Noté el temblor de sus dedos, 
aunque en esta ocasión no era a causa de la ira. Colocó la palma de su mano sobre mi 
mejilla, de modo que mi rostro quedó atrapado entre sus manos abrasadoras. 
—Bella —susurró. 
Me quedé helada. 
¡No! Aún no había tomado una decisión al respecto. No sabía si era capaz de 
hacerlo, y ahora no tenía tiempo para pensar, pero hubiera sido una necia si hubiera 
pensado que un rechazo en ese momento no iba a tener consecuencias. 
A su vez, también yo clavé en él mi mirada. No era mi Jacob, pero podía serlo. 
Su querido rostro era el de siempre. Yo le amaba de verdad en muchos sentidos. Era 
mi consuelo, mi puerto seguro, y en ese preciso momento yo podía escoger que me 
perteneciera. 
Por el momento, Alice había regresado, pero eso no cambiaba nada. La persona 
a quien amaba de verdad se había marchado para siempre. El  príncipe no iba a 
regresar para despertarme de mi letargo mágico con un beso. Al fin y al cabo, 
tampoco yo era una princesa, por lo que ¿cuál era el protocolo de los cuentos de 
hadas para  otros besos? ¿Acaso la gente corriente y moliente no necesitaba romper 
ningún conjuro? 
Tal vez sería fácil, algo así como cuando sostenía su mano o me rodeaba con sus 
brazos. Quizá sería agradable. Quizá no me diera la impresión de estar 
traicionándole. Además, ¿a quién traicionaba en realidad? Sólo a mí misma. 
Sin apartar sus ojos de los míos, Jacob comenzó a inclinar el rostro hacia mí. Yo 
todavía no había tomado ninguna decisión. 
El repiqueteo estridente del teléfono nos hizo pegar un bote a los dos, pero él no 
perdió su centro de atención. Apartó la mano de mi barbilla y la alargó para tomar el 
auricular, pero aún sostenía férreamente mi mejilla con la otra mano. Sus ojos negros 
no se apartaron de los míos. Estaba hecha un lío, demasiado confusa para ser capaz 
de reaccionar ni aprovechar la ventaja de la distracción. 
—Casa de los Swan —contestó Jacob en voz baja, ronca y grave. 
Alguien le contestó y Jacob se alteró al momento. Se envaró y me soltó el rostro. 
Se apagó el brillo de sus ojos, se quedó lívido, y hubiera apostado lo poco que 
quedaba de mis ahorros para ir a la universidad a que se trataba de Alice. 
Me recuperé y extendí la mano para tomar el auricular, pero él me ignoró. 
—No está en casa —Jacob pronunció esas palabras con un tono amenazador. 
Hubo una réplica breve, parecía una petición de información, ya que Jacob añadió de 
mala gana—: Se encuentra en el funeral. 
A continuación, colgó el teléfono. 
—Asqueroso chupasangre —murmuró por lo bajini. Volvió el rostro hacia mí, 
pero ahora volvía a ser una máscara llena de amargura. 
—¿A quién le acabas de colgar  mi  teléfono en mi  casa? —pregunté de forma 
entrecortada, enojadísima. 
—¡Cálmate! ¡Él me colgó a mí! 
—¿Quién era? 
—El doctor Carlisle Cullen —pronunció el título con sorna. 
—¡¿Por qué no me has dejado hablar con él?! 
—No ha preguntado por ti —repuso Jacob con frialdad. Su rostro era 
inexpresivo y estaba en calma, pero las manos le temblaban—. Preguntó dónde 
estaba Charlie y le respondí. No me parece que haya quebrantado las reglas de la 
cortesía. 
—Escúchame, Jacob Black... 
Pero era obvio que no lo hacía. Volvió la vista atrás, como si hubiera oído su 
nombre en otra habitación. Abrió los ojos y se quedó rígido; luego comenzó a 
estremecerse. Yo también agucé el oído, pero sin oír nada. 
—Adiós, Bella —espetó, y dio media vuelta para dirigirse a  la puerta de la 
entrada. 
Corrí tras él.  
—¿Qué pasa? 
Choque contra él, que se balanceó hacia atrás, despotricando en voz baja. Me 
golpeó en un costado al girar otra vez. Perdí pie y me caí al suelo, con la mala suerte 
de que mis piernas se engancharon con las suyas. 
—¡Maldita sea, ay! —me quejé mientras él se apresuraba a sacudir las piernas 
para liberarse cuanto antes. 
Forcejeé para incorporarme y Jacob se lanzó como una flecha hacia la puerta 
trasera. De pronto, se quedó petrificado. 
Alice permanecía inmóvil al pie de las escaleras. 
—Bella —dijo con voz entrecortada. 
Me levanté como pude y acudí a su lado dando tumbos. Alice tenía la mirada 
ausente, lejana; el rostro, demacrado y blanco como la cal. Su cuerpo esbelto 
temblaba a resultas de una enorme conmoción interna. 
—¿Qué pasa, Alice? —chillé. 
Tomé su rostro entre mis manos en un intento de calmarla. De pronto, centró en 
mí sus ojos abiertos y colmados de dolor. 
—Edward —logró articular. 
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente fuera capaz de comprender las 
implicaciones de su respuesta. Al principio, no entendí por qué la que la habitación 
daba vueltas ni de dónde venía el eco del rugido que me pitaba en los oídos. Me 
devané los sesos, pero no fui capaz de encontrarle sentido al rostro funesto de Alice 
ni de averiguar qué relación podía guardar con Edward; entretanto, empecé a 
tambalearme en busca del alivio de la inconsciencia antes  de que la realidad me 
hiciera daño. 
La escalera se inclinó en un ángulo extraño. 
De pronto, llegó a mi oído la voz furiosa de Jacob profiriendo un torrente de 
blasfemias. Me invadió una suave ola de desaprobación. Resultaba evidente que sus 
nuevos amigos eran una mala influencia. 
Me encontré encima del sofá antes de comprender cómo había llegado hasta 
allí. Jacob seguía soltando tacos. Me daba la impresión de que se había desatado un 
terremoto a juzgar por el modo en que el sofá se agitaba debajo de mi cuerpo. 
—¿Qué le has hecho? —preguntó él. 
Alice le ignoró. 
—¿Bella? Reacciona, Bella, tenemos prisa. 
—Mantente lejos —le previno Jacob. 
—Cálmate, Jacob Black —le ordenó Alice—. No querrás transformarte tan cerca 
de ella. 
—No creo que tenga problemas en recordar cuál es mi verdadero objetivo —
replicó, pero su voz sonó un poco más apaciguada. 
—¿Alice? —intervine con voz débil—. ¿Qué ha pasado? —pregunté incluso a 
pesar de no querer oírlo. 
—No lo sé —se lamentó inopinadamente—. ¡¿Qué se le habrá ocurrido?! 
Hice un esfuerzo por incorporarme a pesar de los vahídos. No tardé en darme 
cuenta de que lo que aferraba en realidad para recuperar el equilibrio era el brazo de 
Jacob. Era él quien temblaba, y no el sofá. 
Alice había sacado un móvil plateado del bolso cuando la reubiqué en la 
estancia. Tecleaba los números a tal velocidad que se le desdibujaban los dedos. 
—Rose, necesito hablar con Carlisle  ahora mismo  —soltó de sopetón—. Bien, 
pero que me llame en cuanto llegue. No, habré tomado un vuelo. Oye, ¿sabes algo de 
Edward? 
Alice hizo una pausa en ese momento para escuchar cada vez  con expresión 
más horrorizada a medida que transcurrían los segundos. Entreabrió la boca en 
forma de «o» a causa del espanto y el móvil le tembló en la mano. 
—¿Por qué? —preguntó con voz entrecortada—. ¿Por qué lo has hecho, Rosalie? 
Fuera cual fuera la respuesta, el mentón de Alice se tensó a causa de la ira. Le 
centellearon los ojos y luego los entrecerró. 
—En fin, te has equivocado en ambos casos, aunque, Rosalie, era fácil suponer 
que iba a ser un problema, ¿a que sí? —preguntó con sarcasmo—. Sí, exacto, ella se 
encuentra perfectamente... Me equivoqué... Es una larga historia, pero en eso también 
te equivocas. Ésa es la razón por la que llamo... Sí, eso es exactamente lo que vi —
Alice habló con dureza. Fruncía los labios hasta el punto de dejar los dientes al 
descubierto—. Es un poco tarde para eso, Rose. Guárdate tu remordimiento para 
quien te crea. 
Cerró el móvil con un movimiento vertiginoso de dedos. Se volvió hacia mí y 
me miró con ojos atormentados. 
—Alice, Carlisle ya ha regresado —mascullé rápidamente sin dejar que me 
contara nada. Necesitaba unos segundos más de tregua antes de que hablara y sus 
palabras destruyeran lo poco que me quedaba de vida—. Acaba de llamar... 
Se me quedó mirando sin comprender y luego preguntó con voz apagada: 
—¿Cuánto hace de eso? 
—Medio minuto antes de tu aparición. 
—¿Qué dijo? —ahora me estaba prestando atención, quedó a la espera de mi 
respuesta. 
—Yo no hablé con él. 
Mis ojos volaron en pos de Jacob, y Alice clavó su penetrante mirada en él, que 
reaccionó con un estremecimiento, pero no se apartó de mi lado. Se sentó con 
torpeza, casi como si pretendiera escudarme con su cuerpo. 
—Preguntó por Charlie y le respondí que no se encontraba aquí —musitó Jacob 
con resentimiento. 
—¿Nada más? —inquirió Alice con voz glacial. 
—Después me colgó el teléfono —le espetó Jacob. Un temblor le recorrió la 
columna vertebral y me hizo estremecer. 
—Le dijiste que Charlie estaba en el funeral —le recordé. 
Alice sacudió la cabeza hacia mí. 
—¿Cuáles fueron las palabras exactas? 
—Jacob dijo: «No está en casa», y cuando Carlisle preguntó por el paradero de 
Charlie, respondió: «Se encuentra en el funeral». 
Alice gimió y cayó de rodillas. 
—Cuéntamelo, Alice —susurré. 
—No fue Carlisle quien telefoneó —explicó con desesperanza. 
—¿Me estás llamando mentiroso? —gruñó Jacob, que seguía junto a mí. 
Alice le ignoró y se concentró en mi rostro perplejo. 
—Era Edward —las palabras borbotearon en un susurro entrecortado—. Cree 
que has muerto. 
La mente empezó a funcionarme otra vez. No era eso lo que tanto temía oír, por 
lo que el alivio me aclaró las ideas. Después de suspirar, me relajé y aventuré: 
—Rosalie le dijo que me había suicidado, ¿verdad? 
—Sí —admitió Alice. Los ojos le relampaguearon de ira una vez más—. He de 
decir en su defensa que ella pensaba que era verdad. Confían más de lo debido en mi 
visión, que funciona con muchas imperfecciones, pero  eso fue lo que la impulsó a 
decírselo a Edward. ¿No comprendía... ni le preocupaba...? 
Su voz se fue apagando horrorizada. 
—Y Jacob le habló de un funeral cuando llamó aquí, y él creyó que era el mío —
comprendí. 
Me dolió mucho saber lo cerca que habíamos estado el uno del otro. Había 
tenido su voz a pocos centímetros. Hundí las uñas en el brazo de Jacob, pero éste se 
mantuvo imperturbable. 
Alice me miró de un modo extraño y susurró: 
—No te has alterado. 
—Bueno, se ha malogrado una ocasión, pero todo se arreglará. Alguien le dirá 
la próxima vez que llame... que... en... realidad... —no pude seguir. Su mirada agolpó 
las palabras en mi garganta. 
¿Por qué tenía Alice tanto pavor? ¿Por qué su rostro se había crispado de pena y 
horror? ¿Qué le había dicho a Rosalie por teléfono hacía unos momentos? Algo sobre 
lo que había visto, y luego había mencionado el remordimiento de Rosalie. Ella jamás 
hubiera sentido remordimiento alguno por nada de lo que me hubiera pasado a mí, 
pero si eso causaba algún mal a su familia, a su hermano... 
—Bella —susurró Alice—, Edward no va a volver a llamar. Ha creído a Rosalie. 
—No... lo... comprendo... 
Mi boca formó cada una de esas tres palabras, pero me faltó aliento para 
pronunciarlas y pedirle que me explicara las implicaciones. 
—Se va a Italia. 
Tardé un latido de corazón en comprenderla. 
Cuando la voz de Edward volvió a sonar en mi interior, no era la perfecta 
imitación de mis delirios, sino el tono apagado de mis recuerdos, pero las palabras 
bastaron para desgarrarme el pecho y dejar abierto un enorme hueco. Eran palabras 
de un tiempo en que yo hubiera apostado todo lo que poseía o podría poseer a que él 
me amaba. 
Bueno, no estaba dispuesto a vivir sin ti, me había asegurado en aquella misma 
habitación mientras contemplábamos la muerte de Romeo y Julieta. Aunque no estaba 
seguro sobre cómo hacerlo. Tenía claro que ni Emmett ni Jasper me ayudarían..., así que pensé 
que lo mejor sería marcharme a Italia y hacer algo que molestara a los Vulturis. (...) Lo mejor 
es no irritar a los Vulturis. No a menos que desees morir. 
No a menos que desees morir. 
—¡No! —el rechazo expresado en un grito restalló con tanta fuerza después de 
los susurros que nos hizo dar un salto a todos. Sentí que la sangre me huía del rostro
cuando intuí lo que había visto Alice—. ¡No, no, no! ¡No puede hacer eso! 
—Adoptó esa decisión en cuanto tu amigo le confirmó que era demasiado tarde 
para salvarte. 
—Pero... pero él se fue. ¡Ya no me quería! ¿Qué diferencia puede haber ahora? 
¡Sabía que algún día tendría que morir! 
—Creo que él siempre tuvo claro que no te sobreviviría por mucho tiempo —
repuso Alice con discreción. 
—¡Cómo tiene esa desfachatez! —chillé. Entonces, ya me había puesto en pie, y 
Jacob se alzó con aire vacilante para interponerse de nuevo entre Alice y yo—. Ay, 
Jacob, quita de en medio —con desesperación e impaciencia, aparté a codazos su 
cuerpo tembloroso—. ¿Qué podemos hacer? —le imploré a Alice. Algo teníamos que 
poder hacer—. ¿No es posible que le llamemos nosotras? ¿Y Carlisle? 
Ella negó con la cabeza. 
—Eso fue lo primero que intenté, pero ha tirado su móvil a un cubo de la 
basura en Río de Janeiro... Alguien lo recogió y contestó —susurró. 
—Antes dijiste que debíamos darnos prisa. ¿Prisa? ¿Cómo? ¡Hagámoslo, sea lo 
que sea! 
—Bella, creo que no puedo pedírtelo... —indecisa, Alice se calló. 
—¡Pídemelo! —le ordené. 
Puso las manos sobre mis hombros y me sujetó. Movía los dedos de vez en
cuando para enfatizar sus palabras. 
—Quizá ya sea demasiado tarde. Le vi acudir a los Vulturis y pedirles que le 
mataran —la perspectiva nos desalentó y de pronto no vi nada. Las lágrimas me 
hicieron pestañear convulsivamente—. Todo depende de su decisión. Aún no he 
visto que adopten ninguna. 
»Pero si optaran por negarse, y eso resulta bastante posible si tenemos en 
cuenta que Aro profesa un gran afecto a Carlisle, y no querría ofenderle, Edward 
tiene un plan B. Ellos mantienen una actitud muy protectora con su ciudad, y 
Edward piensa que los Vulturis actuarían para detenerle si él perturbara de algún 
modo la paz... Tiene razón, lo harían. 
Apreté los dientes de pura frustración sin dejar de mirarla fijamente. Aún no 
me había dicho nada que explicara por qué seguíamos allí. 
—Llegaremos tarde si están de acuerdo en concederle su petición, y en caso de 
una negativa por parte de los Vulturis, también llegaremos tarde si él lleva a cabo un 
plan rápido para ofenderlos. Sólo podríamos aparecer a tiempo si se entregara a sus 
inclinaciones más histriónicas. 
—¡Vamos! 
—Atiende, Bella. Lleguemos o no a tiempo, vamos a estar en el corazón de la 
ciudad de los Vulturis. Me considerarán cómplice de Edward si tiene éxito y tú serás 
una humana que no sólo sabe demasiado, sino que huele demasiado bien. Las 
posibilidades de que acaben con todos nosotros son muy elevadas, sólo que en tu 
caso no será un castigo, sino un bocado a la hora del almuerzo. 
—¿Es eso lo que nos retiene aquí? —pregunté con incredulidad—. Iré sola si 
tienes miedo. 
Efectué un cálculo mental del dinero que me quedaba en la cuenta y me 
pregunté si Alice me prestaría el resto. 
—Mi único temor es que acabes muerta. 
Bufé disgustada. 
—¡Como si estar a punto de matarme no fuera moneda corriente en mi vida! 
¡Dime qué he de hacer! 
—Escríbele una nota a Charlie. Yo telefonearé a las líneas aéreas. 
—Charlie —repetí con voz entrecortada. 
No es que mi presencia le protegiera, pero ¿podía dejarle solo para que 
afrontara...? 
—No voy a dejar que le suceda nada malo a Charlie —intervino Jacob con voz 
bronca y enojada—. ¡Al carajo con el tratado!
Alcé los ojos para mirarle con disimulo. Puso cara de pocos amigos al ver el 
miedo escrito en mi rostro. 
—Date prisa, Bella —me interrumpió Alice de forma apremiante.
 Corrí a la cocina, abrí de golpe los cajones y volqué el contenido en el suelo en 
busca de un bolígrafo. Una mano lisa y morena me tendió uno. 
—Gracias —farfullé mientras quitaba el capuchón del boli con los dientes. En 
silencio, Jacob me entregó el bloc de notas donde escribíamos los recados telefónicos. 
Arranque la primera hoja y lo tiré a mis espaldas. Luego, escribí: 
Papá: 
Me voy con Alice. Edward está metido en un lío. Ya  podrás castigarme a mi 
regreso. Sé que es un mal momento. Lo siento un montón. Te quiero mucho.  
                                                                                                                                   Bella 
—No vayas —susurró Jacob. La ira se había esfumado ahora que había perdido 
de vista a Alice. 
No estaba dispuesta a perder el tiempo discutiendo con el. 
—Por favor, por favor,  por favor,  cuida de Charlie —le dije antes de salir 
disparada hacia el cuarto de estar. Alice me aguardaba en la entrada con una bolsa 
colgada al hombro. 
—Llévate la cartera. Necesitarás el carné... Por favor, dime que tienes pasaporte, 
no tenemos tiempo para falsificar uno. 
Asentí con la cabeza y corrí escaleras arriba. Las piernas me temblaban de puro 
agradecimiento. Por fortuna, mi madre había querido casarse con Phil en una playa 
de México. El viaje se había quedado en nada, por supuesto, como la mayoría de sus 
planes, pero no antes de que yo hubiera tramitado todo  el papeleo necesario para 
estar con ella. 
Pasé como un obús por mi cuarto. Metí en la mochila mi  viejo billetero, una 
camisa limpia, un pantalón de chándal; luego puse encima el cepillo de dientes y me 
lancé escaleras abajo, pero me invadió una agobiante sensación de  déjà vu  cuando 
llegué a ese momento. Al menos, a diferencia de la última vez, cuando tuve que huir 
precipitadamente de Forks para escapar de vampiros sedientos en vez de ir a su 
encuentro, no iba a tener que despedirme de Charlie. 
Jacob y Alice se hallaban enzarzados en una especie de careo delante de la 
puerta abierta. Estaban lo bastante separados para que en  un primer momento se 
pudiera pensar que mantenían una conversación. Ninguno de los dos pareció 
percatarse de mi bulliciosa llegada. 
—Podrías controlarte de vez en cuando. Esas sanguijuelas de las que le has 
hablado a Bella... —le acusaba Jacob con encono. 
—Sí, tienes razón, perrito —Alice gruñía también—. Los Vulturis son la 
personificación de nuestra especie, la razón por la que se te pone el vello de punta 
cuando me olfateas, la esencia de tus pesadillas, el pavor que hay detrás de tus 
instintos. No soy ajena a esa realidad... 
—¡Y tú la vas a llevar ante ellos como una botellita de vino a una fiesta! —
bramó él. 
—¿Acaso crees que va estar mejor si la dejo aquí sola, con Victoria al acecho? 
—Podemos encargarnos de la pelirroja. 
—En ese caso, ¿por qué sigue de caza?  
Jacob refunfuñó y un estremecimiento recorrió su torso. 
—¡Dejad eso! —les grité a ambos, loca de impaciencia—. Discutid a nuestro 
regreso. ¡Vamos! 
Alice se giró hacia el coche y desapareció en su interior a toda prisa. Me 
apresuré a seguir sus pasos, aunque de inmediato me detuve para cerrar la puerta. 
Jacob me tomó del brazo con mano temblorosa. 
—Bella, por favor, te lo suplico. 
Sus ojos negros refulgían llenos de lágrimas. Se me hizo un nudo en la 
garganta. 
—Jake, debo...
—No, no debes, la verdad es que no, lo cierto es que te puedes quedar aquí 
conmigo. Quédate y vive. Hazlo por Charlie. Hazlo por mí. 
El motor del Mercedes de Carlisle ronroneó. El ritmo del zumbido aumentó 
cuando Alice aceleró. 
Negué con la cabeza y las lágrimas de mis ojos salieron despedidas a causa del 
brusco movimiento. Solté el brazo y él no se opuso. 
—No mueras, Bella —dijo con voz estrangulada—. No vayas. No. 
¿Y si nunca le volvía a ver? La idea se abrió camino entre las mudas lágrimas y 
un sollozo escapó de mi pecho. Le rodeé la cintura con los brazos y le abracé durante 
unos instantes demasiado breves al tiempo que hundía en su pecho mi rostro bañado 
de lágrimas. Puso su manaza en la parte posterior de mi cabeza, como si eso fuera a 
retenerme allí. 
—Adiós, Jake —le aparté la mano de mi pelo y le besé el dorso. No fui capaz de 
soportar mirarle a la cara—. Perdona. 
Después, me di la vuelta y eché a correr hacia el coche. La puerta del asiento de  
pasajeros me esperaba abierta. Arrojé la mochila por encima del reposacabezas y me 
deslicé dentro; al hacerlo, cerré de un portazo. 
Me di la vuelta y grité: 
—¡Cuida de Charlie! 
Pero ya no se veía a Jacob por ninguna parte. Mientras Alice pisaba fuerte el 
acelerador y girábamos para ponernos de frente a la carretera —el aullido de las 
llantas se asemejaba mucho al de los gritos humanos—, atisbé un jirón blanco cerca 
de la primera línea de árboles del bosque. Era una zapatilla. 

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