viernes, 16 de marzo de 2012

Luna Nueva ☾ Capítulo 11: La secta



Me sorprendía cada vez que abría los ojos a la luz de la mañana y comprendía 
que había sobrevivido a la noche. Una vez que pasaba esa sorpresa, se me aceleraba 
el corazón y las palmas de las manos me empezaban a sudar. No lograba respirar de 
nuevo hasta que me levantaba y me aseguraba de que Charlie también seguía con 
vida. 
Podía dar fe de que él estaba preocupado al verme saltar ante el menor ruido o 
palidecer de pronto sin ninguna razón aparente. Parecía achacar el cambio a la 
prolongada ausencia de Jacob a juzgar por las preguntas que me hacía de vez en 
cuando. 
Por lo general, el terror que dominaba mis pensamientos me distrajo del hecho 
de que había transcurrido otra semana sin que Jacob me hubiera llamado aún. No 
obstante, cuando era capaz de concentrarme en mi vida normal, si es que podía 
llamarse normal, el hecho me preocupaba. 
Le echaba muchísimo de menos. 
Ya había sido bastante malo estar sola antes de verme atontada por el miedo. 
Pero ahora, más que nunca, anhelaba sus carcajadas despreocupadas  y  su risa 
contagiosa. Necesitaba la segura cordura de su garaje convertido en casa y su cálida 
mano alrededor de mis fríos dedos. 
Casi había esperado que me telefoneara el lunes. ¿Acaso no querría informarme 
si había realizado algún progreso con Embry? Deseaba creer que era la preocupación 
por su amigo lo que le ocupaba todo el tiempo hasta no dejarle ni un minuto para mí. 
Le llamé el martes sin que respondiera nadie. ¿Persistían los problemas de las 
líneas telefónicas o había adquirido Billy un identificador de llamadas? 
El miércoles le llamé cada media hora hasta pasadas las once de la noche, 
desesperada por oír la calidez de su voz. 
El jueves permanecí sentada en el coche delante de casa  con los contactos 
quitados y las llaves en la mano durante una hora seguida. Me debatía en mi interior, 
intentaba hallar un pretexto para efectuar un rápido viaje a La Push, pero no lo 
encontraba. 
Por lo que sabía, Laurent tendría que haber vuelto ya con Victoria. Si iba a La 
Push corría el riesgo de guiar a alguno de los dos hasta la reserva. ¿Qué ocurriría si 
me atrapaban cuando Jake estuviera cerca? Por mucho que me doliese, sabía que lo 
que más le convenía a Jacob era evitarme. Y lo más seguro para él. 
Resultaba muy duro ser incapaz de hallar la forma de mantener a salvo a 
Charlie. Lo más probable es que vinieran a buscarme durante la noche, y ¿qué podía 
hacer para que Charlie no estuviera en casa? Me encerraría  en una habitación  
acolchada de algún psiquiátrico si le contaba la verdad. Lo soportaría —de buena 
gana incluso— si le mantenía a él a salvo, pero Victoria seguiría yendo detrás de mí, 
y el primer lugar en el que me buscaría sería aquella casa. Tal vez se conformaría si 
me encontraba en ella. Tal vez se limitaría a marcharse cuando hubiera terminado 
conmigo. 
Por eso, no podía huir. Y aunque pudiera, ¿adónde iba a ir? ¿Con Renée? La 
idea de conducir a mis letales sombras al mundo tranquilo y soleado de mi madre 
me hizo estremecerme. Nunca la pondría en peligro de ese modo. 
La preocupación fue horadando un agujero en mi estómago. No iba a tardar en 
sentir las correspondientes punzadas. 
Charlie me hizo otro favor esa noche y volvió a telefonear a Harry para 
enterarse de si los Black se habían marchado de la ciudad. Harry le informó de que 
Billy había asistido a la reunión del consejo del miércoles por la noche sin hacer 
mención alguna de que fuera ausentarse. Charlie me avisó de que no me pusiera 
pesada. Jacob llamaría cuando se pudiera desplazar. 
De pronto, el viernes por la tarde, cuando menos lo esperaba, lo comprendí 
todo mientras volvía a casa en coche. 
Conducía sin prestar atención a la conocida carretera y dejaba que el sonido del 
motor dificultara la reflexión y amortiguara las preocupaciones cuando mi 
subconsciente emitió un veredicto en el que debía de haber trabajado sin darme 
entera cuenta. 
En cuanto lo pensé, me sentí realmente tonta por no haberme dado cuenta 
antes. Claro, había tenido muchas cosas en la cabeza —vampiros obsesionados con la 
venganza, gigantescos lobos mutantes y un irregular agujero en el centro del pecho—
, pero resultaba vergonzosamente obvio una vez que expuse las evidencias. 
Jacob me evitaba. Charlie decía que parecía extraño, disgustado. Las respuestas 
de Billy eran vagas y servían de poca ayuda. 
Se trataba de Sam Uley. Habían intentado decírmelo hasta mis pesadillas. Sam 
se había hecho con el control de Jacob. Fuera lo que fuera lo que les hubiera sucedido 
a los demás chicos de la reserva, le había alcanzado también a él, arrebatándome a mi 
amigo. La secta de Sam le había abducido. 
Comprendí en medio de un torbellino de sentimientos que él no había 
renunciado a mí en absoluto. 
Conduje al ralentí hasta llegar frente a mi casa. ¿Qué debía hacer? Analicé cada 
uno de los peligros. 
Si iba en busca de Jacob, me arriesgaba a que Victoria o Laurent le encontraran 
en mi compañía. 
Si no lo hacía, Sam lo liaría más y más en su espantosa banda de obligada 
adscripción. Tal vez fuera demasiado tarde si no actuaba pronto. 
Había transcurrido una semana sin que los vampiros hubieran venido todavía 
en mi busca. Una semana era tiempo más que de sobra para que hubieran vuelto, por 
lo que yo no debía de ser una de sus prioridades. Lo más probable, tal y como había 
decidido antes, es que vinieran a cazarme de noche. Los riesgos de que me siguieran 
a La Push eran mucho más pequeños que la posibilidad de perder a Jacob por culpa 
de Sam. 
Los peligros del solitario camino forestal merecían la pena. No era una visita 
caprichosa para ver si pasaba algo. Sabía que pasaba algo. Era una misión de rescate. 
Iba a hablar con Jacob, raptarle si era preciso. Había visto un reportaje de la PBS 
sobre la desprogramación de aquellos a quienes han lavado el cerebro. Tenía que 
haber algún tipo de cura. 
Decidí que sería mejor telefonear antes a Charlie. Tal vez la policía se estaba 
ocupando de lo que sucedía en La Push. Lo hice a toda mecha, deseosa de entrar en 
acción. 
Charlie contestó el teléfono de la comisaría en persona. 
—Jefe Swan. 
—Papá, soy Bella. 
—¿Qué ha pasado? 
Esta vez no podía despejar sus peores temores. Me temblaba la voz. 
—Estoy preocupada por Jacob. 
—¿Por qué? —preguntó sorprendido por lo inesperado del tema. 
—Creo... Sospecho que se está cociendo algo raro en la reserva. Jacob me habló 
de una cosa extraña que les había sucedido a otros chicos de su edad. Ahora se 
comporta exactamente del modo que temía. 
—¿Qué clase de comportamiento extraño? —empleó su tono profesional de 
policía. Eso era bueno. Me estaba tomando en serio. 
—Primero estaba asustado, y luego empezó a evitarme... Ahora temo que forme 
parte de esa estrambótica banda de ahí abajo, la banda de Sam, la de Sam Uley. 
—¿Sam Uley? —repitió Charlie, sorprendido de nuevo. 
—Sí. 
—Me parece que te equivocas, Bella —contestó con voz más relajada—. Sam 
Uley es un chico estupendo, bueno, ahora ya es un hombre. Y un buen hijo. Deberías 
oír hablar de él a Billy. En realidad, ya ha obrado maravillas con los jóvenes de la 
reserva. Fue él quien... 
Charlie se calló a mitad de la frase. Supuse que estaba a punto de referirse a la 
noche en que me perdí en los bosques. Continué rápidamente. 
—No es así, papá. Jacob le tenía miedo.
—¿Has hablado de esto con Billy? —ahora intentaba apaciguarme. Le había 
perdido para mi causa en cuanto mencioné a Sam Uley. 
—Billy no está preocupado. 
—Bueno, Bella, entonces estoy seguro de que todo está en orden. Jacob es un 
crío y probablemente sólo está haciendo travesuras. Estoy convencido de que se 
encuentra bien. Después de todo, no se puede pasar todo el tiempo pegado a tus 
faldas. 
—El problema no soy yo —le insistí, pero había perdido la batalla. 
—No creo que debas preocuparte por esto. Deja que Billy cuide de Jacob. 
—Charlie... —mi voz empezó a sonar quejumbrosa.  
—Bella, ahora tengo un montón de trabajo entre manos. Se han perdido dos 
turistas que han dejado un rastro por los alrededores del lago —había una nota de 
ansiedad en su voz—. El problema del lobo se me está yendo de las manos... 
Aquellas noticias me dejaron momentáneamente distraída —asombrada en 
realidad—. No había forma de que los lobos hubieran sobrevivido a un 
enfrentamiento con un rival de la talla de Laurent... 
—¿Estás segura de que les ha sucedido algo? —pregunté. 
—Eso me temo, cielo. Había... —vaciló—. Volvía a haber huellas... Esta vez con 
un poco de sangre. 
—¡Vaya! 
En ese caso no se había producido un enfrentamiento. Laurent debía de haberse 
limitado a dejar atrás a los lobos, pero ¿por qué? Lo que había visto en aquel prado 
era extraño dentro de lo extraño, e imposible de entender. 
—Mira, tengo de dejarte, de verdad. No te preocupes por Jake. Estoy seguro de 
que no es nada, Bella. 
—Muy bien —contesté secamente, frustrada cuando sus palabras me 
recordaron la urgencia de la crisis que tenía más cerca—. Adiós —colgué. 
Contemplé fijamente el teléfono durante más de un minuto.  ¡Qué demonios!, 
decidí. Billy contestó a los dos toques. 
—¿Diga? 
—Hola, Billy —casi le gruñí. Procuré sonar más amistosa mientras continuaba 
hablando—. ¿Se puede poner Jacob, por favor? 
—No está en casa. 
¡Qué horror! 
—¿Sabes dónde está? 
—Ha salido con sus amigos —me contestó con precaución. 
—¿Ah, sí? ¿Con alguien que conozco? ¿Con Quil? —hubiera jurado que él no 
interpretaba mis palabras con el mismo tono indiferente con el que yo pretendía 
pronunciarlas. 
—No —respondió Billy lentamente—. No creo que hoy esté con Quil. 
Sabía que era preferible no mencionar el nombre de Sam, por lo que pregunté: 
—¿Embry? 
Billy pareció más feliz al contestar esta vez. 
—Sí, está con Embry. 
Eso me bastaba. Embry era uno de ellos. 
—Bueno, ¿le puedes decir que me llame cuando vuelva? 
—Claro, claro, por supuesto. 
Clic.
—Hasta pronto, Billy —murmuré en la línea cortada. 
Fui en coche a La Push, decidida a esperar. Iba a aguantar sentada frente a la 
casa toda la noche si era necesario —incluso me perdería las clases del instituto—. 
Jacob volvería a casa en algún momento y, cuando lo hiciera, tendría que hablar 
conmigo.  
Estaba tan preocupada que el viaje que tanto me había aterrado hacer pareció 
llevarme unos segundos. El bosque empezó a ralear antes de lo esperado y supe que 
pronto podría ver las primeras casitas de la reserva. 
Un chico con una gorra de baloncesto calada se alejaba a pie por el lado 
izquierdo del arcén. 
Me quedé sin aliento durante un momento, haciéndome ilusiones de que la 
suerte se pusiera de mi lado por una vez y que me tropezara con Jacob sin necesidad 
de grandes esfuerzos, pero este chico era demasiado ancho y debajo de la gorra tenía 
el pelo corto. Estaba segura de que era Quil incluso viéndole de espadas, aunque 
parecía haber crecido desde la última vez que le vi. ¿Qué les daban de comer a los 
chicos quileutes? ¿Hormonas de crecimiento? 
Crucé al lado opuesto del camino para frenar junto a él. Alzó la vista cuando el 
rugido del motor se acercó. 
La expresión de Quil me produjo más pánico que sorpresa. Tenía un rostro 
sombrío e inquietante, con la frente surcada por numerosas arrugas de preocupación. 
—Eh, hola, Bella —me saludó sin ganas. 
—Hola, Quil... ¿Te encuentras bien? 
Me miró con aire taciturno. 
—Estupendamente. 
—¿Te puedo acercar a algún sitio? —le ofrecí. 
—Sí, supongo —murmuró. Cruzó por delante del coche arrastrando los pies y 
abrió la puerta del copiloto para subir. 
—¿Adónde? 
—Mi casa está en el lado norte, detrás del almacén —me dijo. 
—¿Has visto hoy a Jacob? 
Le espeté la pregunta antes de que hubiera terminado de hablar. Miré a Quil 
con avidez, a la espera de su respuesta. Miró a lo lejos a través del parabrisas antes 
de responder. Al final, dijo: 
—De lejos. 
—¿De lejos? —repetí. 
—Intenté seguirlos. Iba con Embry —hablaba con un hilo  de voz, por lo que 
resultaba difícil de oír por encima del motor. Me acerqué—. Sé que me vieron, pero 
se giraron y desaparecieron entre los árboles... Dudo que estuvieran solos. Es posible 
que Sam y su banda estuvieran con ellos. He estado dando tumbos por el bosque 
cerca de una hora, llamándolos a gritos. Acababa de encontrar el camino cuando has 
aparecido con el coche. 
—Así pues, Sam lo ha atrapado a él también —había apretado los dientes, por 
lo que las palabras salieron ligeramente distorsionadas. 
Quil me miró fijamente. 
—¿Estás al tanto de eso? 
Asentí. 
—Jake me lo dijo... antes. 
—Antes —repitió Quil y suspiró.  
—¿Es tan malo el caso de Jacob como el de los demás? 
—No se separa de Sam —Quil giró la cabeza y escupió por la ventana abierta. 
—Y antes de eso... ¿Evitaba a todo el mundo? ¿Parecía enfadado? 
—No tardó mucho más que el resto —contestó en voz baja y con tono áspero—. 
Tal vez un día. Luego, Sam se lo llevó. 
—¿Qué crees que es? ¿Drogas o algo así? 
—No veo a Jacob ni a Embry metiéndose en una cosa así... Pero ¿qué sé yo? 
¿Qué otra cosa puede ser? ¿Y por qué no se preocupan los ancianos? —sacudió la 
cabeza; ahora, el miedo asomaba a sus ojos—. Jacob no quería participar en esa... 
secta. No comprendo qué le ha podido cambiar —me miró con rostro aterrorizado—. 
No quiero ser el próximo. 
Mis ojos reflejaron su pánico. Era la segunda vez que había oído describir 
aquello como una secta. Me estremecí. 
—¿Puede prestarnos alguna ayuda tu familia? 
Gesticuló con desdén. 
—Claro, mi abuelo está en el consejo de ancianos con el de Jacob, y en lo que a 
él concierne, Sam Uley es lo mejor que le ha pasado a este lugar. 
Nos miramos el uno al otro durante un buen rato. Ya estábamos en La Push y 
mi tartana avanzaba muy despacio por el camino desierto. Podía ver la única tienda 
de la reserva delante, no muy lejos de allí. 
—He de irme —dijo Quil—. Mi casa está justo ahí. 
Señaló un pequeño rectángulo de madera con la mano. Frené y él se bajó de un 
salto. 
—Voy a esperar a Jacob —dije con contundencia. 
—Buena suerte. 
Cerró la puerta de un portazo y se marchó arrastrando los pies por el camino, 
con la cabeza inclinada hacia delante y los hombros hundidos. 
El rostro de Quil me angustió mientras daba la vuelta para dirigirme a la casa 
de los Black. Le aterraba ser el próximo. ¿Qué estaba pasando allí? 
Me detuve en frente de la casa de Jacob, apagué el motor y bajé las ventanillas. 
El ambiente estaba muy cargado y no soplaba el viento. Planté los pies en el 
salpicadero y me instalé dispuesta a esperar. 
Un movimiento realizado en el campo de mi visión periférica me hizo volver la 
cabeza. Billy me miraba a través de la ventana de la fachada con expresión confusa. 
Le saludé con la mano y le sonreí forzadamente, pero me quedé donde estaba. 
Entrecerró los ojos y dejó caer la cortina detrás del cristal. 
Estaba preparada para quedarme tanto tiempo como fuera necesario, pero me 
apetecía tener algo que hacer. Desenterré una vieja pluma del fondo de mi mochila y 
un antiguo examen. Comencé a garabatear en la parte posterior del papel borrador. 
Apenas tuve tiempo de dibujar una fila de rombos cuando se produjo un brusco 
golpecito contra mi puerta. 
Me incorporé y alcé la vista, esperando ver a Billy, pero fue Jacob quien gruñó: 
—¿Qué estás haciendo aquí, Bella? 
Le miré perpleja y atónita. 
Jacob había cambiado radicalmente en las últimas semanas, desde la última vez 
que le vi. Lo primero de lo que me di cuenta fue de que se había rapado su hermosa 
cabellera; había apurado mucho el corte, y ahora le cubría la cabeza una fina y 
lustrosa capa de pelo que parecía satén negro. Las facciones del rostro le habían 
cambiado de pronto, se mostraban duras y tensas, las de  alguien de más edad. El 
cuello y los hombros también eran diferentes, en cierto modo, más gruesos. Las 
manos con las que aferraba el marco de la ventana parecían enormes, con los 
tendones y las venas marcados debajo de la piel cobriza. Pero los cambios físicos eran 
insignificantes... 
... era su expresión la que le convertía en alguien casi irreconocible. La sonrisa 
franca y amistosa había desaparecido, como la cabellera, y  la calidez de sus ojos 
oscuros había mudado en un rencor perturbador. Ahora existía una oscuridad en 
Jacob. Había hecho implosión, como mi sol. 
—¿Jacob? —susurré. 
Se limitó a mirarme. Los ojos reflejaban tensión y enojo. 
Comprendí que no estábamos solos. Los otros cuatro del grupo se hallaban 
detrás de él. Todos eran altos y de piel cobriza, el pelo rapado casi al cero, como el de 
Jacob. Podían haber pasado por hermanos, apenas lograba distinguir a Embry de 
entre ellos. La sorprendente hostilidad de todos los  ojos acentuaba aún más el 
parecido. 
Todos, salvo los de Sam, los del mayor, que les sacaba varios años. Él 
permanecía al fondo con el rostro sereno y seguro. Tuve que tragarme el mal genio 
que me estaba entrando, ya que me apetecía propinarle un buen porrazo. No, quería 
hacer más que eso. Deseé ser temible y letal más que cualquier otra cosa en el 
mundo, alguien a quien nadie se atreviera a importunar. Alguien capaz de ahuyentar 
a Sam Uley. 
Quise ser vampiro. 
El deseo virulento me pilló desprevenida y me dejó sin aliento. Era el más 
prohibido de los deseos —incluso aunque se debiera a una razón maligna como 
aquélla, gozar de ventaja sobre el enemigo— por ser el más doloroso. Había perdido 
ese futuro para siempre; en realidad, nunca lo había tenido en mis manos. Me erguí 
para recuperar el control de mí misma mientras sentía un vacío doloroso en el pecho. 
—¿Qué quieres? —inquirió Jacob. El resentimiento de sus facciones aumentó 
cuando presenció el despliegue de emociones en mi rostro. 
—Hablar contigo —contesté con un hilo de voz. Intenté concentrarme, pero 
todo me seguía dando vueltas mientras me rebelaba contra la pérdida de mi sueño 
tabú. 
—Adelante —masculló entre dientes. Su mirada era despiadada. Nunca le 
había visto mirar a alguien así, y menos a mí. Dolía con una sorprendente intensidad, 
producía un sufrimiento físico que me traspasaba la mente. 
—¡A solas! —siseé con voz más fuerte. 
Volvió la vista atrás y supe adónde se dirigían sus ojos. Todos se volvieron a  
esperar la reacción de Sam. 
Sam asintió una vez con rostro imperturbable. Efectuó un breve comentario en 
un idioma desconocido, lleno de consonantes líquidas, del que sólo estaba segura 
que no era francés ni castellano, por lo que supuse que era quileute. Se volvió y entró 
en casa de Jacob. Los demás —asumí que se trataba de Paul, Jared y Embry— le 
siguieron. 
—De acuerdo. 
Jacob pareció un poco menos furioso cuando se marcharon los otros. Su rostro 
estaba más calmado, pero también reflejaba más desesperación. Las comisuras de su 
boca se mostraban permanentemente caídas. 
Respiré hondo. 
—Sabes lo que quiero saber. 
No respondió. Se limitó a mirarme con frialdad. 
Le devolví la mirada y el silencio se prolongó. El dolor de su rostro hizo que me 
encontrara incómoda. Sentí que se me empezaba a formar un nudo en la garganta. 
—¿Podemos dar un paseo? —pregunté mientras aún era capaz de hablar. 
No reaccionó de modo alguno. Su rostro no cambió. 
Salí del coche al sentirme observada por ojos invisibles detrás de las ventanas y 
comencé a dirigirme al norte, hacia los árboles. Levanté un sonido de succión al 
andar sobre el barro de la cuneta y del herbazal. Como era el único sonido, pensé en 
un primer momento que no me seguía, pero lo tenía justo al lado cuando miré a mi 
alrededor. Sus pies habían encontrado un camino menos ruidoso que el mío. 
Me sentí mejor en la hilera de árboles, donde lo más probable era que Sam no 
pudiera observarnos. Me devané los sesos para decidir cuáles eran las palabras más 
adecuadas, pero no se me ocurrió nada. Sólo me sentía más y más enfadada porque 
Jacob se hubiera dejado engañar sin que Billy hubiera hecho nada por impedirlo..., y 
porque Sam fuera capaz de mantener tal calma y seguridad... 
De pronto, Jacob aceleró el ritmo y me dejó fácilmente atrás con sus largas 
piernas. Luego, se giró y se quedó en medio del camino, de frente a mí, para que yo 
también tuviera que detenerme. 
Me quedé abstraída por la manifiesta gracilidad de su movimiento. Jacob había 
sido tan patoso como yo a causa de su interminable estirón. ¿Cuándo se había 
operado semejante cambio? 
No me concedió la oportunidad para pensar en ello. 
—Terminemos con esto —dijo con voz ronca y metálica. 
Esperé. Él sabía lo que yo quería. 
—No es lo que crees —de pronto, su voz reflejó un gran cansancio—. No es lo 
que yo pensaba... Estaba muy desencaminado. 
—En ese caso, ¿qué es? 
Estudió mi rostro durante un buen rato y estuvo haciendo conjeturas. El enfado 
no abandonó sus ojos en ningún momento. 
—No te lo puedo decir —contestó al fin. 
Mi mandíbula se tensó cuando mascullé:
—Creí que éramos amigos. 
—Lo éramos. 
Había un leve énfasis en el tiempo pasado. 
—Pero tú ya no necesitas a ningún otro amigo —espeté con acritud—. Tienes a 
Sam. Hay algo que no va bien... Siempre le habías tenido ojeriza. 
—Antes no le comprendía. 
—Y ahora has visto la luz, ¿no? ¡Aleluya! 
—Bella, no tiene nada que ver con lo que yo creía. Tampoco es culpa de Sam, ya 
que él me ayuda todo lo que puede —la voz se le crispó y miró por encima de mi 
cabeza, a lo lejos, mientras la ira ardía en sus ojos. 
—Te ayuda... —repetí con recelo—. Naturalmente. 
Pero Jacob no parecía estar escuchándome. Respiraba hondo con deliberada 
lentitud en un intento de calmarse. Estaba tan fuera de  sí que las manos le 
temblaban. 
—Jacob, por favor —le susurré—. ¿No vas a decirme qué ocurre? Tal vez pueda 
ayudarte. 
—Ahora, nadie puede ayudarme —sus palabras fueron un susurro 
quejumbroso. La voz se le quebró. 
—¿Qué te ha hecho? —inquirí con los ojos anegados en lágrimas. Le tendí las 
manos, como ya había hecho antes en una ocasión, mientras avanzaba con los brazos 
abiertos. 
Esta vez se encogió y se alejó mientras alzaba las manos a la defensiva. 
—No me toques —murmuró. 
—¿Nos oye Sam? —pregunté entre dientes. Unas tontas lágrimas se habían 
desbordado por las comisuras de mis ojos. Me las enjugué con el dorso de la mano y 
crucé los brazos delante del pecho. 
—Deja de echarle las culpas a Sam. 
Las palabras salieron a toda prisa, como un reflejo. Se llevó las manos a la 
cabeza para enredarse en una cabellera que ya no estaba allí, por lo que acabaron 
colgando sin fuerzas a los costados. 
—Entonces, ¿a quién debería culpar? —repliqué. 
Esbozó una media sonrisa, funesta y esquinada. 
—No quieres oírlo. 
—¡Y un cuerno! —contesté bruscamente—. Quiero saberlo, y quiero saberlo 
ahora.
—Te equivocas —me replicó. 
—No te atrevas a decirme que me equivoco. ¡No es a mí a quien le han lavado 
el cerebro! Dime ahora de quién es la culpa de todo esto si no es de tu querido Sam. 
—Tú lo has querido —me gruñó con ojos centelleantes—.  Si quieres culpar a 
alguien, ¿por qué no señalas a esos mugrientos y hediondos chupasangres a los que 
tanto quieres? 
Me quedé boquiabierta y el aliento me salió de los pulmones ruidosamente. Allí 
clavada, me sentí traspasada por el doble sentido de sus  palabras. El dolor me  
recorrió todo el cuerpo en la forma acostumbrada. El agujero de mi pecho me 
desgarraba de dentro hacia fuera, pero había algo más, una música de fondo para el 
caos de mis pensamientos. No podía creer que le hubiera oído bien. No había rastro 
alguno de indecisión en el rostro de Jacob. Sólo furia. 
Seguí con la boca abierta. 
—Te dije que no querrías oírlo —señaló. 
—No sé a quién te refieres —cuchicheé. 
Enarcó una ceja con incredulidad. 
—Lo sabes perfectamente. No me vas a obligar a decirlo, ¿verdad? No quiero 
hacerte daño. 
—No sé a quién te refieres —repetí de forma mecánica. 
—A los Cullen —dijo lentamente, arrastrando las palabras y escrutando mi 
rostro mientras las pronunciaba—. Lo he visto... Puedo ver lo que pasa por tus ojos 
cuando digo sus nombres. 
Sacudí la cabeza de un lado a otro negándolo con energía y tratando de 
aclararme al mismo tiempo. ¿Cómo lo sabía? ¿Y qué relación guardaba todo aquello 
con la secta de Sam? ¿Era una banda que odiaba a los vampiros? ¿Era ésa la premisa 
de constitución de una asociación cuando los vampiros ya no vivían en Forks? ¿Por 
qué iba a empezar a creer Jacob en aquellas historias precisamente ahora, cuando las 
pruebas de la presencia de los Cullen habían desaparecido para siempre? 
Necesité bastante tiempo hasta dar con la respuesta correcta. 
—No me digas que ahora te crees las necias supersticiones de Billy —intenté 
mofarme de forma poco convincente. 
—Sabe más de lo que nunca le reconocí. 
—Sé serio, Jacob. 
Clavó en mí una mirada crítica. 
—Dejando las supersticiones a un lado —añadí rápidamente—, aún no veo de 
qué acusas a los Cullen —hice un gesto de dolor—. Se marcharon hace más de medio 
año. ¿Cómo vas a culparles de lo que ahora haga Sam? 
—Sam no está haciendo nada, Bella. Sé que se han ido, pero a veces las cosas se 
ponen en movimiento y entonces es demasiado tarde. 
—¿Qué se ha puesto en movimiento? ¿Para qué es demasiado tarde? ¿De qué 
les estás echando la culpa? 
De pronto, lo tuve delante mi rostro, con la ira ardiendo en sus ojos. 
—De existir —masculló. 
¡Cállate ya, Bella! No le presiones, me advirtió Edward al oído. 
Me quedé atónita y trastornada al oír las palabras de aviso pronunciadas por la 
voz de Edward una vez más, dado que yo ni siquiera estaba asustada. 
Desde que su nombre había atravesado los muros tras los  que le había 
emparedado con tanto cuidado, había sido incapaz de volverlo a encerrar. Ahora no 
dolía, no durante los preciados segundos en que oía su voz. 
Jacob parecía que echaba chispas. Estaba plantado delante de mí y temblaba de 
ira. 
No comprendía el motivo por el que la falsa ilusión de Edward estaba de forma 
inesperada en mi mente. Jacob estaba lívido, pero era Jacob. No había adrenalina ni 
peligro. 
Déjale calmarse, insistió la voz de Edward. 
Sacudí la cabeza, confusa. 
—Esto es ridículo —les contesté a ambos. 
—Muy bien —contestó Jacob, que volvió a respirar hondo—. No voy a discutir 
contigo. De todos modos, no importa. El daño está hecho. 
—¿Qué daño? 
Permaneció impávido cuando le grité esas palabras a la cara. 
—Regresemos. No hay nada más que decir. 
Le miré boquiabierta. 
—¡Queda todo por decir, aún no me has contado nada! 
Me dejó atrás y empezó a andar dando grandes zancadas de vuelta a la casa. 
—Hoy me he encontrado con Quil —grité a sus espaldas. 
Se detuvo en la mitad de un paso, pero no se volvió. 
—¿Recuerdas a tu amigo Quil? Sí, está aterrado. 
Jacob se volvió para encararme con expresión apenada. 
—Quil —fue todo lo que dijo. 
—También se preocupa por ti. Está alucinado. 
Jacob miró fijamente más allá de mi persona con ojos de desesperación. Le 
aguijoneé un poco más. 
—Tiene miedo de ser el siguiente. 
Jacob se agarró a un árbol para apoyarse. Su rostro se había tornado en una 
extraña sombra verde debajo de la tez cobriza. 
—No lo va a ser —murmuró Jacob para sí mismo—. No puede serlo. Esto ha 
terminado. Esto ni siquiera debería de estar sucediendo. ¿Por qué? ¿Por qué? 
Estampó el puño contra el árbol. No era un árbol grande, sino de tronco fino y 
poco más de medio metro más alto que Jacob, pero aun así, me sorprendí cuando el 
tronco cedió y se desgajó estrepitosamente bajo su golpe. 
Jacob contempló el tronco repentinamente tronchado con sorpresa que pronto 
se transformó en pánico. 
—Debo volver —dio media vuelta y comenzó a alejarse sin decir palabra con tal 
rapidez que tuve que correr para darle alcance. 
—¡Volver con Sam! 
—Es una forma de verlo —lo dijo tal y como lo sentía. Siguió mascullando y se 
alejó. 
Le perseguí de vuelta a mi coche. 
—¡Espera! —le llamé mientras se dirigía a la casa. 
Se volvió hacia mí con las manos temblorosas de nuevo. 
—Vete a casa, Bella, ya no voy a poder salir contigo. 
La ilógica y ridícula herida fue de una potencia increíble. Los ojos se me 
llenaron de lágrimas otra vez.  
—¿Estás rompiendo conmigo? 
Eran las palabras menos adecuadas, pero también lo único que se me ocurrió 
preguntar. Después de todo, lo que Jake y yo teníamos era algo más que un amorío 
de patio de colegio. Algo mucho más fuerte. 
Soltó una risa amarga. 
—No es el caso, pero si lo fuera, diría: «Quedemos como amigos». Ni siquiera 
puedo decirte eso. 
—¿Por qué, Jacob? ¿Sam no te deja tener otros amigos? Jake, por favor. Lo 
prometiste. ¡Te necesito! 
La rotunda vacuidad de mi vida anterior —antes de que Jacob aportara un poco 
de cordura— se irguió para luego enfrentarse a mí. Se me hizo un nudo en la 
garganta de pura soledad. 
—Lo siento, Bella —pronunció nítidamente cada palabra con  una voz gélida 
que no parecía la suya. 
Dudé de que fuera eso lo que Jacob pretendiera decir en realidad. Sus ojos 
airados parecían querer expresar algo más, pero yo no entendía el mensaje. 
Tal vez no tuviera nada que ver en absoluto con Sam ni estuviera relacionado 
con los Cullen. Quizás sólo intentaba alejarse de una situación sin esperanza. Quizás 
debería permitirle que lo hiciera, si es que eso era lo mejor para él. Es lo que debería 
hacer. Sería lo acertado. 
Pero oí que se me escapaba un hilo de voz: 
—Lamento que antes no pudiera... Me gustaría cambiar lo que siento por ti, 
Jacob —actuaba a la desesperada, por lo que forcé y estiré la verdad hasta retorcerla 
tanto que acabó por tomar forma de mentira—. Es posible... es posible que pudiera 
cambiar si me dieras un poco de tiempo —susurré—, pero no me dejes ahora, Jake. 
No podré resistirlo. 
Su rostro pasó de la ira al sufrimiento en un segundo. Me tendió una de sus 
manos temblorosas. 
—No, Bella, por favor, no pienses de ese modo. No te  acuses de nada, no 
pienses que es culpa tuya. Es todo culpa mía, lo juro, no tiene nada que ver contigo. 
—No eres tú, soy yo —susurré. 
—Lo que intento decirte, Bella, es que yo no... —mantuvo un debate interior. 
Ese tormento se reflejó en sus ojos. Su voz se fue haciendo más ronca a medida que 
pugnaba por controlar sus emociones—. No soy lo bastante bueno para seguir siendo 
tu amigo, ni ninguna otra cosa. No soy quien era. No soy bueno. 
—¡¿Qué?! —le miré fijamente, confusa y consternada—. ¿Qué estás diciendo? 
Eres mucho mejor que yo, Jake. ¡Eres bueno! ¿Quién te ha dicho lo contrario? ¿Sam? 
¡Eso es totalmente falso, Jacob! ¡No le permitas que te lo diga! —de repente, había 
vuelto a pegar gritos. 
El rostro de Jacob se endureció, pero sin vida. 
—Nadie ha tenido que decirme nada. Sé lo que soy. 
—Eres mi amigo, eso es lo que eres. Jake, no... 
Se había dado la vuelta para alejarse de nuevo.
—Lo siento, Bella —repitió, aunque en esta ocasión su voz fue un murmullo 
roto. Se giró del todo y entró en la casa casi a la carrera. 
Fui incapaz de moverme de donde estaba. Contemplé la casita. Parecía 
demasiado pequeña para albergar a cuatro chicarrones enormes y dos adultos aún 
más grandes. Dentro no se produjo ninguna reacción. No hubo revoloteo de cortinas 
ni eco de voces ni atisbo de movimiento alguno. El edificio me contempló con 
expresión ausente. 
Comenzó a lloviznar y varias gotas sueltas me asaetearon la piel. No lograba 
apartar la mirada de la casa. Jacob saldría. Tenía que hacerlo. 
La lluvia y el viento arreciaron. Dejó de llover en vertical y la lluvia comenzó a 
caer sesgada desde el oeste. Desde allí se olía el agua salada del mar. Mis cabellos me 
azotaban en el rostro y se quedaban adheridos a las zonas húmedas, enredándose en 
mis pestañas. Esperé. 
La puerta se abrió al fin y, muy aliviada, avancé un paso.
Billy situó la silla de ruedas debajo del marco de la puerta. No vi a nadie más 
detrás de él. 
—Charlie acaba de llamar, Bella. Le he dicho que estabas de camino a casa. 
Tenía los ojos colmados de conmiseración, y en cierto  modo, eso me hizo 
claudicar. No hice comentario alguno. Me limité a darme  la vuelta como una 
autómata y subir al coche. Había dejado bajadas las ventanillas, por lo que los 
asientos estaban mojados y pegajosos. No importaba. Ya estaba empapada. 
¡No es para tanto! ¡No es para tanto!,  intentaba reconfortarme mi mente. Y era 
cierto, no era tan malo, no se acababa el mundo otra vez.  Era sólo el final de un 
pequeño remanso de paz, un remanso que ahora dejaba atrás. Eso era todo. 
No es para tanto, admití, pero sí bastante malo.
Había pensado que Jacob había sanado el agujero que había en mí, o al menos 
lo había sellado, de forma que no me doliera tanto. Me equivocaba. Se había limitado 
a excavar su propio agujero, por lo que ahora estaba carcomida, como un queso 
gruyer. Me preguntaba por qué no me derrumbaba en cachitos. 
Charlie me esperaba en el porche. Salió a mi encuentro  en cuanto reduje la 
velocidad para detenerme. 
—Billy ha telefoneado. Dijo que te habías peleado con Jake y que estabas muy 
disgustada —me explicó nada más abrirme la puerta. 
Sus facciones se horrorizaron cuando, al escrutar mi expresión, reconoció algo 
en ella. Intenté visualizarme tal y como se me vería desde fuera, a fin de saber qué 
estaba pensando. Sentí el rostro vacío y frío, y comprendí a qué le recordaba. 
—No ha sucedido exactamente así —farfullé. 
Charlie me pasó el brazo por los hombros y me ayudó a salir del coche. No hizo 
comentario alguno sobre mis ropas empapadas. 
—Entonces, ¿qué ha pasado? —inquirió cuando estuvimos dentro. 
Retiró la manta de punto del respaldo del sofá mientras hablaba y me cubrió los 
hombros con ella. Entonces me percaté de que seguía tiritando. 
—Sam Uley le ha dicho a Jacob que no puede seguir siendo amigo mío —
contesté con voz apagada. 
Charlie me lanzó una mirada extraña. 
—¿Quién te ha dicho eso? 
—Jacob —determiné. Aunque no era exactamente cierto que él lo hubiera dicho, 
seguía siendo verdad. 
Charlie frunció el ceño. 
—¿De verdad crees que pasa algo raro con el joven Uley?
—Yo sé que es así, aunque Jacob nunca me lo hubiera dicho —oí el goteo del 
agua de mis ropas sobre el suelo y la salpicadura sobre el linóleo—. Voy a 
cambiarme. 
Charlie se hallaba sumido en sus pensamientos y respondió distraídamente: 
—De acuerdo. 
Estaba tan helada que decidí darme una ducha, pero el agua caliente no pareció 
afectar a la temperatura de mi piel. Seguía congelada, así que al final desistí y cerré el 
grifo. En el repentino silencio oí a Charlie hablar con alguien en el piso de abajo. Me 
envolví en una toalla y entreabrí la puerta del baño. 
Charlie estaba enojado. 
—No me lo trago. Eso no tiene ni pies ni cabeza. 
Luego se calló. Comprendí que estaba al teléfono. Al cabo de un minuto, 
Charlie bramó de pronto: 
—No culpes a Bella —pegué un salto. Habló en voz más baja y precavida 
cuando añadió—: Mi hija dejó claro todo el tiempo que ella y Jacob sólo eran 
amigos... Bueno, si es así, ¿por qué no me lo dijiste al principio? No, Billy, creo que 
ella tiene razón en esto... ¿Por qué? Porque la conozco, y si ella dice que antes Jacob 
estaba asustado... —le interrumpieron a mitad de frase, y cuando volvió a tomar la 
palabra casi estaba gritando de nuevo—: ¡¿Qué quieres decir con eso de que no 
conozco a mi hija tan bien como creo?! —permaneció a la escucha durante un 
instante y luego respondió en voz tan baja que apenas la logré oír—: Si piensas que 
voy a recordarle eso, vas listo. Apenas ha empezado a recuperarse, y creo que sobre 
todo gracias a Jacob. Si cualquier cosa que tu hijo haya hecho con el tal Sam la sume 
de nuevo en la depresión, entonces, Jacob va a tener que responder ante mí. Eres mi 
amigo, Billy, pero esto está perjudicando a mi familia. 
Hubo otro silencio mientras Billy respondía. 
—Tienes razón... Estos chicos se han pasado de la raya y  voy a ver qué 
averiguo. Mantendremos los ojos bien abiertos, de eso puedes estar seguro. 
Ahora no hablaba Charlie, sino el jefe de policía Swan. 
—Bien. Vale. Adiós. 
Colgó el auricular de un golpe. 
Rápidamente, atravesé el pasillo de puntillas para meterme en mi cuarto. 
Charlie estaba refunfuñando airadamente en la cocina. 
De modo que Billy iba a echarme la culpa de haber engatusado a Jacob hasta 
que éste, al fin, se había hartado de mí. 
Resultaba extraño, ya que eso era lo que yo misma había temido, pero después 
de oír las últimas palabras de Jacob aquella tarde, ya no lo creía. Allí había mucho 
más que un simple enamoramiento no correspondido, y me sorprendía que Billy se 
rebajara hasta el punto de sostener esa tesis. Eso me indujo a creer que, fuera cual 
fuera el secreto que guardaban, debía de ser mayor de lo que había supuesto. Al 
menos, ahora Charlie estaba de mi lado. 
Me puse el pijama y me arrastré hasta la cama. En aquel momento, la vida 
parecía demasiado lúgubre como para dejarme engañar. El agujero, bueno, ahora los 
agujeros, ya empezaban a dolerme, de modo que me dije:  ¿Por qué no? Extraje los 
recuerdos, no unos recuerdos verdaderos que dolieran  demasiado, sino los falsos 
recuerdos de la voz de Edward hablando en mi interior esa tarde. Y los oí repetidas 
veces en mi interior hasta que me quedé dormida mientras las lágrimas rodaban 
lentamente por las mejillas de mi rostro vacío. 
Esa noche tuve un sueño nuevo. Estaba lloviendo y Jacob caminaba a mi lado 
sin hacer ruido, aunque el suelo crujía a mis pies como si pisara gravilla seca. Pero 
ése no era mi Jacob, sino el nuevo Jacob, resentido y grácil. El sigiloso garbo de sus 
andares me recordó a otra persona, y los rasgos de Jacob  comenzaron a cambiar 
mientras los miraba. El color rojizo de su piel fue desapareciendo hasta quedar una 
tez blanca como la cal. Sus ojos se volvieron dorados y luego carmesíes, para volver 
después al dorado. El pelo corto se le encrespó al soplo de la brisa, y adquirió una 
tonalidad broncínea allí donde lo despeinaba el viento. Su rostro se convirtió en algo 
tan hermoso que hizo saltar en pedazos mi corazón. Tendí los brazos hacia él, que 
retrocedió un paso mientras alzaba las manos para escudarse. Entonces, Edward 
desapareció. 
Cuando desperté a oscuras, no estaba segura de si acababa de empezar a llorar 
o había empezado mientras dormía y las lágrimas de ahora eran una prolongación 
del llanto de mi sueño. Miré el techo en penumbra. Tuve la impresión de que era bien 
entrada la noche. Estaba medio dormida, tal vez casi del todo. Los párpados se me 
cerraron pesadamente e imploré un sueño sin pesadillas. 
Fue entonces cuando oí el ruido que debía de haberme despertado al principio. 
Algo puntiagudo raspaba contra mi ventana provocando un chirrido agudo, similar 
al arañar de las uñas contra el cristal. 

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