miércoles, 28 de marzo de 2012

Amanecer ♟♜ Capítulo 6: Distracciones



Mi entretenimiento se convirtió en la prioridad número uno en 
Isla Esme. 
Hicimos snorkel (bueno, yo hice snorkel, mientras él alardeaba de 
su capacidad de aguantar sin oxígeno indefinidamente), 
exploramos la pequeña jungla que rodeaba el pico de roca. 
Visitamos a los loros que habitaban en la pajarera que había en la 
zona sur de la isla, vimos la puesta de sol en la cala pedregosa que 
había al oeste, nadamos con los delfines que jugaban en las 
cálidas y poco profundas aguas. O al menos yo lo hice: cuando 
Edward estaba en el agua, los delfines desparecían como si 
hubiese un tiburón cerca. 
Sabía lo que estaba tramando. Intentaba mantenerme ocupada, 
distraída, para que no le fastidiase con el tema del sexo. 
Cada vez que intentaba sugerir que descansáramos un poco 
viendo uno de los millones de DVD que había bajo la televisión 
de plasma, me atraía fuera de la casa con palabras mágicas como 
arrecifes de coral o cuevas submarinas o tortugas acuáticas. 
Nos pasábamos el día sin parar, en marcha, para que cuando el sol 
se ponía yo estuviera famélica y exhausta. 
Cada noche, me desvanecía sobre el plato en cuanto terminaba de 
cenar. De hecho, en una ocasión me quedé dormida sobre la mesa 
y tuvo que llevarme a la cama. 
En parte, porque Edward siempre preparaba demasiada comida, 
pero yo estaba tan hambrienta después de nadar y escalar durante 
todo el día que me lo comía casi todo. 
Y después, llena y desfallecida, casi no podía mantener los ojos 
abiertos. 
Todo parte del plan, sin duda. 
La extenuación no ayudaba mucho con mis intentos de seducción, 
pero no me rendía. 
Lo intenté razonando, suplicando y refunfuñando, sin resultado. 
Normalmente estaba inconsciente antes de poder defender mi 
caso. Y después, mis sueños parecían tan reales –principalmente 
pesadillas, que parecían más reales debido a los colores brillantes 
de la isla, supuse – que me despertaba cansada sin importar 
cuanto tiempo dormía. 
Más o menos una semana después de haber llegado a la isla, 
intenté llegar a un acuerdo. Nos había funcionado en el pasado. 
Ahora dormía en la habitación azul. El equipo de limpieza no 
llegaría hasta el día siguiente, así que la habitación blanca aún 
estaba cubierta por una alfombra de plumas. 
La habitación azul era más pequeña, y la cama, de unas 
proporciones más razonables. 
Las paredes eran oscuras, con paneles de teca, y todos los 
accesorios eran de lujosa seda azul. 
Había empezado a ponerme algunas cosas de la colección de 
lencería de Alice, para dormir por las noches, que no eran tan 
reveladoras comparadas con los diminutos bikinis que había 
puesto en mi equipaje. Me preguntaba si había tenido una visión 
de por que yo querría tales cosas, y después me estremecí, 
avergonzada por aquel pensamiento. 
Empecé despacio, con inocentes satenes de color marfil, 
preocupada por el hecho de que dejar mucha piel al descubierto 
tuviera el efecto opuesto al deseado, pero dispuesta a probar lo 
que hiciese falta. 
Edward pareció no notar nada, como si yo llevara puesta una de 
las viejas y andrajosas sudaderas que solía ponerme en casa. 
Los moratones estaban mucho mejor, poniéndose amarillos en 
algunas zonas, y desapareciendo completamente en otras, así que 
esa noche elegí una de las piezas más aterradoras y me la puse en 
el baño. Era negro, de encaje, y daba vergüenza mirarlo incluso 
cuando no lo llevabas puesto. Tuve cuidado de no mirarme en el 
espejo antes de volver a la habitación. No quería perder los 
nervios. 
Tuve la satisfacción de ver cómo los ojos casi se le salían de las 
cuencas, justo un segundo antes de que consiguiera controlar su 
expresión. 
– ¿Qué te parece? –pregunte, dando vueltas para que pudiera 
verme desde todos los ángulos. 
Se aclaró la garganta. 
–Estás muy guapa. Como siempre. 
–Gracias –dije, agriamente. 
Estaba demasiado cansada como para evitar subirme rápidamente 
a la suave cama. 
Puso sus brazos alrededor de mí y me acercó a su pecho, pero esto 
era rutinario, porque hacía demasiado calor como para que yo 
consiguiese dormir sin tener su frío cuerpo cerca. 
–Te propongo un trato – dije, medio dormida. 
–No voy a hacer ningún trato contigo –contestó. 
–Ni siquiera has escuchado lo que te voy a ofrecer.
–No importa. 
Suspiré. 
– ¡Maldición! De verdad quería… bueno. 
Puso los ojos en blanco. 
Cerré los míos, dejando allí el cebo. Bostecé. 
Sólo le llevó un minuto, no lo suficiente como para que yo me 
quedara colgada. 
–De acuerdo. ¿Qué es lo que quieres? 
Rechiné los dientes por un momento, luchando contra una 
sonrisa. Si había algo que él no podía resistir, era la oportunidad 
de darme algo. 
–Bueno… estaba pensando que todo el rollo de Darthmouth era 
supuestamente una coartada, pero sinceramente, un semestre en la 
universidad probablemente no me mataría –dije, repitiendo sus 
propias palabras de hacía tiempo, cuando trataba de convencerme 
de que olvidara mi conversión en vampiro. –Apuesto a que 
Charlie se emocionaría con las historias de Darthmouth. Por 
supuesto, podría ser embarazoso si no consigo seguir el ritmo de 
esos cerebritos. De todas formas… dieciocho, diecinueve… No es 
que haya gran diferencia. No es como si me fueran a salir patas de 
gallo el próximo año. 
Se quedó en silencio un momento, después, en voz baja dijo: 
–Lo harías. Permanecerías humana. 
Me mordí la lengua, dejando que asumiera la oferta.
– ¿Por qué me haces esto? –dijo entre dientes, repentinamente 
enfadado – ¿No es ya bastante duro sin todo esto? – Agarró un 
puñado de encaje que estaba embarullado sobre mi muslo. Por un 
momento, pensé que lo iba a romper por la costura. Pero su mano 
se relajó. –No importa. No voy a hacer ningún trato contigo. 
–Quiero ir a la universidad. 
–No, no quieres. Y no hay nada que merezca tanto la pena como 
para arriesgar tu vida otra vez, como para que te haga daño. 
–Pero quiero ir a la universidad. Bueno, no es la universidad en si 
lo que quiero, pero quiero ser humana durante un tiempo más. 
Cerró los ojos y expiro aire por la nariz. 
–Me estás volviendo loco, Bella. ¿No hemos tenido esta discusión 
un millón de veces, y siempre suplicabas que te convirtiera sin 
demora? 
–Si, pero… bueno, tengo una razón para querer ser humana que 
antes no tenía. 
– ¿Y qué razón es? 
–Adivina… –dije, arrastrándome sobre las almohadas para 
besarle. 
Me devolvió el beso, pero no de una forma que me hiciese intuir 
que estaba ganando. Era más bien como si tratara de no herir mis 
sentimientos; completamente, exasperantemente manteniendo el 
control de si mismo. 
Suavemente, me aparto después de un momento, y me acunó 
contra su pecho. 
–Eres demasiado humana, Bella. Te controlan las hormonas – rió. 
–Esa es la cuestión, Edward. Me gusta esta parte de ser humana. 
No quiero dejarlo todavía. No quiero esperar durante años de ser 
una neófita loca por la sangre para que sólo parte de todo esto 
vuelva a mí. 
Yo bostecé, y él sonrió. 
–Estás cansada. Duerme, amor. –Empezó a tararear la nana que 
había compuesto para mí cuando nos conocimos. 
–Me pregunto por que estaré tan cansada – murmuré 
sarcásticamente –No puede ser parte de tu plan, ni nada. 
Rió y después volvió a tararear. 
–Con todo lo cansada que estoy, cualquiera diría que podría 
dormir bien. 
La canción cesó. –Has estado durmiendo como un tronco, Bella. 
No has dicho ni una sóla palabra en sueños desde que llegamos 
aquí. Si no fuera por los ronquidos, me preocuparía que te 
hubieras quedado en coma. 
Ignoré la pulla de los ronquidos, yo no roncaba. 
– ¿No he estado dando vueltas en la cama? Es raro. Normalmente 
me retuerzo mucho cuando tengo pesadillas. Y grito.
– ¿Has estado teniendo pesadillas? 
–Y muy vívidas. Me dejan agotada –bostecé –No puedo creer que 
no haya estado farfullando todas las noches. 
– ¿Pesadillas sobre qué? 
–Sobre muchas cosas diferentes… pero a la vez iguales, ¿sabes? 
Por los colores. 
– ¿Colores? 
–Todo es muy brillante, y real. Normalmente, cuando sueño, sé 
que estoy soñando. Pero con éstas, no sé que estoy durmiendo, y 
eso las hace más aterradoras.
Sonó inquieto cuando volvió a hablar. 
– ¿Qué es lo que te da tanto miedo? 
Me estremecí ligeramente. 
–Sobre todo…
– ¿Sobre todo…? –apuntó. 
No sabía por qué, pero no quería decirle nada sobre el niño de mis 
pesadillas. Había algo… privado acerca de aquel horror en 
particular. Así que, en vez de darle una descripción completa, le 
di sólo uno de los elementos. 
–Los Vulturi –susurré. 
Me estrechó con más fuerza. 
–No nos van a molestar nunca más. Vas a ser inmortal muy 
pronto, así que no tendrán razones para ello. 
Dejé que me reconfortara, sintiéndome un poco culpable de que lo 
hubiera malinterpretado. Las pesadillas no eran así exactamente. 
No era que tuviese miedo por mí, tenía miedo por el niño. 
No era el mismo niño del primer sueño, aquel niño vampiro con 
los ojos de un rojo sangre que se sentaba sobre una pila de 
cadáveres de mis seres queridos. Éste niño con el que había 
soñado cuatro veces durante la semana pasada, era 
definitivamente humano. 
Sus mejillas estaban sonrojadas, y sus enormes ojos eran de un 
suave color verde. 
Pero tal y como hacía el otro niño, se estremecía de miedo y 
desesperación mientras los Vulturi se acercaban a nosostros. 
En este sueño, que era nuevo y viejo a la vez, yo simplemente 
tenía que proteger a ese niño. No había otra opción, y al mismo 
tiempo, sabía que no lo conseguiría. 
Vio la desolación pintada en mi cara. 
– ¿Qué puedo hacer para ayudar? 
Negué con la cabeza. –Son sólo sueños, Edward. 
– ¿Quieres que cante para ti? Cantaré toda la noche si eso sirve 
para mantener los malos sueños lejos. 
–No todos son malos. Algunos son bonitos… Muy… coloridos. 
Bajo el agua, con los peces y los corales. Parece que está 
sucediendo de verdad, como si no estuviera soñando. Puede que 
la isla sea el problema. Todo es demasiado brillante aquí. 
– ¿Quieres volver a casa? 
–No, no. Todavía no. ¿No podemos quedarnos un poco más? 
–Podemos quedarnos tanto tiempo como quieras, Bella –me 
prometió. 
– ¿Cuándo empieza el semestre? No presté demasiada atención. 
Suspiró. Puede que empezara a canturrear de nuevo, pero, antes 
de que pudiera estar segura, ya estaba ida. 
Más tarde, cuando desperté en la oscuridad, fue con un susto. 
El sueño había sido muy real… vívido, sensorial…
Grité, desorientada en la habitación oscura. Sólo un segundo 
antes, parecía que estaba bajo la brillante luz del sol. 
– ¿Bella? –susurró Edward, con su brazos alrededor mío, 
sacudiéndome suavemente. – ¿Estás bien, cariño? 
Emití un grito ahogado, de nuevo. Sólo un sueño. No era real. 
Para mi completo asombro, las lágrimas caían de mis ojos sin 
previo aviso, resbalando por mi cara. 
– ¡Bella! –dijo en voz alta, ahora alarmado. – ¿Qué pasa? 
Limpió con sus dedos fríos y frenéticos las lágrimas que me 
resbalaban por las mejillas, pero otras las sustituyeron. 
–Sólo era un sueño. 
No pude contener el sollozo que rompió mi voz. Las insensibles 
lágrimas eran molestas, pero no pude controlar la asombrosa pena 
que me oprimía. Quería desesperadamente que el sueño fuese
real. 
–Todo está bien, amor, estás a salvo. Estoy aquí –me acunó 
adelante y atrás, demasiado rápido para que consiguiera calmarme 
– ¿Has tenido otra pesadilla? No era real, no era real. 
–No era una pesadilla –sacudí la cabeza frotándome los ojos con 
el dorso de la mano –Era un buen sueño –mi voz se quebró de 
nuevo. 
–Entonces ¿por qué lloras? –preguntó, desconcertado. 
–Porque he despertado. –gemí, rodeando su cuello con mis 
brazos, y sollozando contra su garganta. 
Se rió de mi lógica, pero el sonido fue tenso por la preocupación. 
–No pasa nada, Bella. Respira hondo. 
–Era muy real. –lloré – Quiero que sea real. 
–Cuéntamelo –me urgió –Tal vez eso ayude. 
–Estábamos en la playa… –me aparté, para mirar con los ojos 
llenos de lágrimas su ansiosa cara de ángel, borrosa en la 
oscuridad. 
Le miré melancólicamente, hasta que la irracional pena empezó a 
desvanecerse. 
– ¿Y...? –me apremió. 
Pestañeé para que las lágrimas salieran de mis ojos llorosos. 
–Oh, Edward…
–Cuéntame, Bella…–suplicó, con ojos preocupados por el dolor 
que sonada en mi voz. 
Pero no pude. En vez de eso, rodeé de nuevo su cuello con mis 
brazos y mi boca se poso febrilmente sobre la suya.
No era deseo, era necesidad, tanta que dolía. 
Su respuesta fue instantánea, pero pronto fue seguida por su 
rechazo. 
Forcejeó conmigo tan delicadamente como pudo, sorprendido, 
apartándome mientras me sujetaba por los hombros. 
–No, Bella –insistió, mirándome preocupado, como si pensara
que yo había perdido la razón. 
Dejé caer los brazos, derrotada, las extrañas lágrimas cayendo de 
nuevo en torrente por mi cara, con un sollozo creciendo más y 
más en mi garganta. 
Él tenía razón, debía estar loca. 
Me miró, con ojos confundidos y llenos de angustia.
–Lo s-s-s-siento… –farfullé. 
Me acercó a él de nuevo, abrazándome estrechamente contra su 
pecho de mármol. 
–No puedo Bella, no puedo –dijo con un agónico gemido. 
–Por favor…–dije, mi ruego sonó apagado contra su piel –Por 
favor, Edward. 
No podría decir si las lágrimas que hacían temblar mi voz le 
conmovieron, si fue que no estaba preparado para manejar mi 
repentino ataque, o si su necesidad era tan insoportable como la 
mía en aquel momento. 
Pero cualquiera que fuera la razón, el caso es que acercó sus 
labios a los míos, rindiéndose con un gruñido. 
Retomamos las cosas justo donde se habían quedado en mi sueño. 
Me quedé muy quieta cuando desperté a la mañana siguiente, 
intentando mantener el ritmo de mi respiración. Tenía miedo de 
abrir los ojos. 
Estaba acostada a través del pecho de Edward, pero el estaba muy 
quieto y sus brazos no me rodeaban. Eso era mala señal. Tenía 
miedo de reconocer que estaba despierta y enfrentarme a su ira, 
estuviese a quien estuviese dirigida aquel día. 
Con cuidado, eché un vistazo a través de mis pestañas. Estaba 
mirando hacia arriba, al oscuro techo, con los brazos detrás de la 
cabeza. Me incorporé sobre mi hombro para poder verle la cara 
mejor. Su expresión era suave, sin emociones. 
– ¿Estoy metida en un lío? –pregunté con una suave vocecilla. 
–En uno bien grande. –dijo, pero volvió la cabeza y me dedicó 
una sonrisita de suficiencia. 
Suspiré con alivio. –Lo siento…–dije –no pretendía… Bueno, no 
se exactamente que me pasó anoche –sacudí la cabeza al recordar 
esas lágrimas irracionales, el aplastante dolor. 
–No llegaste a contarme de que iba tu sueño. 
–Supongo que no… pero más o menos te mostré de que iba. –dije 
con una risita nerviosa. 
–Oh –dijo. Sus ojos se ensancharon y luego los entrecerró –
Interesante…
–Era un sueño muy bueno –murmuré. Como no hizo ningún 
comentario, pasados unos segundos pregunté – ¿Estoy
perdonada? 
–Me lo estoy pensando. 
Me senté, dispuesta a examinar mi cuerpo, aunque de todas 
formas no parecía haber plumas a mi alrededor. Pero cuando me 
moví, una extraña sacudida de vértigo me recorrió. Me tambaleé y 
caí de espaldas sobre las almohadas. 
–Whoa… un mareo. 
Sus brazos me rodearon entonces. 
–Has dormido mucho, doce horas. 
– ¿Doce? –que raro. 
Me eché una ojeada a mi misma mientras hablaba, intentando no 
llamar la atención. 
Parecía estar bien. Los moratones de mis brazos seguían siendo 
los de la semana pasada, casi amarillos. Me estiré, haciendo un 
experimento, y también me sentía bien. Bueno, más que bien, la 
verdad. 
– ¿Está todo lo del inventario? 
Asentí tímidamente. –Parece que todas las almohadas han 
sobrevivido. 
–Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo de tu… ehm… 
camisón. –inclinó la cabeza hacia los pies de la cama, donde 
trozos de encaje negro estaban esparcidos sobre las sábanas de 
seda. 
–Vaya… ese me gustaba –dije. 
–A mi también. 
– ¿Hay más bajas? –pregunté tímidamente. 
–Voy a tener que comprarle a Esme una cama nueva –confesó, 
mirando por encima del hombro. Seguí su mirada y me sorprendí 
al ver que grandes trozos de madera parecían haber sido 
arrancados de la parte izquierda del cabecero. 
–Hmm – fruncí el ceño –Cualquiera pensaría que yo tendría que 
haber oído eso. 
–Parece ser que no eres nada observadora cuando tu atención está 
puesta en otras cosas. 
–Estaba un poco absorta –admití, sonrojándome. 
Tocó mi ardiente mejilla y suspiró. 
–Voy a echar de menos esto, mucho. 
Le miré a la cara, buscando signos de de la ira o el remordimiento 
que tanto temía. 
A su vez, él me miró, con apariencia tranquila pero ilegible. 
– ¿Qué tal estás? 
Se rió. 
– ¿Qué? –pregunté. 
–Pareces sentirte culpable, como si hubieses cometido un crimen. 
–Me siento culpable. 
–Sedujiste a tu demasiado dispuesto marido. No es un pecado 
capital. 
Parecía estar bromeando. Mis mejillas se pusieron aún más rojas. 
–La palabra seducción implica cierta cantidad de premeditación. 
–Puede que esa no fuera la palabra apropiada –concedió. 
– ¿No estás enfadado? 
Sonrió apesadumbrado 
–No estoy enfadado. 
– ¿Por qué? 
–Bueno… –hizo una pausa –No te he hecho daño, al menos. Esta 
vez fue más fácil controlarme, canalizar mis excesos –sus ojos 
volaron hacia el destrozado cabecero –Tal vez porque tenía una 
ligera idea de que esperar. 
Una sonrisa llena de esperanza se extendió por mi cara. 
–Te dije que era cuestión de práctica. 
Puso los ojos en blanco. Mi estómago rugió y el se rió. 
– ¿Hora de desayunar para los humanos? –preguntó. 
–Por favor –dije, saltando de la cama. Pero me moví demasiado 
rápido y me tambaleé como una borracha para recuperar el 
equilibrio. Me sujetó antes de que estampase contra la cómoda. 
– ¿Estás bien? 
–Si en mi próxima vida no tengo mejor sentido del equilibrio, 
pediré un reembolso. 
Esa mañana cociné yo. Freí unos huevos, demasiado hambrienta 
para preparar cualquier cosa más elaborada. Impaciente, los puse 
en el plato solo unos minutos después. 
– ¿Desde cuando comes huevos con la yema casi cruda? 
–Desde ahora. 
– ¿Sabes cuantos huevos has comido sólo durante la semana 
pasada? –cogió el cubo de la basura de debajo del fregadero. 
Estaba lleno de hueveras de cartón azul. 
–Que raro –dijo después de tragar un bocado que quemaba –Este 
sitio está cambiando mi apetito –y mis sueños, y mi ya dudoso 
sentido del equilibrio –Pero me gusta estar aquí. Aunque 
tendremos que irnos pronto, ¿no?, para llegar a Dartmouth a 
tiempo. Wow, si hasta tenemos que encontrar un sitio para vivir y 
todo…
Se sentó a mi lado. 
–Puedes dejar ya de fingir acerca de la universidad, ahora que ya 
conseguiste lo que querías. Y no habíamos llegado a ningún 
acuerdo, así que no hay nada que te ate. 
Resoplé. 
–No estaba fingiendo, Edward. No me paso el día tramando 
cosas, como alguien que conozco. ¿Qué podemos hacer para 
agotar hoy a Bella? –dije, en una pobre imitación de su voz. Se 
rió, sin sentirse avergonzado –De verdad que quiero un poco más 
de tiempo como humana –me incliné para acariciar su pecho 
desnudo. –Aún no he tenido suficiente. 
Me dirigió una mirada dubitativa. 
– ¿De esto? –pregunto, cogiendo mi mano y moviéndola hacia su 
bajo vientre. – ¿El sexo ha sido la clave todo este tiempo? –Puso 
los ojos en blanco – ¿Por qué no pensé en ello antes? –dijo 
sarcásticamente –Me hubiese ahorrado unas cuantas discusiones. 
–Si, probablemente –reí. 
–Eres demasiado humana –dijo otra vez. 
–Lo sé. 
El principio de una sonrisa tiró de las comisuras de sus labios 
hacia arriba. 
–Así que... ¿vamos a ir a Dartmouth? ¿En serio? 
–Probablemente me echaran después del primer trimestre. 
–Seré tu tutor – su sonrisa era evidente ahora –Te va a encantar la 
universidad. 
– ¿Crees que podremos encontrar un apartamento a estas alturas? 
Hizo una mueca de culpabilidad. 
–Bueno… la verdad es que… ya tenemos una casa allí. Sólo por 
si acaso, ya sabes. 
– ¿Has comprado una casa? 
– Las propiedades inmobiliarias son buenas inversiones. 
Levanté una ceja y lo dejé pasar 
–Así que estamos listos para ir. 
–Tendré que preguntar si podemos quedarnos tu coche “antes de” 
durante un tiempo más. 
–Si, que el cielo no permita que no me encuentre protegida contra 
tanques. 
Sonrió burlonamente. 
– ¿Cuánto tiempo nos podemos quedar? –pregunté. 
–Vamos bien de tiempo. Unas semanas más, si quieres. Y así 
podríamos visitar a Charlie antes de irnos a New Hampshire. 
Podríamos pasar las navidades con Renee…
Sus palabras pintaron un futuro inmediato de lo más feliz. Un 
futuro libre de dolor para todos los involucrados. El “cajón” de 
Jacob, de todo menos olvidado, resonó, y retoqué el pensamiento. 
Casi para todos los involucrados. 
No se estaba poniendo nada fácil. Ahora que había descubierto 
exactamente lo bueno que podía llegar a ser humana, era tentador 
dejar que mis planes fueran a la deriva. 
Dieciocho o diecinueve, diecinueve o veinte. ¿De verdad 
importaba tanto? Y ser humana junto a Edward… La decisión se 
tornaba cada vez más delicada. 
–Unas semanas más –acordé. Y después, porque el tiempo nunca 
parecía suficiente, añadí –Y estaba pensando… ¿te acuerdas de lo 
que decía sobre la práctica? 
Edward rió. 
– ¿Puedes esperar un momento? Oigo un barco, los de la limpieza 
deben estar aquí. 
Quería que esperase un momento. ¿Significaba eso que no me iba 
a dar más problemas sobre las “prácticas”? Sonreí. 
–Deja que le explique a Gustavo el desastre de la habitación 
blanca, y después podemos salir. Hay un lugar en la jungla, en el 
sur... 
–No quiero salir. Hoy no pienso caminar por toda la isla. Quiero 
quedarme aquí y ver una película. 
Apretó los labios, tratando de no reírse de mi tono contrariado. 
–Vale, como prefieras. ¿Por qué no eliges una mientras voy a 
abrir la puerta? 
–No he oído a nadie picar. 
Movió la cabeza a un lado, escuchando atentamente, y, medio 
segundo más tarde, un tímido repiqueteo sonó en la puerta. Sonrió 
burlonamente y se dirigió al pasillo. 
Recorrí con la mirada la estantería que había bajo la televisión, 
mirando los títulos. No era fácil decidir por dónde empezar, 
tenían más DVDs que en un videoclub. 
Puede oír la grave y aterciopelada voz de Edward mientras se 
acercaba por el pasillo, conversando fluidamente en lo que pensé 
debía ser un perfecto portugués. Otra voz, más áspera, respondía 
en la misma lengua. 
Edward los acompaños a la habitación, apuntados hacia la cocina 
de camino allí. Los dos brasileños parecían increíblemente bajos y 
morenos a su lado. Uno de ellos era un hombre grueso, y la otra 
una mujer delgada, ambos con las caras surcadas de arrugas. 
Edward me señaló con una sonrisa llena de orgullo, y oí mi 
nombre mezclado entre una ráfaga de palabras raras.
Me ruboricé un poco al pensar en el desastre que pronto iban a 
encontrar en la habitación blanca. El hombre me sonrió 
educadamente. 
Pero la menuda mujer de piel color café no sonrió. Me miró con 
una mezcla de horror, preocupación, y sobre todo, miedo. Antes 
de que yo pudiera reaccionar, Edward le hizo un gesto para que le 
siguieran hacia el “gallinero”, y se fueron. 
Cuando volvió estaba solo. Caminó rápidamente hacia mí y me 
envolvió con sus brazos. 
– ¿Qué pasa con ella? –susurré con urgencia, recordando su 
expresión de pánico. 
Edward se encogió de hombros, no parecía preocupado. 
–Kaure es mitad india, de la tribu Takuma. Fue educada para ser 
supersticiosa, o también se podría decir para que fuera más cauta, 
al menos más que aquellos que viven en el mundo moderno. 
Sospecha lo que soy, o casi –todavía no sonaba preocupado –
Aquí tienen sus propias leyendas. El Libishomen, un demonio que 
bebe sangre, y se alimenta en exclusiva de mujeres hermosas. 
Me lanzó una mirada lasciva. 
¿Sólo de mujeres hermosas? Bueno, eso era halagador. 
–Parecía aterrorizada –dije. 
–Y lo está. Pero principalmente está preocupada por ti. 
– ¿Por mí? 
–Tiene miedo por que te tengo aquí conmigo, a solas –Ahogó una 
risita, y clavó la mirada e la estantería –Bueno, ¿Por qué no
escoges algo para ver? Eso es algo humano y aceptable. 
–Si, estoy segura de que una película la convencerá de que eres 
humano –reí, y me puse de puntillas para rodearle el cuello con 
los brazos. 
Él se agachó para que pudiera besarle, y después sus brazos se 
apretaron alrededor de mí, levantándome del suelo para no estar 
doblado. 
–Película, pfelicula –murmuré, mientras sus labios se desplazaban 
hacia mi garganta y yo enterraba los dedos en su cabello 
broncíneo. 
Entonces oí un grito ahogado, y el me soltó de repente. 
Kaure estaba congelada en el pasillo, con los cabellos negros 
llenos de plumas, más plumas dentro de una bolsa que sujetaba 
entre los brazos, y una expresión de terror en su cara.  
Me miró fijamente, con los ojos desorbitados. Yo me sonrojé y 
miré al suelo. 
Entonces, recuperó la compostura y murmuró algo que, incluso en 
otro idioma, era claramente una disculpa. Edward sonrió y 
contestó en tono amistoso. Apartó los ojos de nosotros y siguió 
caminando por el pasillo. 
– ¿Estaba pensando lo que pienso que estaba pensando? 
Se rió de mi enrevesada frase. 
–Si. 
–Esta –dije, estirándome para coger una película al azar –Ponla, y 
podemos fingir que la estamos viendo. 
Era un viejo musical lleno de caras sonrientes y vestidos 
vaporosos. 
–Muy “luna de miel” –aprobó Edward. 
Mientras los actores bailaban en la pantalla una alegre canción 
introductoria, yo me repantigué en el sofá, acurrucándome entre 
los brazos de Edward. 
– ¿Vamos a volver a la habitación blanca? –pregunté
distraídamente. 
–No sé… Ya he destrozado el cabecero de la otra cama, sin 
posibilidad de reparación alguna. Puede que, si limitamos la 
destrucción a una sola zona de la casa, Esme vuelva a invitarnos 
algún día. 
Sonreí abiertamente. 
– ¿Así que va a haber más destrucción? 
Se rió de mi cara. 
–Creo que sería más seguro si es algo premeditado, en vez de 
esperar a que me ataques otra vez. 
–Eso es sólo una cuestión de tiempo –admití, pero ya sentía el 
pulso desatado en las venas. 
– ¿Tienes algún problema de corazón? 
–Nop. Estoy sana como un caballo –hice una pausa – ¿Querías ir 
a hacer un reconocimiento de la zona de demolición ahora? 
–Sería más educado esperar a estar solos. Puede que tú no te 
enteres cuando rompo los muebles, pero a ellos probablemente les 
daría un buen susto. 
De verdad, yo ya había olvidado la presencia de gente en la otra 
habitación. 
–Es verdad. Mierda. 
Gustavo y Kaure se movían silenciosamente por la casa, mientras 
yo esperaba impacientemente a que terminaran, intentando prestar 
atención al “felices para siempre” que se desarrollaba en la 
pantalla. 
Me estaba quedando dormida (a pesar de que Edward dijo que 
había dormido gran parte del día) cuando una voz áspera me 
sobresaltó. 
Edward se incorporó, manteniéndome acurrucada contra él, y 
contestó a Gustavo en fluido portugués. Gustavo asintió, y 
camino silenciosamente hacia la puerta. 
–Ya han terminado. 
–O sea, qué ¿ahora estamos solos? 
– ¿Qué tal si comes primero? –sugirió. 
Me mordí el labio, dividida por el dilema. Tenía mucha hambre. 
Con una sonrisa, tomó mi mano y me llevó hasta la cocina. 
Conocía las expresiones de mi cara tan bien, que no importaba 
que no pudiese leer mi mente. 
–Esto se me está yendo de las manos –me quejé, cuando por fin 
me sentí llena. 
– ¿Quieres ir esta tarde a nadar con los delfines? ¿Para quemar las 
calorías? –preguntó. 
–Tal vez más tarde. Tengo otra idea para quemar calorías. 
– ¿Si? ¿Y que es? 
–Bueno… todavía queda un gran trozo de cabecero en la cama…
No pude terminar. Ya me había cogido entre sus brazos, y sus 
labios silenciaron los míos mientras me llevaba a la habitación 
azul con inhumana velocidad.




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