viernes, 16 de marzo de 2012

Luna Nueva ☾ Capítulo 14: La Familia


Me acurruqué junto a Jacob y escudriñé la espesura en busca de los demás 
hombres lobo. Cuando aparecieron entre los árboles no eran como había esperado. 
Tenía la imagen de los lobos grabada en mi cabeza. Éstos eran tan sólo cuatro chicos 
medio desnudos y realmente grandes. 
De nuevo, me recordaron a hermanos cuatrillizos. Debió de ser la forma en que 
se movieron —casi sincronizados— para interponerse en nuestro camino, o el hecho 
de que todos tuvieran los mismos músculos grandes y redondeados bajo la misma 
piel entre rojiza y marrón, el mismo cabello negro cortado al rape, y también la forma 
en que sus rostros cambiaban de expresión en el mismo instante. 
Salieron del bosque con curiosidad y también con cautela. Al verme allí, medio 
escondida detrás de Jacob, los cuatro se enfurecieron a la vez. 
Sam seguía siendo el más grande, aunque Jacob estaba cerca ya de alcanzarle. 
Realmente Sam no contaba como un chico. Su rostro parecía el de una persona 
mayor; no porque tuviera arrugas o señales de la edad, sino por la madurez y la 
serenidad de su expresión. 
—¿Qué has hecho, Jacob? —preguntó. 
Uno de los otros, a quien no reconocí —Jared o Paul—, habló antes de que Jacob 
tuviera tiempo de defenderse. 
—¿Por qué no te limitas a seguir las normas, Jacob? —gritó, agitando los 
brazos—. ¿En qué demonios estás pensando? ¿Te parece que ella es más importante 
que todo lo demás, que toda la tribu? ¿Más importante que la gente a la que están 
matando? 
—Ella puede ayudarnos —repuso Jacob sin alterarse. 
—¡Ayudarnos! —exclamó el chico, furioso. Los brazos le empezaron a 
temblar—. ¡Claro, es lo más probable! Seguro que esta amiga de las sanguijuelas se 
muere por ayudarnos. 
—¡No hables así de ella! —respondió Jacob, escocido por las críticas. 
Un escalofrío recorrió los hombros y la espina dorsal del otro muchacho. 
—¡Paul, relájate! —le ordenó Sam. 
Paul sacudió la cabeza de un lado a otro, no en señal de desafío, sino como si 
tratara de concentrarse. 
—Demonios, Paul —murmuró uno de los otros, probablemente Jared—. 
Contrólate. 
Paul giró la cabeza hacia Jared, enseñando los dientes en  señal de irritación. 
Después volvió su mirada colérica hacia mí. Jacob dio un  paso adelante para 
cubrirme con su cuerpo. 
Fue la gota que colmó el vaso. 
—¡Muy bien, protégela! —rugió Paul, furioso. Otro temblor, más bien una 
convulsión, recorrió su cuerpo. Paul echó el cuello hacia atrás y un auténtico aullido 
brotó de entre sus dientes. 
—¡Paul! —gritaron al unísono Sam y Jacob. 
Paul empezó a vibrar con violencia y cayó hacia delante. Antes de llegar al 
suelo se oyó un fuerte sonido de desgarro y el chico explotó. 
Una piel peluda, de color plateado oscuro, brotó de su interior y se hinchó hasta 
adoptar una forma que superaba en más de cinco veces su tamaño anterior; una 
figura enorme, acurrucada y presta para saltar. 
El lobo arrugó el hocico descubriendo los dientes,  y otro gruñido hizo 
estremecer su colosal pecho. Sus ojos oscuros y rabiosos se clavaron en mí. 
En ese mismo segundo, Jacob atravesó corriendo la carretera, directo hacia el 
monstruo. 
—¡Jacob! —grité. 
A media zancada, un fuerte temblor sacudió la columna vertebral de Jacob, que 
saltó de cabeza hacia delante. 
Con otro penetrante sonido de desgarro, Jacob estalló a  su vez. Al hacerlo se 
desprendió de su piel, y jirones de tela blanca y negra volaron por los aires. Todo 
ocurrió tan rápido que, si hubiese parpadeado, me habría perdido la transformación. 
Un segundo antes, Jacob saltaba de cabeza, y un segundo  después se había 
convertido en un gigantesco lobo de color pardo rojizo —tan descomunal que yo no 
podía comprender cómo aquella ingente masa había encajado dentro del cuerpo de 
mi amigo—, que embestía contra la bestia plateada. 
Jacob chocó de cabeza contra el otro hombre lobo. Sus furiosos rugidos 
resonaron como truenos entre los árboles. 
Los harapos blancos y negros —restos de la ropa de Jacob— cayeron flotando 
hasta el suelo en el mismo lugar donde él había desaparecido. 
—¡Jacob! —grité de nuevo, mientras trataba de acercarme a él. 
—Quédate donde estás, Bella —me ordenó Sam. 
Era difícil oírle por encima de los bramidos de ambos lobos, que se mordían y 
arañaban buscando la garganta del rival con sus afilados dientes. Jacob parecía ir 
ganando: era apreciablemente más grande, y también parecía mucho más fuerte. 
Se servía del hombro para embestir contra el lobo gris  una y otra vez, 
obligándolo a retroceder hacia los árboles. 
—¡Llevadla a casa de Emily! —ordenó Sam a los otros chicos, que se habían 
quedado absortos contemplando la pelea. 
Jacob había conseguido sacar al lobo gris del camino a fuerza de empujones, y 
ahora ambos habían desaparecido en la espesura, aunque sus rugidos se oían aún 
con fuerza. Sam corrió tras ellos, quitándose los zapatos sobre la marcha. Cuando se 
lanzó entre los árboles estaba temblando de pies a cabeza. 
Los gruñidos y ruidos de ramas tronchadas empezaban a perderse a lo lejos. De 
repente, el sonido se interrumpió y en la carretera volvió a reinar el silencio. 
Uno de los chicos empezó a reírse. 
Me di la vuelta para mirarle fijamente; mis ojos estaban abiertos de par en par y 
paralizados, incapaces siquiera de parpadear. 
Al parecer, el chico se estaba riendo de mi expresión. 
—Bueno, esto es algo que no ves todos los días —dijo con una risita disimulada. 
Su cara me resultaba vagamente familiar. Era más delgado que los otros... Sí, Embry 
Call. 
—Yo sí —gruñó Jared, el otro chico—. A diario. 
—Qué va. Paul no pierde los estribos todos los días —repuso Embry, sin dejar 
de sonreír—. Como mucho, dos de cada tres. 
Jared se agachó para recoger algo blanco del suelo y lo sostuvo en alto para 
enseñárselo a Embry. Lo que fuera, colgaba de su mano en flácidas tiras. 
—Está hecha polvo —dijo Jared—. Billy dijo que era el último par que podía 
comprarle. Supongo que Jacob tendrá que ir descalzo a partir de ahora. 
—Ésta ha sobrevivido —dijo Embry, recogiendo una deportiva blanca—. Al 
menos, Jake podrá ir a la pata coja —añadió con una carcajada. 
Jared se dedicó a recolectar harapos del suelo. 
—Ten los zapatos de Sam. Todo lo demás está para tirarlo a la basura. 
Embry tomó los zapatos y después corrió hacia los árboles entre los que había 
desaparecido Sam. Volvió pocos segundos después, con unos vaqueros cortados al 
hombro. Jared recogió los jirones de las ropas de Jacob y Paul e hizo una bola con 
ellos. De pronto, pareció acordarse de mi presencia. 
Me miró con detenimiento, como si me estuviera evaluando. 
—Eh, no irás a desmayarte o vomitar, o algo de eso... —me espetó. 
—Creo que no —respondí después de tragar saliva.  
—No tienes buen aspecto. Es mejor que te sientes.  
—Vale —murmuré. Por segunda vez en la misma mañana, metí la cabeza entre 
las rodillas. 
—Jake debería habernos avisado —se quejó Embry. 
—No tendría que haber metido a su chica en esto. ¿Qué esperaba? 
—Bueno, se ha descubierto el pastel —Embry suspiró—. Enhorabuena, Jake. 
Levanté la cabeza y me quedé mirando a ambos chicos, que al parecer se lo 
estaban tomando todo muy a la ligera. 
—¿Es que no os preocupa lo que les pueda pasar? —les pregunté. 
Embry parpadeó, sorprendido. 
—¿Preocuparnos? ¿Por qué? 
—¡Pueden hacerse daño! 
Embry y Jared se troncharon de risa.  
—Ojalá Paul le dé un buen mordisco —dijo Jared—. Eso le enseñará una 
lección. 
Yo empalidecí. 
—¡Lo llevas claro! —repuso Embry—. ¿Has visto a Jake? Ni siquiera Sam puede 
entrar en fase de esa forma, en pleno salto. Al ver que Paul perdía el control, ¿cuánto  
ha tardado en atacarle, medio segundo? Ese tío tiene un don. 
—Paul lleva luchando más tiempo. Te apuesto diez pavos a que le deja una 
marca. 
—Trato hecho. Jake es un superdotado. Paul no tiene absolutamente nada que 
hacer. 
Se estrecharon la mano con una sonrisa. 
Intenté tranquilizarme al ver que no estaban preocupados, pero no podía 
quitarme de la cabeza las imágenes brutales de los dos licántropos a la greña. Tenía el 
estómago revuelto, vacío y con acidez, y la inquietud me había provocado dolor de 
cabeza. 
—Vamos a ver a Emily. Seguro que tiene comida preparada —Embry bajó la 
mirada hacia mí—. ¿Te importa llevarnos? 
—No hay problema —dije, medio atragantada. 
Jared enarcó una ceja. 
—Creo que es mejor que conduzcas tú, Embry. Aún tiene pinta de ir a devolver 
de un momento a otro. 
—Buena idea. ¿Dónde están las llaves? —me preguntó Embry. 
—Puestas en el contacto. 
Embry abrió la puerta del acompañante. 
—Pasa —me dijo en tono alegre, levantándome del suelo con una mano y 
poniéndome sobre el asiento. Después estudió el sitio disponible—. Tendrás que ir 
detrás —le dijo a Jared. 
—Mejor. No tengo mucho estómago. Cuando eche la pota prefiero no verlo. 
—Apuesto a que es más dura que eso. Al fin y al cabo, anda con vampiros. 
—¿Cinco pavos? —propuso Jared. 
—Hecho. Me siento culpable por quitarte así tu dinero. 
Embry entró y puso en marcha el motor mientras Jared se encaramaba de un 
salto a la parte de atrás. En cuanto cerró su puerta, Embry me dijo en voz baja: 
—Procura no vomitar, ¿vale? Sólo tengo un billete de diez y si Paul ha 
conseguido clavarle los dientes a Jacob... 
—Vale—musité.  
Embry nos llevó de vuelta al pueblo.  
—Oye, ¿cómo ha conseguido Jake burlar el requerimiento? 
—El... ¿qué? 
—La orden. Ya sabes, lo de no irse de la lengua. ¿Cómo es que te ha hablado de 
esto? 
—Ah, ya—dije, recordando cómo la noche anterior Jake casi se atraganta al 
intentar decirme la verdad—. No lo ha hecho. Yo lo he adivinado. 
Embry se mordisqueó los labios, con gesto de sorpresa. 
—Mmm. Supongo que es posible. 
—¿Adónde vamos? —pregunté. 
—A casa de Emily. Es la chica de Sam. Bueno, creo que ahora es su prometida. 
Se reunirán allí con nosotros cuando Sam termine de regañarles por lo que acaba de 
pasar y cuando Paul y Jake se agencien ropa nueva, si es que a Paul le queda algo. 
—¿Sabe Emily que...? 
—Sí. Ah, y no te quedes mirándola. A Sam no le hace gracia. 
Fruncí el ceño. 
—¿Por qué iba a quedarme mirándola? 
Embry parecía incómodo. 
—Como acabas de ver, andar con hombres lobo tiene sus riesgos —se apresuró 
a cambiar de tema—. Oye, ¿estás bien después de lo que pasó en el prado con esa 
sanguijuela de pelo negro? No parecía amigo tuyo, pero... — Embry se encogió de 
hombros. 
—No, no era mi amigo. 
—Eso está bien. No queríamos empezar de nuevo. Me refiero a romper el 
tratado, ya sabes. 
—Ah, sí. Jake me habló de ese pacto hace mucho. ¿Por qué matar a Laurent 
significa romperlo? 
—Laurent —resopló Embry, como si le hiciera gracia que el vampiro tuviese 
nombre—. Bueno, técnicamente estábamos en terreno de los Cullen. No se nos 
permite atacar a ningún Cullen fuera de nuestro territorio... a no ser que sean ellos 
quienes rompan primero el tratado. No sabemos si ese tío del pelo negro era pariente 
de ellos, o algo así. Por lo visto, tú le conocías. 
—¿Y cómo pueden romper ellos el tratado? 
—Mordiendo a un humano, pero Jake no estaba dispuesto a dejar que la cosa 
llegara tan lejos. 
—Ah, ya veo. Gracias. Me alegro de que no esperaseis tanto. 
—Fue un placer —contestó él, y por su tono parecía hablar en sentido literal. 
Embry siguió por la autovía hasta dejar atrás la casa que estaba más al este, y 
después tomó un estrecho sendero de tierra. 
—Esta tartana es un poco lenta —me soltó. 
—Lo siento. 
Al final del sendero había una diminuta casa —que en tiempos había sido 
gris— con una única ventana estrecha junto a la puerta, pintada de un azul 
descolorido; pero la jardinera que había bajo ella estaba llena de caléndulas amarillas 
y naranjas que brindaban al lugar un aspecto muy alegre. 
Embry abrió la puerta del monovolumen y olfateó el aire. 
—Qué bien, Emily está cocinando. 
Jared saltó de la parte trasera del vehículo y se dirigió hacia la puerta, pero 
Embry le puso una mano en el pecho y le detuvo. Mirándome con un gesto 
significativo, carraspeó. 
—No llevo la cartera encima —se excusó Jared. 
—No importa. Me acordaré. 
Subieron el único escalón y entraron en la casa sin llamar. Los seguí con 
timidez. 
El salón era cocina en su mayor parte, como en el hogar de Jacob. Una mujer 
joven, de piel cobriza y lustrosa y cabello largo, liso y negro como azabache estaba 
tras la barra, junto al fregadero, sacando panecillos de un molde y colocándolos sobre 
una bandeja de papel. Durante un segundo, pensé que Embry me había dicho que no 
me quedara mirándola porque la chica era muy bonita. 
Después preguntó con voz melodiosa: «¿Tenéis hambre?», y se volvió hacia 
nosotros, con una sonrisa en media cara. 
La parte derecha de su rostro, desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla, 
estaba surcada por tres gruesas cicatrices de color cárdeno, aunque hacía mucho 
tiempo que debían de haberse curado. Una de ellas deformaba las comisuras de su 
ojo derecho, que era oscuro y de forma almendrada, mientras que otra retorcía el 
lado derecho de su boca en una mueca permanente. 
Agradeciendo la advertencia de Embry, me apresuré a desviar la mirada hacia 
los panecillos que tenía en las manos. Olían de maravilla, a arándano fresco. 
—Oh —dijo Emily, sorprendida—. ¿Quién es? 
Levanté los ojos, intentando enfocarlos en el lado izquierdo de su cara. 
—Bella Swan —dijo Jared, encogiéndose de hombros. Por lo visto, ya habían 
hablado antes de mí—. ¿Quién querías que fuera? 
—Deja que Jacob se encargue de solucionarlo —murmuró Emily, mirándome 
fijamente. Ninguna de las dos mitades de aquel rostro, que en tiempos fue bello, se 
mostraba amistosa—. Así que tú eres la chica vampiro. 
Me envaré. 
—Sí. ¿Y tú eres la chica lobo? 
Ella se rió, al igual que Embry y Jared. La parte izquierda de su rostro adoptó 
un gesto más cálido. 
—Supongo que sí —volviéndose hacia Jared, preguntó—: ¿Dónde está Sam? 
—Esto, digamos que Bella ha sacado de sus casillas a Paul. 
Emily puso en blanco el ojo bueno. 
—Ay, este Paul —suspiró—. ¿Crees que tardarán mucho? Estaba a punto de 
ponerme a cuajar los huevos. 
—No te preocupes —respondió Embry—. Aunque tarden, no  dejaremos que 
sobre nada. 
Emily se rió entre dientes y abrió el frigorífico. 
—No lo dudo —dijo—. ¿Tienes hambre, Bella? Vamos, cómete un panecillo. 
—Gracias. 
Tomé uno de la bandeja y empecé a mordisquear los bordos. Estaba delicioso, y 
a mi delicado estómago pareció sentarle bien. Embry tomó su tercer panecillo y se lo 
metió entero en la boca. 
—Deja alguno para tus hermanos —le regañó Emily, pegándole  en la cabeza 
con una cuchara de madera. La palabra me sorprendió, pero los demás no le dieron 
importancia. 
—Cerdo —comentó Jared. 
Me apoyé en la barra y observé cómo los tres se gastaban bromas, igual que si 
fueran de la misma familia. La cocina de Emily era un lugar acogedor y luminoso, 
con armarios blancos y el suelo de madera clara. Sobre la pequeña mesa redonda 
había un jarrón blanco y azul, de porcelana china envejecida, lleno de flores 
silvestres. Embry y Jared parecían estar a sus anchas en aquella casa. 
Emily estaba batiendo en un gran cuenco amarillo una cantidad exagerada de 
huevos, varias docenas. Cuando se remangó la camisa de color lavanda, pude ver 
que las cicatrices se prolongaban por todo el brazo hasta llegar a la mano derecha. 
Tal y como había dicho Embry, andar en compañía de licántropos tenía sus riesgos. 
La puerta principal se abrió y Sam entró en la casa. 
—Emily —saludó. 
Su voz estaba impregnada de tanto amor que me avergoncé y me sentí como 
una intrusa mientras veía a Sam cruzar la sala de una zancada y tomar el rostro de 
Emily entre sus grandes manos. Se inclinó, besó primero las oscuras cicatrices de su 
mejilla derecha y después la besó en los labios. 
—Eh, dejadlo ya —se quejó Jared—. Estoy comiendo. 
—Entonces cierra el pico y come —le sugirió Sam mientras volvía a besar la 
boca deformada de Emily. 
—¡Puaj! —gruñó Embry. 
Era peor que una película romántica: esto era real, un canto a la alegría, la vida 
y el amor verdadero. Dejé el panecillo y crucé los brazos sobre el vacío de mi pecho. 
Clavé la mirada en las llores en un intento de ignorar la paz absoluta del momento 
que ambos compartían y el terrible palpitar de mis heridas. 
Cuando Jacob y Paul entraron por la puerta agradecí la distracción, pero 
enseguida me quedé de piedra al verles llegar riéndose. Paul le propinó un puñetazo 
en el hombro a Jacob, al que éste respondió con un codazo en los riñones. Volvieron a 
reírse. Ambos parecían ilesos.  
La mirada de Jacob recorrió la sala y se detuvo cuando me vio apoyada en la 
encimera, al otro extremo de la cocina, azorada y fuera de lugar. 
—Hola, Bella —me saludó en tono alegre. Tomó dos panecillos al pasar junto a 
la mesa y se acercó a mí—. Siento lo de antes —añadió en voz  baja—. ¿Qué tal lo 
llevas? 
—No te preocupes, estoy bien. Estos panecillos están muy ricos —recogí el mío 
y empecé a mordisquearlo de nuevo. Ahora que Jacob estaba a mi lado, ya no sentía 
aquel terrible dolor en el pecho. 
—Pero tronco... —se quejó Jared, interrumpiéndonos. 
Levanté la mirada. Él y Embry estaban examinando el antebrazo de Paul, en el 
que se veía una línea rosada que ya empezaba a borrarse. Embry sonreía exultante. 
—Quince dólares —cacareó. 
—¿Se lo has hecho tú? —le pregunté en voz baja a Jacob, recordando la apuesta. 
—Apenas le he tocado. Estará como nuevo cuando se ponga el sol. 
—¿Cuando se ponga el sol? —me quedé mirando la cicatriz del brazo de Paul. 
Era extraño, pero parecía tener varias semanas. 
—Cosas de lobos —susurró Jacob. 
Asentí, intentando no parecer demasiado intranquila.  
—¿Y tú estás bien? —le pregunté en voz baja. 
—Ni un arañazo —respondió, con gesto engreído. 
—Eh, tíos —dijo Sam en voz alta, interrumpiendo todas las conversaciones del 
pequeño salón. Emily estaba junto a la hornilla, batiendo el revuelto de huevos en 
una enorme sartén, pero Sam, en un gesto inconsciente, tenía una mano puesta sobre 
sus riñones—. Jacob tiene información para nosotros. 
Paul no parecía sorprendido. Jacob ya se lo debía de haber explicado a él y a 
Sam. O... le habían leído el pensamiento.  
—Sé lo que quiere la pelirroja —dijo Jacob, dirigiéndose a Jared y Embry—. Es 
lo que estaba intentando deciros antes —añadió, dándole un puntapié a la pata de 
una silla que Paul acababa de traer al salón. 
—¿Y? —preguntó Jared. 
Jacob se puso serio.  
—Pretende vengar a su pareja... sólo que no se trataba de  la sanguijuela de 
cabello negro a la que hemos matado. Los Cullen se cargaron a su chico el año 
pasado, así que ahora ella va a por Bella. 
No era ninguna novedad para mí, pero aun así sentí un escalofrío.  
Jared, Embry y Emily me miraron boquiabiertos.  
—Es sólo una niña —protestó Emily. 
—No he dicho que tenga lógica, pero ésa es la razón por  la que los 
chupasangres han intentado burlarnos. El punto de mira de la pelirroja está fijo en 
Forks. 
Siguieron mirándome con la boca abierta durante un largo rato. Yo sacudí la 
cabeza. 
—Excelente —dijo Jared, por fin, y una sonrisa empezó a dibujarse en las 
comisuras de su boca—. Tenemos un cebo. 
Con asombrosa velocidad, Jacob agarró un abrelatas del mostrador y se lo tiró a 
Jared a la cabeza. La mano de Jared relampagueó en el aire, más rápido de lo que 
habría creído posible, y atrapó el abrelatas antes de que le golpeara en la cara. 
—Bella no es ningún cebo. 
—Ya sabes a qué me refiero —dijo Jared, impertérrito. 
—En tal caso, tenemos que cambiar nuestras pautas —dijo Sam, haciendo caso 
omiso de la discusión entre Jacob y Jared—. Vamos a tenderle unas cuantas trampas, 
a ver si cae en alguna. Habremos de actuar por separado, aunque no me hace gracia, 
pero no creo que intente aprovecharse de que estemos divididos si es verdad que 
viene a por Bella. 
—Quil debería estar con nosotros —murmuró Embry—. Así podríamos 
dividirnos en números pares. 
Todos agacharon la cabeza. Miré a Jacob a la cara; se le veía  descorazonado, 
como el día anterior por la tarde, junto a su casa. Aunque en aquella alegre cocina 
parecían contentos con su destino, ninguno de aquellos licántropos quería que su 
amigo lo compartiera. 
—Bueno, no podemos contar con ello —dijo Sam en voz baja y luego siguió  
hablando en tono normal—. Paul, Jared y Embry se encargarán del perímetro 
exterior, y Jacob y yo del interior. Podremos permitirnos el lujo de venirnos abajo 
cuando la hayamos atrapado. 
Me di cuenta de que a Emily no le hacía mucha gracia que Sam estuviera en el 
grupo más reducido. Su inquietud hizo que yo también mirase a Jacob con 
preocupación. 
Sam se dio cuenta. 
—Según Jacob, lo mejor es que pases todo el tiempo posible aquí, en La Push. 
Sólo por si acaso: así ella no podrá localizarte tan fácilmente. 
—¿Y qué pasa con Charlie? —pregunté. 
—El torneo de baloncesto todavía no ha terminado —dijo Jacob—. Creo que 
Billy y Harry se las arreglarán para retener a Charlie en  La Push cuando no esté 
trabajando. 
—Esperad —ordenó Sam al tiempo que levantaba la mano. Sus ojos buscaron 
un instante a Emily y después volvió a mirarme—. Aunque Jacob crea que esto es lo 
mejor, debes decidirlo tú misma y sopesar muy seriamente los riesgos de ambas 
opciones. Ya has visto esta mañana con qué facilidad la situación puede volverse 
peligrosa y qué deprisa se nos puede escapar de las manos. No puedo garantizar tu 
seguridad personal si eliges quedarte con nosotros. 
—Yo no le haré daño —murmuró Jacob, agachando la mirada. 
Sam actuó como si no le hubiera oído. 
—Si hay otro lugar en el que te sientas segura... 
Me mordí el labio. ¿Adónde podía ir sin poner en peligro a otras personas? Me 
sentía reacia a meter en esto a Renée y ponerla en el centro de la diana que me habían 
pintado encima. 
—No quiero atraer a Victoria a ningún otro lugar —susurré. 
Sam asintió. 
—Eso es cierto. Es mejor tenerla aquí, donde podemos acabar con esto de una 
vez por todas. 
Sentí un estremecimiento. No quería que Jacob ni ninguno de los demás 
intentara  acabar  con Victoria. Miré a Jacob a la cara; se le veía relajado, como si 
siguiera siendo el mismo Jacob al que recordaba antes de todo aquel asunto de los 
lobos, y totalmente indiferente a la idea de cazar vampiros. 
—Tendrás cuidado, ¿verdad? —le pregunté, con un nudo en  la garganta 
demasiado evidente. 
Los chicos prorrumpieron en sonoros aullidos de burla. Todos se rieron de mí... 
salvo Emily, que me miró a los ojos; de repente, descubrí la simetría que se ocultaba 
bajo su deformidad. Su cara seguía siendo bonita y estaba animada por una 
preocupación aún más intensa que la mía. Tuve que apartar la mirada antes de que el 
amor que se escondía bajo su preocupación me hiciera daño de nuevo. 
—La comida está lista —anunció, y la conversación sobre estrategias pasó a la 
historia. 
Los chicos se apresuraron a rodear la mesa, que a su lado parecía diminuta y en  
peligro de quedar reducida a astillas de un momento a otro. Devoraron en un tiempo 
récord la enorme sartén de huevos que Emily había puesto en el centro. Ella comió 
apoyada en la encimera, como yo, evitando el pandemónium de la mesa, mientras 
observaba a los chicos con gesto de cariño. Su expresión afirmaba a las claras que 
aquélla era su familia. 
No era exactamente lo que habría esperado de una manada de licántropos. 
Pasé el día en La Push, la mayor parte del tiempo en casa de Billy, que dejó un 
mensaje en la comisaría y en el contestador de Charlie. Papá apareció a la hora de 
cenar con dos pizzas. Por suerte trajo dos familiares, porque Jacob se zampó una él 
sólo. 
Charlie se pasó toda la noche mirándonos con gesto suspicaz, sobre todo a 
Jacob, que estaba muy cambiado. Cuando le preguntó por el pelo, él se encogió de 
hombros y le dijo que así estaba mucho más cómodo. 
Sabía que en cuanto Charlie y yo nos fuéramos a casa, Jacob se dedicaría a 
correr por los alrededores en forma de lobo como había hecho de manera 
intermitente a lo largo del día. Él y sus hermanos de raza mantenían una vigilancia 
constante y buscaban indicios del regreso de Victoria. Pero, puesto que la noche 
anterior la habían ahuyentado de las fuentes termales —según Jacob, la habían 
perseguido casi hasta Canadá—, ella no tenía más remedio que hacer otra incursión. 
No albergaba la menor esperanza de que Victoria se limitara a renunciar. Yo no 
tenía ese tipo de suerte. 
Jacob se acercó al monovolumen después de cenar y se quedó junto a la 
ventanilla, esperando a que Charlie se marchara primero con el coche patrulla. 
—No pases miedo esta noche —me dijo mientras Charlie fingía tener problemas 
con el cinturón de seguridad—. Estaremos ahí fuera, vigilando. 
—No me preocuparé, al menos por mí —le prometí. 
—No seas boba. Cazar vampiros es muy divertido. Es mejor parte de todo este 
lío. 
Yo sacudí la cabeza. 
—Si yo soy boba, entonces tú eres un perturbado peligroso. 
Jacob soltó una risita. 
—Descansa un poco. Se te ve agotada. 
—Lo intentaré. 
Charlie tocó el claxon, impaciente. 
—Hasta mañana —se despidió Jacob—. Ven en cuanto te levantes. 
—Lo haré. 
Charlie me siguió hasta casa en el coche patrulla. No presté demasiada atención 
a sus luces en mi retrovisor. En vez de eso, me pregunté dónde andarían 
merodeando Sam, Jared, Embry y Paul, y si Jacob se les habría unido ya. 
Corrí hacia las escaleras en cuando llegamos a casa, pero Charlie vino detrás de 
mí. 
—¿Qué está pasando, Bella? —me preguntó antes de que pudiera escapar—. 
Creía que Jacob formaba parte de una banda y que estabais peleados. 
—Lo hemos arreglado. 
—¿Y la banda? 
—No lo sé. ¿Quién entiende a los chicos? Son un misterio, pero he conocido a 
Sam Uley y a su prometida, Emily. Me han parecido muy simpáticos —me encogí de 
hombros—. Debe de haber sido todo un malentendido. 
A Charlie se le mudó el semblante. 
—No sabía que él y Emily lo habían hecho oficial. Me parece muy bien. Pobre 
chica. 
—¿Sabes qué le pasó? 
—La atacó un oso, allá en el norte, durante la temporada de desove del salmón. 
Fue horrible. Ya ha pasado más de un año desde el accidente. Tengo entendido que a 
Sam le afectó muchísimo. 
—Es horrible —repetí yo. 
Más de un año. Habría apostado que aquello ocurrió cuando sólo había un 
hombre lobo en La Push. Me estremecí al pensar en cómo debía de sentirse Sam cada 
vez que miraba a Emily a la cara. 
Esa noche me quedé despierta mucho rato mientras intentaba organizar en mi 
mente los sucesos del día. Fui remontándome desde la cena con Billy, Jacob y Charlie 
hasta la larga tarde que había pasado en casa de los Black esperando con inquietud a 
saber algo de Jake, y después a la cocina de Emily, al  horror del combate de los 
licántropos, a la conversación con Jacob en la playa... 
Pensé en lo que me había dicho aquella misma mañana sobre  la hipocresía. 
Estuve dándole vueltas un buen rato. No me gustaba pensar que era una hipócrita, 
pero ¿qué sentido tenía engañarme a mí misma? 
Me enredé en un círculo vicioso. No, Edward no era un asesino. Ni siquiera en 
los momentos más oscuros de su pasado había matado a personas inocentes. 
Pero ¿qué habría pasado si hubiera sido un asesino? ¿Y si durante la época en 
que le conocí se hubiese comportado como cualquier otro vampiro? ¿Y si se hubiesen 
producido desapariciones en el bosque, igual que ahora? ¿Me habría apartado de él? 
Me dije que no, con tristeza, y me recordé a mí misma que el amor es irracional. 
Cuanto más quieres a alguien, menos lógica tiene todo. 
Me di la vuelta en la cama y traté de pensar en otra cosa. Me imaginé a Jacob y a 
sus hermanos corriendo en la oscuridad. Me quedé dormida imaginando a los 
hombres lobo, invisibles en la noche y protegiéndome del peligro. Cuando empecé a 
soñar, volvía a estar en el bosque, pero esta vez no deambulaba perdida. Iba con 
Emily, agarrada a su mano llena de cicatrices, y ambas escrutábamos las tinieblas, 
esperando con ansiedad a que nuestros licántropos regresaran a casa. 


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