viernes, 9 de marzo de 2012

Luna Nueva ☾ Capítulo 10: El prado


Jacob no llamó. 
Billy contestó la primera vez que telefoneé y me dijo que Jake seguía en cama. 
Me entrometí al preguntarle —para asegurarme— si le había llevado al médico. Me 
contestó que sí, pero, por algún motivo, no obtuve una respuesta concreta y la 
verdad es que no le creí. Llamé a diario varias veces durante los dos días siguientes, 
pero no me contestó nadie. 
El sábado decidí ir a verle sin la maldita invitación, pero la casita roja estaba 
vacía. Aquello me asustó... ¿Estaba Jacob tan enfermo que había sido necesario 
ingresarlo? Me detuve en el hospital de camino a casa, pero la enfermera de 
recepción me dijo que no habían estado ni Jacob ni Billy. 
Hice que Charlie llamara a Harry Clearwater en cuanto volvió del trabajo. 
Esperé con ansiedad mientras charlaba con su viejo amigo. La conversación parecía 
prolongarse sin que se mencionara siquiera a Jacob. Al parecer, era el propio Harry 
quien había estado en el hospital para someterse a unas pruebas cardiacas. La frente 
de Charlie se pobló de arrugas, pero Harry le restó importancia y se burló de él hasta 
que Charlie volvió a reír. Sólo entonces preguntó por Jacob, y la conversación por su 
parte no me dio demasiadas pistas, únicamente un montón de síes y varios «hum». 
Tamborileé con los dedos sobre la encimera de la cocina hasta que puso su mano 
sobre la mía para detenerme. 
Al final, colgó el auricular y se volvió hacia mí. 
—Harry dice que ha habido más de un problema con las líneas telefónicas y por 
eso no has podido contactar. Billy le ha llevado al médico local y al parecer tiene una 
infección vírica, mononucleosis. Está realmente cansado y Billy ha dicho que nada de 
visitas —me informó. 
—¿Nada de visitas? —inquirí atónita. 
Charlie enarcó una ceja. 
—No empieces a ponerte plasta, Bella. Billy sabe lo que le conviene a Jake. Muy 
pronto estará en pie y por aquí. Sé paciente. 
No presioné más. Charlie estaba inquieto por Harry. Obviamente, aquello era lo 
importante, y no le iba a fastidiar con mis nimias preocupaciones. En vez de eso, me 
dirigí a mi habitación como una flecha, encendí el ordenador y me conecté. Navegué 
hasta encontrar un sitio web médico on line e introduje el término «mononucleosis» 
en el campo de búsqueda. 
Todo lo que supe sobre ello es que se suponía que se transmitía con el beso, lo 
cual era a todas luces imposible en el caso de Jake. Leí rápidamente los síntomas... 
Tenía la fiebre, sin duda, pero ¿y el resto? No padecía una gran irritación de garganta  
ni estaba fatigado ni sufría jaquecas, al menos no antes de volver a casa después del 
cine. Él mismo había dicho que estaba «como un roble». ¿De verdad podía haber 
desarrollado los síntomas tan deprisa? El artículo parecía indicar que la irritación era 
lo primero en aparecer... 
Miré fijamente la pantalla del ordenador y me pregunté cuál era la razón exacta 
por la que estaba haciendo aquello. ¿Por qué me mostraba tan... desconfiada? ¿Por 
qué iba a mentirle Billy a Harry? 
Probablemente me estaba comportando como una tonta. Sólo estaba 
preocupada y, siendo sincera, también bastante asustada porque no me permitieran 
ver a Jacob... Eso me ponía nerviosa. 
Seguí leyendo en diagonal el resto del artículo en busca de más información, 
pero me detuve al llegar a la parte en que decía que la mononucleosis podía llegar a 
durar más de un mes. 
¿Un mes? Me quedé boquiabierta. 
Billy no podía imponer su voluntad a las visitas tanto tiempo. Por supuesto que 
no. Jake se iba a volver loco si estaba tanto tiempo tirado en la cama sin hablar con 
nadie. 
De todos modos, ¿de qué tenía miedo Billy? El artículo especificaba que un 
enfermo de mononucleosis debía evitar la actividad física, pero no decía nada de 
visitas. La enfermedad no era muy infecciosa. 
Resolví que iba a darle a Billy una semana antes de ponerme avasalladora. Una 
semana era un plazo bien generoso. 
La semana se me hizo larga. El miércoles ya no estaba segura de conseguir 
mantenerme viva hasta el sábado. 
Aunque había decidido dejar solos a Billy y Jacob durante siete días, no había 
creído de verdad que Jacob estuviera de acuerdo con la norma impuesta por Billy. 
Todos los días corría al teléfono para revisar los mensajes del contestador. No hubo 
ninguno. 
Hice trampas en tres ocasiones e intenté llamarle, pero las líneas telefónicas 
seguían sin funcionar. 
Me encontraba muy, muy, muy sola. Demasiado. Al estar privada de la 
compañía de Jacob, de la adrenalina y de las distracciones, se me empezó a echar 
encima todo lo que había estado reprimiendo. Los sueños volvieron a castigarme con 
saña. No veía el final, sólo aquella horrible vacuidad, la  mitad del tiempo en el 
bosque, la otra mitad en un mar de helechos donde la casa blanca ya no existía. En 
ocasiones, Sam Uley estaba en el bosque y me vigilaba otra vez. No le presté 
atención, ya que no hallaba ningún consuelo en su presencia, no me hacía sentirme 
menos sola. Eso no impedía que me despertara gritando una noche tras otra. 
La brecha de mi pecho estaba peor que nunca. Me había creído capaz de tenerla 
bajo control, pero me encorvaba sobre ella día tras día, apretando los bordes y 
jadeando en busca de aire.
Sola no me manejaba bien. 
Sentí un alivio más allá de toda medida la mañana en que me desperté —entre 
gritos, por supuesto— y recordé que ya era sábado. Hoy iba a llamar a Jacob e iría a 
La Push si no funcionaban las líneas de teléfono. De un modo u otro, sería un día 
mejor que cualquier otro de la última semana de soledad. 
Marqué el número y aguardé sin grandes esperanzas. Estaba  desprevenida 
cuando Billy contestó a la segunda llamada: 
—¿Diga? 
—Eh, oh, vaya. ¡El teléfono vuelve a funcionar! Hola, Billy. Soy Bella. Sólo 
llamaba para saber cómo se encuentra Jacob. ¿Ha mejorado como para recibir visitas? 
Estaba pensando en dejarme caer por allí... 
—Lo siento, Bella —me interrumpió Billy; me pregunté si estaba viendo la tele, 
ya que parecía distraído—. No está. 
—Ah —necesité un segundo para asimilarlo—. Entonces, ¿se encuentra mejor? 
—Sí —Billy vaciló durante un instante que se hizo eterno—. Resultó que al 
final, después de todo, no era mononucleosis, sino algún otro virus. 
—¿Ah, sí? ¿Y dónde está... ? 
—Se ha ido con los chicos a dar una vuelta en Port Angeles... Creo que iban a 
ver un programa doble o algo así. Se ha marchado para todo el día. 
—Bueno, qué alivio. He estado tan preocupada... Me alegra mucho saber que se 
ha recuperado bastante como para salir. 
Mi voz sonaba terriblemente falsa y empeoró hasta que terminé farfullando. 
Jacob se encontraba mejor, pero no lo bastante para llamarme. Se había ido con 
sus amigos y yo estaba sentada en casa, echándole más de menos a cada hora que 
pasaba. Me sentía sola, aburrida, preocupada, herida... Y ahora, también desolada al 
comprender que la semana que habíamos estado separados no había tenido el mismo 
efecto sobre él. 
—¿Querías algo en particular? —preguntó Billy con amabilidad. 
—No, en realidad, no. 
—Bueno, le diré que has llamado —me prometió—. Adiós, Bella. 
—Adiós —contesté, pero ya había colgado. 
Permanecí durante un momento con el teléfono en la mano. 
Jacob debía de haber cambiado de idea, tal y como yo temía. Iba a aceptar mi 
consejo y no desperdiciar su tiempo con alguien que no podía corresponder a sus 
sentimientos. Noté que la sangre huía de mi rostro. 
—¿Algo va mal? —me preguntó Charlie mientras bajaba las escaleras. 
—No —mentí mientras colgaba el auricular—. Billy dice que Jacob se encuentra 
mejor. No era mononucleosis. Eso es estupendo. 
—¿Va a venir él aquí o vas a ir tú allí? —preguntó distraídamente mientras 
comenzaba a rebuscar por la nevera. 
—Ninguna de las dos cosas —admití—. Se ha marchado con otros amigos. 
Al final, el tono de mi voz le llamó la atención. Charlie alzó los ojos y me miró 
con repentina alarma. Se quedó inmóvil, con el paquete de lonchas de queso en la 
mano. 
—¿No es un poco pronto para el almuerzo? —pregunté con toda la 
despreocupación de la que fui capaz en un intento de distraerle. 
—No, sólo estoy guardando algo para llevarme al río... 
—Ah, ¿te vas a pescar hoy? 
—Bueno, me ha llamado Harry y no está lloviendo... —había  apilado un 
montón de comida mientras hablaba. De repente, alzó los ojos de nuevo, como si 
hubiera comprendido algo—. Oye, ¿quieres que me quede  contigo ahora que Jake 
está fuera? 
—No importa, papá —le respondí, esforzándome por sonar indiferente—. Los 
peces pican más cuando hace buen tiempo. 
Me miró fijamente con la indecisión grabada en el semblante. Sabía que se 
preocupaba, que temía dejarme sola en el caso de que volviera a ponerme depresiva 
otra vez. 
—Lo digo de verdad, papá —rápidamente inventé una mentirijilla, ya que 
prefería estar sola a tenerle todo el día mirándome—: Creo que voy a llamar a Jessica. 
Tenemos que estudiar para un examen de Cálculo y su ayuda me vendría muy bien. 
En parte era cierto, pero de todos modos iba a tener que resolverlo sin su ayuda. 
—Es una gran idea. Has pasado mucho tiempo con Jacob y tus otros amigos 
van a pensar que te has olvidado de ellos. 
Sonreí y asentí como si me importara algo lo que pensara el resto de mis 
amigos. 
Charlie comenzó a caminar, pero de pronto dio media vuelta con expresión 
preocupada. 
—Pero vas a estudiar aquí, en casa, o en la de Jess, ¿verdad? 
—Claro, ¿dónde, si no? 
—Bueno es sólo que, como ya te dije, quiero que te andes con cuidado y 
procures evitar los bosques. 
Estaba tan distraída que me costó un minuto comprenderle. 
—¿Más problemas con los osos? 
Charlie asintió con cara de pocos amigos. 
—Hay un montañero perdido... Los guardias forestales encontraron su 
campamento a primera hora de la mañana, pero no hay señales de él por ninguna 
parte. Hay algunas huellas realmente grandes de animales... Por supuesto, pudieron 
haber acudido después al olor de la comida... De todos modos, ahora están tendiendo 
trampas por allí. 
—Ah —repuse distraídamente. 
En realidad, no escuchaba sus advertencias. Me alteraba mucho más la 
situación con Jacob que la posibilidad de que me mordiera un oso. 
Me alegraba de que Charlie tuviera prisa. No iba a esperar a que llamara a 
Jessica, por lo que no tendría que seguir adelante con la charada. Realicé todos los 
movimientos apropiados, incluso recoger los libros del instituto sobre la mesa de la 
cocina para guardarlos en mi bolsa, y eso, probablemente, ya fue demasiado. Charlie  
hubiera sospechado de no haber estado deseando irse a pescar. 
Estaba tan ocupada fingiendo hacer cosas que el cruel vacío del día que me 
aguardaba por delante se me vino encima una vez que se hubo ido. Decidí que no me 
iba a quedar en casa después de contemplar durante dos minutos el silencioso 
teléfono de la cocina. Consideré mis opciones. 
No iba a llamar a Jessica. Hasta donde sabía, se había pasado al lado oscuro. 
Podía ir en coche hasta La Push y recoger la moto, una idea atrayente de no ser 
por un problema insignificante: ¿quién me iba a llevar a urgencias luego, cuando lo 
necesitara? 
O... ya tenía nuestro mapa y la brújula en el coche. Estaba casi segura de haber 
comprendido el método lo bastante bien como para no perderme. Tal vez hoy 
pudiera descartar un par de líneas y despejar el programa para cuando Jacob 
decidiera volver a honrarme con su presencia. Me negaba a pensar cuánto tiempo 
podía pasar, o si iba a ser para siempre... 
Sentí una punzada de culpabilidad al comprender cómo le iba a sentar aquello a 
Charlie, pero la ignoré. Hoy no me podía volver a quedar en casa. 
A los pocos minutos me encontraba en el ya conocido y embarrado camino que 
llevaba a ningún sitio en particular. Conducía con las ventanillas bajadas todo lo 
deprisa que era razonable para mi vehículo mientras disfrutaba del viento sobre mi 
rostro. El día estaba nublado, pero casi seco, un tiempo realmente bueno en el caso 
de Forks. 
Necesité más tiempo para ponerme en marcha del que hubiera invertido de 
haber estado con Jacob. Después de aparcar en el lugar  de costumbre, tuve que 
estudiar la aguja de la brújula y las marcas del mapa —ahora gastado— durante un 
cuarto de hora largo. Me adentré en los bosques una vez que estuve razonablemente 
segura de seguir la línea correcta de las coordenadas. 
El bosque era un hervidero de vida ese día, ya que todas las pequeñas criaturas 
habían salido a disfrutar de la momentánea sequedad. No sabía la razón, pero el 
lugar tenía un aspecto más siniestro que otros días a pesar de los silbos y graznidos 
de los pájaros, el zumbido de los insectos alrededor  de mi cabeza y el ocasional 
correteo de los ratones entre los arbustos. Me recordaba a mi más reciente pesadilla. 
Sabía que eso se debía únicamente al hecho de que estaba sola y echaba de menos el 
despreocupado silbido de Jacob y el sonido de otro par de pies por el suelo húmedo. 
Cuanto más me adentraba en el bosque, mayor era el desasosiego. Respirar 
comenzó a ser difícil, no a causa del ejercicio, sino porque volví a tener problemas 
con el estúpido agujero del pecho. Mantuve los brazos  pegados al torso e intenté 
desterrar la pena de mi mente. Estuve a punto de volverme, pero me repateaba 
desperdiciar el esfuerzo ya realizado. 
El ritmo de las pisadas anestesió el dolor y me insensibilizó frente a mis 
pensamientos mientras seguía caminando a duras penas. Al final, logré acompasar la 
respiración y me alegré de haber perseverado. Esto de andar campo a través se me 
empezaba a dar mejor. Podía jurar que iba más deprisa. 
Hasta ese momento no me había dado verdadera cuenta de lo mucho que había  
avanzado. Debía de haber cubierto algo más de seis kilómetros sin que todavía 
hubiera empezado a buscar por los alrededores, y entonces, con una brusquedad que 
me desorientó, crucé bajo el arco formado por dos arces para —abriéndome paso 
entre los helechos, que me llegaban hasta el pecho— entrar en el prado. 
Estuve segura de que se trataba del mismo lugar al primer golpe de vista. Jamás 
había visto un claro tan simétrico, con una redondez tan perfecta, como si alguien 
hubiera arrancado a propósito los árboles —sin dejar evidencia alguna de tal 
violencia en la ondeante hierba— para crear un círculo impecable. Por el este se oía el 
suave borboteo del arroyo. 
El lugar no resultaba tan apabullante sin la luz del sol,  pero seguía siendo 
sereno y muy hermoso. Era una mala estación para las flores silvestres y el suelo 
rebosaba una densa hierba muy alta que se balanceaba al soplo de la brisa como si 
fueran las olas de un lago. 
Se trataba del mismo lugar... Pero no, allí no estaba lo que había ido a buscar. 
El desencanto fue casi tan inmediato como el reconocimiento. Me dejé caer de 
rodillas allí mismo, al borde del claro, y empecé a respirar entrecortadamente. 
¿Para qué ir más lejos? Nada me retenía allí, nada, salvo los recuerdos que 
podía invocar cuando quisiera —siempre que estuviera dispuesta a soportar el 
correspondiente dolor—, y la pena que ahora me embargaba me había dejado helada. 
Aquel sitio no tenía nada de especial sin él. No estaba  del todo segura de qué 
esperaba sentir allí, pero el prado carecía de atmósfera, estaba vacío, como todo lo 
demás. Sólo se parecía a mis pesadillas. La cabeza me empezó a dar vueltas 
vertiginosamente. 
Al menos había acudido sola. Me invadió una oleada de alivio en cuanto me 
percaté de ello. Si hubiera descubierto el prado en compañía de Jacob, bueno, no 
hubiera habido forma de disimular el abismo en el que  ahora me hallaba sumida. 
¿Cómo le hubiera podido explicar aquella forma de caerme en pedazos o el hecho de 
haberme aovillado en el suelo para evitar que el hueco del pecho me desgajara? 
Prefería no haber tenido público... 
... y tampoco tener que explicar a nadie por qué me había entrado esa prisa por 
irme. Después de haber salvado tantos problemas para localizar aquel estúpido claro, 
Jacob hubiera asumido que me apetecía pasar en él algo más que unos pocos 
segundos; pero yo ya estaba intentando hacer el acopio de fuerzas suficiente para 
ponerme en pie —después de que pudiera salir de la posición que había adoptado— 
y huir. Había demasiado dolor en aquel lugar vacío para poderlo soportar. Me iría a 
rastras si fuera preciso. 
¡Cuánta suerte tenía de estar sola! 
Sola. Repetí la palabra con macabra satisfacción hasta que conseguí ponerme en 
pie a pesar del dolor. En ese preciso momento salió de entre los árboles una figura en 
dirección al norte, a unos treinta pasos de distancia.
Un descomunal despliegue de emociones me traspasó en un segundo. La 
primera, la sorpresa; estaba lejos de cualquier sendero y no esperaba compañía. 
Además, me sacudió una ráfaga de desgarradora esperanza cuando fijé la vista en la 
silueta y vi la absoluta inmovilidad y la piel pálida. La suprimí con ferocidad 
mientras luchaba contra el igualmente despiadado azote de la agonía cuando mis 
ojos siguieron bajando: debajo del pelo negro no estaba el único rostro que yo quería 
ver. Después vino el miedo. Ésas no eran las facciones  que me hacían llorar, pero 
estaban lo bastante cerca como para saber que el hombre con el que me encaraba no 
era un excursionista perdido. 
Y al final, por último, el reconocimiento. 
—¡Laurent! —grité con alegría y sorpresa. 
Era una reacción irracional. Probablemente debía de haberme quedado en el 
miedo. 
Laurent formaba parte del aquelarre de James la primera vez  que nos 
encontramos. No se había involucrado en la caza que se desató —una caza en la que 
yo era la presa—, pero eso fue sólo por miedo, ya que me protegía otro aquelarre más 
numeroso que el suyo. De lo contrario, otro gallo hubiera cantado. En aquel entonces, 
no hubiera tenido reparo alguno en convertirme en su comida. Debía de haber 
cambiado, por supuesto, ya que se había ido a Alaska para vivir con el otro aquelarre 
civilizado que allí había, la otra familia que se negaba a beber sangre humana por 
razones éticas. Una familia como la de... No iba ni a permitirme pensar el nombre. 
Sí, el miedo era lo que tenía más sentido, pero todo lo que experimenté fue una 
abrumadora satisfacción. El prado volvía a ser un lugar dominado por la magia, una 
magia oscura para ser sinceros, pero magia igualmente. Allí estaba la conexión que 
buscaba. La prueba, aunque bastante lejana, de que  él  había existido en algún 
momento de mi vida. 
Resultaba imposible creer lo poco que Laurent había cambiado de aspecto. 
Supuse que era muy estúpido y humano esperar algún tipo de cambio en el último 
año, pero había algo en él... No lograba descubrir qué era. 
—¿Bella? —preguntó; parecía más sorprendido que yo. 
—Me recuerdas. 
Le sonreí. Era ridículo que estuviera eufórica porque  un vampiro supiera mi 
nombre. 
Esbozó una gran sonrisa. 
—No esperaba verte aquí. 
Se acercó a mí dando un paseo y con expresión divertida. 
—¿No debería ser al revés? Soy yo quien vive aquí. Pensé que te habías ido a 
Alaska. 
Se detuvo a tres metros de distancia al tiempo que ladeaba la cabeza. Su rostro 
era el más hermoso que había visto en lo que me había parecido una eternidad. 
Estudié sus rasgos con avidez y experimenté un extraño  sentimiento de liberación. 
Allí había alguien a quien no me esperaba encontrar ni por asomo, alguien que ya 
sabía todo lo que yo no era capaz de decir en voz alta. 
—Tienes razón —admitió—. Me marché a Alaska. Aun así, no imaginaba... Al 
encontrar abandonado el hogar de los Cullen, creí que se habían trasladado. 
—Ah —me mordí el labio cuando el apellido hizo vibrar los bordes en carne 
viva de mi herida. Me llevó unos segundos recuperar la  compostura. Laurent me 
contempló con ojos de extrañeza. Al final, conseguí decirle—: Se trasladaron. 
—Mmm —murmuró—. Me sorprende que te dejaran atrás. ¿No eras su mascota 
o algo así? 
Sus ojos reflejaban que no pretendía ser ofensivo. Le sonreí secamente. 
—Algo así. 
—Mmm —repuso, muy pensativo otra vez. 
En ese preciso momento comprendí por qué parecía el mismo de forma tan 
idéntica. Después de que Carlisle nos dijera que Laurent se había quedado con la 
familia de Tanya, las ocasionales veces en que pensaba en él comencé a imaginármelo 
con los mismos ojos dorados de los... Cullen —me obligué a soltar el apellido con un 
estremecimiento—, el de todos los vampiros buenos.
Retrocedí un paso de forma involuntaria. Sus curiosos ojos de color rojo oscuro 
siguieron el movimiento. 
—¿Vienen de visita a menudo? —preguntó, aún con indiferencia, pero inclinó 
su figura hacia mí. 
Miente, susurró con ansiedad, en mi memoria, la hermosa voz aterciopelada. 
Me sobresalté ante el sonido de su voz, pero no debería haberme sorprendido. 
¿Acaso no estaba en el peor de los peligros concebibles? La moto era segura al lado 
de esto. 
Hice lo que me ordenaba la voz. 
—De vez en cuando —intenté que mi voz sonara suave y relajada—. Imagino 
que a mí el tiempo se me hace más largo. Ya sabes cómo son de distraídos... —estaba 
empezando a balbucear. Tuve que esforzarme para callar. 
—Mmm —volvió a decir—. Pues la casa olía como si llevara cerrada bastante 
tiempo... 
Bella, debes mentir mejor que eso, me instó la voz. 
Lo intenté. 
—He de mencionarle a Carlisle que has estado allí. Lamentará mucho haberse 
perdido tu visita —fingí deliberar durante un segundo—. Pero... probablemente no 
debería mencionárselo. Supongo que Edward... —conseguí pronunciar su nombre a 
duras penas, y al hacerlo se me contrajo el rostro, arruinando el engaño—. Bueno, 
tiene mucho genio... Estoy segura de que te acuerdas de él. Sigue un poco susceptible 
con todo el asunto de James —puse los ojos en blanco e hice un gesto displicente con 
la mano, como si todo aquello fuera agua pasada, pero había un deje de histeria en 
mi voz. Me pregunté si él lo reconocería. 
—Pero ¿está de verdad? —preguntó con amabilidad... e incredulidad. 
Le di una réplica breve a fin de que la voz no delatara mi pánico. 
—Ajá. 
Laurent dio un paso fortuito hacia un lado mientras miraba el pequeño prado. 
No se me pasó por alto que ese paso le acercaba más a mí. En mi cabeza, la voz 
respondió con un débil gruñido. 
—Bueno, ¿y cómo van las cosas en Denali? —pregunté con voz demasiado  
aguda—. Carlisle me dijo que ahora estabas con Tanya. 
Aquello le hizo detenerse y cavilar. 
—Tanya me gusta mucho, y su hermana Irina aún más. Nunca antes había 
permanecido tanto tiempo en un sitio, pero aunque disfruto de las ventajas y de la 
novedad del asunto, las restricciones son difíciles. Me sorprende que cualquiera de 
ellos haya podido aguantar tanto tiempo —me sonrió con gesto de complicidad—. A 
veces, hago trampas. 
No pude tragar saliva. Comencé a mover con cuidado un pie hacia atrás, pero 
me quedé petrificada cuando el parpadeo de sus ojos rojos le llevó a observar el 
movimiento. 
—Ah —repuse con voz débil—, Jasper también ha tenido ese tipo de problemas. 
No te muevas,  susurró la voz. Intenté acatar la orden, pero resultaba difícil. El 
instinto de poner pies en polvorosa era casi incontrolable. 
—¿De verdad? —Laurent parecía interesado—. ¿Se fueron por ese motivo? 
—No —respondí con sinceridad—. Jasper se muestra más cuidadoso en casa. 
—Sí —Laurent se mostró de acuerdo con eso—. También yo. 
El paso hacia delante que dio en ese momento fue totalmente deliberado. 
—Al final, ¿te encontró Victoria? —pregunté con voz entrecortada, a la 
desesperada, para distraerle. 
Fue la primera pregunta que se me ocurrió, y me arrepentí de haberla hecho en 
cuanto la hube formulado. Victoria, que me había dado  caza con James para luego 
desaparecer, no era alguien en quien me apeteciera pensar en ese momento. 
Pero la pregunta le detuvo. 
—Sí —contestó mientras dudaba si dar otro paso—. De hecho, he venido aquí 
para hacerle un favor... —puso mala cara—. Esto no le va a hacer feliz. 
—¿Esto? —repetí con entusiasmo, invitándole a continuar.
Mantenía la mirada fija en los árboles, lejos de mí, y aproveché su distracción 
para dar un paso atrás a escondidas. 
Volvió a mirar y me sonrió. La expresión le hizo parecer un ángel de cabellos 
negros. 
—El que yo te mate —repuso en un seductor arrullo. 
Tambaleándome, retrocedí otro paso. El frenético gruñido de mi cabeza 
dificultaba que pudiera oír. 
—Ella querría reservarse esa parte —continuó con aire despreocupado—. 
Parece estar un poco molesta contigo, Bella. 
—¿Conmigo? —grité. 
Movió la cabeza y rió entre dientes. 
—Lo sé, a mí también me parece ponerse la camisa del revés, pero James era su 
compañero y tu Edward le mató. 
Incluso allí, a punto de morir, su nombre rasgaba mis heridas abiertas como un 
arma de filo dentado. 
Laurent hizo caso omiso de mi reacción. 
—Pensó que sería más apropiado matarte a ti que a Edward, un intercambio  
justo, pareja por pareja. Me pidió que le allanara el terreno, por así decirlo. No me 
imaginaba que iba a ser tan fácil. Quizás se debe a que su plan estaba lleno de 
imperfecciones... Por lo visto, no se va a producir la venganza que ella había 
imaginado, ya que no debes significar mucho para él si te abandona dejándote 
desprotegida. 
Otro golpe, otro desgarrón en el pecho. 
Laurent se movió levemente, y yo retrocedí a trompicones un paso más. 
Torció el gesto. 
—Supongo que, de todos modos, se va a enfadar. 
—Entonces, ¿por qué no la esperas a ella? —logré decir. 
Una sonrisa maliciosa le cambió las facciones. 
—Bueno, me has pillado en un mal momento, Bella. No vine a este lugar para 
cumplir una misión para Victoria. Estaba de caza. Tengo bastante sed y se me hace la 
boca agua sólo con olerte. 
Me miró con aprobación, como si eso fuera un cumplido. 
Amenázale, me ordenó el bello engaño de su voz, distorsionado por el pánico. 
—Él sabrá que has sido tú —susurré dócilmente—. No vas a irte de rositas. 
—¿Y por qué no? —la sonrisa de Laurent se hizo más amplia. Recorrió con la 
mirada el pequeño claro entre los árboles—. Las próximas lluvias borrarán mi olor y 
nadie va a encontrar tu cuerpo; habrás desaparecido, simplemente, como tantos y 
tantos humanos. No hay razón para que Edward piense en mí, si es que se toma la 
molestia de investigar. Puedes estar segura de que esto no es nada personal, Bella. 
Sólo tengo sed. 
Implora, me rogó mi alucinación. 
—Por favor —contesté jadeando. 
Laurent negó con la cabeza sin perder la expresión amable. 
—Míralo de este modo, Bella: tienes suerte de que sea yo quien te haya 
encontrado. 
—¿Ah, sí? —dije sin hablar, moviendo sólo los labios, mientras retrocedía otro 
vacilante paso. 
Laurent me siguió, ágil, grácil. 
—Sí —me aseguró—. Seré rápido, no vas a sentirlo, te lo prometo. Luego le 
mentiré a Victoria, por supuesto, sólo para aplacarla, pero si supieras lo que había 
planeado para ti, Bella. .. —sacudió la cabeza con un movimiento lento, casi de 
disgusto—. De verdad, deberías estarme agradecida por esto. 
Le miré horrorizada. 
Olfateó la brisa que lanzaba mechones de mi cabello en su dirección. 
—Se me hace la boca agua —repitió mientras inhalaba profundamente. 
Me tensé para dar un salto. Bizqueé cuando me alejé arrastrando los pies 
mientras la voz de Edward bramaba con furia y resonaba en algún lugar de la parte 
posterior de mi cabeza. Su nombre derribó todos los muros que yo había erigido para 
contenerlo. Edward. Edward. Edward. Iba a morir, por lo que ahora no importaba si 
pensaba en él. Edward, te amo. 
Mis ojos entrecerrados contemplaron cómo Laurent dejaba de inhalar y giraba 
bruscamente la cabeza hacia la izquierda. Me daba pánico quitarle los ojos de encima 
para seguir la trayectoria de su mirada, aunque difícilmente iba a necesitar una 
distracción u otro tipo de treta para dominarme. Estaba demasiado asombrada para 
sentir alivio alguno cuando comenzó a alejarse lentamente de mí. 
No te fíes, me dijo la voz tan bajito que apenas la oí. 
Entonces, tuve que mirar. Escudriñé el prado en busca de la interrupción que 
había prolongado mi vida durante unos segundos más. No  vi nada en un primer 
momento, y mi mirada revoloteó de vuelta a Laurent, que  ahora se retiraba más 
deprisa sin dejar de horadar el bosque con la vista. 
En ese momento vi una gran figura negra salir con calma de entre los árboles, 
silenciosa como una sombra, para luego acechar con parsimonia al vampiro. Era 
enorme; tenía la altura de un caballo, pero era más corpulento y mucho más 
musculoso. El gran hocico se contrajo con una mueca que reveló una hilera de 
incisivos afilados como cuchillas. Profirió entre dientes un gruñido espeluznante que 
retumbó por todo el claro como la prolongación del restallido de un trueno. 
El oso. Sólo que no era un oso para nada. Aun así, aquella gigantesca criatura 
negra debía de ser la causante de toda la alarma. Visto de lejos, se le podía confundir 
con un oso. ¿Qué otro animal iba a tener una constitución tan descomunal y 
poderosa? 
Me hubiera gustado tener la suerte de haberlo visto a lo lejos. En vez de eso, 
anduvo sin hacer ruido sobre la hierba a poco más de tres metros de mi posición. 
No te muevas ni un centímetro, murmuró la voz de Edward. 
Me quedé mirando fijamente a la monstruosa criatura, con la mente bloqueada 
en el intento de ponerle un nombre a aquel ser. Guardaba una cierta semejanza 
canina en cuanto al contorno y la forma de moverse. Atenazada por el pánico como 
estaba, sólo se me ocurría una posibilidad, pero aun así, jamás hubiera imaginado 
que un lobo podía ser tan grande. 
Su garganta emitió un gruñido sordo que me hizo estremecer. 
Laurent estaba retrocediendo hacia la fila de árboles. Me azotó una oleada de 
confusión y helado pánico. ¿Por qué se retiraba Laurent? El lobo era de un tamaño 
desmedido, sin duda, pero sólo era un animal. ¿Por qué iba a temer un vampiro a un 
animal? Y Laurent estaba aterrado. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos, como 
los míos. 
De repente, como una respuesta a mi pregunta, el colosal lobo recibió 
compañía. Le flanqueaban otros dos gigantescos compañeros que penetraron 
silenciosamente en el prado. Uno tenía un pelaje gris oscuro y el otro castaño, pero 
ninguno alcanzaba la altura del primero. El lobo gris salió de los árboles a escasos 
metros de mí, con la mirada fija en Laurent. 
Dos lobos más les siguieron adoptando una formación en uve —como la de los 
gansos cuando emigran hacia el sur— antes de que yo pudiera reaccionar. El 
monstruo de pelambrera color ladrillo que salió del sotobosque en último lugar 
estaba al alcance de mi mano. 
Proferí un involuntario grito ahogado y salté hacia atrás, que era la mayor 
estupidez que podía cometer. Volví a quedarme petrificada a la espera de que los 
lobos se volvieran hacia mí, la presa más débil, la más fácil de cobrar. Durante unos 
fugaces instantes deseé que Laurent se hiciera cargo del asunto y aplastara a la 
manada de lobos. Para él debía de ser algo muy sencillo. Intuía que, de las dos 
opciones posibles, ser devorada por los lobos era casi seguro la peor alternativa. 
El lobo más cercano —el de pelambrera bermeja— volvió levemente la cabeza al 
oír mi grito entrecortado. 
Los ojos del lobo eran oscuros, casi negros. La criatura me miró durante una 
fracción de segundo. Aquellos profundos ojos parecían demasiado inteligentes para 
ser los de un animal salvaje. 
De pronto, cuando me miraron, pensé en Jacob, y volví a dar gracias por haber 
venido sola a aquella pradera de cuento de hadas repleta de monstruos siniestros. Al 
menos, él no iba a morir también. Al menos, no tendría  su muerte sobre mi 
conciencia. 
Entonces, un gruñido del jefe hizo que el lobo rojo girara la cabeza de nuevo 
hacia Laurent, que contemplaba la manada de lobos gigantes  con una sorpresa no 
disimulada, y con miedo. Eso podía entenderlo, pero me quedé pasmada cuando, sin 
previo aviso, se dio media vuelta y desapareció entre los espesos árboles. 
Salió corriendo. 
Los lobos fueron tras él un segundo después; cruzaron la hierba del claro a la 
carrera, con cuatro brincos, entre gruñidos y chasquidos de fauces tan fuertes que, 
por instinto, me llevé las manos a los oídos. El sonido desapareció con sorprendente 
rapidez una vez que se perdieron en el bosque. 
Luego volví a estar sola. 
Se me combaron las rodillas y caí al suelo sobre las manos mientras en mi 
garganta se agolpaban los sollozos. 
Era consciente de que debía irme, e irme ya. ¿Cuánto tiempo iba a transcurrir 
antes de que los lobos que habían ido en pos de Laurent dieran media vuelta y 
vinieran a por mí? ¿O Laurent se revolvería contra ellos? ¿Y si era él a quien 
buscaban? 
Pese a todo, al principio no logré moverme. Me temblaban brazos y piernas y 
no sabía cómo arreglármelas para ponerme de pie una vez más. 
Tenía la mente bloqueada por el miedo, el pavor y la confusión. No era capaz 
de comprender lo que acababa de presenciar. 
Un vampiro no debería huir de unos perrazos como ésos.  ¿Qué daño podían 
causar los colmillos de los lobos en su piel de granito? 
Y los lobos deberían haber rehuido a Laurent. No tenía  sentido alguno que le 
persiguieran ni aun desconociendo el miedo debido a su tremendo tamaño. Dudaba 
de que el olor de la piel marmórea de Laurent se pareciera al de la comida. ¿Por qué 
habían ignorado a una presa débil y de sangre caliente como yo para perseguirle a 
él? 
No me cuadraba. 
Una fría brisa azotó el prado haciendo que la hierba se ondulara como si algo 
hubiera cruzado el claro. 
Me puse de pie y retrocedí, aunque el soplo del viento era leve. Fui dando 
tumbos a causa del miedo, me volví y corrí de cabeza a los árboles. 
Las horas siguientes fueron una agonía. Logré salir de los árboles al tercer 
intento, tantos como me había costado dar con el prado. Al principio no presté 
atención adónde me dirigía, ya que me concentraba sólo  en el lugar del que 
escapaba. Me encontraba ya en el corazón del bosque, desconocido y amenazador, 
cuando me hube serenado lo bastante para acordarme de la brújula. Las manos me 
temblaban con tal virulencia que tuve que dejarla encima del suelo embarrado para 
poderla leer. Me detenía cada pocos minutos para situar la brújula en el suelo y 
verificar que seguía dirigiéndome hacia el noroeste mientras oía el apagado susurro 
de criaturas ocultas moviéndose entre las hojas cuando no los acaballaba el frenético 
sonido de succión de mis pisadas. 
El reclamo de un arrendajo me hizo dar un salto hacia atrás y caí en un grupo 
de píceas, que me llenaron los brazos de raspaduras y me apelmazaron el pelo con 
savia. La súbita carrera de una ardilla para subirse a una cicuta me hizo gritar con 
tanta fuerza que me hice daño en mis propios oídos. 
Al final, delante pude ver una brecha en la línea de árboles. Aparecí en un 
punto del camino que se encontraba a kilómetro y medio al sur de donde había 
dejado el coche. Subí dando tumbos por el sendero, ya que estaba exhausta. Lloraba 
de nuevo cuando logré meterme en la cabina del conductor. Bajé con furia los duros 
seguros del coche antes de desenterrar las llaves de mi bolsillo. El rugido del motor 
me dio una sensación cuerda y reconfortante. Me ayudó a controlar las lágrimas 
mientras ponía el vehículo al máximo de su potencia rumbo a la carretera principal. 
Estaba más calmada, aunque hecha un lío, cuando llegué a casa. El coche 
patrulla de Charlie estaba en la avenida que llevaba a casa. No me había percatado 
de lo tarde que era. El cielo ya había oscurecido. 
—¿Bella? —me llamó Charlie cuando cerré de un portazo la puerta de la 
entrada y eché los cerrojos a toda prisa. 
—Sí, soy yo —contesté con voz vacilante. 
—¿Dónde has estado? —bramó mientras cruzaba la entrada de la cocina con un 
gesto que no presagiaba nada bueno. 
Vacilé. Lo más probable es que hubiera llamado a casa de los Stanley. Sería 
mejor atenerme a la verdad. 
—De excursión —admití. 
Estrechó los ojos. 
—¿Qué ha pasado con la idea de ir a casa de Jessica? 
—Hoy no me sentía con ánimo para estudiar Cálculo. 
Charlie cruzó los brazos por delante del pecho. 
—Pensé que te había pedido que te alejaras del bosque. 
—Sí, lo sé. No te preocupes, no lo volveré a hacer —me estremecí. 
Charlie pareció verme por vez primera. Recordé que había pasado un buen rato  
tirada en el suelo del bosque. ¡Menuda pinta debía de tener! 
—¿Qué ha pasado? —inquirió. 
Una vez más decidí que la mejor opción era contarle la verdad, o al menos una 
parte. Estaba demasiado desasosegada para fingir que había vivido en el bosque un 
día sin incidentes. 
—Vi al oso —intenté decirlo con calma, pero la voz me salió aguda y 
temblorosa—. Aunque no es un oso, sino una especie de lobo, y son cinco. Uno negro 
y enorme, otro gris, otro de pelaje rojizo... 
Charlie puso unos ojos como platos. Avanzó una zancada hacia mí y me aferró 
por los hombros. 
—¿Estás bien? 
Cabeceé débilmente una vez. 
—Dime qué ha pasado. 
—No me prestaron ninguna atención, pero salí por pies y me caí un montón de 
veces después de que se fueran. 
Me soltó los hombros y me rodeó con los brazos. No despegó los labios durante 
un buen rato. 
—Lobos —murmuró. 
-¿Qué? 
—Los agentes forestales dijeron que las huellas no encajaban con las de un oso, 
sino con las de varios lobos, aunque no de ese tamaño... 
—Éstos eran enormes.
—¿Cuántos dices que viste? 
—Cinco. 
Charlie meneó la cabeza y torció el gesto con ansiedad. Al final, habló con un 
tono que no admitía réplica: 
—Se acabaron las excursiones. 
—Sin problema —le prometí fervientemente. 
Charlie telefoneó a la comisaría para informar de lo que yo había visto. Me 
mostré un poco esquiva en cuanto al lugar exacto donde había visto a los lobos y 
señalé que había sido en el sendero que conduce al norte. No quería que papá 
supiera cuánto me había adentrado en el bosque en contra de sus deseos y, lo más 
importante de todo, no quería que nadie vagabundeara cerca de donde Laurent 
podría estar buscándome. Me ponía mala sólo de pensarlo.
—¿Tienes hambre? —me preguntó cuando colgó el auricular. 
Negué con la cabeza, aunque lo normal hubiera sido estar famélica después de 
pasarme todo el día sin comer. 
—Sólo estoy cansada —le dije. Me volví hacia las escaleras.
—Eh —dijo Charlie con voz cargada de repentino recelo una vez más—, ¿no 
dijiste que Jacob iba a pasar fuera todo el día? 
—Eso es lo que me comentó Billy —le contesté, confundida por la pregunta. 
Estudió mi expresión durante un minuto y pareció satisfecho con lo que 
encontró en ella. 
—Ajá. 
—¿Por qué? —inquirí. Parecía estar insinuando que le había mentido esa 
mañana en algo más que en lo de estudiar con Jessica. 
—Bueno, es sólo que le vi cuando fui a recoger a Harry. Estaba delante de la 
tienda de la reserva con unos amigos. Le saludé con la mano, pero él... Bueno, 
supongo... No sé si me vio. Me parece que estaba discutiendo con sus amigos. Tenía 
un aspecto extraño, como si estuviera contrariado por algo... Estaba cambiado. ¡Es 
digno de ver cómo crece ese chico! Cada vez que le veo ha pegado un estirón. 
—Billy dijo que Jake y sus amigos se habían marchado a Port Angeles a ver un 
par de películas. Lo más probable es que estuvieran esperando a que alguien se 
reuniera con ellos. 
—Ah. 
Charlie asintió con la cabeza y se encaminó a la cocina.
Me quedé en el vestíbulo mientras imaginaba a Jacob discutiendo con sus 
amigos. Me pregunté si se habría enfrentado con Embry como consecuencia del 
asunto con Sam. Tal vez fuera ése el motivo por el que me había dejado tirada hoy. Si 
ello significaba que había solventado las cosas con Embry, me alegraba de que lo 
hubiera hecho. 
Me detuve a revisar todos los cerrojos antes de subir  a mi habitación. Era un 
comportamiento estúpido. Pues ¿qué diferencia podía marcar un cerrojo frente a 
alguno de los monstruos que había visto aquella tarde? Asumí que el pomo era lo 
único que iba a detener a los lobos, al carecer de pulgares, pero si venía Laurent... 
... o Victoria... 
Me tendí en la cama, pero estaba demasiado alterada para albergar la esperanza 
de dormir. Me acurruqué con fuerza debajo del edredón  y encaré los horribles 
hechos. 
No había nada que pudiera hacer. No podía adoptar ninguna precaución ni 
existía lugar al que huir. Tampoco había nadie que pudiera ayudarme. 
El estómago me dio un vuelco cuando comprendí que la situación era incluso 
peor, ya que todo aquello implicaba también a Charlie. Mi padre, que dormía a una 
habitación de la mía, estaba a un pelo de distancia del objetivo, que se centraba en 
mí. Mi aroma les guiaría hasta aquí, estuviera yo o no... 
Los temblores me sacudieron hasta que me castañetearon los dientes. Fantaseé 
con lo imposible para calmarme, imaginé que los grandes lobos habían alcanzado a 
Laurent en los bosques y habían masacrado al inmortal como hubieran hecho con 
cualquier persona normal. La idea me reconfortó a pesar de lo absurdo de la misma. 
Si los lobos le habían atrapado, no le podría decir a Victoria que estaba sola, de modo 
que tal vez creyera que los Cullen seguían protegiéndome si Laurent no regresaba. 
Bastaba con que los lobos pudieran triunfar en semejante enfrentamiento... 
Mis vampiros buenos no iban a regresar. Había sido muy tranquilizador 
suponer que los del otro tipo iban a desaparecer. 
Cerré los ojos con fuerza y esperé a sumirme en la inconsciencia, casi deseosa 
de que empezara la pesadilla. Mejor eso que el bello rostro pálido que ahora me
sonreía detrás de los párpados. 
En mi imaginación, los ojos de Victoria estaban negros  a causa de la sed, 
relucían de anticipación y sus labios se curvaban de placer hasta dejar entrever los 
centelleantes colmillos. Su melena roja brillaba como el fuego. Le caía desordenada 
sobre su rostro salvaje. 
En mi mente resonaron las palabras de Laurent. Si supieras lo que había planeado 
para ti...
Me metí el puño en la boca para no gritar.

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