sábado, 17 de marzo de 2012

Crepúsculo Ѽ Capítulos Eliminados: En las vegas






A la mañana siguiente, fuimos al casino. La luz natural nunca llegaba a tocar la zona de 
juego, así que fue más fácil. Edward me contó que generalmente esperaban ir a perder 
algo de dinero en el hotel - una suite como la nuestra estaba reservada para aquella 
clase especial de visitantes conocidos como grandes apostadores. Mientras ellos 
caminaban - y yo iba en mi silla de ruedas - a través de los miles de metros de suelo 
elegantemente decorado del casino, Alice se detuvo  tres veces en una peculiar 
tragaperras y deslizó una tarjeta por el escáner. Cada vez que lo hacía, las sirenas 
sonaban muy fuerte, las luces giraban, y una simulación electrónica de monedas 
cayendo indicaba que su premio había sido abonado a su habitación. Ella trató que yo 
lo hiciera una vez, pero negué con la cabeza con escepticismo. 
- Pensé que se suponía que deberías perder dinero - le acusé. 
- Oh, lo haré - me aseguró - Pero no hasta que les haga sudar un poco. - Su sonrisa era 
pecaminosa. 
Llegamos a una sección más lujosamente decorada del inmenso casino, donde ni había 
tragaperras ni turistas vestidos de forma informal  con vasos de plástico llenos de 
cambio. Las sillas de felpa reemplazaban los taburetes giratorios de bar, y las voces 
eran silenciosas, serias. Pero nosotros continuamos aún más lejos, a través de un 
conjunto de vistosas puertas doradas hacia otra habitación, una habitación privada, más 
opulenta aún. Al fin entendí porqué Alice había insistido en la seda cruda, el chal verde 
esmeralda que me había puesto hoy alrededor de mi vestido, porqué ella vestía con un 
largo pareo blanco satinado - con un top de encaje que dejaba al descubierto su plano y 
blanco estómago - y porqué Edward estaba tan abrumador e irresistible con otro traje de 
seda ligera. Los jugadores de esta habitación estaban vestidos con un exclusivo 
esplendor cuyo coste estaba más allá de mi imaginación. Unos cuantos de los hombres 
más mayores e impecables hasta tenían jóvenes mujeres con vestidos largos de 
brillantes y sin tirantes que estaban detrás de sus sillas, tal como en las películas. Me 
compadecí de las bellas mujeres en cuanto sus ojos  recorrieron a Alice y Edward, 
dándose cuenta de sus propios defectos cuando ellas midieron a la primera, y los defectos de sus parejas cuando se comían con los ojos al segundo. Yo era el enigma, y 
sus ojos se apartaron de mí insatisfechas. 
Alice se deslizó hacia las largas mesas de la ruleta y yo me avergoncé en cuanto pensé 
en los estragos que causaría. 
- Tú sabes cómo se juega al black jack, por supuesto - Edward se inclinó hacia delante 
para murmurarme en la oreja. 
- ¿Estarás de broma? - Sentí el color escurriéndose de mi cara. 
- Sabiendo la suerte que tienes, dejarte jugar sería la mejor forma de perderlo todo - rió 
entre dientes. Me empujó hacia una mesa con tres sillas vacías. Dos inmaculadamente 
vestidos, excepcionalmente solemnes hombres asiáticos echaron un vistazo hacia 
arriba con incredulidad en cuanto Edward me levantó con cuidado hasta una de las 
sillas de terciopelo, y cogió un asiento al lado mío. 
La delicada y preciosa oriental que estaba de pie al final de la mesa miró con una 
insultante incredulidad cuando Edward acarició mi pelo posesivamente. 
- Sólo usa una mano - me habló en voz baja casi en silencio en mí oído - Y guarda tus 
cartas encima de la mesa. 
Edward le habló al crupier en voz baja, y aparecieron dos impresionantes pilas de fichas 
de azul oscuro encima de la mesa enfrente de nosotros. No tenían números - y tampoco 
lo quería saber. Edward empujó hacia delante una pequeña pila de las suyas, y una 
más grande de las mías. Miré enfurecida a Edward con un avergonzado pánico, pero él 
sólo sonrió con travesura mientras que el crupier repartía las cartas rápidamente. Cogí 
mis cartas con cuidado, sujetándolas con rigidez sobre la mesa. Tenía dos nueves. 
Edward cogía sus cartas sin apretar; pude ver que tenía un cinco y un siete. Miré con 
cautela a los dos señores que estaban cerca de mí, concentrada y aterrada, observando 
detenidamente para ver cuál era el protocolo para una mesa de black jack de grandes 
apostadores. Para mi alivio, parecía fácil. El primero extendió la parte superior de sus 
cartas brevemente contra el fieltro, y recibió una carta, el segundo metió la esquina de 
sus cartas debajo del montón de fichas de su apuesta, y no quiso nada. Rápidamente 
puse mis cartas hacia abajo, empujándolas torpemente debajo de mis fichas - con las 
mejillas ardiéndome - cuando el crupier me miró. Me di cuenta tarde que el crupier tenía 
una reina. Edward rozó la mesa ligeramente, y la crupier le lanzó en la mesa un nueve boca arriba enfrente de él. Le miré, mientras los hombres de detrás de mí murmuraron 
con admiración. 
El crupier tenía un jack, y yo perdí, como también  los dos señores asiáticos. 
Suavemente nos liberó de nuestras fichas. Escuché un apagado alboroto que venía de 
la mesa de la ruleta, y tuve miedo de mirar. Edward empujó otra pila de mis fichas sobre 
la mesa, y el juego empezó otra vez. 
Cuando mis fichas desaparecieron, Edward me pasó parte de las suyas, incapaz de 
contener su divertida sonrisa. Lo estaba haciendo bien, ganando tres veces, que la 
mayoría de las veces que los otros hombres de la mesa. Pero, con el tamaño de mis 
apuestas controlado por él, estaba perdiendo fichas más rápido de las que él podía 
recoger. Todavía tenía que ganar una mano. Era humillante - pero al menos estaba 
segura que nunca me convertiría en una adicta al juego. 
Finalmente, perdí nuestra última pila de fichas. Los señores asiáticos, y su escolta 
femenina, observaron a Edward con impresionada curiosidad cuando él no pudo 
contener por más tiempo su alegría, riendo entre dientes silenciosamente, pero con un 
profundo regocijo, mientras él me volvía a sentar en la silla de ruedas. Me sonrojé y 
mantuve la mirada en la gruesa alfombra mientras me empujaba hacia fuera, aún 
riéndose. 
- Soy la peor jugadora de la historia - murmuré disculpándome. 
- En realidad, no lo eres. Eso es lo que lo hace más divertido - se rió de nuevo. - Tú no 
hiciste nada mal, aparte de jugar un poco cautelosamente. Lo extraño hubiera sido que 
hubieras perdido todas las manos… - sacudió la cabeza, sonriendo abiertamente. 
Llegamos a la mesa de la ruleta justo a tiempo de ver cómo Alice perdía su 
espectacular pila de fichas de todos los colores en un sólo desastroso giro de volante. 
Muchos de los jugadores esperanzados que habían apostado con ella a diecisiete al 
black, le miraron con mirada asesina decepcionados. Ella se rió, un vibrante y 
despreocupado sonido, y se unió a nosotros. 
- ¿Perdimos suficiente? - susurré mientras salíamos por las puertas de oro. 
- Creo que la casa está satisfecha. Probablemente eres su clienta favorita de hoy - se 
rió él por lo bajo. - Por favor, prométeme una cosa. 
- Lo que quieras. 
- Nunca, jamás me digas cuánto dinero hemos perdido hoy, por favor. 
Para entonces, ya estábamos en el ruidoso casino, y su risa era incontrolada.

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