viernes, 16 de marzo de 2012

Luna Nueva ☾ Capítulo 16: Paris


Y en ese preciso momento salí a la superficie. 
Me hallaba desorientada. Hubiera jurado que hacía un momento me estaba 
ahogando. 
Era imposible que la corriente me hubiera sacado de allí. Las rocas se me 
clavaban en la espalda; una fuerza me empujaba contra ellas rítmicamente, haciendo 
que expulsara el agua de los pulmones. La eché por la boca y la nariz a borbotones. 
La sal me quemaba los pulmones y tenía la garganta tan llena de líquido que me era 
imposible inspirar; además, las rocas me herían la espalda. No sabía cómo había ido 
a parar a ningún lugar, pues la corriente todavía tiraba de mí. No podía ver otra cosa 
que agua por todos lados, ya que me llegaba hasta el rostro. 
—¡Respira! —me ordenó con angustia una voz; sentí un cruel pinchazo de dolor 
cuando la reconocí, porque no era la de Edward. 
Resultaba imposible obedecerle. La catarata de mi boca no  se detenía lo 
bastante para permitirme tomar aire. El agua negra y helada me llenaba el pecho, me 
quemaba. 
La roca volvió a golpearme en la espalda, justo entre los omóplatos, y otro 
aluvión de agua me obturó la garganta al salir de los pulmones. 
—¡Respira, Bella! ¡Venga! —me suplicó Jacob. 
Unos puntos negros, que se iban agrandando cada vez más, me salpicaban la 
visión y bloqueaban la luz. 
La roca me golpeó de nuevo. 
No estaba tan fría como el agua; de hecho, la sentía caliente contra mi piel. Me 
di cuenta de que era la mano de Jacob, que intentaba expulsar el agua de mis 
pulmones,  y  aquella barra de hierro que me había sacado del mar también había 
sido... cálida. .. La cabeza me daba vueltas y los puntos negros lo cubrían todo. 
¿Acaso me estaba muriendo de nuevo? No me gustaba, no era tan agradable 
como la vez anterior. Ahora no había nada que mereciera la pena mirar, lo veía todo 
oscuro. El batir de las olas se desvanecía en la negrura y terminó convirtiéndose en 
un susurro monótono que sonaba como si surgiera del interior de mis oídos. 
—¿Bella? —inquirió Jacob, con la voz aún tensa, pero no tan exasperada como 
antes—. Bella, cariño, ¿puedes oírme? 
Toda mi cabeza se mecía y balanceaba de un modo vertiginoso, como si su 
interior se hubiera acompasado al ritmo del agua encrespada. 
—¿Cuánto tiempo ha estado inconsciente? —preguntó en ese momento alguien. 
La voz que no pertenecía a Jacob me chocó y crispó lo suficiente para 
permitirme una conciencia más clara. 
Me di cuenta de que yacía inerte. La corriente ya no me arrastraba, los tirones 
sólo existían dentro de mi cabeza. La superficie sobre la que me encontraba era plana 
e inmóvil. Sentí su textura granulosa contra la piel desnuda. 
—No lo sé —contestó Jacob, todavía frenético. Su voz sonaba muy cerca. Sus 
manos, tenían que ser las suyas, porque nadie las tenía tan calientes, me apartaban el 
cabello mojado de las mejillas—. ¿Unos cuantos minutos? No me ha llevado mucho 
tiempo traerla hasta la playa. 
El tranquilo susurro que oía en mi cabeza no eran las olas, sino el aire que salía 
y entraba nuevamente de mis pulmones. Tenía las vías respiratorias en carne viva, 
como si las hubiera frotado con un estropajo de aluminio, por lo que cada aliento me 
quemaba, pero todavía respiraba. También estaba helada. Un millar de punzantes 
gotas congeladas me pinchaban la cara y los brazos, haciendo que el frío fuera aún 
peor. 
—Vuelve a respirar, saldrá de ésta. De todos modos no podemos dejar que se 
enfríe, no me gusta el color que está tomando —esta vez reconocí la voz de Sam. 
—¿Qué crees? ¿Le pasará algo si la movemos? 
—¿Se golpeó en la espalda o contra algo al caer? 
—No lo sé.
Ambos dudaron. 
Intenté abrir los ojos. Me llevó casi un minuto, pero pude ver las oscuras nubes 
de color púrpura que dejaban caer una lluvia helada sobre mí. 
—¿Jake? —grazné. 
El rostro de Jacob bloqueó el cielo. 
—¡Ah! —jadeó mientras el alivio le recorría las facciones. Tenía los ojos 
humedecidos a causa del aguacero—. ¡Oh, Bella! ¿Estás bien? ¿Puedes oírme? ¿Te has 
hecho daño en alguna parte? 
—S-sólo en l-la garganta... —tartamudeé, con los labios temblorosos de frío. 
—En tal caso, será mejor que te saquemos de aquí —dijo Jacob. Deslizó sus 
brazos debajo de mí y me alzó sin esfuerzo, como si fuera una caja vacía. Su pecho 
estaba desnudo, pero caliente; encorvó los hombros para protegerme de la lluvia. Se 
me deslizó la cabeza hacia su brazo. Miré de forma inexpresiva a su espalda, donde 
el agua golpeaba con furia la arena. 
—¿La tienes? —le oí preguntar a Sam. 
—Sí, me la llevaré de aquí. Vuelvo al hospital. Luego me  reuniré contigo. 
Gracias, Sam. 
La cabeza todavía me daba vueltas. Su conversación carecía de sentido para mí 
en ese momento. Sam no contestó. No se oía nada; me pregunté si ya se habría 
marchado. 
Las olas lamían y removían la arena detrás de nosotros mientras Jacob me 
sacaba de allí. Parecían enfadadas porque me hubiera escapado. Mientras miraba 
cansinamente hacia el horizonte, una chispa de color captó la atención de mis ojos 
extraviados; una pequeña llama de fuego bailaba sobre la masa de agua negra, allá 
lejos, en la bahía. La imagen carecía de sentido y me pregunté si estaba o no 
consciente. No dejaba de darle vueltas en la cabeza al recuerdo del agua oscura y 
agitada, donde me había sentido tan perdida que no identificaba con claridad el 
arriba y el abajo. Tan perdida... Sin embargo Jacob, de alguna manera... 
—¿Cómo me encontraste? —pregunté con voz ronca. 
—Te estaba buscando —me contestó mientras subía al trote  por la playa en 
dirección a la carretera, bajo la cortina de agua—. Seguí las huellas de las ruedas de 
tu coche y entonces te oí gritar —se estremeció—. ¿Por qué saltaste, Bella? ¿No te 
diste cuenta de que se estaba formando una gran tormenta? ¿Por qué no me 
esperaste? —la ira le colmaba la voz conforme el alivio pasaba a un segundo plano. 
—Lo siento —murmuré—. Fue una estupidez. 
—Desde luego, ha sido una verdadera estupidez —coincidió. Cayeron de su 
pelo varias gotas de lluvia cuando asintió con la cabeza—.  Mira, ¿te importaría 
reservarte todas estas tonterías para cuando yo esté cerca? No puedo concentrarme si 
estoy todo el día pensando que andas tirándote de los acantilados a mi espalda. 
—De acuerdo. Sin problemas —le aseguré. Mi voz sonó como  la de una 
fumadora compulsiva. Intenté aclararme la garganta y entonces hice un gesto de 
dolor; fue como si me hubiera clavado un cuchillo en ese mismo sitio—. ¿Ha ocurrido 
algo hoy? ¿La... habéis encontrado? 
Ahora me tocaba estremecerme a mí a pesar de que, pegada a  su cuerpo 
ridículamente caluroso, no tenía nada de frío. 
Jacob negó con la cabeza. Corría más que andaba mientras seguía la carretera en 
dirección a su casa. 
—No, Victoria se arrojó al agua, y los chupasangres tienen allí más ventaja. Por 
eso volví corriendo a casa. Temía que a nado duplicara la velocidad con la que se 
movía a pie, y que regresara, y como pasas tanto tiempo en la playa... —se le formó 
un nudo en la garganta que le impidió hablar. 
—Sam volvió contigo... ¿Están todos en casa? —esperaba que no siguieran 
buscándola. 
—Sí. Algo así. 
Bajo el aguacero que tamborileaba sobre nosotros, le observé entrecerrando los 
ojos para estudiar sus facciones. Tenía la mirada tensa por la preocupación o la pena. 
Las palabras no cobraron sentido hasta que de pronto encajaron. 
—Antes, al hablar con Sam, has mencionado el hospital. ¿Ha resultado herido 
alguno? ¿Luchó contra vosotros? —el tono de mi voz se alzó una octava, sonando 
extraño con la ronquera. 
—No, no. Se trata de Harry Clearwater. Esta mañana le ha dado un ataque al 
corazón. Emily nos esperaba con la mala noticia al llegar.
—¿Harry? —sacudí la cabeza mientras intentaba asumir sus palabras—. ¡Oh, 
no! ¿Lo sabe Charlie? 
—Sí. Él también está allí, con mi padre. 
—¿Va a salir Harry de ésta? 
Los ojos de Jacob se tensaron de nuevo. 
—Por ahora, no tiene muy buena pinta. 
De pronto, enfermé de culpabilidad. Pensar en el salto absurdo desde el 
acantilado hizo que me sintiera realmente mal. Nadie debería estar preocupándose 
por mí en esos instantes. ¡Qué momento más estúpido para volverse temeraria! 
—¿Qué puedo hacer? —le pregunté. 
Entonces la lluvia dejó de empaparnos. No me di verdadera cuenta de que 
habíamos llegado a casa de Jacob hasta que cruzamos la puerta. El vendaval azotaba 
el tejado. 
—Podrías quedarte aquí—repuso Jacob mientras me depositaba en el pequeño 
sofá-—. Vamos, que no te muevas de esta casa. Te traeré alguna ropa seca. 
Dejé que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad de la estancia mientras Jacob 
iba de un lado para otro en su cuarto. La atestada habitación de la entrada parecía 
muy vacía sin Billy, casi desolada. Tenía un aspecto extrañamente ominoso, 
probablemente sólo porque yo sabía dónde estaba. 
Jacob regresó en cuestión de segundos y me arrojó una  pila de prendas de 
algodón gris. 
—Te estarán grandes, pero no he encontrado nada mejor. Yo... esto... saldré 
fuera para que te puedas cambiar. 
—No te vayas a ninguna parte. Estoy demasiado cansada para moverme 
todavía. Quédate conmigo. 
Jacob se sentó en el suelo junto a mí y apoyó la espalda contra el sofá. Me 
pregunté cuándo habría sido la última vez que había dormido. A juzgar por su 
aspecto, estaba tan exhausto como yo. 
Reclinó la cabeza sobre el cojín que estaba al lado del mío y bostezó. 
—Ojalá pudiera descansar un minuto. 
Cerró los ojos. Yo también dejé que los míos se cerraran. 
Pobre Harry. Pobre Sue. Sabía que Charlie estaría con ellos. Era uno de sus 
mejores amigos. A pesar del pesimismo de Jacob, deseé fervientemente que Harry lo 
superara. Por el bien de Charlie. Por Sue, por Leah, por Seth. 
El sofá de Billy estaba al lado del radiador, así que ahora me sentía caliente a 
pesar de mis ropas empapadas. Me dolían los pulmones de un modo que me 
empujaba hacia la inconsciencia más que a mantenerme despierta. Me pregunté 
vagamente si echar una cabezada sería una mala idea... si terminaría mezclando el 
ahogo con la conmoción cerebral. Jacob comenzó a roncar suavemente y me arrulló 
como si fuera una nana. Me quedé dormida enseguida. 
Disfruté un sueño normal por vez primera en mucho tiempo. Sólo efectué un 
vagabundeo difuso por los viejos recuerdos: cegadoras visiones brillantes del sol de 
Phoenix, el rostro de mi madre, una destartalada casita en un árbol, un edredón 
usado, una pared de espejos, una llama en el agua negra... Iba olvidando una 
conforme pasaba a la siguiente, las olvidé todas... 
... salvo la última, que quedó grabada en mi mente. No tenía sentido, sólo era 
un decorado en un escenario consistente en un balcón con una luna pintada colgada 
del cielo. Vi a la chica vestida con un camisón inclinarse sobre la baranda y hablar 
consigo misma. 
Carecía de sentido, pero Julieta se hallaba en mi mente  cuando me fui 
despertando poco a poco. 
Jacob se había deslizado hasta quedar tumbado en el suelo, donde seguía 
durmiendo. Su respiración se había vuelto profunda y regular. La casa estaba ahora 
más oscura que antes y al otro lado de la ventana se veía  todo negro. Me sentía 
rígida, pero caliente y casi seca. La garganta me ardía cada vez que respiraba. 
Iba a tener que levantarme, al menos para tomarme una bebida, pero mi cuerpo 
sólo quería quedarse ahí, relajado, y no moverse nunca. 
En vez de moverme, pensé en Julieta un poco más. 
Me pregunté qué habría hecho si Romeo la hubiera dejado, no a causa del 
destierro, sino por desinterés. ¿Qué habría ocurrido si Rosalinda le hubiera dado un 
día de tiempo y él hubiera cambiado de opinión? ¿Y qué hubiera pasado si, en vez de 
casarse con Julieta, simplemente hubiese desaparecido?
Me parecía saber cómo se habría sentido Julieta. 
Ella no habría vuelto a su vida anterior, seguro que no. Yo estaba convencida de 
que nunca se habría ido a otro lugar. Incluso si hubiera llegado a vivir hasta ser una 
anciana de pelo gris, cada vez que hubiera cerrado los ojos, habría visto el rostro de 
Romeo. Y ella lo habría aceptado, finalmente. 
Me pregunté si al final se habría casado con Paris, sólo para complacer a sus 
padres y mantener la paz. No, probablemente no, decidí, pero de todos modos, la 
historia dice poco de Paris. Era un simple monigote, un cero a la izquierda, una 
amenaza, un ultimátum para forzar la mano a Julieta. 
¿Y qué pasaría si se supiera más sobre Paris? ¿Qué sucedería si Paris hubiera 
sido amigo de Julieta? ¿Su mejor amigo? ¿Qué habría ocurrido si él fuera la única 
persona en la que pudiera confiar la devastación causada por Romeo, la única 
persona que realmente la comprendiera y la hiciera sentirse otra vez medio humana? 
¿Y si él era paciente y amable? ¿Y si cuidaba de ella? ¿Qué sucedería si Julieta supiera 
que no podría sobrevivir sin él? ¿Qué pasaría si él realmente la amara y deseara que 
ella fuera feliz? 
¿Y si ella quisiera a Paris? No como a Romeo, por descontado, ya que no había 
nada similar, pero sí lo bastante para que ella deseara que él también fuera feliz. 
En la habitación no se oía otro sonido que la respiración cadenciosa y profunda 
de Jacob, como la nana que se canta en voz baja a un niño, como el vaivén de una 
mecedora, como el tictac de un viejo reloj cuando no  se tiene por qué ir a ninguna 
parte... Era un sonido reconfortante. 
Si Romeo se hubiera ido realmente para no volver, ¿qué  importaba si Julieta 
aceptaba o no la oferta de Paris? Quizás ella hubiera intentado conformarse con los 
restos que le quedaran de su vida anterior. Tal vez esto  fuese lo más cerca que 
pudiera llegar a estar de la felicidad. 
Suspiré, y después gruñí cuando el suspiro me arañó la garganta. Estaba dando 
demasiada importancia a la historia. Romeo no hubiera cambiado de idea. Ésa es la 
razón por la cual la gente todavía recuerda su nombre, siempre emparejado con el de 
ella: Romeo y Julieta. Y ése también es el motivo de que se la considere una buena  
historia. «Julieta se conforma con Paris» nunca habría sido un éxito. 
Cerré los ojos y me dejé ir de nuevo. Permití a mi mente que vagara lejos de esa 
estúpida obra de teatro en la que no quería volver a pensar, y en vez de eso regresé a 
la realidad para cavilar sobre el necio error de los saltos de acantilado; y no sólo el 
acantilado, sino también las motos y mi comportamiento alocado a lo Evel Knievel

¿Qué habría ocurrido de haberme pasado algo malo? ¿Qué habría supuesto eso para 
Charlie? El repentino ataque al corazón de Harry me había puesto las cosas en 
perspectiva. Una perspectiva que yo no quería afrontar porque significaba que 
tendría que cambiar mis costumbres. ¿Podría vivir así? 
Tal vez. No iba a ser fácil; de hecho, sería triste de verdad el abandonar mis 
alucinaciones para intentar madurar, pero quizá debería hacerlo. Incluso podría 
llegar a conseguirlo. Si tuviera a Jacob. 
No podía tomar esa decisión justo en ese momento. Dolía demasiado. Tendría 
que pensar en otra cosa. 
Mientras me esforzaba en encontrar algo agradable en lo que pensar, le estuve 
dando vueltas a las imágenes del atolondrado comportamiento de la tarde: la 
sensación del aire en la cara al caer, la negrura del agua, la succión de la corriente, el 
rostro de Edward —me demoré en ella durante un buen rato—, las cálidas manos de 
Jacob mientras intentaba devolverme a la vida, la lluvia que nos atacaba desde las 
nubes púrpuras como miles de aguijones, la extraña llama entre las olas... 
Recordé la llama de color sobre las aguas con un cierto sentimiento de 
familiaridad. Desde luego, no podía ser fuego de verdad... 
El chapoteo de un coche en la carretera enlodada cortó  el hilo de mis 
pensamientos. Oí cómo frenaba delante de la casa y también el estrépito de puertas 
que se abrían y cerraban. Pensé que debía sentarme y después decidí pasar de la 
idea. 
Era fácil identificar la voz de Billy, aunque habló en voz baja, algo poco habitual 
en él, por lo que quedó reducida a un gruñido grave.
Se abrió la puerta y alguien encendió la luz. Parpadeé, momentáneamente 
cegada. Jake se despertó sobresaltado, jadeando mientras se incorporaba de un salto. 
—Lo siento —refunfuñó Billy—. ¿Os hemos despertado? 
Mis ojos enfocaron lentamente su rostro y después, cuando pude interpretar su 
expresión, se llenaron de lágrimas. 
—¡Oh, no, Billy! —gemí. 
El aludido asintió con un gesto lento. Tenía el rostro endurecido por la pena. 
Jake se acercó presuroso a su padre y le tomó de la mano. La pena le rejuveneció 
hasta conferir a su rostro un aspecto repentinamente aniñado, lo cual resultaba una 
extraña culminación a su cuerpo de hombre. 
Sam se hallaba detrás de Billy. Empujó la silla para que cruzara la puerta. La 
                                               
2
[N. del T.] Piloto de motos de conducción temeraria que entró en el libro Guinness de los 
récords por el número de huesos rotos. 
angustia había reemplazado a la habitual compostura de su cara. 
—Cuánto lo siento —murmuré. 
Billy asintió. 
—Va a ser muy duro para todos. 
—¿Dónde está Charlie? 
—Tu padre se ha quedado con Sue en el hospital. Hay una gran cantidad... de 
disposiciones que tomar. 
Tragué con dificultad. 
—Será mejor que vuelva allí —murmuró Sam entre dientes; luego, salió 
precipitadamente por la puerta. 
Billy retiró su mano de la de Jacob y después atravesó la habitación en dirección 
a la cocina. 
Jake le miró durante un minuto y después vino a sentarse en el suelo, a mi lado. 
Ocultó el rostro entre las manos. Le acaricié el hombro, deseando que se me ocurriera 
algo que pudiera decirle. 
Después de un buen rato, Jacob me tomó la mano y la sostuvo contra su cara. 
—¿Qué tal estás? ¿Te encuentras bien? Probablemente debería haberte llevado a 
un médico o algo así —suspiró. 
—No te preocupes por mí —solté con voz ronca. 
Giró el rostro para mirarme. Sus ojos estaban ribeteados de rojo.  
—No tienes muy buen aspecto. 
—Supongo que tampoco me encuentro demasiado bien. 
—Iré a buscar tu coche para llevarte a casa; deberías estar allí cuando Charlie 
regrese. 
—De acuerdo.  
Me quedé tumbada, apática, en el sofá mientras le esperaba. Billy permanecía 
en silencio en la otra habitación. Me sentía como una mirona que escudriñaba una 
pena privada y ajena. 
Jacob no necesitó mucho tiempo para traer mi coche. El  rugido del motor 
rompió el silencio antes de lo esperado. Me ayudó a levantarme del sofá sin decir una 
palabra, manteniendo su brazo alrededor de mis hombros mientras el aire frío del 
exterior me hacía temblar. Se acomodó en el asiento del conductor sin preguntarme y 
a continuación me empujó hacia su lado para mantener su brazo apretado a mi 
alrededor. Dejé caer la cabeza sobre su pecho. 
—¿Cómo vas a volver a casa? —le pregunté. 
—Es que no voy a volver. Todavía no hemos atrapado a la chupasangre, 
¿recuerdas? 
El estremecimiento que sentí no tuvo nada que ver con el frío. Después fue un 
viaje tranquilo. El aire helado me había avivado. Me sentía alerta, con la mente 
trabajando deprisa y con intensidad. 
¿Qué pasaría? ¿Cuál era la opción acertada? Ahora era incapaz de concebir mi 
vida sin Jacob. Me encogía ante la idea de siquiera imaginarlo. De algún modo, él se 
había convertido en una parte esencial de mi supervivencia, pero dejar las cosas en 
su estado actual... eso era una crueldad, tal y como Mike me Había echado en cara. 
Recordé mi viejo deseo de que Jacob fuera mi hermano. Me daba cuenta ahora 
de que lo que quería realmente era tener algún derecho sobre él. La manera en la que 
él me abrazaba no parecía muy fraternal. Simplemente era agradable, cálido, familiar 
y reconfortante. Seguro. Jacob era un puerto seguro. 
Podía reclamar ese derecho, estaba realmente en mis manos. 
Era consciente de que iba a tener que contárselo todo. No había otra forma de 
ser legal con él. Tendría que explicárselo bien para que supiera que yo no me estaba 
conformando, que le consideraba algo realmente bueno para mí. Él ya sabía que me 
sentía rota por dentro —esa parte no le sorprendería—, pero tenía que revelarle hasta 
qué punto era así, incluso habría de admitir mi locura y explicarle lo de las voces. 
Jake tendría que saberlo todo antes de tomar una decisión. 
Sin embargo, aunque yo reconocía esa necesidad, también era consciente de que 
él querría estar conmigo a pesar de todo, ni siquiera se detendría a considerarlo. 
Tendría que comprometerme, entregar todo lo que quedaba de mí, cada pedazo 
roto. Era la única manera de ser justa con él. ¿Lo haría? ¿Podría hacerlo? 
¿De verdad estaba tan mal que intentara hacer feliz a Jacob? Incluso si el amor 
que sentía por él no fuera más que un eco débil del que era capaz de sentir, aunque 
mi corazón se encontrara lejos y ausente, malherido por  mi voluble Romeo, ¿tan 
malo era? 
Jacob detuvo el coche enfrente de mi casa, que estaba  a oscuras, y apagó el 
motor; de pronto, reinó el silencio. Como tantas otras veces, él parecía estar en 
consonancia con mis pensamientos de ese momento. 
Me abrazó y me estrechó contra su pecho, envolviéndome con su cuerpo. De 
nuevo, esto me hizo sentir bien. Era casi como ser otra vez una persona completa. 
Creí que pensaba en Harry, pero entonces habló y su tono de voz era de 
disculpa. 
—Perdona. Sé que mis sentimientos y los tuyos no son los mismos, Bella, pero 
te juro que no importa. Me alegro tanto de que te encuentres bien que tengo ganas de 
cantar, y eso, desde luego, es algo que a nadie le gustaría escuchar. 
Se rió con su risa gutural en mi oído. 
Mi respiración pareció lijar las paredes de mi garganta hasta excavar un 
agujero. 
A pesar de su indiferencia y teniendo en cuenta las circunstancias, ¿no desearía 
Edward que yo fuera lo más feliz posible? ¿No le quedaría suficiente afecto como 
para querer esto para mí? Pensé que sería así. No, no me  echaría en cara que 
concediera a mi amigo Jacob una pequeña parte del amor que él no quería. Después 
de todo, no era la misma clase de amor, en absoluto. 
Jake presionó su mejilla cálida contra la parte superior de mi cabeza. 
Sabía sin lugar a dudas qué sucedería si ladeaba el rostro y presionaba mis 
labios contra su hombro desnudo... Sería muy fácil. No habría necesidad de 
explicaciones esta noche. 
Pero ¿sería capaz de hacerlo? ¿Podría traicionar a mi amado ausente para salvar 
mi patética vida? 
Las mariposas asaltaron mi estómago mientras pensaba si volvía o no el rostro. 
Entonces, con la misma claridad que si me hubiera puesto en riesgo inmediato, 
la voz aterciopelada de Edward me susurró al oído: Sé feliz.
Me quedé helada. 
Jacob sintió cómo me ponía rígida, me soltó de forma automática y se volvió 
para abrir la puerta. 
Espera, me hubiera gustado decirle. Sólo un momento. Pero seguí paralizada en 
mi asiento, escuchando el eco de la voz de Edward en mi mente. 
De pronto, entró en el coche un soplo de aire, frío como el de una tormenta. 
—¡Arg! —Jacob espiró con fuerza, como si alguien le hubiera golpeado en la 
barriga—. ¡Vaya mierda! 
Cerró la puerta de golpe al tiempo que giraba la llave del encendido. Le 
temblaban tanto las manos que yo no sabía cómo se las iba a arreglar para hacerlo. 
—¿Qué ocurre? 
Aceleró demasiado rápido, así que el motor petardeó y se caló. 
—Vampiro —espetó. 
La sangre huyó de mi cabeza, por lo que me sentí mareada.
—¿Cómo lo sabes? 
—¡Porque puedo olerlo! ¡Maldita sea! 
Los ojos de Jacob brillaban salvajes mientras rastreaba la calle oscura. No 
parecía consciente de los temblores que recorrían su cuerpo. 
—¿Entro en fase o la saco de aquí antes? —murmuró para sí mismo. 
Me miró durante una fracción de segundo, tiempo suficiente para percatarse de 
mis ojos dilatados por el terror y mi pálida faz; después, se volvió para rastrear la 
calle otra vez. 
—De acuerdo. Primero te saco de aquí. 
El motor arrancó con un rugido. Las cubiertas chirriaron mientras le daba la 
vuelta al coche para girar hacia nuestra única ruta de escape. Las luces delanteras 
barrieron el pavimento e iluminaron la línea frontal del bosque oscuro, y finalmente 
se reflejaron en un coche aparcado al otro lado de la calle, donde estaba mi casa. 
—¡Frena! —jadeé. 
Conocía ese vehículo negro, yo, que era el polo opuesto a un aficionado a los 
coches, podía decirlo todo sobre ese vehículo en particular. Era un Mercedes S55 
AMG. Sabía de memoria cuántos caballos de potencia tenía y el color de la tapicería. 
Conocía la sensación de ese motor potente susurrando a  través de la carrocería. 
Había sentido el olor delicioso de los asientos de cuero y el modo en que los cristales 
tintados hacían que un mediodía pareciera un atardecer. 
Era el coche de Carlisle. 
—¡Frena! —grité otra vez, y más fuerte, porque Jacob estaba haciendo correr el 
coche calle abajo. 
—¡¿Qué?! 
—No es Victoria. ¡Para, para! Quiero volver. 
Pisó con tal fuerza el freno que tuve que sujetarme para  no darme un golpe 
contra el salpicadero. 
—¿Qué? —me preguntó de nuevo, aterrado. Me miraba con el horror reflejado 
en los ojos. 
—¡Es el coche de Carlisle! Son los Cullen. Lo sé. 
Vio despertar en mí la esperanza y un temblor violento le sacudió el cuerpo. 
—¡Eh, cálmate, Jake! Todo va bien. No hay peligro, ¿ves? Relájate. 
—Sí, relájate —resolló mientras agachaba la cabeza y cerraba los ojos. Mientras 
se concentraba para no transformarse en un lobo, observé el coche negro a través del 
cristal trasero. 
Sólo puede ser Carlisle, me dije a mí misma. No esperes otra cosa. Quizás Esme... 
Para ya, dije para mis adentros. Sería Carlisle a lo sumo. Más de lo que yo hubiera 
pensado que podría volver a tener. 
—Hay un vampiro en tu casa —masculló Jacob—. ¿Y tú quieres regresar? 
Aparté la vista del Mercedes a regañadientes, aterrorizada de que pudiera 
desaparecer si le quitaba los ojos de encima un segundo, y le miré a él para 
contestarle con voz inexpresiva ante la sorpresa con que me había formulado la 
pregunta: 
—Por supuesto. 
Por supuesto que quería volver. 
El rostro de Jacob se endureció hasta convertirse en la máscara de amargura que 
yo había dado por desaparecida. Antes de que tuviera tiempo de ajustársela, atisbé 
cómo flameaba en sus ojos el impacto causado por mi traición. Le seguían temblando 
las manos. Parecía diez años mayor que yo. 
Inspiró profundamente. 
—¿Estás segura de que no es una trampa? —me preguntó lentamente, con voz 
severa. 
—No es una trampa, es Carlisle. ¡Llévame de vuelta! 
Un estremecimiento hizo ondular los amplios hombros de Jacob, pero sus ojos 
continuaron inexpresivos y vacíos de emoción. 
—No. 
—Jake, todo va bien... 
—No. Vuelve tú sola, Bella —su voz restalló y me estremecí cuando el sonido 
me golpeó. Su mandíbula se tensaba y relajaba sin cesar. 
—No es como... 
—He de hablar con Sam ahora mismo. Esto cambia las cosas. No nos pueden 
capturar en su territorio. 
—¡Jake, esto no es una guerra! 
No me escuchó. Dejó el cambio de marchas en punto muerto y salió por la 
puerta de un salto, abandonando el coche con el motor encendido. 
—Adiós, Bella —se despidió sin volverse—. Espero que no mueras, de verdad. 
Echó a correr en medio de la noche. Temblaba con tal virulencia que su forma 
pareció difuminarse. Desapareció antes de que yo pudiera abrir la boca para llamarle 
y pedirle que volviera. 
El remordimiento me inmovilizó contra el asiento durante un minuto 
interminable. ¿Qué le acababa de hacer a Jacob? 
Pero el remordimiento no me duró mucho rato. 
Me deslicé del asiento del copiloto al del conductor y me puse al volante. Las 
manos me temblaban casi tanto como las de Jacob. Necesité otro minuto para 
concentrarme. Entonces, con cuidado, di media vuelta  y  conduje de regreso a mi 
casa. 
Reinó una oscuridad absoluta en cuanto apagué las luces del coche. Charlie se 
había marchado con tanta prisa que se había olvidado de dejar encendida la lámpara 
del porche. Sentí una punzada de duda al mirar hacia la casa, sumergida en las 
sombras. ¿Qué ocurriría si esto resultara ser realmente una trampa? 
Volví la vista atrás, hacia el coche negro, casi invisible en la noche. No. Conocía 
aquel coche de verdad. 
Sin embargo, cuando alcé la mano para recoger la llave que se encontraba en la 
parte superior de la puerta, las manos me temblaban aún más que antes. El pomo 
giró fácilmente cuando lo moví para abrir. El vestíbulo estaba en tinieblas. 
Hubiera querido saludar en voz alta, pero tenía la garganta  demasiado seca. 
Apenas parecía capaz de respirar. 
Me adentré un paso en la casa y manoteé en busca del interruptor. Estaba tan 
oscuro como el agua negra... Pero ¿dónde se encontraba? 
Todo estaba negro, igual que el agua negra en la que una  llama anaranjada 
brillaba de forma imposible. Una llama que no podía ser un fuego, pero en ese caso, 
¿qué podía ser...? Tanteé la pared con los dedos temblorosos, intentando encender la 
luz... 
De pronto, empezaron a resonar en mi mente las palabras que Jacob había dicho 
esa tarde hasta sumergirme en ellas... Victoria se arrojó al agua, y los chupasangres tienen 
allí más ventaja. Por eso volví corriendo a casa. Temía que a nado duplicara la velocidad con 
la que se movía a pie, y que regresara... 
La mano se me quedó helada en plena búsqueda, al igual que el resto del 
cuerpo, cuando comprendí qué era ese extraño color naranja en el agua... 
... el cabello de Victoria, del mismo color que el fuego, que flameaba suelto con 
el viento... 
Ella había estado en el espigón con Jacob y conmigo. Si Sam no hubiera estado 
allí, si sólo hubiéramos estado nosotros dos... Era incapaz de respirar o de moverme. 
La luz se encendió, a pesar de que mi mano helada aún no había encontrado el 
interruptor. 
Parpadeé bajo la luminosidad repentina y vi que alguien  estaba allí, 
aguardándome. 


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