viernes, 16 de marzo de 2012

Luna Nueva ☾ Capítulo 12: Intruso


El susto me hizo abrir los ojos. Estaba tan fatigada y confusa que dudaba de si 
estaba dormida o despierta. 
Alguien volvió a arañar el cristal de la ventana levantando un sonido chirriante 
y estridente. 
Salí a trompicones de la cama, confusa y patosa. Parpadeé en mi intento de 
enjugar las lágrimas de mis ojos. 
Una gran silueta oscura se bamboleaba de un lado a otro del cristal, se movía 
como si fuera a lanzarse contra el cristal y atravesarlo. Retrocedí estupefacta y 
aterrada, a punto de gritar. 
Victoria. 
Había venido a por mí. 
Estaba muerta. 
¡No, Charlie también, no!  
Refrené el grito que iba a proferir. Debía conseguir que todo se desarrollara en 
silencio. No sabía cómo, pero tenía que evitar que Charlie acudiera a investigar... 
Entonces, la figura sombría emitió una voz hosca que conocía muy bien. 
—¡Bella! —bisbiseó—. ¡Ay! ¡Maldita sea, abre la ventana! ¡Ay! 
Estaba temblando de terror, por lo que necesité dos segundos antes de ser capaz 
de moverme, pero luego me apresuré a acudir a la ventana y abrirla a empellones. La 
escasa luminosidad que alumbraba las nubes me bastó para identificar la silueta. 
—¿Qué haces? —pregunté jadeando. 
Jacob colgaba precariamente de la pícea que crecía en el pequeño patio 
delantero de Charlie. Su peso había inclinado el árbol hacia la casa y ahora pendía a 
menos de un metro de mí y a seis metros del suelo. Las finas ramas del extremo del 
árbol arañaban la fachada de la casa con un chirrido crispante. 
—Intento cumplir... —resopló mientras cambiaba de posición su peso cada vez 
que el árbol le zarandeaba— mi promesa. 
Tenía los ojos húmedos y borrosos. Parpadeé, repentinamente convencida de 
que seguía soñando. 
—¿Desde cuándo has prometido matarte cayéndote desde la copa del árbol de 
Charlie? 
Bufó al no encontrar gracioso el comentario al tiempo que hacía oscilar las 
piernas para incrementar el ritmo de balanceo. 
—Apártate de ahí —me ordenó. 
—¿Qué? 
Volvió a mover las piernas —hacia atrás y hacia delante— y aumentó el  
impulso. Entonces comprendí lo que se proponía. 
—¡No, Jake! 
Pero ya era demasiado tarde, por lo que me hice a un lado, Se lanzó hacia mi 
ventana abierta tras proferir un gruñido. 
Estuve a punto de volver a chillar, ya que temí que se matara en la caída, o al 
menos se lisiara al golpearse contra el revestimiento exterior. Me quedé pasmada 
cuando entró en mi habitación de un ágil salto para luego aterrizar sobre la parte 
anterior de la planta del pie con un ruido sordo. 
Los dos nos miramos de inmediato mientras conteníamos la respiración a la 
espera de saber si Charlie se había despertado Transcurrieron unos breves instantes 
de silencio hasta que es cuchamos los apagados ronquidos de mi padre. 
Una enorme sonrisa se fue extendiendo por su rostro lentamente. Parecía muy 
complacido consigo mismo. No era la sonrisa que yo conocía y adoraba, era una 
sonrisa nueva —una burla amarga de su antigua franqueza— en el rostro que había 
pertenecido a Jacob. 
Aquello fue demasiado para mí. Había llorado hasta quedarme  dormida por 
culpa de aquel muchacho. Su severo rechazo había abierto un nuevo agujero en lo 
que quedaba de mi pecho. Había dejado a su paso una nueva pesadilla, como una 
infección en una llaga supurante, el insulto después de la herida. Y ahora estaba en 
mi habitación con su sonrisa de auto-complacencia como si nada hubiera pasado. Y 
peor aún, aunque su llegada había sido aparatosa y torpe, me había recordado las 
noches en que Edward solía entrar a hurtadillas por la ventana. El recuerdo hurgó 
ferozmente en las heridas abiertas. 
Todo esto, unido al hecho de que estaba hecha polvo, no me ponía de muy buen 
humor. 
—¡Vete! —mascullé con toda la malevolencia de la que fui capaz. 
Parpadeó. Se quedó en blanco a causa de la sorpresa. 
—No —protestó—, vengo a presentarte mis disculpas. 
—¡No las acepto! 
Le empujé para intentar echarle por la ventana. Después de todo, si era un 
sueño, no podía hacerle daño de verdad. No le moví ni un centímetro. Enseguida 
dejé caer mis manos y me alejé de él. 
No llevaba siquiera una camiseta, a pesar de que el aire que entraba por la 
ventana era lo bastante fresco como para hacerme tiritar.  Ponerle las manos en el 
pecho me hizo sentir incómoda. La piel le ardía, como la cabeza la última vez que le 
toqué. Era como si siguiera griposo y con fiebre. 
Pero no tenía aspecto de estar enfermo. Parecía enorme. Se inclinó sobre mí, 
cohibido por la furiosa reacción. Era tan grande que tapaba toda la ventana. 
De pronto, fue más de lo que pude soportar. Me sentí como si el efecto de todas 
las noches en vela se me echara encima de sopetón. Estaba tan terriblemente cansada 
que pensé que me iba a desmayar allí mismo. Me tambaleé con paso vacilante y 
luché por mantener los ojos abiertos. 
—¿Bella? —susurró Jacob con ansiedad. 
Me tomó por el codo cuando volví a tambalearme y me guió de vuelta a la 
cama. Las piernas cedieron en cuanto llegué al borde y me dejé caer de cualquier 
manera encima del colchón. 
—Eh, ¿estás bien? —preguntó Jacob. La preocupación pobló su frente de 
arrugas. 
Alcé los ojos. Las lágrimas aún no se habían secado en mis mejillas. 
—¿Por qué rayos iba a estar bien, Jacob? 
La angustia sustituyó buena parte de la severidad de su rostro. 
—Cierto —admitió; respiró hondo—. Mierda, bueno, yo… Lo siento, Bella. 
Yo no albergaba duda alguna de la sinceridad de la disculpa, aunque una 
crispación airada deformaba sus facciones. 
—¿Por qué has venido? No quiero tus disculpas, Jake. 
—Lo sé —susurró—, pero no podía dejar las cosas como quedaron esta tarde. 
Fue horrible. Perdona. 
Sacudí la cabeza cansinamente. 
—No comprendo nada. 
—Lo sé. Quiero explicártelo... —de pronto, se calló y se quedó boquiabierto, 
como si se le hubiera cortado la respiración. Luego, volvió a respirar hondo—. 
Quiero hacerlo, pero no puedo —dijo, aún enojado—, y nada me gustaría más. 
Dejé caer la cabeza entre las manos, que amortiguaron mi pregunta: 
—¿Por qué? 
Permaneció en silencio durante un momento. Ladeé la cabeza para verle la 
expresión —estaba demasiado cansada para mantenerla erguida— y me quedé 
asombrada. Tenía los ojos entrecerrados, los dientes prietos y el ceño fruncido por el 
esfuerzo. 
—¿Qué pasa? —pregunté. 
Espiró pesadamente y me di cuenta de que también había estado conteniendo la 
respiración. 
—No puedo hacerlo —murmuró con frustración. 
-¿Hacer qué? 
Ignoró mi pregunta. 
—Mira, Bella ¿no has tenido nunca un secreto que no hayas podido contar a 
nadie? 
Pensé de inmediato en los Cullen. Él me miró dándome a entender que lo sabía. 
Esperaba que mi expresión no pareciera demasiado culpable. 
—¿No hay nada que hayas ocultado a Charlie, a tu madre...? —insistió—. ¿Algo 
de lo que no hayas hablado ni siquiera conmigo? ¿Incluso ahora? 
Sentí que se me tensaban los ojos. No respondí a la pregunta, pero supe que él 
lo interpretaría como una confirmación. 
—¿Entiendes que tal vez me encuentre en la misma clase de... situación? —no 
encontraba las palabras y parecía esforzarse por expresarse de forma adecuada—. A 
veces, la lealtad se interpone en tus deseos. A veces, un secreto no te pertenece y no 
lo puedes revelar. 
Bueno, eso no lo iba a discutir. Para ser exactos, tenía razón. Yo poseía un 
secreto que no era libre de contar, más aún, un secreto que me sentía obligada a 
proteger. Un secreto del que, de pronto, Jacob parecía saberlo todo. 
Seguía sin ver la forma de aplicar aquello a él, a Sam o a Billy, ¿Qué 
importancia tenía para ellos ahora que los Cullen se habían ido? 
—No sé por qué has venido, Jacob, si vas a limitarte a ofrecerme acertijos en vez 
de explicaciones. 
—Lo siento —susurró—. ¡Menuda frustración! 
Nos miramos el uno al otro durante bastante tiempo en la penumbra de la 
habitación con la desesperación escrita en el rostro. 
—Lo que me mata —dijo de repente— es que en realidad ya lo sabes, ¡te lo conté 
todo! 
—¿De qué me hablas? 
Dio un respingo de sorpresa para luego inclinarse sobre mí, mientras su 
expresión pasaba de la desesperanza a una centelleante energía en un segundo. Me 
miró implacablemente a los ojos y me habló deprisa y con avidez. Pronunció las 
palabras junto a mi rostro. Su aliento abrasaba tanto como su piel. 
—Me parece haber encontrado la forma de que esto funcione... ¡porque ya lo 
sabes, Bella! No te lo puedo decir, pero tú sí puedes  adivinarlo. ¡Eso me sacaría del 
atolladero! 
—¿Quieres que lo adivine? ¿Qué he de adivinar? 
—¡Mi secreto! Puedes hacerlo porque conoces la respuesta.
Parpadeé dos veces mientras intentaba aclarar las ideas, Entonces, su rostro 
volvió a crisparse por el esfuerzo. 
—¡Un momento, a ver si te puedo echar un cable! —dijo. Fuera lo que fuera que 
intentara, resultaba tan arduo que acabó jadeando. 
—¿Un cable? —pregunté, tratando de mantener el contacto. Mis labios querían 
permanecer sellados, pero les obligué a abrirse. 
—Sí —contestó, respirando con dificultad—. Algo así como pistas. 
Tomó mi rostro entre sus manazas demasiado cálidas y lo sostuvo a escasos 
centímetros del suyo. Me miró a los ojos mientras hablaba en susurros, parecía que 
comunicase algo más que las palabras que pronunciaba. 
—¿Recuerdas el día que nos conocimos en la playa de La Push? 
—Por supuesto que sí. 
—Háblame de ello.  
Tomé aliento e intenté concentrarme. 
—Me preguntaste por mi monovolumen... 
Asintió con la cabeza al tiempo que me instaba a continuar. 
—Charlamos sobre el Golf. 
—Sigue. 
—Fuimos a dar un paseo por la playa... 
Mientras hacía memoria, el contacto con las palmas de sus manos iba 
calentando mis mejillas, aunque él no se percataba al tener tan alta la temperatura de  
la piel. Le había pedido que caminara conmigo para luego flirtear con él —con tanta 
torpeza como éxito— a fin de sonsacarle información. 
Jacob asentía, ansioso porque continuara. 
Mi voz apenas era audible. 
—Me contaste historias de miedo, leyendas quileutes... 
Cerró los ojos para reabrirlos de nuevo.  
—Sí —respondió en tensión, febril, como si se encontrara al borde de algo de 
vital importancia. Habló despacio, pronunciando con cuidado cada palabra—. 
¿Recuerdas lo que te dije? 
Tuvo que ser capaz de ver el cambio de color de mi rostro incluso en la 
oscuridad. ¿Cómo lo iba a olvidar? Sin darse cuenta de lo que hacía, Jacob me había 
contado exactamente lo que necesitaba saber ese día, que Edward era un vampiro... 
Me miró con los ojos de quien sabe mucho y me dijo:
—Piensa, haz un esfuerzo. 
—Sí, me acuerdo —exhalé. 
Inhaló profundamente mientras se debatía. 
—¿Recuerdas todas las histo...? —no fue capaz de terminar  la pregunta. La 
mandíbula le colgó y quedó con la boca abierta, como si se hubiera atragantado. 
—¿Todas las historias? —inquirí. 
Asintió en silencio. 
Sacudí la cabeza. Sólo una de las historias importaba de verdad. Sabía que él 
había comenzado con otras, pero no recordaba el preludio intrascendente, y menos 
con la mente nublada por la fatiga. Comencé a sacudir la cabeza. 
Jacob gimió y saltó de la cama. Presionó sus puños contra las sienes y empezó a 
respirar agitado y deprisa. 
—Lo sabes, lo sabes —murmuró para sí. 
—¿Jake? Jake, por favor, estoy derrengada. En este momento no tengo la cabeza 
para nada. Tal vez por la mañana... 
Recuperó una respiración acompasada y asintió. 
—Tal vez lo comprendas luego. Creo adivinar por qué sólo te acuerdas de una 
historia —añadió con sarcasmo y amargura mientras se dejaba caer en el colchón a 
mi lado—. ¿Te importa que te haga una pregunta al respecto? —inquirió, aún 
sardónico—. Me muero de ganas por saberlo. 
—¿Una pregunta sobre qué? —repuse, a la defensiva. 
—Sobre la historia de vampiros que te conté. 
Le miré con cautela, incapaz de responder, pero, de todos modos, formuló la 
pregunta. 
—Sinceramente, ¿no lo sabías? —su voz se tornó ronca—. ¿Fui el único que te 
reveló qué era él? 
¿Cómo sabía eso? ¿Por qué había decidido creer? ¿Y por qué  ahora?  Me 
rechinaron los dientes mientras le devolvía la mirada sin intención de contestar. Él se 
dio cuenta. 
—¿Entiendes ahora a qué me refiero cuando hablo de lealtad? —musitó con voz 
aún más ronca—. A mí me ocurre lo mismo, sólo que peor. No te haces idea de cuáles 
son mis ataduras... 
Aquello no me gustaba. No me gustaba la forma en que cerraba los ojos, como 
si le doliera la simple mención de sus lazos; más que disgusto, comprendí que lo que 
yo sentía era odio, odiaba cualquier cosa que le hiciera  daño. La odiaba con 
ferocidad. 
El rostro de Sam ocupó mi mente. 
Para mí, en lo esencial, el sentimiento de lealtad era algo voluntario. Más allá 
del amor, protegía el secreto de los Cullen sin que me lo hubieran exigido, eso era 
cierto, pero no parecía ser igual en el caso de Jacob. 
—¿No hay ninguna forma de que te liberes? —le pregunté mientras le 
acariciaba la dura superficie de su pelo rapado. 
Le temblaron las manos, pero siguió sin abrir los ojos. 
—No, estoy metido en esto de por vida. Es una condena eterna —soltó una 
risotada triste—. Tal vez, incluso más larga. 
—No, Jake —gemí—. ¿Qué te parece si nos escapamos? Tú y yo. ¿Qué te parece 
si dejamos atrás nuestras casas... y a Sam? 
—No es algo de lo que yo pueda huir, Bella —susurró—, aunque me fugaría 
contigo si pudiera —ahora también le temblaban los hombros. Respiró hondo—. 
Bueno, debo irme.  
—¿Por qué?  
—En primer lugar, parece que vas a quedarte traspuesta de un momento a otro. 
Necesitas dormir... Necesito que te pongas las pilas. Vas a averiguarlo, debes hacerlo. 
—¿Y el segundo motivo? 
Torció el gesto. 
—Tengo que irme a escondidas. Se supone que no debo  verte. Estarán 
preguntándose dónde estoy —esquinó la sonrisa—. Imagino que habré de dejar que 
se enteren. 
—No tienes que decirles nada —susurré. 
—De todos modos, lo haré. 
El fuego de la ira prendió en mi interior. 
—¡Los odio! 
Jacob me miró con los ojos muy abiertos, sorprendido. 
—No, Bella, no odies a los chicos. No es culpa de Sam ni de los demás. Como ya 
te he dicho, se trata de mí... Sam es un tío muy legal, tope guay. Jared y Paul son 
también grandes tipos, aunque Paul es un poco... Y Embry siempre ha sido mi amigo. 
Eso no ha cambiado, es lo único que no ha cambiado. Me siento realmente mal 
cuando recuerdo lo que pensaba de Sam... 
¡¿Que Sam era tope guay?! Le clavé la mirada, atónita, pero pasé por alto el 
asunto. 
—Entonces, ¿por qué se supone que no debes verme? —inquirí. 
—No es seguro —masculló y miró al suelo. 
Sus palabras me hicieron estremecer de miedo. 
¿También estaba al corriente de eso? Nadie lo sabía, excepto yo, pero tenía 
razón... Era bien entrada la madrugada, una hora perfecta para la caza. Jacob no 
tendría que estar en mi habitación. Debía estar sola si alguien venía a buscarme. 
—Si pensase que era demasiado... arriesgado —cuchicheó—, no hubiera venido, 
pero te hice una promesa, Bella —volvió a mirarme—. No tenía ni idea de lo difícil 
que iba a ser cumplirla, aunque eso no significa que no vaya a intentarlo. 
Leyó la incomprensión en mis facciones. 
—Después de esa estúpida película —me recordó—, te prometí que jamás te 
haría daño... Estuve a punto de estropearlo todo esta tarde, ¿verdad? 
—Sé que no querías hacerlo, Jake. Está bien. 
—Gracias, Bella —me tomó de la mano—. Voy a hacer cuanto pueda por estar 
contigo, tal y como prometí —de pronto, me dedicó una gran sonrisa, una sonrisa 
que no era la mía, ni la de Sam, sino una extraña combinación de ambas—. Ayudaría 
mucho que lograras averiguarlo por tu cuenta, de verdad, Bella. Haz un esfuerzo.  
Esbocé una débil mueca. 
—Lo intentaré. 
—Y yo intentaré verte pronto —suspiró—. Querrán hacerme hablar de esto. 
—No los escuches.  
—Haré lo que pueda —meneó la cabeza, como si dudara de tener éxito en esa 
tarea—. Ven a decírmelo tan pronto como lo hayas deducido —entonces, debió de 
ocurrírsele algo, algo que le provocó un temblor en las manos—. Bueno... si es que 
luego quieres venir. 
—¿Y por qué no iba a querer? 
El rostro de Jacob se endureció y se volvió frío. Ése era el uno por ciento que 
pertenecía a Sam. 
—Se me ocurre una excelente razón —repuso con tono áspero—. Mira, tengo 
que irme, de verdad. ¿Podrías hacer algo por mí? 
Me limité a asentir, asustada por el cambio que se había operado en él. 
—Telefonéame al menos si no quieres volver a verme. Házmelo saber si fuera 
ése el caso. 
—Eso no va a suceder... 
Me interrumpió alzando una mano. 
—Tú limítate a decírmelo. 
Se puso de pie y se encaminó hacia la ventana. 
—No seas idiota —protesté—. Vas a romperte una pierna. Usa  la puerta. 
Charlie no te va a atrapar. 
—No voy a hacerme ningún daño —murmuró, pero se volvió hacia la puerta. 
Vaciló mientras pasaba junto a mí, sin dejar de mirarme con una expresión que 
indicaba que algo le atormentaba. Me tendió una mano con gesto de súplica. 
Tomé su mano y de pronto tiró de mí —con demasiada brusquedad— hasta 
sacarme de la cama y chocar con un golpe sordo contra su pecho. 
—Por si acaso —murmuró junto a mi pelo mientras me estrechaba entre sus 
brazos con tal fuerza que estuvo a punto de romperme las costillas. 
—No puedo... respirar... —dije con voz entrecortada. 
Me soltó de inmediato, pero retuvo un brazo a la altura de la muñeca para que 
no me cayera al suelo. Me dio un empujoncito —esta vez con más delicadeza— para 
hacerme caer sobre la cama. 
—Duerme algo, Bella. Tienes que tener la mente despejada. Sé que lo vas lograr. 
Necesito que lo comprendas. No te quiero perder, Bella, no por esto. 
Se plantó en la puerta de una zancada, la entreabrió con  sigilo y desapareció 
por la abertura. Agucé el oído para detectar el escalón que crujía en las escaleras, 
pero no se escuchó nada. 
Me tendí en la cama con la cabeza dándome vueltas. Estaba rendida y 
demasiado confusa. Cerré los ojos en un intento de que todo tuviera sentido, sólo 
para sumirme en la inconsciencia con tal rapidez que me desorienté. 
No disfruté del sueño pacífico y sin pesadillas que tanto anhelaba, por supuesto 
que no. Me encontraba en el bosque una vez más y comencé a deambular por el 
camino de siempre. 
Enseguida me percaté de que no era el sueño habitual. Por una parte, no me 
sentía obligada a vagabundear ni a buscar. Anduve sin rumbo fijo por una cuestión 
de simple hábito, ya que eso era lo que se esperaba de mí. De hecho, ni siquiera era el 
mismo bosque. El olor y la luz eran diferentes. No olía a tierra húmeda, sino a agua 
salada marina. No podía ver el cielo, pero aun así, a juzgar por el brillo jade de las 
hojas de las copas de los árboles, parecía que el sol estaba cayendo a plomo. 
No tenía duda alguna de que la playa se hallaba cerca. Ése debía de ser el 
bosque cercano a La Push. Supe que podría ver el sol si era capaz de encontrar la 
playa, por lo que me apresuré a avanzar guiada por el débil sonido de las olas a lo 
lejos. 
Jacob apareció en ese momento. Me aferró la mano y tiró de mí para llevarme a 
la parte más umbría del bosque. 
—¿Qué ocurre, Jacob? —le pregunté. Su rostro era el de un niño asustado y de 
nuevo lucía su hermosa melena recogida en una coleta a la altura de la nuca. Tiraba 
de mí con todas sus tuerzas, pero yo me resistía porque no quería adentrarme en la 
zona sombría. 
—Corre, Bella, debes correr —susurró aterrado. 
La sensación de  déjà vu  fue tan fuerte y repentina que estuve a punto de 
despertarme. 
Ahora sabía por qué había reconocido aquel lugar; había  estado allí antes, en 
otro sueño, hacía un millón de años, en una etapa de mi  vida totalmente distinta. 
Aquél era el sueño que había tenido la noche posterior a pasear con Jacob por la 
playa, la primera noche en que supe que Edward era un vampiro. 
El hecho de que Jacob me hubiera hecho recordar ese día debía de haber sacado 
a relucir mis recuerdos enterrados. 
Ahora me había distanciado del sueño, por lo que me limité a esperar que 
continuara. Una luz se acercó a mí desde donde debía de estar la playa. Edward 
aparecería entre los árboles al cabo de unos instantes;  entonces, vería su tez  
reluciente y sus peligrosos ojos negros. Me haría señas y me sonreiría. Le vería 
hermoso como un ángel con los colmillos cortantes y puntiagudos... 
... pero me estaba anticipando a los acontecimientos. Antes tenía que pasar algo 
más. 
Jacob me soltó la mano y profirió un grito. Se desplomó a mis pies temblando y 
sufriendo espasmos. 
—¡Jacob! —chillé, pero había desaparecido... 
... y en su lugar había un enorme lobo de pelaje rojizo e inteligentes ojos 
oscuros. 
El sueño dio un vuelco, por supuesto, como el de un tren que salta sobre la vía. 
Aquél no era el mismo lobo con el que había soñado en mi anterior vida, sino el 
de pelambrera rojiza que había tenido a quince centímetros de mí en el prado hacía 
exactamente una semana. Este lobo era gigante, monstruoso, más grande que un oso. 
Me miraba fija e intensamente mientras intentaba transmitir una información 
vital con sus inteligentes ojos, los ojos de color castaño oscuro de Jacob Black. 
Me desperté gritando con toda la fuerza de mis pulmones. 
Estaba medio convencida de que esta vez Charlie iba a venir a echar un vistazo. 
No era mi grito habitual. Enterré la cabeza en la almohada e intenté controlar los 
alaridos de mi ataque de histeria. Apreté el rostro contra la almohada, 
preguntándome si habría alguna forma de ocultar la conexión que acababa de 
establecer. 
Pero Charlie no acudió y al final logré contener los aullidos que empezaban a 
formarse en mi garganta. 
Ahora lo recordaba todo, todo, hasta la última palabra que  me había dicho 
Jacob ese día en la playa, incluso la parte previa a los vampiros, los «fríos». En 
especial, esa parte. 
—¿Conoces alguna de nuestras leyendas ancestrales?—comenzó—. Me refiero a 
nuestro origen, el de los quileutes. 
—En realidad, no —admití. 
—Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. 
Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más 
grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el Arca —me sonrió para 
demostrarme el poco crédito que daba a esas historias—. Otra leyenda afirma que 
descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu 
prohíbe matarlos. 
»Y luego están las historias sobre los fríos. 
—¿Los fríos? —pregunté sin esconder mi curiosidad. 
—Si. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son 
mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, mi propio tatarabuelo conoció a algunos de 
ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras. 
Entornó los ojos. 
—¿Tu tatarabuelo? —le animé. 
—Era el jefe de la tribu, como mi padre. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales de  
los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en hombres, 
como nuestros ancestros. Tú los llamarías licántropos. 
—¿Tienen enemigos los hombres lobo? 
—Sólo uno. 
Tenía algo en la garganta que me estaba ahogando. Intenté tragarlo, pero se 
mantuvo inmóvil. Entonces traté de escupir la palabra. 
—Hombre lobo —dije con voz entrecortada. 
Sí, esa palabra era lo que se me había atragantado, lo que me impedía respirar. 
El mundo entero se tambaleó hasta inclinarse hacia el lado  equivocado de su 
eje. 
¿Qué clase de lugar era aquél? ¿Podía existir un mundo donde las antiguas 
leyendas vagaran por las fronteras de las ciudades pequeñas  e insignificantes para 
enfrentarse a monstruos míticos? ¿Significaba eso que  todos los cuentos de hadas 
imposibles tenían una base sólida y verdadera en ciertos sitios? ¿Había cordura y 
normalidad o todo era magia y cuentos de fantasmas? 
Sostuve mi cabeza entre las manos en un intento de evitar que estallara. 
Una vocecita mordaz preguntó en el fondo de mi mente dónde radicaba la 
diferencia. ¿Acaso no había aceptado la existencia de vampiros hacía mucho tiempo, 
y sin todos los ataques de histeria de esta ocasión? 
Exactamente, quise replicar a la voz. ¿No tenía una persona de sobra con un sólo 
mito a lo largo de su vida? 
Además, no hubo ni un momento en que Edward dejara de estar por encima de 
lo ordinario. No supuso una gran sorpresa saber lo que  era, porque resultaba 
evidente que era algo.
Pero ¿Jacob? Jacob era sólo Jacob, ¿sólo eso? ¿Mi amigo Jacob? Jacob, el único 
humano con el que había sido capaz de relacionarme... 
Y resulta que ni siquiera era un hombre. 
Reprimí el deseo de volver a gritar. 
¿Qué decía eso sobre mí? 
Conocía la respuesta a esa pregunta. Significaba que había algo intrínsecamente 
malo en mí, de lo contrario, ¿por qué iba a estar mi vida poblada de personajes 
salidos de las películas de terror? ¿Por qué otro motivo me iba a preocupar tanto por 
ellos, hasta el punto de abrirme profundos agujeros en el pecho cuando se 
marchaban para seguir con sus existencias de leyenda? 
Todo daba vueltas y cambiaba en mi mente mientras intentaba reorganizar las 
cosas que antaño habían tenido un sentido para que ahora pudieran significar algo 
más. 
No había ninguna secta. Jamás la hubo, ni tampoco una banda. No, era mucho 
peor que eso. Se trataba de una manada...
... una manada de cinco gigantescos licántropos de alucine con diferentes 
tonalidades de pelaje que habían pasado junto a mí en la pradera de Edward. 
De repente, me entró una prisa enorme. Eché una ojeada al reloj, era demasiado 
temprano, pero no me importaba. Debía ir a La Push  ahora. Tenía que ver a Jacob 
cuanto antes para que me dijera que no había perdido del todo el juicio. 
Me vestí con las primeras ropas limpias que encontré,  sin molestarme en 
comprobar si las llevaba o no a juego y bajé las escaleras de dos en dos. Estuve a 
punto de atropellar a Charlie cuando me deslizaba por el vestíbulo, directa hacia la 
puerta. 
—¿Adónde vas? —me preguntó, tan sorprendido de verme como yo a él—. 
¿Sabes qué hora es? 
—Sí. He de ver a Jacob. 
—Creí que el asunto de Sam... 
—Eso no importa. Debo hablar con él de inmediato. 
—Es muy temprano —torció el gesto al ver que mi expresión no cambiaba—. 
¿No quieres desayunar? 
—No tengo hambre —la frase salió disparada de entre mis labios. Mi padre 
bloqueaba el camino hacia la salida. Sopesé la posibilidad de eludirle y echarle una 
carrera, pero sabía que tendría que explicárselo después—. Volveré pronto, ¿de 
acuerdo? 
Charlie frunció el ceño. 
—¿Vas directamente a casa de Jacob, verdad? ¿Sin paradas en el camino? 
—Por supuesto, ¿dónde iba a detenerme? —contesté atropelladamente a causa 
de la prisa. 
—No lo sé —admitió—. Es sólo que... Bueno, los lobos han protagonizado otro 
ataque. Ha sido cerca del balneario, junto a las fuentes termales. En esta ocasión hay 
un testigo. La víctima se hallaba a diez metros del camino cuando desapareció. La 
esposa vio a un enorme lobo gris a los pocos minutos, mientras le estaba buscando, y 
corrió en busca de ayuda. 
El estómago me dio un vuelco como en el descenso de una montaña rusa. 
—¿Le atacó un lobo? 
—No hay rastro de él, sólo un poco de sangre de nuevo —el rostro de Charlie 
parecía apenado—. Los guardias forestales patrullan armados y están reclutando 
voluntarios con escopetas. Hay un montón de cazadores deseosos de participar. Se 
va a ofrecer una recompensa por las pieles de lobo. Eso significa que va a haber 
muchas armas ahí fuera, en el bosque, y eso me preocupa —sacudió la cabeza—. Los 
accidentes se producen cuando la gente se pone nerviosa. 
—¿Vais a disparar a los lobos? —mi voz subió unas tres octavas. 
—¿Qué otra cosa podemos a hacer? ¿Qué ocurre? —preguntó mientras 
escrutaba mi rostro con una mirada tensa—. No te convertirás en una ecologista 
fanática y te pondrás en mi contra, ¿verdad? 
No logré responderle. Hubiera metido la cabeza entre las rodillas si él no 
hubiera estado observándome. Me había olvidado de los montañeros desaparecidos 
y de los rastros de zarpas ensangrentadas... En un primer momento no había 
relacionado esos acontecimientos. 
—Escucha, cielo, no dejes que eso te asuste. Limítate a permanecer en el pueblo 
o en la carretera... Sin paradas, ¿vale?  
—Vale —repetí con voz débil. 
—Tengo que irme. 
Al estudiarle de cerca por primera vez, vi que llevaba la pistola ajustada al cinto 
y calzaba botas de montaña. 
—No vas a ir a por esos lobos, ¿verdad, papá? 
—He de hacerlo, Bella. La gente está desapareciendo.  
Alcé la voz otra vez, ahora de forma casi histérica. 
—No, no vayas, no. ¡Es demasiado peligroso!  
—Debo hacer mi trabajo, pequeña. No seas tan pesimista.... Estaré bien —se 
volvió hacia la puerta y la mantuvo abierta—. ¿Vas a salir? 
Vacilé al tener aún alterado el estómago. ¿Qué podía decir para detenerle? 
Estaba demasiado mareada para hallar la solución. 
—¿Bella? 
—Tal vez sea demasiado temprano para ir a La Push —susurré. 
—Estoy de acuerdo —dijo, y de una zancada salió al exterior, donde estaba 
lloviendo. Cerró la puerta al salir. 
En cuanto le perdí de vista, me dejé caer al suelo y hundí la cabeza entre las 
rodillas. 
¿Debía ir detrás de Charlie? ¿Qué le iba a decir? 
¿Y qué ocurría con Jacob? Era mi mejor amigo. Necesitaba avisarle. La gente le 
iba a disparar si era de verdad un... —me acurruqué y me obligué a pensar la 
palabra— un hombre lobo, y sabía que era cierto, lo sentía. Necesitaba decirles a él y 
a sus amigos que iban a intentar matarlos si seguían merodeando por ahí en forma 
de lobos gigantescos. Debía decirles que parasen. 
¡Tenían que parar! Charlie estaba en los bosques. ¿Les  importaría? Hasta la 
fecha sólo habían desaparecido forasteros. Me pregunté si eso significaba algo o era 
pura coincidencia. 
Necesitaba creer que al menos a Jacob sí le importaba. 
En cualquier caso, debía prevenirle. 
¿O no? 
Jacob era mi mejor amigo, pero ¿no era también un monstruo? ¿Uno real? 
¿Perverso? ¿Debía avisarles si en realidad él y sus amigos eran... eran unos asesinos y 
habían aniquilado a inocentes montañeros a sangre fría? ¿Sería un error protegerlos si
resultaban ser auténticas criaturas de una peli de terror? 
Era inevitable comparar a Jacob  y  sus amigos con los Cullen. Me envolví el 
pecho con los brazos. Luchaba contra el agujero mientras pensaba en ellos. 
Evidentemente, no sabía nada de licántropos. Hubiera esperado algo más 
parecido a los largometrajes —grandes criaturas semihumanas y  peludas, o algo 
así— de haber esperado algo, por lo que ignoraba si cazaban por apetito, sed o sólo 
por deseo de matar. Resultaba difícil decidir nada sin saber eso. 
Pero no podría ser peor de lo que debían soportar los Cullen en su búsqueda 
del bien. Me acordé de Esme —se me escaparon unas lágrimas cuando imaginé su 
precioso y amable rostro— y de cómo, por muy maternal y adorable que fuera, tuvo
que contener la respiración y, avergonzada, alejarse corriendo de mí cuando empecé 
a sangrar. No podía ser más duro que aquello. Pensé en Carlisle y en los siglos y 
siglos que había pasado esforzándose para aprender a ignorar la sangre con el fin de 
salvar vidas como médico. Nada podía ser más duro que eso.
Los hombres lobo habían elegido un camino diferente. 
Ahora bien, ¿qué debía elegir yo?  


1 comentario:

  1. Agrades que te tomaras el tiempo de escribir este blogger .. pero siento que me dejo con ganas de mas como que no fue suficiente

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