Todos nuestros intentos de huida habían sido
infructuosos.
Con el corazón en un puño, observé cómo se
aprestaba a defenderme. Su intensa concentración no mostraba ni rastro de duda,
a pesar de que le superaban en número. Sabía que no cabía esperar ningún tipo
de ayuda, ya que, en ese preciso momento, lo más probable era que los miembros
de su familia luchasen por su vida del mismo modo que él por las nuestras.
¿Llegaría a saber alguna vez el resultado de la
otra pelea? ¿Averiguaría quiénes habían ganado y quiénes habían perdido?
¿Viviría lo suficiente para enterarme?
Las perspectivas de que eso sucediera no
parecían muy halagüeñas.
El fiero deseo de cobrarse mi vida relucía en
unos ojos negros que vigilaban estrechamente, a la espera de que se produjera
el menor descuido por parte de mi protector, y ése sería el instante en el que
yo moriría con toda certeza.
Lejos, muy lejos, en algún lugar del frío
bosque, aulló un lobo.
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