Estaba siendo una semana horrible.
Yo sabía que no había cambiado nada
sustancial. Vale, Victoria no se había rendido, pero ¿acaso había esperado yo
alguna vez que fuera de otro modo? Su reaparición sólo había confirmado lo que
ya sabía, No tenía motivo para asustarme como si fuera algo nuevo.
Eso en teoría. Porque no sentir pánico es algo
más fácil de decir que de hacer.
Solo quedaban unas pocas semanas para la
graduación, pero me preguntaba si no era un poco estúpido quedarme sentada,
débil y apetecible, esperando el próximo desastre. Parecía demasiado peligroso
continuar siendo humana, como si estuviera atrayendo conscientemente peligro.
Una persona con mi suerte debía ser un poquito menos vulnerable.
Pero nadie me escucharía.
Carlisle había dicho:
—Somos siete, Bella, y con Alice de nuestro
lado, dudo que Victoria nos pueda sorprender con la guardia baja. Pienso que es
importante, por el bien de Charlie, que nos atengamos al plan original.
Esme había apostillado:
—No dejaremos nunca que te pase nada malo,
cielo. Ya lo sabes. Por favor, no te pongas nerviosa —y luego me había besado en
la frente.
Emmett había continuado:
—Estoy muy contento de que Edward no te haya
matado. Todo es mucho más divertido contigo por aquí.
Rosalie le había mirado con cara de pocos
amigos.
Alice había puesto los ojos en blanco para
luego agregar:
—Me siento ofendida. ¿Verdad que no estás
preocupada por esto? ¿a que no?
—Si no era para tanto, entonces, ¿por qué me
llevó Edward a Florida? —inquirí.
—Pero ¿no te has dado cuenta todavía, Bella,
de que Edward es un poquito dado a reaccionar de forma exagerada?
Jasper, silenciosamente, había borrado todo el
pánico y la tensión de mi cuerpo con su curiosa habilidad para controlar las
atmósferas emocionales. Me sentí más tranquila y los dejé convencerme de lo
innecesario de mi desesperada petición.
Pero claro, toda esa calma desapareció en el
momento en que Edward y yo salimos de la habitación.
Así que el acuerdo consistía en que lo mejor
que podía hacer era olvidarme de que un vampiro desquiciado quería cazarme para
matarme. Y ocuparme de mis asuntos.
Y lo intenté. Y de modo sorprendente, había
otras cosas casi tan estresantes en las que concentrarse como mi rango dentro
de la lista de especies amenazadas...
Porque la respuesta de Edward había sido la
más frustrante de todas.
—Eso es algo entre tú y Carlisle —había
dicho—. Claro, que yo estaría encantado de que fuera algo entre tú y yo en
cualquier momento que quisieras, pero ya conoces mi condición —y sonrió
angelicalmente.
Agh. Claro que sabía en qué consistía su
condición. Edward me había prometido que sería él mismo quien me convirtiera
cuando yo quisiera... siempre que me casara con él primero.
Algunas veces me preguntaba si sólo simulaba
la incapacidad de leerme la mente. ¿Cómo había llegado a encontrar la única condición
que tendría problemas en aceptar? El requisito preciso que me obligaría a
tomarme las cosas con más calma.
Habia sido una semana malísima en su conjunto,
y aquel día, el pero de todos
Siempre eran días malos cuando se ausentaba
Edward. Alice no habia visto nada fuera de lo habitual ese fin de semana, por
lo que insistí en que aprovechara la oportunidad para irse con sus hermanos de
cacería. Sabía cuánto le aburría cazar las presas cercanas, tan fáciles.
—Ve y diviértete —le insté—. Caza unos cuantos
pumas por mí.
Jamas admitiría en su presencia lo mal que
sobrellevaba la separación, ya que de nuevo volvían las pesadillas de la época
del abandono. Si él lo hubiera sabido, le habría hecho sentirse fatal y le
hubiera dado miedo dejarme, incluso aunque fuera por la más necesaria de las
razones. Así había sido al principio, cuando represamos de Italia. Sus ojos
dorados se habían tornado negros y sufría por culpa de la sed más de lo normal.
Por eso, ponía cara de valiente y hacía de todo, salvo sacarle a patadas de la
casa, cada vez que Emmett y Jasper querían marcharse.
Sin embargo, a veces me daba la sensación de
que veía dentro de mí. Al menos un poco. Esa mañana había encontrado una nota
en mi almohada.
Volveré tan pronto que no tendrás tiempo de
echarme de menos. Cuida de mi corazón… lo he dejado contigo.
Así que ahora tenía todo un sábado entero sin
nada que hacer salvo mi turno de la mañana en la tienda de ropa Newton's
Olympie para distraerme. Y claro, esa promesa tan reconfortante de Alice.
—Cazaré cerca de aquí. Si me necesitas, estoy
sólo a quince minutos. Estaré pendiente por si hay problemas.
Traducción: no intentes nada divertido sólo
porque no esté Edward.
Ciertamente, Alice era tan capaz de
fastidiarme el coche como Edward.
Intenté mirarlo por el lado positivo. Después
del trabajo, había hecho planes con Angela para ayudarle con sus tarjetas de
graduación, de modo que estaría distraída. Y Charlie estaba de un humor
excelente debido a la ausencia de mi novio, así que convenía disfrutar de esto
mientras durara. Alice pasaría la noche conmigo si yo me sentía tan patética
como para pedírselo, y mañana Edward ya estaría de vuelta. Sobreviviría.
No quería llegar a trabajar ridiculamente
temprano, y me tomé el desayuno masticando muy despacio cada cucharada de
cereales Cheerio. Entonces, una vez que hube lavado los platos, coloqué los
imanes del frigorífico en una línea perfecta. Quizás estuviera desarrollando un
trastorno obsesivo-compulsivo.
Los últimos dos imanes, un par de utilitarias
piezas redondas y negras, que eran mis favoritas porque podían sujetar diez
hojas de papel en el frigorífico, no querían cooperar con mi fijación. Tenían
polaridades inversas; cada vez que intentaba ponerlas en fila, al colocar la
última, la otra saltaba fuera de su sitio.
Por algún motivo ‑una manía en ciernes, quizá‑,
eso me sacaba de quicio. ¿Por qué no podían comportarse como es debido? De una
forma tan estúpida como terca, continué alineándolas como si esperase una
repentina rendición. Podría haber puesto una más arriba, pero sentía que eso
equivalía a perder. Finalmente, más desesperada por mi comportamiento que por
los imanes, los cogí del frigorífico y los sostuve juntos, uno en cada mano. Me
costó un poco, ya que eran lo bastante fuertes como para presentar batalla,
pero conseguí que coexistieran uno al lado del otro.
—Ya veis —esto de hablarle a los objetos
inanimados no podía ser síntoma de nada bueno—. Tampoco es tan malo, ¿a que no?
Permanecí allí quieta durante un segundo,
incapaz de admitir que no estaba teniendo ningún éxito a largo plazo contra los
principios científicos. Entonces, con un suspiro, volví a colocar los imanes en
el frigorífico, a un palmo de distancia.
—No hay necesidad de ser tan inflexible
—murmuré.
Todavía era muy temprano, pero decidí que lo
mejor sería salir de la casa antes de que los objetos inanimados comenzaran a
contestarme.
Cuando llegué a Newtons Olympic, Mike pasaba
la mopa de forma metódica por los pasillos mientras su madre acondicionaba un
nuevo escaparate en el mostrador. Los pillé en mitad de una disputa, aunque no
se dieron cuenta de mi llegada.
—Pero es el único momento en que Tyler puede
ir —se quejaba Mike—. Dijiste que después de la graduación...
—Pues vais a tener que esperar —repuso la
señora Newton con brusquedad—. Tyler y tú ya podéis empezar a pensar en otra cosa.
No vas a ir a Seattle hasta que la policía solucione lo que esta pasando, sea
lo que sea. Ya sé que Betty Crowley le ha dicho lo mismo aTyler, así que no me
vengas con que yo soy la mala de la película. Oh, buenos días, Bella —me dijo
cuando se dio cuenta de que había entrado, alegrando su tono rápidamente—. Has
llegado temprano.
Karen Newton era la última persona que podrías
imaginar trabajando en un establecimiento de prendas deportivas al aire libre. Llevaba
su pelo rubio perfectamente mechado y recogido en un elegante moño bajo a la
altura de la nuca, las uñas de las manos pintadas por un profesional, lo mismo
que las de los pies, visibles a través de sus altos tacones de tiras que no se
parecían en nada a lo que los Newton ofrecían en el largo estante de las botas
de montaña.
—Apenas había tráfico —bromeé mientras cogía
la horrible camiseta naranja fluorescente de debajo del mostrador. Me
sorprendía que la señora Newton estuviera tan preocupada por lo de Seattle como
Charlie. Pensé que era sólo él quien se lo había tomado a la tremenda.
—Esto... eh...
La señora Newton dudó por un momento,
jugueteando incómoda con el paquete de folletos publicitarios que estaba
colocando al lado de la caja registradora.
Ya tenía una mano sobre la camiseta pero me
detuve. Conocía esa mirada.
Cuando les hice saber a los Newton que no
trabajaría allí ese verano, dejándolos de este modo plantados en la estación
con más trabajo, comenzaron a enseñar a Katie Marshall para que ocupara mi
lugar. Realmente no podían permitirse mantener los sueldos de las dos a la vez,
así que cuando se veía que iba a ser un día tranquilo...
—Te iba a llamar —continuó la señora Newton—.
No creo que vayamos a tener hoy mucho trabajo. Creo que podremos apañarnos
entre Mike y yo. Siento que te hayas tenido que levantar y conducir hasta aquí.
En un día normal, este giro de los
acontecimientos me habría hecho entrar en éxtasis, pero hoy... no tanto.
—Vale —suspiré. Se me hundieron los hombros.
¿Qué iba a hacer ahora?
—Eso no está bien, mamá —repuso Mike—. Si
Bella quiere trabajar...
—No, no pasa nada, señora Newton. De verdad,
Mike. Tengo examenes finales para los que debo estudiar y otras cosas... —no quería
ser una fuente de discordia familiar cuando ya les había sorprendido
discutiendo.
—Gracias, Bella. Mike, te has saltado el pasillo
cuatro. Esto, Bella ¿no te importaría tirar estos folletos en un contenedor
cuando te vayas? Le dije a la chica que los dejó aquí que los pondría en el
mostrador, pero la verdad es que no tengo espacio.
—Vale, sin problemas.
Guardé la camiseta y me puse los folletos
debajo del brazo, para salir de nuevo al exterior, donde lloviznaba. EI
contenedor estaba al otro lado de Newton's Olympic, cerca de donde se suponía
que aparcábamos los empleados. Caminé sin dirección precisa hacia allá,
enfurruñada, dándole patadas a las piedras. Estaba a punto de tirar el paquete
de brillantes papeles amarillos a la basura cuando captó mi interés el título
impreso en negrita en la parte superior. Fue una palabra en especial la que me
IIamó la atención.
Cogí los papeles entre las dos manos mientras
miraba la imagen bajo el título. Se me hizo un nudo en la garganta.
SALVEMOS AL LOBO DE LA PENÍNSULA OLYMPIC
Majo las palabra había un dibujo detallado de
un lobo frente a un abeto, con la cabeza echada hacia atrás aullándole a la
luna. Era una imagen desconcertante; algo en la postura quejosa del lobo le hacía
parecer desamparado. Como si estuviera aullando de pena.
Y luego eché a correr hacia mi coche, con los
folletos aún sucios con firmeza en la mano.
Quince minutos, eso era cuanto tenía, pero
bastaría. Sólo había quince minutos hasta La Push y seguramente cruzaría la frontera unos
cuantos minutos antes de llegar al pueblo.
El coche arrancó sin ninguna dificultad.
Alice no podría estar viéndome hacer esto
porque no lo había planeado. Una decisión repentina, ¡ésa era la clave!, y
podría sacarle provecho si conseguía moverme con suficiente rapidez.
Con la prisa, arrojé los papeles húmedos al
asiento del pasajero, donde se desparramaron en un brillante desorden, cien
títulos en negrita, cien lobos negros aullándole a la luna, recortados contra
el fondo amarillo.
Iba a toda pastilla por la autopista mojada,
con los limpiaparabrisas a tope y sin hacerle caso al rugido del viejo motor.
Lo máximo que podía sacarle a mi coche eran unos noventa por hora y recé para
que fuera suficiente.
No tenía idea de dónde estaba la frontera,
pero empecé a sentirme más segura cuando pasé las primeras casas en las afueras
de La Push. Seguro
que esto era lo más lejos que se le permitía llegar a Alice.
La telefonearía cuando llegara a casa de
Angela por la tarde, me dije para mis adentros, para hacerle saber que me
encontraba bien. No había motivo para que se preocupara. No necesitaba
enfadarse conmigo, porque Edward ya estaría suficientemente furioso por los dos
a su regreso.
Mi coche iba ya resollando cuando chirriaron
los frenos al parar frente a la familiar casa de color rojo desvaído. Se me
volvió a hacer un nudo en la garganta al mirar aquel pequeño lugar que una vez
había sido mi refugio. Había pasado tanto tiempo desde que había estado aquí.
Antes de que pudiera parar el motor, Jacob ya
estaba en la puerta, con el rostro demudado por la sorpresa.
En el silencio repentino que se hizo después
de que el rugido del motor se detuviera, oí su respiración entrecortada.
—¿Bella?
—¡Hola, Jake!
—¡Bella! —gritó en respuesta y la sonrisa que
había estado esperando atravesó su rostro como el sol en un día nublado. Los
dientes relampaguearon contra su piel cobriza—. ¡No me lo puedo creer!
corrió hacia el coche, me sacó casi en
volandas a través de la puerta abierta, y nos pusimos a saltar como niños.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—¡Me he escapado!
—¡Impresionante!
—¡Hola, Bella! —Billy impulsó su silla hacia
la entrada para ver a qué se debía toda aquella conmoción.
—¡Hola, Bill...!
Y en ese momento me quedé sin aire. Jacob me
había sepultado en un abrazo gigante, tan fuerte, que no podía respirar y me daba
vueltas en círculo.
—¡Guau, es estupendo tenerte aquí!
—No puedo... respirar —jadeé.
Él se rió y me puso en el suelo.
—Bienvenida de nuevo, Bella —me dijo con una
sonrisa.
Y el modo en que lo dijo me sonó como
«bienvenida a casa».
Empezamos a andar, demasiado nerviosos ante la
perspectiva de quedarnos sentados dentro de la casa. Jacob iba prácticamente
saltando mientras andaba y le tuve que recordar unas cuantas veces que yo no
tenía piernas de tres metros.
Mientras caminábamos, sentí cómo me
transformaba en otra versión de mí misma, la que era cuando estaba con Jacob.
Algo más joven, y también algo más irresponsable. Alguien que haría, en alguna
ocasión, algo realmente estúpido sin motivo aparente.
Nuestra euforia duró los primeros temas de
conversación que abordamos: qué estábamos haciendo, qué queríamos hacer, cuánto
tiempo tenía y qué me había traído hasta allí. Cuando le conté lo del folleto
del lobo, de forma vacilante, su risa ruidosa hizo eco entre los árboles.
Pero entonces, cuando paseábamos detrás de la
tienda y atravesamos los matorrales espesos que bordeaban el extremo más lejano
de la playa Primera, llegamos a las partes más difíciles de la conversación.
Desde muy pronto tuvimos que hablar de las razones de nuestra larga separación
y observé cómo el rostro de mi amigo se endurecía hasta formar la máscara
amarga que ya me resultaba tan familiar.
—Bueno, ¿y de qué va esto en realidad? —me
preguntó Jacob, pateando un trozo de madera de deriva fuera de su camino con
una fuerza excesiva. Saltó sobre la arena y luego se estampó contra las rocas—.
O sea, que desde la última vez que... bueno, antes, ya sabes... —luchó para
encontrar las palabras. Aspiró un buen trago de aire y lo intentó de nuevo—. Lo
que quiero decir es que... ¿simplemente todo ha vuelto al mismo lugar que antes
de que él se fuera? ¿Se lo has perdonado todo?
Yo también inspiré con fuerza.
—No había nada que disculpar.
Me habría gustado saltarme toda esta parte,
las traiciones y las acusaciones, pero sabía que teníamos que hablar de todo
esto antes de que fuéramos capaces de llegar a algún otro lado.
El rostro de Jacob se crispó como si acabara
de chupar un limón.
—Desearía que Sam te hubiera tomado una foto
cuando te encontramos aquella noche de septiembre. Sería la prueba A.
—No estamos juzgando a nadie.
—Pues quizá deberíamos hacerlo.
—Ni siquiera tú le culparías por marcharse, si
conocieras sus motivos.
Me miró fijamente durante unos instantes.
—Está bien —me retó con amargura—.
Sorpréndeme.
Su hostilidad me caía encima, quemándome en
carne viva. Me dolía que estuviera enfadado conmigo. Me recordó aquella tarde
gris y deprimente, hacía mucho ya, cuando, cumpliendo órdenes de Sam, me dijo
que no podíamos seguir siendo amigos. Me llevó un momento recobrar la
compostura.
—Edward me dejó el pasado otoño porque pensaba
que yo no debía salir con vampiros. Pensó que sería mejor para mí si él se
marchaba.
Jacob tardó en reaccionar. Luchó consigo mismo
durante unos minutos. Lo que fuera que tenía planeado decir, claramente, había
dejado de tener sentido. Me alegraba de que no supiera lo que había precipitado
la decisión de Edward. Me podía imaginar qué habría pensado de haber sabido que
Jasper intentó matarme.
—Pero volvió, ¿no? —susurró Jacob—. Parece que
le cuesta atenerse a sus propias decisiones.
—Si recuerdas bien, fui yo la que corrió tras
él y le trajo de vuelta.
Jacob me miró con fijeza durante un momento y
después me dio la espalda. Relajó el rostro y su voz se había vuelto más
tranquila cuando volvió a hablar.
—Eso es cierto, pero nunca supe la historia.
¿Qué fue lo que pasó?
Yo dudaba y me mordí el labio.
—¿Es un secreto? —su voz se tornó burlona— ¿No
me lo puedes contar?
—No —contesté con brusquedad—. Además, es una
historia realmente larga.
El sonrió con arrogancia, se giró y echó a
caminar por la playa, esperando que le siguiera.
No tenía nada de gracioso estar con él si se
iba a comportar de ese modo. Le seguí de manera automática, sin saber si no
sería mejor dar media vuelta y dejarle. Aunque tendría que enfrentarme con
Alice cuando regresara a casa... Así que pensándolo bien, en realidad no tenía
tanta prisa.
Jacob llegó hasta un enorme y familiar tronco
de madera, un árbol entero con sus raíces y todo, blanqueado y profundamente
hundido en la arena; de algún modo, era nuestro árbol.
Se sentó en aquel banco natural y dio unas
palmaditas en el sitio que había a su lado.
—No me importa que las historias sean largas.
¿Hay algo de acción?
Puse los ojos en blanco mientras me sentaba a
su lado.
—La hay —concedí.
—No puede haber miedo de verdad si no hay un
poco de acción.
—¡Miedo! —me burlé—. ¿Vas a escuchar o te vas
a pasar todo el rato interrumpiéndome para hacer comentarios groseros sobre mis
amigos?
Hizo como que se cerraba los labios con llave
y luego como que tiraba la llave invisible sobre su hombro. Intenté no sonreír,
pero no lo conseguí.
—Tengo que empezar con cosas que pasaron
cuando tú estabas —decidí mientras intentaba organizar las historias en mi
mente antes de comenzar.
Jacob alzó una mano.
—Adelante. Eso está bien —añadió él—. No
entendí la mayor parte de lo que pasó entonces.
—Ah, vale, estupendo; es un poco complicado,
así que presta atención. ¿Sabes ya que Alice tiene visiones?
Interpreté que su ceño fruncido era una
respuesta afirmativa, ya que a los hombres lobo no les impresionaba que fuera
verdad la leyenda de los poderes sobrenaturales de los vampiros, así que procedí
con el relato de mi carrera a través de Italia para rescatar a Edward.
Intenté resumir lo más posible, sin dejarme
nada esencial. Al mismo tiempo, me esforcé en interpretar las reacciones de
Jacob, pero su rostro era inescrutable mientras le explicaba que Alice había
visto los planes de Edward para suicidarse cuando escuchó que yo había muerto.
Algunas veces Jacob parecía ensimismarse en sus pensamientos, tanto que ni
siquiera estaba segura de que me estuviera escuchando. Sólo me interrumpió una
vez.
—¿La adivina chupasangres no puede vernos?
—repitió, en su rostro una expresión feroz y llena de alegría—. ¿En serio? ¡Eso
es magnífico!
Apreté los dientes y nos quedamos sentados en
silencio, con su cara expectante mientras esperaba que continuase. Le miré
fijamente hasta que se dio cuenta de su error.
—¡Oops! —exclamó—. Lo siento —y cerró la boca
otra vez.
Su respuesta fue más fácil de comprender
cuando llegamos a la parte de los Vulturis. Apretó los dientes, se le pusieron
los brazos con carne de gallina y se le agitaron las aletas de la nariz. No
entré en detalles, pero le conté que Edward nos había sacado del problema, sin
revelar la promesa que habíamos tenido que hacer ni la visita que estábamos
esperando. Jacob no necesitaba participar de mis pesadillas.
—Ahora ya conoces toda la historia —concluí—.
Es tu turno para hablar. ¿Qué ha ocurrido mientras yo pasaba este fin de semana
con mi madre?
Sabía que Jacob me proporcionaría más detalles
que Edward. No temía asustarme. Se inclinó hacia delante, animado al momento.
—Embry, Quil y yo estábamos de patrulla el
sábado por la noche, sólo algo rutinario, cuando allí estaba, saliendo de
ninguna parte, ¡bum!, una pista fresca, que no tenía ni quince minutos —alzó
los brazos y remedó una explosión—. Sam quería que le esperásemos, pero yo
ignoraba que tú te habías ido y no sabía si tus chupasangres estaban vigilando
o no. Así que salimos en su persecución a toda velocidad, pero cruzó la línea
del tratado antes de que pudiéramos cogerla. Nos dispersamos por la línea
esperando que volviera a cruzarla. Fue frustrante, te lo juro —movió la cabeza
y el pelo, que ya le había crecido desde que se lo había rapado tan corto
cuando se unió a la manada, le cayó sobre los ojos—. Nos fuimos demasiado hacia
el sur y los Cullen la persiguieron hacia nuestro sitio, pero sólo a unos
cuantos kilómetros al norte de nuestra posición. Habría sido la emboscada
perfecta si hubiéramos sabido dónde esperar.
Sacudió la cabeza, haciendo ahora una mueca.
—Entonces fue cuando la cosa se puso
peligrosa. Sam y los otros le cogieron el rastro antes de que llegáramos, pero
ella iba de un lado a otro de la línea y el aquelarre en pleno estaba al otro
lado. El grande, ¿cómo se llama...?
—Emmett.
—Ese, bueno, pues él arremetió contra ella,
pero ¡qué rápida es esa pelirroja! Voló detrás de ella y casi se estrella
contra Paul. Y ya sabes, Paul... bueno, ya le conoces.
—Sí.
—Se le fue la olla. No puedo decir que le
culpe, tenía al chupasangres grandote justo encima de él. Así que saltó... Eh,
no me mires así. El vampiro estaba en nuestro territorio.
Intenté recomponer mi expresión para que
continuara con su relato. Tenía las uñas clavadas en las palmas de las manos
con la tensión de la historia, incluso sabiendo que había terminado bien.
—De cualquier modo, Paul falló y el grandullón
regresó a su sitio, pero entonces, esto, la, eh, bien, la rubia...
La expresión de Jacob era una mezcla cómica de
disgusto y reacia admiración mientras intentaba encontrar una palabra para describir
a la hermana de Edward.
—Rosalie.
—Como quieras. Se había vuelto realmente
territorial, así que Sam y yo nos retrasamos para cubrir los flancos de Paul.
Entonces su líder y el otro macho rubio...
—Carlisle y Jasper.
Me miró algo exasperado.
—Ya sabes que me da igual cómo se llamen. Como
sea, Carlisle habló con Sam en un intento de calmar las cosas. Y fue bastante
extraño porque la verdad es que todo el mundo se tranquilizó muy rápido. Creo
que fue ese otro que dices, que nos hizo algo raro en la cabeza, pero aunque
sabíamos lo que estaba haciendo, no podíamos dejar de estar tranquilos.
—Ah, sí, ya sé cómo se siente uno.
—Realmente cabreado, así es como se siente
uno. Sólo que no estás enfadado del todo, al final —sacudió la cabeza,
confundido—. Así que Sam y el vampiro líder acordaron que la prioridad era
Victoria y volvimos a la caza otra vez. Carlisle nos dio la pista de modo que
pudimos seguir el rastro correcto, pero entonces tomó el camino de los
acantilados justo al norte del territorio de los makah, donde la frontera
discurre pegada a la costa durante unos cuantos kilómetros. Así que se metió en
el agua otra vez. El grandullón y el tranquilo nos pidieron permiso para cruzar
la frontera y perseguirla, pero se lo denegamos, como es lógico.
—Estupendo. Quiero decir que vuestro
comportamiento me parece estúpido, pero estoy contenta. Emmett nunca tiene la
suficiente prudencia. Podría haber salido herido.
Jacob resopló.
—Así que tu vampiro te dijo que los atacamos
sin razón y que su aquelarre, totalmente inocente...
—No —le interrumpí—. Edward me contó la misma
historia, sólo que sin tantos detalles.
—Ah —dijo Jacob entre dientes y se inclinó
para coger una piedra entre los millones de guijarros que teníamos a los pies.
Con un giro casual, la mandó volando sus buenos cien metros hacia las aguas de
la bahía—. Bueno, ella regresará, supongo. Y volveremos a tenerla a tiro.
Me encogí de hombros; ya lo creo que volvería,
pero ¿de veras me lo contaría Edward la próxima vez? No estaba segura. Debía
mantener vigilada a Alice en busca de los síntomas indicadores de que el patrón
de comportamiento volvía a repetirse...
Jacob no pareció darse cuenta de mi reacción.
Estaba sumido en la contemplación de las olas con los gruesos labios apretados
y una expresión pensativa en la cara.
—¿En qué estás pensando? —le pregunté después
de un buen rato en silencio.
—Le doy vueltas a lo que me has dicho hace un
rato. En cuando la adivina te vio saltando del acantilado y pensó que querías
suicidarte, y en cómo a partir de aquello todo se descontroló... ¿Te das cuenta
de que, si te hubieras limitado a esperarme, como se supone que tenías que
hacer, entonces la chup... Alice no habría podido verte saltar? Nada habría
cambiado. Probablemente, los dos estaríamos ahora en mi garaje, como cualquier
otro sábado. No habría ningún vampiro en Forks y tú y yo... —dejó que su voz se
apagara, perdido en sus pensamientos.
Era desconcertante su forma de ver la
situación, como si fuera algo bueno que no hubiera vampiros en Forks. Mi
corazón comenzó a latir arrítmicamente ante el vacío que sugería la imagen.
—Edward hubiera regresado de todos modos.
—¿Estás segura de eso? —me preguntó otra vez,
volviendo a su aptitud beligerante en cuanto mencioné el nombre de Edward.
—Estar separados... no nos va bien a ninguno
de los dos.
Comenzó a decir algo, algo violento a juzgar
por su expresión, pero enmudeció de pronto, tomó aliento y empezó de nuevo.
—¿Sabías que Sam está muy enfadado contigo?
—¿Conmigo? —me llevó entenderlo un segundo—.
Ah, ya. Cree que se habrían mantenido apartados si yo no estuvie-aquí.
—No. No es por eso.
—¿Cuál es el problema entonces?
Jacob se inclinó para tomar otra roca. Le dio
vueltas una y otra vez, entre los dedos. No le quitaba ojo a la piedra negra
mientras hablaba en voz baja.
—Cuando Sam vio... en qué estado estabas al
principio, cuando Billy les contó lo preocupado que estaba Charlie porque no
mejorabas y entonces, cuando empezaste a saltar de los acantilados...
Puse mala cara. Nadie iba a dejar nunca que me
olvidara de eso.
Los ojos de Jacob me miraron de hito en hito.
—Pensamos que tú eras la única persona en el
mundo que tenía tanta razón para odiar a los Cullen como él. Sam se siente...
traicionado porque los volvieras a dejar entrar en tu vida, como si jamás te
hubieran hecho daño.
No me creí ni por un segundo que Sam fuera el
único que se sintiera de ese modo, y por tanto, el tono ácido de mi respuesta
iba dirigido a ambos.
—Puedes decirle a Sam que se vaya a...
—Mira eso —Jacob me interrumpió señalándome a
un águila en el momento en que se lanzaba en picado hacia el océano desde una
altura increíble. Recuperó el control en el último minuto, y sólo sus garras
rozaron la superficie de las olas, apenas durante un instante. Después volvió a
aletear, con las alas tensas por el esfuerzo de cargar con el peso del pescado
enorme que acababa de pescar—. Lo ves por todas partes —dijo con voz
repentinamente distante—. La naturaleza sigue su curso, cazador y presa, el
círculo infinito de la vida y la muerte.
No entendía el sentido del sermón de la
naturaleza; supuse que sólo quería cambiar el tema de la conversación, pero
entonces se volvió a mirarme con un negro humor en los ojos.
—Y desde luego, no verás al pez intentando
besar al águila. Jamás verás eso —sonrió con una mueca burlona.
Le devolví la sonrisa, una sonrisa tirante,
porque aún tenía un sabor ácido en la boca.
—Quizás el pez lo está intentando —le sugerí—.
Es difícil saber lo que piensa un pez. Las águilas son unos pájaros bastante
atractivos, ya sabes.
—¿A eso es a lo que se reduce todo? —su voz se
volvió aguda—. ¿A tener un buen aspecto?
—No seas estúpido, Jacob.
—Entonces, ¿es por el dinero? —insistió.
—Estupendo —murmuré, levantándome del árbol—.
Me halaga que pienses eso de mí —le di la espalda y me marché.
—Oh, venga, no te pongas así —estaba justo
detrás de mí; me cogió de la cintura y me dio una vuelta—. ¡Lo digo en serio!,
intento entenderte y me estoy quedando en blanco.
Frunció el ceño enfadado y sus ojos se
oscurecieron enquistados entre sombras.
—-Le amo. ¡Y no porque sea guapo o rico! —le
escupí las palabras a la cara—. Preferiría que no fuera ni lo uno ni lo otro.
Incluso te diría que eso podría ser un motivo para abrir una brecha entre
nosotros, pero no es así, porque siempre es la persona más encantadora,
generosa, brillante y decente que me he encontrado jamás. Claro que le amo.
¿Por qué te resulta tan difícil de entender?
—Es imposible de comprender.
—Por favor, ilumíname, entonces, Jacob —dejé
que el sarcasmo fluyera denso—. ¿Cuál es la razón válida para amar a alguien? Como
dices que lo estoy haciendo mal...
—Creo que el mejor lugar para empezar sería
mirando dentro de tu propia especie. Eso suele funcionar.
—¡Eso es... asqueroso! —le respondí con
brusquedad—. Supongo que debería estar loca por Mike Newton después de todo.
Jacob se estremeció y se mordió el labio. Pude
ver que mis palabras le habían herido, pero yo estaba demasiado enfadada para sentirme
mal por ello.
Me soltó la muñeca y cruzó los brazos sobre el
pecho, volviéndose para mirar hacia el océano.
—Yo soy humano —susurró, con voz casi
inaudible.
—No eres tan humano como Mike —continué sin
piedad—. ¿Sigues pensando que es la consideración más importante?
—No es lo mismo —Jacob no apartó los ojos de
las olas grises—. Yo no he escogido esto.
Me eché a reír incrédula.
—¿Y crees que Edward sí? Él no sabía lo que le
estaba ocurriendo más que tú. Él no eligió esto.
Jacob cabeceó de atrás adelante con un
movimiento rápido y corto.
—¿Sabes, Jacob?, es terrible por tu parte que
pretendas sentirte moralmente superior, considerando que tú eres un licántropo.
—No es lo mismo —repitió él, mirándome con el
ceño fruncido.
—No veo por qué no. Podrías ser un poquito más
comprensivo con los Cullen. No tienes idea de lo buenos que son, pero buenos de
verdad, Jacob.
Frunció el ceño más profundamente.
—No deberían existir. Su existencia va contra
la naturaleza.
Le miré con fijeza durante un largo rato, con
una ceja alzada, llena de incredulidad. Pasó un tiempo hasta que se dio cuenta.
—¿Qué?
—Hablando de algo antinatural... —insinué.
—Bella —me dijo, con la voz baja, y algo
diferente. Envejecida. Me di cuenta de que, de repente, sonaba mucho mayor que
yo, como un padre o un profesor—. Lo que yo soy ha nacido conmigo. Es parte de
mi naturaleza, de mi familia, de lo que todos somos como tribu, es la razón por
la cual todavía estamos aquí. Aparte de eso —bajó la vista para mirarme, con
sus ojos oscuros inescrutables—, sigo siendo humano.
Me cogió la mano y la presionó contra su pecho
ardiente como la fiebre. A través de su camiseta, pude sentir el rápido latido
de su corazón contra mi mano.
—Los humanos normales no arrojan motos por
ahí, como haces tú.
Él sonrió ligeramente, con una media sonrisa.
—Los humanos normales huyen de los monstruos,
Bella. Y nunca he proclamado ser normal. Sólo humano.
Continuar enfadada con Jacob resultaba muy
cansado. Empecé a sonreír mientras retiraba la mano de su pecho.
—La verdad es que me pareces humano del todo
—concedí—. Al menos de momento.
—Me siento humano.
Miró a lo lejos, y volvió el rostro. Le tembló
el labio inferior y se lo mordió con fuerza.
—Oh, Jake —murmuré al tiempo que buscaba su
mano.
Esa era la razón por la que estaba aquí. Ésa
era la razón por la que no me importaba quedarme, fuera cual fuera la recepción
que me esperase al regresar. Porque bajo toda esa ira y ese sarcasmo, Jacob sufría.
Justo ahora, lo estaba viendo en sus ojos. No sabía ayudarle, pero sabía que
tenía que intentarlo. No era por todo lo que le debía, sino porque su pena me
dolía a mí también.
Jacob se había convertido en parte de mí y no
había nada que pudiera cambiar eso.
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