Mi entretenimiento se convirtió en la prioridad número uno en
Isla Esme.
Hicimos snorkel (bueno, yo hice snorkel, mientras él alardeaba de
su capacidad de aguantar sin oxígeno indefinidamente),
exploramos la pequeña jungla que rodeaba el pico de roca.
Visitamos a los loros que habitaban en la pajarera que había en la
zona sur de la isla, vimos la puesta de sol en la cala pedregosa que
había al oeste, nadamos con los delfines que jugaban en las
cálidas y poco profundas aguas. O al menos yo lo hice: cuando
Edward estaba en el agua, los delfines desparecían como si
hubiese un tiburón cerca.
Sabía lo que estaba tramando. Intentaba mantenerme ocupada,
distraída, para que no le fastidiase con el tema del sexo.
Cada vez que intentaba sugerir que descansáramos un poco
viendo uno de los millones de DVD que había bajo la televisión
de plasma, me atraía fuera de la casa con palabras mágicas como
arrecifes de coral o cuevas submarinas o tortugas acuáticas.
Nos pasábamos el día sin parar, en marcha, para que cuando el sol
se ponía yo estuviera famélica y exhausta.
Cada noche, me desvanecía sobre el plato en cuanto terminaba de
cenar. De hecho, en una ocasión me quedé dormida sobre la mesa
y tuvo que llevarme a la cama.
En parte, porque Edward siempre preparaba demasiada comida,
pero yo estaba tan hambrienta después de nadar y escalar durante
todo el día que me lo comía casi todo.
Y después, llena y desfallecida, casi no podía mantener los ojos
abiertos.
Todo parte del plan, sin duda.
La extenuación no ayudaba mucho con mis intentos de seducción,
pero no me rendía.
Lo intenté razonando, suplicando y refunfuñando, sin resultado.
Normalmente estaba inconsciente antes de poder defender mi
caso. Y después, mis sueños parecían tan reales –principalmente
pesadillas, que parecían más reales debido a los colores brillantes
de la isla, supuse – que me despertaba cansada sin importar
cuanto tiempo dormía.
Más o menos una semana después de haber llegado a la isla,
intenté llegar a un acuerdo. Nos había funcionado en el pasado.
Ahora dormía en la habitación azul. El equipo de limpieza no
llegaría hasta el día siguiente, así que la habitación blanca aún
estaba cubierta por una alfombra de plumas.
La habitación azul era más pequeña, y la cama, de unas
proporciones más razonables.
Las paredes eran oscuras, con paneles de teca, y todos los
accesorios eran de lujosa seda azul.
Había empezado a ponerme algunas cosas de la colección de
lencería de Alice, para dormir por las noches, que no eran tan
reveladoras comparadas con los diminutos bikinis que había
puesto en mi equipaje. Me preguntaba si había tenido una visión
de por que yo querría tales cosas, y después me estremecí,
avergonzada por aquel pensamiento.
Empecé despacio, con inocentes satenes de color marfil,
preocupada por el hecho de que dejar mucha piel al descubierto
tuviera el efecto opuesto al deseado, pero dispuesta a probar lo
que hiciese falta.
Edward pareció no notar nada, como si yo llevara puesta una de
las viejas y andrajosas sudaderas que solía ponerme en casa.
Los moratones estaban mucho mejor, poniéndose amarillos en
algunas zonas, y desapareciendo completamente en otras, así que
esa noche elegí una de las piezas más aterradoras y me la puse en
el baño. Era negro, de encaje, y daba vergüenza mirarlo incluso
cuando no lo llevabas puesto. Tuve cuidado de no mirarme en el
espejo antes de volver a la habitación. No quería perder los
nervios.
Tuve la satisfacción de ver cómo los ojos casi se le salían de las
cuencas, justo un segundo antes de que consiguiera controlar su
expresión.
– ¿Qué te parece? –pregunte, dando vueltas para que pudiera
verme desde todos los ángulos.
Se aclaró la garganta.
–Estás muy guapa. Como siempre.
–Gracias –dije, agriamente.
Estaba demasiado cansada como para evitar subirme rápidamente
a la suave cama.
Puso sus brazos alrededor de mí y me acercó a su pecho, pero esto
era rutinario, porque hacía demasiado calor como para que yo
consiguiese dormir sin tener su frío cuerpo cerca.
–Te propongo un trato – dije, medio dormida.
–No voy a hacer ningún trato contigo –contestó.
–Ni siquiera has escuchado lo que te voy a ofrecer.
–No importa.
Suspiré.
– ¡Maldición! De verdad quería… bueno.
Puso los ojos en blanco.
Cerré los míos, dejando allí el cebo. Bostecé.
Sólo le llevó un minuto, no lo suficiente como para que yo me
quedara colgada.
–De acuerdo. ¿Qué es lo que quieres?
Rechiné los dientes por un momento, luchando contra una
sonrisa. Si había algo que él no podía resistir, era la oportunidad
de darme algo.
–Bueno… estaba pensando que todo el rollo de Darthmouth era
supuestamente una coartada, pero sinceramente, un semestre en la
universidad probablemente no me mataría –dije, repitiendo sus
propias palabras de hacía tiempo, cuando trataba de convencerme
de que olvidara mi conversión en vampiro. –Apuesto a que
Charlie se emocionaría con las historias de Darthmouth. Por
supuesto, podría ser embarazoso si no consigo seguir el ritmo de
esos cerebritos. De todas formas… dieciocho, diecinueve… No es
que haya gran diferencia. No es como si me fueran a salir patas de
gallo el próximo año.
Se quedó en silencio un momento, después, en voz baja dijo:
–Lo harías. Permanecerías humana.
Me mordí la lengua, dejando que asumiera la oferta.
– ¿Por qué me haces esto? –dijo entre dientes, repentinamente
enfadado – ¿No es ya bastante duro sin todo esto? – Agarró un
puñado de encaje que estaba embarullado sobre mi muslo. Por un
momento, pensé que lo iba a romper por la costura. Pero su mano
se relajó. –No importa. No voy a hacer ningún trato contigo.
–Quiero ir a la universidad.
–No, no quieres. Y no hay nada que merezca tanto la pena como
para arriesgar tu vida otra vez, como para que te haga daño.
–Pero quiero ir a la universidad. Bueno, no es la universidad en si
lo que quiero, pero quiero ser humana durante un tiempo más.
Cerró los ojos y expiro aire por la nariz.
–Me estás volviendo loco, Bella. ¿No hemos tenido esta discusión
un millón de veces, y siempre suplicabas que te convirtiera sin
demora?
–Si, pero… bueno, tengo una razón para querer ser humana que
antes no tenía.
– ¿Y qué razón es?
–Adivina… –dije, arrastrándome sobre las almohadas para
besarle.
Me devolvió el beso, pero no de una forma que me hiciese intuir
que estaba ganando. Era más bien como si tratara de no herir mis
sentimientos; completamente, exasperantemente manteniendo el
control de si mismo.
Suavemente, me aparto después de un momento, y me acunó
contra su pecho.
–Eres demasiado humana, Bella. Te controlan las hormonas – rió.
–Esa es la cuestión, Edward. Me gusta esta parte de ser humana.
No quiero dejarlo todavía. No quiero esperar durante años de ser
una neófita loca por la sangre para que sólo parte de todo esto
vuelva a mí.
Yo bostecé, y él sonrió.
–Estás cansada. Duerme, amor. –Empezó a tararear la nana que
había compuesto para mí cuando nos conocimos.
–Me pregunto por que estaré tan cansada – murmuré
sarcásticamente –No puede ser parte de tu plan, ni nada.
Rió y después volvió a tararear.
–Con todo lo cansada que estoy, cualquiera diría que podría
dormir bien.
La canción cesó. –Has estado durmiendo como un tronco, Bella.
No has dicho ni una sóla palabra en sueños desde que llegamos
aquí. Si no fuera por los ronquidos, me preocuparía que te
hubieras quedado en coma.
Ignoré la pulla de los ronquidos, yo no roncaba.
– ¿No he estado dando vueltas en la cama? Es raro. Normalmente
me retuerzo mucho cuando tengo pesadillas. Y grito.
– ¿Has estado teniendo pesadillas?
–Y muy vívidas. Me dejan agotada –bostecé –No puedo creer que
no haya estado farfullando todas las noches.
– ¿Pesadillas sobre qué?
–Sobre muchas cosas diferentes… pero a la vez iguales, ¿sabes?
Por los colores.
– ¿Colores?
–Todo es muy brillante, y real. Normalmente, cuando sueño, sé
que estoy soñando. Pero con éstas, no sé que estoy durmiendo, y
eso las hace más aterradoras.
Sonó inquieto cuando volvió a hablar.
– ¿Qué es lo que te da tanto miedo?
Me estremecí ligeramente.
–Sobre todo…
– ¿Sobre todo…? –apuntó.
No sabía por qué, pero no quería decirle nada sobre el niño de mis
pesadillas. Había algo… privado acerca de aquel horror en
particular. Así que, en vez de darle una descripción completa, le
di sólo uno de los elementos.
–Los Vulturi –susurré.
Me estrechó con más fuerza.
–No nos van a molestar nunca más. Vas a ser inmortal muy
pronto, así que no tendrán razones para ello.
Dejé que me reconfortara, sintiéndome un poco culpable de que lo
hubiera malinterpretado. Las pesadillas no eran así exactamente.
No era que tuviese miedo por mí, tenía miedo por el niño.
No era el mismo niño del primer sueño, aquel niño vampiro con
los ojos de un rojo sangre que se sentaba sobre una pila de
cadáveres de mis seres queridos. Éste niño con el que había
soñado cuatro veces durante la semana pasada, era
definitivamente humano.
Sus mejillas estaban sonrojadas, y sus enormes ojos eran de un
suave color verde.
Pero tal y como hacía el otro niño, se estremecía de miedo y
desesperación mientras los Vulturi se acercaban a nosostros.
En este sueño, que era nuevo y viejo a la vez, yo simplemente
tenía que proteger a ese niño. No había otra opción, y al mismo
tiempo, sabía que no lo conseguiría.
Vio la desolación pintada en mi cara.
– ¿Qué puedo hacer para ayudar?
Negué con la cabeza. –Son sólo sueños, Edward.
– ¿Quieres que cante para ti? Cantaré toda la noche si eso sirve
para mantener los malos sueños lejos.
–No todos son malos. Algunos son bonitos… Muy… coloridos.
Bajo el agua, con los peces y los corales. Parece que está
sucediendo de verdad, como si no estuviera soñando. Puede que
la isla sea el problema. Todo es demasiado brillante aquí.
– ¿Quieres volver a casa?
–No, no. Todavía no. ¿No podemos quedarnos un poco más?
–Podemos quedarnos tanto tiempo como quieras, Bella –me
prometió.
– ¿Cuándo empieza el semestre? No presté demasiada atención.
Suspiró. Puede que empezara a canturrear de nuevo, pero, antes
de que pudiera estar segura, ya estaba ida.
Más tarde, cuando desperté en la oscuridad, fue con un susto.
El sueño había sido muy real… vívido, sensorial…
Grité, desorientada en la habitación oscura. Sólo un segundo
antes, parecía que estaba bajo la brillante luz del sol.
– ¿Bella? –susurró Edward, con su brazos alrededor mío,
sacudiéndome suavemente. – ¿Estás bien, cariño?
Emití un grito ahogado, de nuevo. Sólo un sueño. No era real.
Para mi completo asombro, las lágrimas caían de mis ojos sin
previo aviso, resbalando por mi cara.
– ¡Bella! –dijo en voz alta, ahora alarmado. – ¿Qué pasa?
Limpió con sus dedos fríos y frenéticos las lágrimas que me
resbalaban por las mejillas, pero otras las sustituyeron.
–Sólo era un sueño.
No pude contener el sollozo que rompió mi voz. Las insensibles
lágrimas eran molestas, pero no pude controlar la asombrosa pena
que me oprimía. Quería desesperadamente que el sueño fuese
real.
–Todo está bien, amor, estás a salvo. Estoy aquí –me acunó
adelante y atrás, demasiado rápido para que consiguiera calmarme
– ¿Has tenido otra pesadilla? No era real, no era real.
–No era una pesadilla –sacudí la cabeza frotándome los ojos con
el dorso de la mano –Era un buen sueño –mi voz se quebró de
nuevo.
–Entonces ¿por qué lloras? –preguntó, desconcertado.
–Porque he despertado. –gemí, rodeando su cuello con mis
brazos, y sollozando contra su garganta.
Se rió de mi lógica, pero el sonido fue tenso por la preocupación.
–No pasa nada, Bella. Respira hondo.
–Era muy real. –lloré – Quiero que sea real.
–Cuéntamelo –me urgió –Tal vez eso ayude.
–Estábamos en la playa… –me aparté, para mirar con los ojos
llenos de lágrimas su ansiosa cara de ángel, borrosa en la
oscuridad.
Le miré melancólicamente, hasta que la irracional pena empezó a
desvanecerse.
– ¿Y...? –me apremió.
Pestañeé para que las lágrimas salieran de mis ojos llorosos.
–Oh, Edward…
–Cuéntame, Bella…–suplicó, con ojos preocupados por el dolor
que sonada en mi voz.
Pero no pude. En vez de eso, rodeé de nuevo su cuello con mis
brazos y mi boca se poso febrilmente sobre la suya.
No era deseo, era necesidad, tanta que dolía.
Su respuesta fue instantánea, pero pronto fue seguida por su
rechazo.
Forcejeó conmigo tan delicadamente como pudo, sorprendido,
apartándome mientras me sujetaba por los hombros.
–No, Bella –insistió, mirándome preocupado, como si pensara
que yo había perdido la razón.
Dejé caer los brazos, derrotada, las extrañas lágrimas cayendo de
nuevo en torrente por mi cara, con un sollozo creciendo más y
más en mi garganta.
Él tenía razón, debía estar loca.
Me miró, con ojos confundidos y llenos de angustia.
–Lo s-s-s-siento… –farfullé.
Me acercó a él de nuevo, abrazándome estrechamente contra su
pecho de mármol.
–No puedo Bella, no puedo –dijo con un agónico gemido.
–Por favor…–dije, mi ruego sonó apagado contra su piel –Por
favor, Edward.
No podría decir si las lágrimas que hacían temblar mi voz le
conmovieron, si fue que no estaba preparado para manejar mi
repentino ataque, o si su necesidad era tan insoportable como la
mía en aquel momento.
Pero cualquiera que fuera la razón, el caso es que acercó sus
labios a los míos, rindiéndose con un gruñido.
Retomamos las cosas justo donde se habían quedado en mi sueño.
Me quedé muy quieta cuando desperté a la mañana siguiente,
intentando mantener el ritmo de mi respiración. Tenía miedo de
abrir los ojos.
Estaba acostada a través del pecho de Edward, pero el estaba muy
quieto y sus brazos no me rodeaban. Eso era mala señal. Tenía
miedo de reconocer que estaba despierta y enfrentarme a su ira,
estuviese a quien estuviese dirigida aquel día.
Con cuidado, eché un vistazo a través de mis pestañas. Estaba
mirando hacia arriba, al oscuro techo, con los brazos detrás de la
cabeza. Me incorporé sobre mi hombro para poder verle la cara
mejor. Su expresión era suave, sin emociones.
– ¿Estoy metida en un lío? –pregunté con una suave vocecilla.
–En uno bien grande. –dijo, pero volvió la cabeza y me dedicó
una sonrisita de suficiencia.
Suspiré con alivio. –Lo siento…–dije –no pretendía… Bueno, no
se exactamente que me pasó anoche –sacudí la cabeza al recordar
esas lágrimas irracionales, el aplastante dolor.
–No llegaste a contarme de que iba tu sueño.
–Supongo que no… pero más o menos te mostré de que iba. –dije
con una risita nerviosa.
–Oh –dijo. Sus ojos se ensancharon y luego los entrecerró –
Interesante…
–Era un sueño muy bueno –murmuré. Como no hizo ningún
comentario, pasados unos segundos pregunté – ¿Estoy
perdonada?
–Me lo estoy pensando.
Me senté, dispuesta a examinar mi cuerpo, aunque de todas
formas no parecía haber plumas a mi alrededor. Pero cuando me
moví, una extraña sacudida de vértigo me recorrió. Me tambaleé y
caí de espaldas sobre las almohadas.
–Whoa… un mareo.
Sus brazos me rodearon entonces.
–Has dormido mucho, doce horas.
– ¿Doce? –que raro.
Me eché una ojeada a mi misma mientras hablaba, intentando no
llamar la atención.
Parecía estar bien. Los moratones de mis brazos seguían siendo
los de la semana pasada, casi amarillos. Me estiré, haciendo un
experimento, y también me sentía bien. Bueno, más que bien, la
verdad.
– ¿Está todo lo del inventario?
Asentí tímidamente. –Parece que todas las almohadas han
sobrevivido.
–Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo de tu… ehm…
camisón. –inclinó la cabeza hacia los pies de la cama, donde
trozos de encaje negro estaban esparcidos sobre las sábanas de
seda.
–Vaya… ese me gustaba –dije.
–A mi también.
– ¿Hay más bajas? –pregunté tímidamente.
–Voy a tener que comprarle a Esme una cama nueva –confesó,
mirando por encima del hombro. Seguí su mirada y me sorprendí
al ver que grandes trozos de madera parecían haber sido
arrancados de la parte izquierda del cabecero.
–Hmm – fruncí el ceño –Cualquiera pensaría que yo tendría que
haber oído eso.
–Parece ser que no eres nada observadora cuando tu atención está
puesta en otras cosas.
–Estaba un poco absorta –admití, sonrojándome.
Tocó mi ardiente mejilla y suspiró.
–Voy a echar de menos esto, mucho.
Le miré a la cara, buscando signos de de la ira o el remordimiento
que tanto temía.
A su vez, él me miró, con apariencia tranquila pero ilegible.
– ¿Qué tal estás?
Se rió.
– ¿Qué? –pregunté.
–Pareces sentirte culpable, como si hubieses cometido un crimen.
–Me siento culpable.
–Sedujiste a tu demasiado dispuesto marido. No es un pecado
capital.
Parecía estar bromeando. Mis mejillas se pusieron aún más rojas.
–La palabra seducción implica cierta cantidad de premeditación.
–Puede que esa no fuera la palabra apropiada –concedió.
– ¿No estás enfadado?
Sonrió apesadumbrado
–No estoy enfadado.
– ¿Por qué?
–Bueno… –hizo una pausa –No te he hecho daño, al menos. Esta
vez fue más fácil controlarme, canalizar mis excesos –sus ojos
volaron hacia el destrozado cabecero –Tal vez porque tenía una
ligera idea de que esperar.
Una sonrisa llena de esperanza se extendió por mi cara.
–Te dije que era cuestión de práctica.
Puso los ojos en blanco. Mi estómago rugió y el se rió.
– ¿Hora de desayunar para los humanos? –preguntó.
–Por favor –dije, saltando de la cama. Pero me moví demasiado
rápido y me tambaleé como una borracha para recuperar el
equilibrio. Me sujetó antes de que estampase contra la cómoda.
– ¿Estás bien?
–Si en mi próxima vida no tengo mejor sentido del equilibrio,
pediré un reembolso.
Esa mañana cociné yo. Freí unos huevos, demasiado hambrienta
para preparar cualquier cosa más elaborada. Impaciente, los puse
en el plato solo unos minutos después.
– ¿Desde cuando comes huevos con la yema casi cruda?
–Desde ahora.
– ¿Sabes cuantos huevos has comido sólo durante la semana
pasada? –cogió el cubo de la basura de debajo del fregadero.
Estaba lleno de hueveras de cartón azul.
–Que raro –dijo después de tragar un bocado que quemaba –Este
sitio está cambiando mi apetito –y mis sueños, y mi ya dudoso
sentido del equilibrio –Pero me gusta estar aquí. Aunque
tendremos que irnos pronto, ¿no?, para llegar a Dartmouth a
tiempo. Wow, si hasta tenemos que encontrar un sitio para vivir y
todo…
Se sentó a mi lado.
–Puedes dejar ya de fingir acerca de la universidad, ahora que ya
conseguiste lo que querías. Y no habíamos llegado a ningún
acuerdo, así que no hay nada que te ate.
Resoplé.
–No estaba fingiendo, Edward. No me paso el día tramando
cosas, como alguien que conozco. ¿Qué podemos hacer para
agotar hoy a Bella? –dije, en una pobre imitación de su voz. Se
rió, sin sentirse avergonzado –De verdad que quiero un poco más
de tiempo como humana –me incliné para acariciar su pecho
desnudo. –Aún no he tenido suficiente.
Me dirigió una mirada dubitativa.
– ¿De esto? –pregunto, cogiendo mi mano y moviéndola hacia su
bajo vientre. – ¿El sexo ha sido la clave todo este tiempo? –Puso
los ojos en blanco – ¿Por qué no pensé en ello antes? –dijo
sarcásticamente –Me hubiese ahorrado unas cuantas discusiones.
–Si, probablemente –reí.
–Eres demasiado humana –dijo otra vez.
–Lo sé.
El principio de una sonrisa tiró de las comisuras de sus labios
hacia arriba.
–Así que... ¿vamos a ir a Dartmouth? ¿En serio?
–Probablemente me echaran después del primer trimestre.
–Seré tu tutor – su sonrisa era evidente ahora –Te va a encantar la
universidad.
– ¿Crees que podremos encontrar un apartamento a estas alturas?
Hizo una mueca de culpabilidad.
–Bueno… la verdad es que… ya tenemos una casa allí. Sólo por
si acaso, ya sabes.
– ¿Has comprado una casa?
– Las propiedades inmobiliarias son buenas inversiones.
Levanté una ceja y lo dejé pasar
–Así que estamos listos para ir.
–Tendré que preguntar si podemos quedarnos tu coche “antes de”
durante un tiempo más.
–Si, que el cielo no permita que no me encuentre protegida contra
tanques.
Sonrió burlonamente.
– ¿Cuánto tiempo nos podemos quedar? –pregunté.
–Vamos bien de tiempo. Unas semanas más, si quieres. Y así
podríamos visitar a Charlie antes de irnos a New Hampshire.
Podríamos pasar las navidades con Renee…
Sus palabras pintaron un futuro inmediato de lo más feliz. Un
futuro libre de dolor para todos los involucrados. El “cajón” de
Jacob, de todo menos olvidado, resonó, y retoqué el pensamiento.
Casi para todos los involucrados.
No se estaba poniendo nada fácil. Ahora que había descubierto
exactamente lo bueno que podía llegar a ser humana, era tentador
dejar que mis planes fueran a la deriva.
Dieciocho o diecinueve, diecinueve o veinte. ¿De verdad
importaba tanto? Y ser humana junto a Edward… La decisión se
tornaba cada vez más delicada.
–Unas semanas más –acordé. Y después, porque el tiempo nunca
parecía suficiente, añadí –Y estaba pensando… ¿te acuerdas de lo
que decía sobre la práctica?
Edward rió.
– ¿Puedes esperar un momento? Oigo un barco, los de la limpieza
deben estar aquí.
Quería que esperase un momento. ¿Significaba eso que no me iba
a dar más problemas sobre las “prácticas”? Sonreí.
–Deja que le explique a Gustavo el desastre de la habitación
blanca, y después podemos salir. Hay un lugar en la jungla, en el
sur...
–No quiero salir. Hoy no pienso caminar por toda la isla. Quiero
quedarme aquí y ver una película.
Apretó los labios, tratando de no reírse de mi tono contrariado.
–Vale, como prefieras. ¿Por qué no eliges una mientras voy a
abrir la puerta?
–No he oído a nadie picar.
Movió la cabeza a un lado, escuchando atentamente, y, medio
segundo más tarde, un tímido repiqueteo sonó en la puerta. Sonrió
burlonamente y se dirigió al pasillo.
Recorrí con la mirada la estantería que había bajo la televisión,
mirando los títulos. No era fácil decidir por dónde empezar,
tenían más DVDs que en un videoclub.
Puede oír la grave y aterciopelada voz de Edward mientras se
acercaba por el pasillo, conversando fluidamente en lo que pensé
debía ser un perfecto portugués. Otra voz, más áspera, respondía
en la misma lengua.
Edward los acompaños a la habitación, apuntados hacia la cocina
de camino allí. Los dos brasileños parecían increíblemente bajos y
morenos a su lado. Uno de ellos era un hombre grueso, y la otra
una mujer delgada, ambos con las caras surcadas de arrugas.
Edward me señaló con una sonrisa llena de orgullo, y oí mi
nombre mezclado entre una ráfaga de palabras raras.
Me ruboricé un poco al pensar en el desastre que pronto iban a
encontrar en la habitación blanca. El hombre me sonrió
educadamente.
Pero la menuda mujer de piel color café no sonrió. Me miró con
una mezcla de horror, preocupación, y sobre todo, miedo. Antes
de que yo pudiera reaccionar, Edward le hizo un gesto para que le
siguieran hacia el “gallinero”, y se fueron.
Cuando volvió estaba solo. Caminó rápidamente hacia mí y me
envolvió con sus brazos.
– ¿Qué pasa con ella? –susurré con urgencia, recordando su
expresión de pánico.
Edward se encogió de hombros, no parecía preocupado.
–Kaure es mitad india, de la tribu Takuma. Fue educada para ser
supersticiosa, o también se podría decir para que fuera más cauta,
al menos más que aquellos que viven en el mundo moderno.
Sospecha lo que soy, o casi –todavía no sonaba preocupado –
Aquí tienen sus propias leyendas. El Libishomen, un demonio que
bebe sangre, y se alimenta en exclusiva de mujeres hermosas.
Me lanzó una mirada lasciva.
¿Sólo de mujeres hermosas? Bueno, eso era halagador.
–Parecía aterrorizada –dije.
–Y lo está. Pero principalmente está preocupada por ti.
– ¿Por mí?
–Tiene miedo por que te tengo aquí conmigo, a solas –Ahogó una
risita, y clavó la mirada e la estantería –Bueno, ¿Por qué no
escoges algo para ver? Eso es algo humano y aceptable.
–Si, estoy segura de que una película la convencerá de que eres
humano –reí, y me puse de puntillas para rodearle el cuello con
los brazos.
Él se agachó para que pudiera besarle, y después sus brazos se
apretaron alrededor de mí, levantándome del suelo para no estar
doblado.
–Película, pfelicula –murmuré, mientras sus labios se desplazaban
hacia mi garganta y yo enterraba los dedos en su cabello
broncíneo.
Entonces oí un grito ahogado, y el me soltó de repente.
Kaure estaba congelada en el pasillo, con los cabellos negros
llenos de plumas, más plumas dentro de una bolsa que sujetaba
entre los brazos, y una expresión de terror en su cara.
Me miró fijamente, con los ojos desorbitados. Yo me sonrojé y
miré al suelo.
Entonces, recuperó la compostura y murmuró algo que, incluso en
otro idioma, era claramente una disculpa. Edward sonrió y
contestó en tono amistoso. Apartó los ojos de nosotros y siguió
caminando por el pasillo.
– ¿Estaba pensando lo que pienso que estaba pensando?
Se rió de mi enrevesada frase.
–Si.
–Esta –dije, estirándome para coger una película al azar –Ponla, y
podemos fingir que la estamos viendo.
Era un viejo musical lleno de caras sonrientes y vestidos
vaporosos.
–Muy “luna de miel” –aprobó Edward.
Mientras los actores bailaban en la pantalla una alegre canción
introductoria, yo me repantigué en el sofá, acurrucándome entre
los brazos de Edward.
– ¿Vamos a volver a la habitación blanca? –pregunté
distraídamente.
–No sé… Ya he destrozado el cabecero de la otra cama, sin
posibilidad de reparación alguna. Puede que, si limitamos la
destrucción a una sola zona de la casa, Esme vuelva a invitarnos
algún día.
Sonreí abiertamente.
– ¿Así que va a haber más destrucción?
Se rió de mi cara.
–Creo que sería más seguro si es algo premeditado, en vez de
esperar a que me ataques otra vez.
–Eso es sólo una cuestión de tiempo –admití, pero ya sentía el
pulso desatado en las venas.
– ¿Tienes algún problema de corazón?
–Nop. Estoy sana como un caballo –hice una pausa – ¿Querías ir
a hacer un reconocimiento de la zona de demolición ahora?
–Sería más educado esperar a estar solos. Puede que tú no te
enteres cuando rompo los muebles, pero a ellos probablemente les
daría un buen susto.
De verdad, yo ya había olvidado la presencia de gente en la otra
habitación.
–Es verdad. Mierda.
Gustavo y Kaure se movían silenciosamente por la casa, mientras
yo esperaba impacientemente a que terminaran, intentando prestar
atención al “felices para siempre” que se desarrollaba en la
pantalla.
Me estaba quedando dormida (a pesar de que Edward dijo que
había dormido gran parte del día) cuando una voz áspera me
sobresaltó.
Edward se incorporó, manteniéndome acurrucada contra él, y
contestó a Gustavo en fluido portugués. Gustavo asintió, y
camino silenciosamente hacia la puerta.
–Ya han terminado.
–O sea, qué ¿ahora estamos solos?
– ¿Qué tal si comes primero? –sugirió.
Me mordí el labio, dividida por el dilema. Tenía mucha hambre.
Con una sonrisa, tomó mi mano y me llevó hasta la cocina.
Conocía las expresiones de mi cara tan bien, que no importaba
que no pudiese leer mi mente.
–Esto se me está yendo de las manos –me quejé, cuando por fin
me sentí llena.
– ¿Quieres ir esta tarde a nadar con los delfines? ¿Para quemar las
calorías? –preguntó.
–Tal vez más tarde. Tengo otra idea para quemar calorías.
– ¿Si? ¿Y que es?
–Bueno… todavía queda un gran trozo de cabecero en la cama…
No pude terminar. Ya me había cogido entre sus brazos, y sus
labios silenciaron los míos mientras me llevaba a la habitación
azul con inhumana velocidad.
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