—No puedes hablar en serio —dije el miércoles
por la tarde—. ¡A ti se te ha ido la olla! ¡Te has vuelto loca!
—Puedes ponerme a caldo —replicó Alice—, pero
no se suspende la fiesta.
La miré fijamente, con ojos tan desorbitados
por la incredulidad que pensé que se me salían de las cuencas y caían sobre la
bandeja de la comida.
—¡Venga, Bella, tranquila! No hay razón para
no celebrarla. Además, ya están enviadas las invitaciones.
—Tú... estás... tocada... del... ala...
como... una cabra —farfullé.
—Encima, ya te he comprado mi regalo —me
recordó—. Basta con abrirlo.
Hice un esfuerzo para conservar la calma.
—Una fiesta es lo menos apropiado del mundo
con la que se nos viene encima.
—Lo más inmediato es la graduación, y dar una
fiesta es tan apropiado que casi parece pasado de moda.
—¡Alice!
Ella suspiró e intentó ponerse seria.
—Nos va a llevar un poco de tiempo poner en
orden las cosas pendientes. Podemos aprovechar el compás de espera para
celebrarlo. Vas a graduarte en el instituto por primera y única vez en la vida.
No volverás a ser humana, Bella. Esta oportunidad es irrepetible.
Edward, que había permanecido en silencio
durante nuestra pequeña discusión, le lanzó a su hermana una mirada de advertencia
y ella le sacó la lengua. Su tenue voz jamás se había dejado oír por encima del
murmullo de voces de la cafetería y en cualquier caso, nadie comprendería el
significado oculto detrás de sus palabras.
—¿Qué es lo que hemos de poner en orden?
—pregunté, negándome a cambiar de tema.
—Jasper cree que un poco de ayuda nos vendría
bien —respondió Edward en voz baja—. La familia de Tanya no es nuestra única
alternativa. Carlisle está intentando averiguar el paradero de algunos viejos
amigos y Jasper ha ido a visitar a Peter y Charlotte. Ha sopesado incluso la
posibilidad de hablar con María, pero a nadie le apetece involucrar a los
sureños —Alice se estremeció levemente—. No iba a sernos difícil convencerlos
de que echaran una mano —prosiguió—, pero ninguno queremos recibir visitas
desde Italia.
—Pero esos amigos... Esos amigos no son
«vegetarianos», ¿verdad? —protesté, utilizando en tono de burla el apodo con el
que los Cullen se designaban a sí mismos.
—No —contestó Edward, súbitamente inexpresivo.
—¿Los vais a traer a Forks?
—Son amigos —me aseguró Alice—. Todo va a
salir bien, no te preocupes. Luego, Jasper debe enseñarnos unas cuantas formas
de eliminar neófitos...
Al oír eso, una sonrisilla iluminó el rostro
de Edward y los ojos le centellearon. Sentí una punzada en el estómago, que
parecía repleto de esquirlas de hielo.
—¿Cuándo os marcháis? —pregunté con voz
apagada.
La idea de que alguno no regresara me
resultaba insoportable. ¿Qué pasaba si era Emmett, tan valeroso e inconsciente
que jamás tomaba la menor precaución? ¿Y si era Esme, tan dulce y maternal que ni
siquiera la imaginaba luchando? ¿Y si caía Alice, tan minúscula y de apariencia
tan frágil? ¿Y si...? No podía pensar su nombre ni sopesar la posibilidad.
—Dentro de una semana —replicó Edward con
indiferencia.
Los fragmentos de hielo se agitaron de forma
muy molesta en mi estómago y de repente sentí náuseas.
—Te has puesto verde, Bella —comentó Alice.
Edward me rodeó con el brazo y me estrechó con
fuerza contra su costado.
—Va a ir bien, Bella. Confía en mí, tranquila.
¡Y un
cuerno!, pensé en mi fuero interno. Confiaba en él,
pero era yo quien se iba a quedar sentada en la retaguardia, preguntándome si
la razón de mi existencia iba o no a regresar.
Fue entonces cuando se me ocurrió que quizá no
fuera necesario que me sentara a esperar. Una semana era más que de sobra.
—Estáis buscando ayuda —anuncié despacio.
—Sí.
Alicia ladeó la cabeza al percibir un cambio
de tono en mi voz. La miré sólo a ella cuando hice mi sugerencia con un hilo de
voz poco más audible que un susurro.
—Yo puedo ayudar.
De repente, Edward se envaró y me sujetó con
más fuerza. Espiró con un siseo, pero fue Alice quien respondió sin perder la
calma.
—En realidad, eso sería de poca utilidad.
—¿Por qué? —repliqué. Detecté una nota de
desesperación en mi voz—. Ocho es mejor que siete y da tiempo de sobra.
—No hay suficientes días para que puedas
ayudarnos —repuso ella con aplomo—. ¿Recuerdas la descripción de los jóvenes que
hizo Jasper? No serías buena en una pelea. No podrías con trolar tus instintos
y eso te convertiría en un blanco fácil, y Edward resultaría herido al intentar
protegerte.
Alice se cruzó de brazos, satisfecha de su
irrefutable lógica. Estaba en lo cierto. Siempre se ponía así cuando tenía
razón. Me hundi en el asiento cuando se vino abajo mi fugaz ilusión. Edward,
que estaba a mi lado, se relajó y me habló al oído.
—No mientras tengas miedo —me recordó.
—Ah —comentó Alice con rostro carente de
expresión, pero luego se volvió hosca—: Odio las cancelaciones en el último
minuto, y ésta rebaja la lista de asistentes a la fiesta a sesenta y cinco.
—¡Sesenta y cinco! —los ojos se me salieron de
las órbitas otra vez. Yo no tenía tantos amigos, es más, ¿conocía a tanta
gente?
—¿Quién ha cancelado su asistencia? —preguntó
Edward, ignorándome.
—Renée.
—¿Qué? —exclamé con voz entrecortada.
—Iba a acudir a tu fiesta de graduación para
darte una sorpresa, pero algo ha salido mal. Encontrarás un mensaje suyo en el
contestador cuando llegues a casa.
Me limité a disfrutar de la sensación de alivio
durante unos instantes. Ignoraba qué le había salido mal a mi madre, pero fuera
lo que fuera, le guardaba gratitud eterna. Si ella hubiera venido a Forks
ahora..., no quería ni imaginarlo, me hubiera estallado la cabeza.
La luz del contestador parpadeaba cuando
regresé a casa. Mi sensación de alivio volvió a aumentar cuando oí describir a
mi madre el accidente de Phil en el campo de béisbol. Se enredó con el receptor
mientras hacía una demostración de deslizamiento y se rompió el fémur, por lo
que dependía de ella por completo y no le podía dejar solo. Mi madre seguía
disculpándose cuando se acabó el tiempo del mensaje.
—Bueno, ahí va una —suspiré.
—¿Una? ¿Una qué? —inquirió Edward.
—Una persona menos por la que preocuparse de
que la maten la semana próxima —puso los ojos en blanco—. ¿Por qué Alice y tú
no os tomáis en serio este asunto? —exigí saber—. Es grave.
Él sonrió.
—Confianza.
—Genial —refunfuñé.
Descolgué el auricular y marqué el número de
Renée a sabiendas de que me aguardaba una larga conversación, pero también
preveía que no iba a tener que participar mucho.
Me limité a escuchar y asegurarle cada vez que
me dejaba meter baza que no estaba decepcionada ni enfadada ni dolida. Ella
debía centrarse en ayudar a la recuperación de Phil, con quien me puso para que
le dijera «que te mejores», y prometí llamarla para cualquier nuevo detalle de
la graduación del instituto. Al final, para lograr que colgara, me vi obligada
a apelar a mi necesidad de estudiar para los exámenes finales.
El temple de Edward era infinito. Esperó con
paciencia durante toda la conversación, jugueteando con mi pelo y sonriendo
cada vez que yo alzaba los ojos. Probablemente, era superficial fijarse en ese
tipo de cosas mientras tenía tantos asuntos importantes en los que pensar, pero
su sonrisa aún me dejaba sin aliento. Era tan guapo que en ocasiones me
resultaba extremadamente difícil pensar en otra cosa, como las tribulaciones de
Phil, las disculpas de Renée o la tropa enemiga de vampiros. La carne es débil.
Me puse de puntillas para besarle en cuanto
colgué. Me rodeó la cintura con los brazos y me llevó en volandas hasta la
encimera de la cocina, ya que yo no hubiera podido llegar tan lejos. Eso jugó a
mi favor, ya que enlacé mis brazos alrededor de su cuello y me fundí con su
frío pecho.
El me apartó demasiado pronto, como de
costumbre.
Hice un mohín de contrariedad. Edward se rió
de mi expresión una vez que se hubo zafado de mis brazos y mis piernas. Se
inclinó sobre la encimera a mi lado y me rozó los hombros con el brazo.
—Sé que me consideras capaz de un autocontrol
perfecto y persistente, pero lo cierto es que no es así.
—Qué más quisiera yo.
Suspiré; él hizo lo mismo y luego cambió de
tema.
—Mañana después del instituto voy a ir de caza
con Carlisle, Esme y Rosalie —anunció—. Serán sólo unas horas y vamos a estar
cerca. Alice, Jasper y Emmett se las arreglarían para mantenerte a salvo si
fuera necesario.
—¡Puaj! —refunfuñé. Mañana era el primer día
de los exámenes finales y el instituto cerraba por la tarde. Tenía exámenes de
Cálculo e Historia, los dos puntos débiles a la hora de conseguir la
graduación, por lo que iba a estar casi todo el día sin él ni otra cosa que
hacer que preocuparme—. Me repatea que me cuiden.
—Es provisional —me prometió.
—Jasper va a aburrirse y Emmett se burlará de
mí.
—Van a portarse mejor que nunca.
—Vale —rezongué. Entonces se me ocurrió que
tenía otra alternativa distinta a los canguros—. Sabes..., no he estado en La Push desde el día de las
hogueras —observé con cuidado su rostro en busca del menor gesto, pero sólo los
ojos se tensaron levemente—. Allí estaría a salvo —le recordé.
Lo consideró durante unos instantes.
—Es probable que tengas razón.
Mantuvo el rostro en calma, quizá estuviera
demasiado impermeable para ser sincero. Estuve a punto de preguntarle si prefería
que me quedara en casa, pero luego imaginé a Emmett tomándome el pelo a diestro
y siniestro, razón por la que cambié de tema.
—¿Ya tienes sed? —pregunté mientras estiraba
la mano para acariciar la leve sombra de debajo de sus ojos. Su mirada seguía
siendo de un dorado intenso.
—En realidad, no.
Parecía reacio a responder, y eso me
sorprendió. Aguardé una explicación que me dio a regañadientes.
—Queremos estar lo más fuertes posible. Quizá
volvamos a cazar durante el camino de cara al gran juego.
—¿Eso os dará más fuerza?
Estudió mi rostro, pero sólo halló curiosidad.
—Sí —contestó al final—. La sangre humana es
la que más vitalidad nos proporciona, aunque sea levemente. Jasper ha estado
dándole vueltas a la idea de hacer trampas. Es un tipo realista aunque la idea
no le agrade, pero no la va a proponer. Conoce cuál sería la respuesta de
Carlisle.
—¿Eso os ayudaría? —pregunté en voz baja.
—Eso no importa. No vamos a cambiar nuestra
forma de ser.
Puse mala cara. Si había algo que aumentara
las posibilidades... Estaba favorablemente predispuesta a aceptar la muerte de
un desconocido para protegerle a él. Me aborrecí por ello, pero tampoco era
capaz de rechazar la posibilidad.
Él volvió a cambiar de tema.
—He ahí la razón por la que son tan fuertes.
Los neófitos están llenos de sangre humana, su sangre, que reacciona a la
transformación. Hace crecer los tejidos, los fortalece. Sus cuerpos consumen de
forma lenta esa energía y, como dijo Jasper, la vitalidad comienza a disminuir
pasado el primer año.
—¿Cuánta fuerza tendré?
Sonrió.
—Más que yo.
—¿Y más que Emmett?
La sonrisa se hizo aún mayor.
—Sí. Hazme el favor de echarle un pulso. Le
conviene una cura de humildad.
Me eché a reír. Sonaba tan ridículo.
Luego, suspiré y me dejé caer de la encimera.
No podía aplazarlo por más tiempo. Debía empollar, y empollar de verdad. Por
fortuna, contaba con la ayuda de Edward, que era un tutor excelente y lo sabía
absolutamente todo. Suponía que mi mayor problema iba a ser concentrarme
durante los propios exámenes. Si no me controlaba, iba a ser capaz de terminar
escribiendo un ensayo sobre la historia de las guerras de los vampiros en el
sur.
Me tomé un respiro para telefonear a Jacob.
Edward pareció tan cómodo como cuando llamé a Renée y volvió a juguetear con mi
pelo.
Mi telefonazo despertó a Jacob a pesar de que
era bien entrada la tarde. Acogió con júbilo la posibilidad de una visita al
día siguiente. La escuela de los quileute ya había concedido las vacaciones de
verano, por lo que podía recogerme tan pronto como me conviniera. Me complacía
mucho tener una alternativa a la de los canguros. Pasar el día en compañía de
un amigo era un poquito más decoroso...
...pero una parte de esa dignidad se perdió
cuando Edward insistió en dejarme en la misma divisoria, como un niño que se
confía a la custodia de sus tutores.
—Bueno, ¿cómo te han ido los exámenes? —me
preguntó Edward durante el camino para darme conversación.
—El de Historia era fácil, pero el de Cálculo,
no sé, no sé. Me parece que tenía sentido, lo cual quiere decir que lo más
probable es que me haya equivocado.
Él se carcajeó.
—Estoy convencido de que lo has hecho bien,
pero puedo sobornar al señor Varner para que te ponga sobresaliente si estás
tan preocupada.
—Gracias, gracias, pero no.
Se echó a reír de nuevo, pero las carcajadas
se detuvieron en cuanto doblamos la última curva y vio estacionado el coche
rojo.
Suspiró pesadamente.
—¿Pasa algo? —inquirí, ya con la mano en la
puerta.
Sacudió la cabeza.
—Nada.
Entornó los ojos y clavó la mirada en el otro
coche a través del parabrisas. Ya conocía esa mirada.
—No leas la mente de Jacob, ¿vale? —le acusé.
—Resulta difícil ignorar a alguien que va
pegando voces.
—Ah —cavilé durante unos segundos—. ¿Y qué es
lo que grita? —inquirí en un susurro.
—Estoy absolutamente seguro de que va a
contártelo él mismo —repuso Edward con tono irónico.
Le habría presionado sobre el tema, pero Jacob
se puso a tocar el claxon. Sonaron dos rápidos bocinazos de impaciencia.
—Es un comportamiento descortés —refunfuñó
Edward.
—Es Jacob.
Suspiré y me apresuré a salir del coche antes
de que hiciera algo que sacara de sus casillas a Edward.
Me despedí de él con la mano antes de entrar
en Volkswagen Golf y desde lejos me pareció que los bocinazos o los
pensamientos de Jacob le habían alterado de verdad, pero tampoco es que yo
tuviera una vista de lince y cometía errores todo el tiempo.
Deseé que Edward se acercara, que ambos
salieran de los coches y se estrecharan las manos como amigos, que fueran
Edward y Jacob en vez de vampiro y licántropo. Tenía la sensación de tener en
las manos dos imanes obstinados y estar intentando acercarlos para obligarlos a
actuar contra los dictados de la naturaleza.
Suspiré y entré en el coche de Jacob.
—Hola, Bella.
El tono de Jake era normal, pero hablaba
arrastrando las sílabas. Estudié su rostro mientras comenzaba a descender por
la carretera de regreso a La Push ,
conduciendo algo más deprisa que yo, pero bastante más lento que Edward.
Jacob parecía diferente, quizás incluso
enfermo. Se le cerraban los párpados y tenía el rostro demacrado. Llevaba el
pelo desgreñado, con los mechones disparados en todas direcciones, hasta casi
el punto de llegarle a la barbilla en algunos sitios.
—¿Te encuentras bien, Jacob?
—Sólo un poco cansado —consiguió decir antes
de verse desbordado por un descomunal bostezo. Cuando acabó, preguntó—: ¿Qué
quieres hacer hoy?
Le contemplé durante un instante.
—Por ahora —sugerí—, vamos a dejarnos caer por
tu casa —no tenía aspecto de tener cuerpo para mucho más que eso—. Ya montaremos
en moto más tarde.
—Vale, vale —dijo.
Y bostezó de nuevo.
Me sentí extraña al no encontrar a nadie en la
casa. Entonces comprendí que consideraba a Billy como parte del mobiliario,
siempre presente.
—¿Dónde está tu padre?
—Con los Clearwater. Suele pasar mucho rato
allí desde la muerte de Harry. Sue se siente un poco sola.
Jacob se sentó en el viejo sofá, no mucho más
grande que un canapé, y se arrastró dando tumbos para hacerme sitio.
—Ah, bien hecho. Pobre Sue.
—Sí... Ella está teniendo... —vaciló—. Tiene
problemas con los chicos.
—Normal. Debe de ser muy duro para Seth y Leah
haber perdido a su padre.
—Ajajá —coincidió él con la mente sumida en
sus pensamientos.
Echó mano al mando a distancia y empezó a
hacer zapping sin prestar la menor atención. Bostezó de nuevo.
—¿Qué te ocurre? Pareces un zombi, Jake.
—Esta noche no he dormido más de dos horas, y
la anterior, sólo cuatro —me dijo. Estiró sus largos brazos lentamente y pude
oír chasquear las articulaciones mientras se flexionaba. Dejó caer el brazo
izquierdo sobre el respaldo del sofá, detrás de mí, y reclinó la cabeza contra
la pared.
—Estoy reventado.
—¿Por qué no duermes? —le pregunté.
Hizo un mohín.
—Sam tiene problemas. No confía en tus
chupasangres y en lo que yo hablé con Edward. He hecho turnos dobles durante
las dos últimas semanas sin que nadie me haya ayudado, aun así, él no lo tiene
en cuenta. Así que de momento voy por libre.
—¿Turnos dobles? ¿Y lo haces para vigilar mi
casa? Jake, eso es una equivocación. Necesitas dormir. Estaré bien.
—Sí, claro... —de pronto, abrió un poco los
ojos, más alerta—. Eh, ¿habéis averiguado quién estuvo en tu habitación? ¿Hay
alguna novedad?
Ignoré la segunda pregunta.
—No, aún no sabemos nada de mi... visitante.
—Entonces, seguiré rondando por ahí —insistió
mientras se le cerraban los párpados.
—Jake... —comencé a quejarme.
—Eh, es lo menos que puedo hacer... Te ofrecí
servidumbre eterna, recuerda, ser tu esclavo de por vida.
—¡No quiero un esclavo!
No abrió los ojos.
—Entonces, ¿qué quieres, Bella?
—Quiero a mi amigo Jacob..., y no me apetece
verle medio muerto, haciéndose daño por culpa de alguna insensatez...
—Míralo de este modo —me atajó—. Estoy
esperando la oportunidad de rastrear a un vampiro al que se me permite matar,
¿vale?
No le contesté. Entonces, me miró, estudiando
mi reacción.
—Estoy de broma, Bella.
No aparté la vista del televisor.
—Bueno, ¿y tienes algún plan especial para la
próxima semana? Vas a graduarte. Guau, qué bien —hablaba con voz apagada y su
rostro, ya demacrado, estaba ojeroso cuando cerró los ojos, aunque en esta
ocasión no era a causa de la fatiga, sino del rechazo. Comprendí que esa
graduación tenía un significado especial para él, aunque ahora mis intenciones
se habían trastocado.
—No tengo ningún plan «especial» —respondí
cuidadosamente con la esperanza de que mis palabras le tranquilizaran sin
necesidad de ninguna explicación más detallada. No quería abordar eso en aquel
momento. Por un lado, él no tenía aspecto de poder sobrellevar conversaciones
difíciles; y por otra, iba a percatarse de mis muchos reparos—. Bueno, debo
asistir a una fiesta de graduación. La mía —hice un sonido de disgusto—. A
Alice le encantan las fiestas y esa noche ha invitado a todo el pueblo a su
casa. Va a ser horrible.
Abrió los ojos mientras yo hablaba y una
sonrisa de alivio atenuó su aspecto cansado.
—No he recibido ninguna invitación. Me siento
ofendido —bromeó.
—Considérate convidado. Se supone que es mi
fiesta, por lo que estoy en condiciones de invitar a quien quiera.
—Gracias —contestó con sarcasmo mientras
cerraba los ojos una vez más.
—Me gustaría que vinieras —repuse sin ninguna
esperanza—. Sería más divertido, para mí, quiero decir.
—Vale, vale... —murmuró—. Sería de lo más...
prudente.
Se puso a roncar pocos segundos después.
Pobre Jacob. Estudié su rostro mientras dormía
y me gustó lo que vi, pues no estaba a la defensiva y había desaparecido todo
atisbo de amargura. De pronto, apareció el chico que había sido mi mejor amigo
antes de que toda esa estupidez de la licantropía se hubiera interpuesto en el
camino. Parecía mucho más joven. Parecía mi Jacob.
Me acomodé en el sofá para esperar a que se
despertara, con la esperanza de que durmiera durante un buen rato y recuperase
el sueño atrasado. Fui cambiando de canal, pero no echaban nada potable, así
que lo dejé en un programa culinario, sabedora de que yo nunca sería capaz de
emular semejante despliegue en la cocina de Charlie. Mi amigo siguió roncando
cada vez más fuerte, por lo que subí un poco el volumen de la tele.
Estaba sorprendentemente relajada, incluso
soñolienta también. Me sentía más segura en aquella casa que en la mía, puede
que porque nadie había acudido a buscarme a ese lugar. Me aovillé en el sofá y
pensé en echar un sueñecito yo también. Quizá lo habría logrado, pero era imposible
conciliar el sueño con los ronquidos de Jake. Por eso, dejé vagar mi mente en
lugar de dormir.
Había terminado los exámenes finales. La
mayoría estaban tirados con la excepción de Cálculo, en el que aprobar o
suspender estaba ahí, ahí, por los pelos. Mi educación en el instituto había
concluido y no sabía cómo sentirme en realidad. Era incapaz de contemplarlo con
objetividad al estar ligada al fin de mi existencia como mortal.
Me pregunté cuánto tiempo pensaba Edward usar
su pretexto «no mientras tengas miedo». Iba a tener que ponerme firme alguna
vez.
Pensándolo desde un punto de vista práctico,
sabía que tenía más sentido pedirle a Carlisle que me transformara en el
momento de recibir la graduación. Forks estaba a punto de convertirse en un
pueblo tan peligroso como si fuera zona de guerra. No. Forks era ya zona de
guerra, sin mencionar que sería una excusa perfecta para perderme la fiesta de
graduación. Sonreí para mis adentros cuando pensé en la más trivial de las
razones para la conversión, estúpida, sí, pero aun así, convincente.
Pero Edward tenía razón. Todavía no estaba
preparada.
No deseaba ser práctica. Quería que fuera él
quien me transformara. No era un deseo racional, de eso no tenía duda. Dos
segundos después de que cualquiera me mordiera y la ponzoña corriera por mis
venas dejaría de preocuparme quién lo hubiera hecho, por lo que no habría
diferencia alguna.
Resultaba difícil explicar en palabras,
incluso a mí misma, por qué tenía tanta importancia. Guardaba relación con el
hecho de que él hiciera la elección. Si me quería lo bastante para conservarme
como era, también debería impedir que me transformara otra persona. Era una
chiquillada, pero quería que sus labios fueran el último placer que sintiera;
aún más ‑y más embarazoso, algo que no diría en voz alta‑, deseaba que fuera su
veneno el que emponzoñara mi cuerpo. Eso haría que le perteneciera de un modo
tangible y cuantificable.
Pero sabía que se iba a aferrar al plan de la
boda como una garrapata. Estaba segura de que buscaba forzar una demora y se afanaba
en conseguirla. Intenté imaginarme anunciando a mis padres que me casaba ese
verano, y también a Angela, Ben, Mike. No podía. No se me ocurría qué decir.
Resultaría más sencillo explicarles que iba a convertirme en vampiro. Y estaba
segura de que al menos mi madre, sobre todo si era capaz de contarle todos los
detalles de la historia, iba a oponerse con más denuedo a mi matrimonio que a
mi vampirización. Hice una mueca en
mi fuero interno al imaginar la expresión horrorizada de Renée.
Entonces, tuve por un segundo otra visión:
Edward y yo, con ropas de otra época, en una hamaca de un porche. Un mundo
donde a nadie le sorprendería que yo llevase un anillo en el dedo, un lugar más
sencillo donde el amor se encauzaba de forma simple, donde uno más uno sumaban
dos.
Jacob roncó y rodó de costado. Su brazo cayó
desde lo alto del respaldo del sofá y me fijó contra su cuerpo.
¡Toma ya, cuánto pesaba! Y calentaba. Resultó
sofocante al cabo de unos momentos.
Intenté salir de debajo de su brazo sin despertarle,
pero me vi en la necesidad de empujarle un poquito y abrió los ojos
bruscamente. Se levantó de un salto y miró a su alrededor con ansiedad.
—¿Qué? ¿Qué? —preguntó, desorientado.
—Sólo soy yo, Jake. Lamento haberte
despertado.
Se giró para mirarme, parpadeando confuso.
—¿Bella?
—Hola, dormilón.
—¡Jo, tío! ¿Me he dormido? Lo siento. ¿Cuánto
tiempo he estado grogui?
—Unas cuantas horas por lo menos. He perdido
la cuenta.
Se dejó caer en el sofá, a mi lado.
—¡Vaya! Cuánto lo siento, Bella.
Le atusé ligeramente la melena en un intento
de alisar un poco aquel lío.
—No lo lamentes. Estoy contenta de que hayas
dormido algo.
Bostezó y se desperezó.
—Últimamente, soy un negado. No me extraña que
Billy se pase el día fuera. Estoy hecho un muermo.
—Tienes buen aspecto —le aseguré.
—Puaj, vamos fuera. Necesito dar un paseo por
ahí o voy a quedarme frito otra vez.
—Vuelve a dormir, Jacob. Estoy bien. Llamaré a
Edward para que venga a recogerme —palmeé mis bolsillos mientras hablaba y
descubrí que los tenía vacíos—. ¡Mecachis! Voy a tener que pedirte prestado el
teléfono. Creo que me he dejado el mío en el coche.
Comencé a enderezarme.
—¡No! —insistió Jacob al tiempo que me
aferraba la mano—. No, quédate. No puedo creerme que haya desperdiciado tanto
tiempo.
Tiró de mí para levantarme del sofá mientras
hablaba y abrió camino hacia el exterior, agachando la cabeza al llegar a la
altura del marco de la puerta. Había refrescado de modo notable durante su
sueño. El aire era anormalmente frío para aquella época del año. Debía de haber
una tormenta en ciernes, pues parecíamos estar en febrero en lugar de mayo.
El viento helado pareció ponerle más alerta.
Caminaba de un lado para otro delante de la casa, llevándome a rastras con él.
—¿Qué te pasa? Sólo te has quedado dormido —me
encogí de hombros.
—Quería hablar contigo. No me lo puedo
creer...
—Pues habla ahora.
Jacob buscó mis ojos durante un segundo y
luego desvió la mirada deprisa hacia los árboles. Casi daba la impresión de
haber enrojecido, pero resultaba difícil de asegurarlo al tener la piel oscura.
De pronto, recordé lo que me había dicho
Edward cuando vino a dejarme, que Jacob me diría lo que estaba gritando en su
mente. Empecé a morderme el labio.
—Mira, planeaba hacer esto de un modo algo
diferente —soltó una risotada, y pareció que se reía de sí mismo—. De un modo
más sencillo —añadió—, preparando el terreno, pero... —miró a las nubes—. No
tengo tiempo para preparativos...
Volvió a reírse, nervioso, aún caminábamos,
pero más despacio.
—¿De qué me hablas? —inquirí.
Respiró hondo.
—Quiero decirte algo que ya sabes, pero creo
que, de todos modos, debo decirlo en voz alta para que jamás haya confusión en
este tema.
Me planté y él tuvo que detenerse. Le solté de
la mano y crucé los brazos sobre el pecho. De repente, estuve segura de lo que
iba a decir y no quería saber lo que estaba preparando.
Jacob frunció el ceño de modo que las cejas
casi se tocaron, proyectando una profunda sombra sobre los ojos, oscuros como
boca de lobo cuando perforaron los míos con la mirada.
—Estoy enamorado de ti, Bella —dijo con voz
firme y decidida—. Te quiero, y deseo que me elijas a mí en vez de a él. Sé que
tú no sientes lo mismo que yo, pero necesito soltar la verdad para que sepas
cuáles son tus opciones. No me gustaría que la falta de comunicación se
interpusiera en nuestro camino.
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