Me tumbé boca abajo sobre el saco de dormir a
la espera de que me cayera el mundo encima. Ojalá me enterrara allí mismo una
avalancha. Deseaba de todo corazón que sucediera. No quería volver a verme el
rostro en un espejo en mi vida.
No me avisó ningún sonido. La mano fría de
Edward salió de la nada y se deslizó entre mi pelo enmarañado. Me estremecí
llena de culpabilidad ante su contacto.
—¿Te encuentras bien? —murmuró, con la voz
plena de ansiedad.
—No. Quiero morirme.
—Eso no ocurrirá jamás. No lo permitiré.
Gruñí y luego susurré:
—Tal vez cambies de idea.
—¿Dónde está Jacob?
—Se ha ido a luchar —mascullé contra el suelo.
Se había marchado del campamento con alegría,
con un optimista «volveré» mientras echaba a correr. Iba encorvado cuando
atravesó el claro, temblando ya mientras se preparaba para cambiar de forma. A
esas alturas, la manada ya estaría al tanto de todo. Seth Clearwater, yendo de
un lado para otro fuera de la tienda, había sido un testigo íntimo de mi
desgracia.
Edward se quedó en silencio un buen rato.
—Oh —exclamó al fin.
Cuando oí el tono de su voz, temí que la
avalancha no cayera lo suficientemente deprisa. Le clavé la mirada y estuve
bastante segura, debido a sus ojos desenfocados, de que estaba atento a algo que
yo hubiera preferido morir antes de que llegara a sus oídos. Dejé caer la
cabeza de nuevo contra el suelo.
Me quedé paralizada cuando Edward se echó a
reír entre dientes, de mala gana.
—Y yo pensaba que estaba jugando sucio
—comentó con renuente admiración—. Me ha hecho quedar como el santo patrón de
la ética —su mano acarició la parte de mi mejilla que quedaba al descubierto—.
No estoy enfadado contigo, amor. Jacob es más astuto de lo que yo hubiera
creído jamás, aunque hubiera deseado que no se lo hubieras pedido, claro.
—Edward —barboteé contra el áspero nailon—.
Yo... yo... esto...
—Anda, calla —me silenció sin dejar de
acariciarme la mejilla con los dedos—. No es eso lo que quería decir. Es sólo
que él te habría besado de todos modos, incluso aunque tú no hubieras caído en
sus redes, y ahora no tengo una buena excusa para partirle la cara. Y de verdad
que lo hubiera disfrutado.
—¿Caído en sus redes? —mascullé de forma casi
incomprensible.
—Bella, ¿realmente te has creído que él es así
de noble, que habría desaparecido en el esplendor de la gloria sólo para
dejarme el camino expedito?
Elevé el rostro con lentitud hasta encontrarme
con su mirada paciente. Su expresión era amable y tenía los ojos llenos de
comprensión, más que del rechazo que me merecía.
—Sí, claro que le creí —murmuré entre dientes
y después miré hacia otro lado. A pesar de todo, no sentía ningún tipo de ira
contra Jacob por hacer trampas. No había espacio suficiente en mi cuerpo para
contener nada aparte del odio que sentía por mí misma.
Edward rió de nuevo, con suavidad.
—Eres tan mala mentirosa, que te cuesta creer
que los demás puedan tener ni una pizca de esa habilidad.
—¿Por qué no estás enfadado conmigo?
—susurré—. ¿Por qué no me odias? ¿O es que no te has enterado de toda la historia
todavía?
—Creo que ya tengo suficiente con una cierta
comprensión general de los hechos —comentó restándole importancia, casi con
humor—. Jacob es capaz de crear imágenes mentales muy vividas. Apuesto a que ha
conseguido que su manada se sienta tan mal, al menos, como yo. El pobre Seth
tiene náuseas, pero Sam le está poniendo ya en vereda.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza,
experimentando una honda agonía. Las cortantes fibras de nailon del suelo de la
tienda me arañaron la piel.
—Simplemente eres humana —me cuchicheó,
pasando con lentitud su mano por mi pelo.
—Esa es la defensa más penosa que he oído en
mi vida.
—Pero es la verdad, Bella, eres humana; y por
mucho que yo desease que no fuese así, él también lo es... Hay huecos en tu
vida que yo no puedo llenar y lo comprendo.
—No es verdad. Precisamente eso es lo que me
convierte en un ser tan horrible. No es un problema de huecos.
—Tú le quieres —susurró con dulzura.
El intento de negarlo hacía que me doliera
cada célula del cuerpo.
—Pero a ti te quiero más —le dije. No podía
decir ninguna otra cosa.
—Sí, ya lo sé, claro, pero... cuando te
abandoné, Bella, te dejé desangrándote. Jacob fue la persona que te puso los
puntos para curarte. Eso os ha dejado una huella a ambos. No estoy muy seguro
de que esta clase de puntos se disuelvan por sí mismos. Y no puedo culpar a
ninguno de los dos por algo que yo convertí en una necesidad. Soy yo quien debe
aspirar al perdón, pero aun así, eso no me eximirá de las consecuencias.
—Ya sabía yo que encontrarías alguna manera de
culparte a ti mismo. Por favor, déjalo ya. No lo puedo soportar.
—Entonces, ¿qué quieres que te diga?
—Quiero que me llames por todos los nombres
malos que conozcas y en cada lenguaje que sepas. Quiero que me digas lo
disgustado que estás conmigo y que me vas a dejar, de forma que yo pueda
suplicar y arrastrarme de rodillas para que te quedes.
—Lo siento —suspiró—. No puedo hacer eso.
—Al menos deja de intentar que me sienta
mejor. Déjame sufrir. Me lo merezco.
—No —insistió él, en un murmullo bajo.
Asentí con lentitud.
—Vale, tienes razón. Continúa comportándote de
ese modo tan comprensivo. Probablemente, eso sea mucho peor.
Se quedó en silencio unos momentos y sentí
cómo la atmósfera se cargaba con una nueva sensación de urgencia.
—Es inminente —afirmé.
—Sí, dentro de unos cuantos minutos. Sólo me
queda tiempo para decirte una cosa más...
Esperé. Cuando al fin comenzó a hablar, seguía
haciéndolo en susurros.
—Yo sí puedo ser noble, Bella. Así que no voy
a hacer que escojas entre los dos. Sólo sé feliz, y de ese modo toma lo que
quieras de mí, o nada en absoluto, si eso te parece mejor. No dejes que ninguna
deuda que creas tener conmigo influya en tu decisión.
Golpeé el suelo, alzándome sobre mis rodillas.
—¡Maldita sea, para esto de una vez! —le
grité.
Sus ojos se dilataron sorprendidos.
—No, no lo entiendes. No estoy haciendo que te
sientas mejor, Bella, es lo que pienso de verdad.
—Ya sé que lo piensas —rugí—. Pero ¿es que no
vas a luchar? ¡No empieces ahora con lo del noble sacrificio! ¡Pelea!
—¿Cómo? —me preguntó y sus ojos de pronto
parecieron muy antiguos, cargados de tristeza.
Salté sobre su regazo, arrojando mis brazos a
su alrededor.
—No me importa si hace frío aquí. No me
importa si huelo a perro. Hazme olvidar lo espantosa que soy, ayúdame a que le
olvide. ¡Haz que olvide mi propio nombre! ¡Pelea de una vez!
No esperé a que se decidiera, ni a darle la
oportunidad de decirme que él no estaba interesado en un monstruo cruel y
despiadado como yo. Me apreté contra él y aplasté mi boca contra sus labios
fríos como la nieve.
—Ten cuidado, amor —masculló bajo la urgencia
de mi beso.
—No —gruñí.
Con dulzura, apartó mi rostro unos
centímetros.
—No me tienes que probar nada.
—Ni lo pretendo. Dijiste que podría tener lo
que quisiera de ti y esto es lo que deseo. Lo quiero todo —anudé mis brazos en
torno a su cuello y me estiré para alcanzar sus labios. Él inclinó la cabeza
para devolverme el beso, pero su boca fría se volvió más indecisa cuanto más se
intensificaba mi impaciencia. Mi cuerpo tenía sus propias intenciones, y me
arrastraba con él. Como de costumbre, movió las manos para sujetarme.
—Quizá no es el mejor momento para esto
—sugirió, demasiado tranquilo para mi gusto.
—¿Por qué no? —refunfuñé. No había manera de
luchar si él iba a adoptar una actitud racional; dejé caer los brazos.
—En primer lugar porque hace frío —se inclinó
para coger el saco de dormir del suelo y me envolvió en él como si fuera una
manta.
—No es verdad —le interrumpí—. El primer
motivo es que te muestras extrañamente moralista para ser un vampiro.
El se rió entre dientes.
—De acuerdo, te doy la razón en eso. Pongamos
el frío en segundo lugar. Y en tercero..., bueno, porque la verdad, cariño, es
que apestas.
Arrugó la nariz.
Yo suspiré.
—En cuarto lugar —murmuró, bajando la cabeza
tanto que pudo susurrar cerca de mi oreja—. Lo haremos, Bella. Cumpliré mi
promesa de corazón, pero preferiría que no fuera como respuesta a Jacob Black.
Me encogí y enterré el rostro en su hombro.
—Y en quinto...
—Está siendo una lista muy pero que muy larga
—cuchicheé.
Se echó a reír.
—Sí, pero ¿quieres escuchar lo de la lucha o
no?
Mientras hablaba, Seth aulló de forma
estridente fuera de la tienda.
El cuerpo se me puso rígido al oír el sonido.
No me percaté de que había cerrado la mano izquierda en un puño, y se me habían
clavado las uñas en la palma vendada, hasta que Edward la cogió y me abrió los
dedos con ternura.
—Todo va a ir bien, Bella —me prometió—.
Tenemos la habilidad, el entrenamiento y la sorpresa de nuestra parte. La lucha
habrá acabado muy pronto. Si yo no lo pensara así de verdad, estaría ahora allí
abajo y tú permanecerías aquí, encadenada a un árbol o adonde fuera que
consiguiera tenerte a buen recaudo.
—Alice es tan pequeña —me lamenté.
Él se rió entre dientes.
—Eso podría ser un problema, claro... siempre
que hubiera alguien capaz de atraparla.
Seth empezó a gimotear.
—¿Pasa algo malo? —le pregunté.
—Qué va, simplemente está enfadado por tener
que quedarse con nosotros. Sabe que la manada lo ha confinado aquí para
mantenerle apartado de la acción y protegerle. Está salivando de ganas de
reunirse con ellos.
Puse cara de pocos amigos en la dirección
adonde estaba Seth.
—Los neófitos han llegado al final de la
pista, y todo funciona como si fuera resultado de un encantamiento, este Jasper
es un genio. También han captado el rastro de los que están en el prado, así
que ahora se están dividiendo en dos grupos, como predijo Alice —murmuró
Edward, con los ojos concentrados en algún lugar lejano—. Sam nos está
convocando para encabezar la partida de la emboscada —estaba tan concentrado en
lo que escuchaba que usó el plural empleado por la manada de forma habitual.
De repente, bajó la mirada hacia mí.
—Respira, Bella.
Luché para hacer lo que me pedía. Podía
escuchar el pesado jadeo de Seth justo fuera de la pared de la tienda e intenté
emparejar mis pulmones al mismo ritmo regular, de modo que no terminara
hiperventilando.
—El primer grupo está en el claro. Podemos
escuchar la pelea.
Los dientes se me cerraron de forma audible.
Se rió una vez.
—Podemos oír a Emmett... Se lo está pasando
genial.
Me obligué de nuevo a respirar a la vez que
Seth.
Edward gruñó.
—Están hablando de ti —los dientes se le
cerraron también de golpe—. Se supone que deben asegurarse de que no escapes…
¡Buen movimiento! Vaya, qué rápida murmuró con aprobación—. Uno de los neófitos
ha descubierto nuestro olor y Leah le ha tumbado antes de que ni siquiera
pudiera volverse. Sam le está ayudando a deshacerse de él. Paul y Jacob han
cogido a otro, pero los demás se han puesto a la defensiva. No tienen ni idea
de qué hacer con nosotros. Ambos grupos están fintando. No, dejad que Sam lo
lidere, apartaos del camino —masculló entre dientes—. Separadlos, no les dejéis
que se protejan las espaldas unos a otros.
Seth gañó.
—Eso está mejor, llevadlos hacia el claro —asintió
Edgard.
Su cuerpo cambiaba inconscientemente de
posición mientras observaba, poniéndose en tensión, anticipando los movimientos
que habría hecho de hallarse presente. Sus manos todavía sostenían las mías y
yo entrelacé mis dedos con los suyos. Al menos, él no estaba allí abajo.
La única advertencia fue la súbita ausencia de
sonidos.
El ritmo acelerado de la respiración de Seth
se cortó y como yo había acompasado mi respiración a la suya, lo noté.
Dejé de respirar también, demasiado asustada
incluso para poner mis pulmones en funcionamiento cuando me di cuenta de que
Edgard se había transformado en un bloque de hielo a mi lado.
Oh, no. No. No
¿Quién había perdido? ¿Ellos o nosotros? Míos,
todos eran míos. Pero ¿en qué iba a consistir mi pérdida?
Tan rápido ocurrió que no supe con toda
exactitud cuándo fue. De pronto se puso en pie y la tienda cayó hecha jirones a
mi alrededor. ¿Era Edward él que lo había hecho? ¿Por qué?
Bizqueé, aturdida bajo la brillante luz del
sol. Seth era todo lo que podía ver, justo a nuestro lado, con su rostro sólo a
veinte centímetros del de Edward. Se miraron el uno al otro con concentración
absoluta durante un segundo que se me hizo eterno. El sol relumbraba sobre la
piel de Edward y enviaba chispas de luz hacia la pelambre de Seth.
Y entonces, Edward susurró imperiosamente:
—¡Corre, Seth!
El gran lobo aceleró y desapareció entre las
sombras del bosque.
¿Habían pasado dos segundos completos? Me
habían parecido horas. Me sentí aterrorizada hasta el punto de las náuseas por
la certeza de que la cosa se había torcido en el claro y había ocurrido algo
horrible. Abrí la boca para pedirle a Edward que me llevara allí y que lo
hiciera ya. Ellos le necesitaban y también a mí. Si tenía que sangrar para
salvarlos, lo haría. Moriría por ello, como la tercera esposa. No tenía ninguna
daga de plata en mis manos, mas seguro que encontraría una forma...
Pero antes de que pudiera decir ni una sílaba,
sentí como si me hubiesen sacado el aire del cuerpo de un solo golpe. Como las
manos de Edward nunca me habían soltado, simplemente quería decir que nos
estábamos moviendo, tan rápido que la sensación era como de caerse de lado.
Me encontré de pronto con la espalda aplastada
contra la escarpada falda del acantilado. Edward se puso delante de mí, en una
postura que yo conocía muy bien.
El alivio me recorrió la mente al mismo tiempo
que el estómago se me hundía hasta las plantas de los pies.
Le había malinterpretado.
Alivio: no había sucedido nada malo en el
claro.
Horror: la crisis estaba teniendo lugar aquí.
Edward adoptó una posición defensiva, medio
agachado, con los brazos adelantados ligeramente, una pose que me trajo un
recuerdo tan duro que me sentí mareada. La roca a mi espalda igual hubiera
podido ser aquella antigua pared de ladrillo de un callejón italiano, donde él
se había interpuesto entre los guerreros Vulturis, cubiertos con sus mantos
negros, y yo.
Algo venía a por nosotros.
—¿Quién es? —murmuré.
Las palabras salieron entre sus dientes con un
rugido más alto de lo que yo esperaba. Demasiado alto. Eso quería decir que ya
no había posibilidad alguna de esconderse. Estábamos atrapados y daba igual
quién escuchara su respuesta.
—Victoria —contestó, escupiendo la palabra
como si fuera una maldición —. No está sola. Nunca tuvo intención de participar
en la lucha, pero seguía a los neófitos para observar. Cuando percibió mi olor,
tomó la decisión de seguirlo por pura intuición, adivinando que tú
permanecerías donde yo estuviera. Y ha acertado. Tú llevabas razón, detrás de
todo esto siempre estuvo ella y nadie más que ella.
Victoria estaba lo bastante cerca para que él
pudiera escuchar sus pensamientos.
Me sentí aliviada otra vez. Si hubieran sido
los Vulturis, ambos estaríamos muertos. Pero con Victoria, no teníamos que ser
los dos. Edward podría sobrevivir a esto. Era un buen luchador, tan bueno como
Jasper. Si ella no traía a otros consigo, podría abrirse camino hasta volver
con su familia. Edward era más rápido que ninguno. Sería capaz de hacerlo.
Me alegraba mucho de que él hubiera hecho
marcharse a Seth, pero claro, no había nadie a quien el lobo pudiera acudir en
busca de ayuda. Victoria había sincronizado perfectamente su actuación. Al
menos, Seth estaba a salvo; no imaginaba al enorme lobo de color arena cuando pensaba
en él: sólo veía al desgarbado chico de quince años.
El cuerpo de Edward se movió, de forma
infinitesimal, pero me permitió saber hacia dónde mirar. Observé las sombras
oscuras del bosque.
Era como si mis pesadillas caminaran a mi
encuentro con la idea de saludarme.
Dos vampiros se deslizaron con lentitud dentro
de la pequeña abertura de nuestro campamento, con los ojos atentos, sin perder
nada de vista. Brillaban como diamantes bajo el sol.
Apenas pude echar una ojeada al chico rubio;
porque sí, era sólo un chico, a pesar de su altura y su musculatura, y quizá
tenía mi edad cuando le convirtieron. Sus ojos, del color rojo más intenso que
había visto nunca, no retuvieron mi atención, y pese a ser el que estaba más
cerca de Edward, y el peligro más cercano, casi no le vi...
... porque a pocos metros y algo más atrás,
Victoria clavó su mirada en la mía.
Su pelo de color anaranjado era más brillante
de lo que recordaba, parecido a una llama. No había viento, pero el fuego
alrededor de su rostro parecía hacerle titilar un poco, como si estuviera vivo.
Tenía los ojos negros por la sed. No sonreía,
como siempre había hecho en mis pesadillas, sino que apretaba los labios en una
línea tensa. Había una sorprendente cualidad felina en el modo en que
acuclillaba el cuerpo, como una leona a la espera de la oportunidad para
atacar. Su mirada salvaje e inquieta fluctuaba entre Edward y yo, pero nunca
descansaba en él más de medio segundo. No podía apartar sus ojos de mi rostro
más de lo que yo podía apartar los míos.
Emanaba tensión de un modo que parecía casi
visible en el aire. Podía sentir el deseo, la pasión arrolladura que la tenía
bien aferrada en sus garras. Supe lo que estaba pensando, casi como si yo
pudiera oír también sus pensamientos.
Estaba tan cerca de lo que quería, el centro
de toda su existencia durante más de un año, ahora estaba tan cerca...
Mi muerte.
Su plan era tan obvio como práctico. El chico
rubio y grande atacaría a Edward, y ella me liquidaría tan pronto como Edward
estuviera suficientemente distraído.
Sería rápido, porque no le quedaba mucho
tiempo para juegos, pero también definitivo. Algo de lo que no sería posible
recobrarse. Algo que ni siquiera la ponzoña de un vampiro podría reparar.
Ella tendría que detener mi corazón. Quizá
lanzando una mano contra mi pecho, hasta aplastarlo. O cualquier otra cosa
parecida.
Mi corazón latió con furia, ruidosamente, como
si quisiera ofrecer un objetivo más obvio.
A una inmensa distancia, lejos, más allá del
bosque oscuro, el aullido de un lobo hizo eco en el aire sereno. Como Seth se
había marchado, no había forma de interpretar el sonido.
El chico rubio miró a Victoria por el rabillo
del ojo, esperando una orden.
Era joven en más de un sentido. Lo supuse
porque el brillante iris escarlata no duraba mucho tiempo en un vampiro, y esto
quería decir que sería muy fuerte, pero poco ducho en las artes de la pelea.
Edward sabría cómo deshacerse de él. Y sobreviviría.
Victoria proyectó su barbilla hacia Edward,
ordenando al chico, sin palabras, que atacara.
—Riley —dijo Edward con voz dulce, suplicante.
El joven rubio se quedó helado, con los ojos dilatados por la sorpresa—. Te está
mintiendo, Riley —continuó Edward—. Escúchame. Te miente del mismo modo que
mintió a los otros que ahora están muriendo en el claro. Tú ya sabes que ella
los ha engañado, porque te ha utilizado para ello, ya que ninguno de vosotros
pensó jamás en ir a socorrerlos. ¿Es tan difícil creer que su falsedad también
te alcance a ti?
La confusión se expandió por el rostro de
Riley.
Edward se movió unos cuantos centímetros hacia
un lado y Riley compensó el movimiento de modo automático ajustando de nuevo su
posición.
—Ella no te quiere, Riley —la voz de Edward
era persuasiva, casi hipnótica—. Nunca te ha amado. Victoria amó una vez a
alguien que se llamaba James y tú no eres más que un instrumento para ella.
Cuando dijo el nombre de James, los labios de
Victoria se retrajeron en una mueca que mostraba todos sus dientes. Sus ojos
continuaron clavados en mí.
Riley lanzó una mirada frenética en su dirección.
—¿Riley? —insistió Edward.
Éste volvió a concentrarse en Edward de forma
instintiva.
—Ella sabe que te mataré, Riley. Quiere que tú
mueras, para no tener que mantener más su fachada. Sí, eso sí lo ves, ¿verdad?
Ya has notado la renuencia en sus ojos, has sospechado de esa nota falsa que se
percibe en sus promesas. Llevas razón. Ella nunca te ha querido. Todos los
besos y todas las caricias no eran más que mentiras.
Edward trasladó su peso de nuevo unos cuantos
centímetros más hacia el muchacho y se apartó otros tantos de mí.
La mirada de Victoria se ajustó al espacio que
se había abierto entre nosotros. No le llevaría más de un segundo matarme, y
sólo necesitaba el más pequeño atisbo de oportunidad para hacerlo.
Riley volvió a cambiar su posición esta vez
con más lentitud.
—No tienes por qué morir —le prometió Edward,
con los ojos fijos en los del muchacho—. Hay otras formas de vivir distintas a
la que ella te ha enseñado. No todo son mentiras ni sangre, Riley. Puedes
seguir un camino nuevo desde ahora. No debes morir por culpa de sus engaños.
Edward deslizó un pie hacia delante y hacia un
lado. Ahora había medio metro entre él y yo. Riley se retrasó algo más de lo
necesario para compensar el avance de Edward. Victoria se inclinó hacia
delante, sobre sus talones.
—Es tu última oportunidad, Riley —susurró
Edward.
El rostro del joven vampiro mostraba verdadera
desesperación mientras escrutaba a Victoria en busca de respuestas.
—El es el mentiroso, Riley —intervino Victoria
y se me abrió la boca de puro asombro al escuchar el sonido de su voz—. Ya te
advertí acerca de sus truquitos mentales. Tú sabes que te quiero.
Su voz no era el salvaje gruñido gatuno que
parecía el más idóneo para su figura. Por el contrario, resultaba dulce, agudo,
con un toque de soprano, casi como el de un bebé. El tipo de voz que va acorde
con rizos rubios y chicle de color rosa. No tenía sentido que saliera de entre
sus dientes desnudos y relucientes.
Riley apretó la mandíbula y cuadró los
hombros. Sus ojos se vaciaron de todo tipo de confusión o de sospecha y de
cualquier otra clase de pensamiento. Se tensó para atacar.
El cuerpo de Victoria parecía temblar de tan
agazapada como estaba. Sus manos se habían convertido en garras a la espera de
que Edward se separara sólo un centímetro más de mí.
El gruñido no procedió de ninguno de ellos.
Una forma similar a la de un mamut de color
tostado cayó sobre el centro del claro, arrojando al suelo a Riley.
—¡No! —gritó Victoria, contrariada, con su voz
de bebé aguda por la incredulidad.
A un metro y medio de mí el enorme lobo
arrancó algo de cuajo y lo separó del cuerpo del vampiro rubio. Un objeto
blanco y duro chocó contra las rocas al lado de mis pies. Me deslicé a un lado
para apartarme.
Victoria no desperdició ni una sola mirada en
el chico al cual había jurado poco antes su amor. Tenía los ojos aún fijos en
mí, llenos de una decepción tan feroz que le daba un aspecto desquiciado.
—No —repitió entre dientes, mientras Edward
comenzaba a moverse hacia ella, bloqueándole su acceso hasta mí.
Riley estaba de nuevo de pie, con una
apariencia contrahecha y demacrada, pero aún capaz de lanzar un perverso golpe
hacia el hombro de Seth. Oí cómo se partía el hueso. Seth se retiró y comenzó a
girar sobre sí mismo, cojeando. Riley avanzó las manos de nuevo, preparado,
aunque me parecía que le faltaba parte de una de ellas...
A pocos metros de esta pelea, Victoria y
Edward fintaban.
En realidad no daban vueltas, porque Edward no
iba a permitirle adquirir una posición más cercana a mí. Ella se deslizaba hacia
atrás, moviéndose de un lado al otro, intentando encontrar un hueco en su
defensa. El seguía su juego de piernas con agilidad, acechándola con perfecta
concentración. Comenzaba a moverse justo una fracción de segundo antes de que
ella se moviera, leyendo sus intenciones en sus pensamientos.
Seth embistió a Riley de costado y volvió a
arrancarle algo que provocó un horrísono y chirriante alarido de dolor. Otro
gran trozo blanco y pesado cayó en el bosque con un golpe sordo. Riley rugió de
furia y Seth saltó hacia atrás, extrañamente ligero para su tamaño, mientras el
neófito lanzaba un golpe hacia él con la mano destrozada.
Victoria se abrió camino en zigzag hacia el
extremo más lejano del pequeño claro. Estaba dividida: sus pies la empujaban
hacia la seguridad, pero sus ojos mostraban su ansia al clavarse en mí como si
fueran imanes, atrayéndola hacia mi lugar. Podía ver cómo luchaban en su
interior el deseo ardiente de matar contra el instinto de supervivencia.
Edward también podía ver esto, claro.
—No te vayas, Victoria —murmuró en el mismo
tono hipnótico de antes—. Nunca tendrás otra oportunidad como ésta.
Ella le mostró los dientes y siseó en su
dirección, pero parecía incapaz de alejarse de mí.
—Siempre podrás huir luego —ronroneó Edward—.
Tendrás mucho tiempo para eso. Es lo que haces siempre, ¿no? Ese es el motivo
por el que te retenía James. Le eras útil, pese a tu afición a los juegos
mortales. Una compañera con un asombroso instinto para la huida. El no debería
haberte dejado. Bien que le habrían venido tus habilidades cuando le cogimos en
Phoenix.
Un rugido brotó entre los dientes de ella.
—Sin embargo, eso fue todo lo que significaste
para él. Es de tontos malgastar tanta energía vengando a alguien que sintió
menos afecto por ti que un cazador por su perro. No fuiste para él nada más que
alguien oportuno. Yo lo supe.
Edward esbozó una sonrisa torcida mientras se
golpeaba la sien con un dedo.
Con un aullido estrangulado, Victoria se
precipitó contra los árboles de nuevo, fintando hacia un lado. Edward respondió
y el baile comenzó de nuevo.
Justo entonces, el puño de Riley alcanzó el
flanco de Seth y un gemido bajo se ahogó en la garganta del lobo gigante. Seth
retrocedió con los hombros encogidos, como si intentara sacudirse el dolor.
Por favor, quise rogarle a Riley, pero no me
funcionaron los músculos para abrir la boca o para expulsar el aire de mis
pulmones. Por favor, es sólo un niño.
¿Por qué no habría huido Seth? ¿Por qué no lo
hacía ahora?
Riley estaba cerrando de nuevo la distancia
entre ellos, empujando a Seth contra la pared de roca donde yo me encontraba.
Victoria pareció de pronto interesada en el destino de su compañero. Podía
verla mirando de reojo, juzgando la distancia entre Riley y yo. Seth atacó de
nuevo a Riley, que se vio obligado a retirarse y Victoria siseó.
Seth ya no cojeaba. Dando vueltas, se topó con
la espalda de Edward, la cual rozó con la cola, y los ojos de Victoria casi se
salieron de sus órbitas.
—No, no se volverá contra mí —le dijo Edward,
contestando la pregunta que había surgido en su mente y usó su distracción para
deslizarse más cerca de ella—. Tú nos has suministrado un enemigo común, nos
has convertido en aliados.
Ella apretó los dientes, intentando mantener
concentrada su atención sólo en Edward.
—Míralo más de cerca, Victoria —murmuró él,
tirando de los hilos de su concentración—. ¿De verdad se parece tanto al
monstruo cuyo rastro siguió James desde Siberia?
Sus ojos se abrieron del todo, y después
comenzaron a oscilar salvajemente entre Edward, Seth y yo, de uno en uno.
—¿No es el mismo? —gruñó con su voz de
soprano, de niña pequeña—. ¡Es imposible!
—Nada es imposible —murmuró Edward, con la voz
suave como el terciopelo mientras se acercaba a ella centímetro a centímetro—,
excepto lo que tú quieres. Jamás la tocarás.
Ella sacudió la cabeza de manera rápida y
entrecortada, intentando evitar sus movimientos de distracción y evadirlo pero
él se colocó en el lugar apropiado para bloquearla tan pronto como ella pensó
el plan. Su rostro se contorsionó de pura frustración y después se agazapó aún
más, como una leona de nuevo, y atacó de forma deliberada hacia delante.
Victoria no estaba precisamente falta de
experiencia ni era una neófita dirigida por sus instintos, sino que resultaba
letal. Como yo conocía la diferencia entre ella y Riley, sabía que Seth no
hubiera durado tanto si hubiera estado luchando contra esa vampira.
Edward también cambió de posición, conforme se
acercaron el uno al otro, y aquello se convirtió en una lucha entre un león y
una leona.
El baile aumentó de ritmo.
Una danza similar a la de Alice y Jasper en el
prado, una espiral borrosa de movimientos, sólo que esta danza no estaba
coreografiada de modo tan perfecto. Agudos crujidos y chasquidos reverberaban
de la pared del acantilado, conforme alguien era desalojado de su lugar. Pero
se movían tan rápido que no podía decir quién cometía los errores...
Riley se distrajo con ese violento ballet, con
los ojos llenos de ansiedad por su compañera. Seth atacó de nuevo, arrancando
de otro bocado un pequeño trozo del vampiro. Riley bramó y lanzó un tremendo
golpe de revés que acertó de lleno en el amplio pecho de Seth. Su cuerpo enorme
se elevó más de tres metros y chocó contra la pared rocosa sobre mi cabeza con
una fuerza que pareció sacudir todo el pico de la montaña. Oí cómo se escapaba
el aire de mis pulmones y salté fuera de su camino cuando él rebotó contra la
piedra y cayó sobre el suelo a pocos metros de donde yo me hallaba.
Un bajo gimoteo se escapó de entre sus
dientes.
Empezaron a caerme fragmentos agudos de roca
sobre la cabeza, arañándome la piel desnuda. Una astilla de roca afilada me
cayó encima del brazo derecho y la aferré irreflexivamente. Mis dedos se
cerraron a su alrededor cuando se activaron mis propios instintos de
supervivencia. Mi cuerpo se preparaba para luchar, sin preocuparse de lo poco
efectivo que fuera el gesto, al no haber ocasión alguna para la huida.
Se me disparó la adrenalina en las venas.
Notaba que la abrazadera me cortaba la palma y sentía las protestas de la
fisura de mi nudillo. Era consciente de todo esto, pero a pesar de ello no
podía sentir dolor.
Detrás de Riley, todo lo que se podía ver era
la llama fluctuante del pelo de Victoria y un borrón blanco. Los chasquidos
metálicos y los desgarrones aumentaban de ritmo, lo mismo que los jadeos y los
siseos horrorizados, lo cual dejaba claro que el baile se estaba volviendo
mortal para alguien.
Pero ¿para quién?
Riley se deslizó hacia mí, con los ojos rojos
brillantes de furia. Miró hacia la montaña renqueante de pelo color arena que
se encontraba entre nosotros y sus manos, destrozadas y rotas, se cerraron como
garras. Abrió la boca del todo, con los dientes brillantes, como si se
estuviera preparando para desgarrar la garganta de Seth.
Un segundo latigazo de adrenalina me atravesó
como un choque eléctrico y de pronto lo vi todo claro.
Ambas luchas se desarrollaban demasiado cerca.
Seth estaba a punto de perder la suya y no tenía ni idea de si Edward ganaba o
perdía. Ambos necesitaban ayuda. Una distracción. Algo que les diera una
oportunidad.
Mi mano aferró la astilla de piedra tan fuerte
que uno de los soportes de la abrazadera se rompió.
¿Tendría la suficiente fuerza? ¿Sería lo
bastante valiente? ¿Cuánta energía haría falta para enterrar la piedra rugosa
en mi cuerpo?
¿Le daría eso a Seth el tiempo necesario para
volver a ponerse en pie? ¿Se curaría lo bastante rápido como para que mi
sacrificio le diera alguna oportunidad?
Con la punta aguda del fragmento me subí el
grueso jersey hacia arriba para exponer la piel y después presioné la parte más
afilada contra la arruga de mi codo. Allí tenía la larga cicatriz que me hice
la noche de mi último cumpleaños, cuando derramé suficiente sangre como para
captar la atención de todos los vampiros y dejarlos helados en sus sitios por
un momento. Recé para que volviera a funcionar. Me envaré y aspiré un gran
trago de aire.
Victoria se distrajo con el sonido de mi
jadeo. Sus ojos, detenidos durante la mínima fracción de un segundo, se
encontraron con los míos. En su expresión se mezclaban la furia y la curiosidad
de una forma extraña.
No sé cómo pude escuchar ese pequeño ruido con
todos los otros que reverberaban en la pared de piedra y me martilleaban el
cerebro. El sonido de los latidos de mi propio corazón podría haber sido
suficiente para haberlo ahogado. Pero en el mismo segundo en que miré a
Victoria a los ojos, creo que fui capaz de oír un familiar suspiro exasperado.
En ese mismo corto segundo, el baile se detuvo
de manera violenta. Pasó tan deprisa que ya había terminado antes de que yo
pudiera seguir la secuencia exacta de los hechos. Intenté captarlos como pude
en mi mente.
Victoria había salido volando del borrón y
había chocado contra un alto abeto, más o menos a la mitad del tronco. Cayó
sobre la tierra ya agazapada para saltar.
De forma simultánea, Edward, del todo
invisible por la velocidad, se volvió a sus espaldas y cogió al desprevenido
Riley por el brazo. Me pareció como si Edward plantara su pie contra su espalda
y tirara hacia arriba...
El pequeño campamento se llenó con el taladrante
aullido de agonía de Riley.
Al mismo tiempo, Seth saltó sobre sus patas y
me ocultó la mayor parte de la visión.
Pero aún podía ver a Victoria. Y aunque
parecía extrañamente deformada, como si fuera incapaz de enderezarse por
completo, pude distinguir la sonrisa que atravesaba su rostro salvaje, la misma
que aparecía en mis sueños.
Se agachó y saltó.
Algo pequeño y blanco silbó por el aire y
colisionó con ella en pleno vuelo. El impacto sonó como una explosión, y la
lanzó contra otro árbol, que esta vez se partió por la mitad. Volvió a
aterrizar sobre sus pies, agazapada y preparada, pero Edward ya ocupaba su
posición. Sentí cómo el alivio barría mi corazón cuando le vi de pie y en
perfecto estado.
Victoria pateó algo a un lado con un golpe de
su pie desnudo, el misil que había abortado su ataque. Vino dando vueltas hasta
mí y me di cuenta de lo que era.
Se me encogió el estómago.
Los dedos todavía se retorcían. Aferrándose a
las hojas de hierba, el brazo de Riley comenzó a moverse de forma convulsiva
por el suelo.
Seth estaba de nuevo dando vueltas en torno a
Riley, mientras éste se retiraba. Caminaba de espaldas ante el licántropo que
avanzaba, con el rostro rígido por el dolor. Alzó su único brazo a la
defensiva.
Seth cayó sobre Riley y el vampiro perdió el
equilibrio. Vi al lobo hundir los dientes en el hombro de Riley y luego tirar,
saltando hacia atrás de nuevo.
Con un chirrido metálico que taladraba los
oídos, Riley perdió su otro brazo.
Seth sacudió la cabeza, lanzando la extremidad
contra los árboles. El entrecortado ruido siseante que salió de entre sus
dientes sonaba como una risita burlona.
Riley gritó con un lamento torturado.
—¡Victoria!
Ella ni siquiera se estremeció al oír el
sonido de su nombre. Sus ojos ni siquiera hicieron el intento de moverse hacia
su compañero.
Seth se lanzó hacia delante con la fuerza de
una bola de demolición. El golpe les llevó a ambos entre los árboles, donde los
chirridos metálicos eran acompañados por los gritos agónicos de Riley. Éstos
cesaron de repente, mientras que continuaron los ruidos de trituración de la
materia pétrea del cuerpo del vampiro.
Aunque no malgastó en Riley ni una mirada de
despedida, Victoria pareció darse cuenta de que estaba sola. Comenzó a
apartarse de Edward con una decepción infinita llameando en sus ojos. Me lanzó
una corta mirada de anhelo y después empezó a retirarse más deprisa.
—No —canturreó suavemente Edward, con su voz
seductora—. Quédate un poco más.
Ella aceleró y voló hacia el refugio del
bosque como la flecha de un arco.
Pero Edward fue más rápido, como la bala de
una pistola.
La agarró por la espalda desprotegida justo al
borde de los árboles y el baile se acabó con un último y sencillo paso.
La boca de Edward se deslizó por su cuello
como una caricia. El estruendo chirriante de los esfuerzos de Seth cubrió
cualquier otro ruido, o no hubo ningún sonido distintivo que permitiera dar una
imagen clara de violencia. Lo mismo podría haber estado besándola.
Y luego su ardiente maraña de pelo ya no
siguió conectada al resto de su cuerpo. Las temblorosas olas anaranjadas de sus
cabellos cayeron al suelo y dieron un salto antes de rodar hacia los árboles.
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