domingo, 8 de abril de 2012

Amanecer ♟♜ Capítulo 31: Talentos



“¿Cuál es la parte de los hombres lobos en todo esto?” preguntó 
Tanya, dando un vistazo a Jacob. 
Jacob habló antes que Edward pudiera responder. “Si los Volturi 
no se detienen a escuchar sobre Nessie, digo, Renesmeé,” se 
corrigió, recordando que Tanya no entendería su estúpido 
sobrenombre, “nosotros los detendremos”. 
“Muy valiente, niño, pero eso sería imposible incluso a 
luchadores más experimentados que ustedes.” 
“No sabemos lo que podemos llegar a hacer.” 
Tanya se encogió. “Es tu propia vida, ciertamente, puedes hacer 
lo que quieras con ella.” 
Jacob parpadeó mirando a Renesmeé-aun cuando estaba en los 
brazos de Carmen con Kate cernida sobre ellas- y fue fácil leer su 
deseo. 
“Ella es especial, la pequeñita,” Tanya musitó. “Difícil de 
resistirse.” 
“Una familia muy talentosa”, Eleazar murmuró mientras 
caminaba. Su ritmo se incrementaba; miró rápidamente de la 
puerta hacia Carmen y lo hizo de nuevo cada segundo. “Un padre 
que puede leer las mentes, un escudo como madre, y luego 
cualquier clase de magia extraordinaria con la que nos haya 
hechizado esta pequeña. Me pregunto si hay un nombre para lo 
que hace, o si esta es la norma para un vampiro híbrido. ¡Como si 
una cosa como esa se podría considerar normal! ¡Un vampiro 
híbrido, efectivamente!” 
“Perdón,” Edward dijo con una voz contundente. Edward estiró la 
mano y alcanzó el hombro de Eleazar cuando él estaba a punto de 
voltear de nuevo hacia la puerta. “¿Cómo acabas de llamar a mi 
esposa?” 
Eleazar miró curiosamente a Edward, olvidando su paso frenético. 
“Un escudo, pienso. Ella me está bloqueando ahora, por eso no 
puedo estar seguro.” 
Miré fijamente a Eleazar, mis cejas se cercaron en confusión. 
¿Escudo? ¿Qué quiso decir de mi bloqueo? Estaba parada allí, a 
su costado, en ningún momento a la defensiva. 
“¿Un escudo?” repitió Edward desconcertado. 
“¡Vamos, Edward! Si yo no consigo leerla, dudo que tú puedas. 
¿Puedes escuchar sus pensamientos ahorita?” preguntó Eleazar. 
“No”, murmuró Edward. “Pero nunca fui capaz de hacerlo. 
Incluso cuando era humana.” 
“¿Nunca?” Eleazar pestañeó sorprendido. “Interesante. Eso 
indicaría un grado poderoso de un don latente, como si se hubiera 
manifestado claramente incluso antes de la transformación. No 
consigo encontrar ningún modo para atravesar esa barrera para 
tener alguna noción. Todavía debe estar nueva-sólo tiene unos 
meses.” La mirada que le dirigió a Edward era caso exasperada. 
“Y aparentemente está conciente de lo que hace. Es algo natural. 
Irónico. Aro me envió por todo el mundo en busca de tales 
anomalías, y tú simplemente te la cruzaste por accidente y ni 
siquiera te diste cuenta de lo que tenías.” Eleazar movió su cabeza 
en incredulidad. 
Fruncí el ceño. “¿De qué hablas? ¿Cómo puedo ser un escudo? 
¿Qué significa eso?” todo lo que pude imaginar en mi cabeza fue 
una ridícula armadura medieval. 
Eleazar inclinó su cabeza a un lado mientras me examinaba. 
“Supongo que éramos demasiado formales sobre estas cosas en la 
guardia. La verdad, categorizar los dones es materia, un trabajo 
desorganizado; cada talento es único, nunca exactamente dos 
cosas iguales. Pero tú, Bella, eres bastante fácil de clasificar. 
Dones que son enteramente defensivos, que protegen algún 
aspecto de su portador, son siempre llamados escudos. ¿Alguna 
vez has puesto a prueba tus habilidades? ¿Has bloqueado a 
alguien más aparte de mi y tu pareja?” 
Me tomó unos segundos, a pesar que mi cerebro trabajaba 
rápidamente, organizar mi respuesta. 
“Sólo funciona con ciertas cosas,” le dije. “Mi cabeza es 
algo…privado. Pero no detiene a Jasper manipular mi humor, o a 
Alice ver mi futuro.” 
“Defensa mental pura.” Eleazar asintió para si mismo. “Limitado, 
pero fuerte.” 
“Aro no podía escucharla.” Interrumpió Edward. “A pesar que era 
humana cuando la conoció.” 
Los ojos de Eleazar se abrieron. 
“Jane trató de herirme, pero no pudo,” dije. “Edward piensa que 
Demetri no puede encontrarme, y que Alec no puede molestarme 
tampoco. ¿Eso es algo bueno?” 
Eleazar, todavía sorprendido, asintió. “Un poco.” 
“¡Un escudo!” dijo Edward, una profunda satisfacción saturaba el 
tono de su voz. “Nunca lo pensé de esa manera. La única que 
había conocido antes era Renata, y lo que hizo fue tan diferente.” 
Eleazar recordó un poco. “Si, ningún don se manifiesta 
precisamente de la misma manera, porque nunca nadie piensa
igual.” 
“¿Quién es Renata? ¿Qué hace?” pregunté. Renesmeé se interesó 
también, inclinándose para que pueda ver por el costado de Kate. 
“Renata es la guardaespaldas personal de Aro.” Me dijo Eleazar. 
“Una muy práctica clase de escudo, y una muy fuerte.”  
Yo apenas recordaba un pequeño grupo de vampiros rodeando a 
Aro en su torre macabra, algún hombre, alguna mujer. No podía 
recordar los rostros de la mujer en la incómoda, aterrorizadora 
memoria. Una de ella debió ser Renata. 
“Me pregunto…”, musitó Eleazar. “Verás, Renata es un escudo 
poderoso frente a los ataques físicos. Si alguien se le acerca – o a 
Aro, mientras esté siempre cerca de él en una situación hostil – 
ellos se encuentran…desviados. Hay una fuerza alrededor de ella 
que repele, sin embargo, casi no puedes notarlo. Tú simplemente 
te encuentras yendo en una dirección opuesta a la planeada, con 
una memoria confusa mientras te preguntas por qué quieres ir en 
esa dirección en primer lugar. Ella puede proyectar su escudo a 
varios metros de ella. Ella también protege a Caius y a Marcus, 
cuando necesitan algo, pero Aro es su prioridad. Sin embargo, lo 
que hace no es algo físico. Como la mayoría de nuestros dones, 
eso toma lugar dentro de la mente. Si tratara de mantenerte 
alejada, me pregunto ¿quién vencería? Él sacudió su cabeza. 
“Nunca había escuchado que los poderes de Aro o de Jane 
podrían ser frustrados.” 
“Mami, eres especial,” me dijo Renesmeé sin sorprenderse. Como 
si comentara el color de mi ropa. 
Me sentí desorientada. ¿No sabía ya cual era mi habilidad? Tenía 
mi súper-auto-control que me había permitido pasar directamente 
el horroroso año de mi nacimiento. Los vampiros sólo tenían a lo 
mucho una habilidad extra ¿no? 
¿O Edward estaba en lo correcto desde el principio? Antes que 
Carlisle sugiriera que mi autocontrol podría ser algo más allá de 
lo natural, Edward había pensado que mis restricciones eran sólo 
producto de una buena preparación – concentración y actitud, 
declaró. 
¿Cuál de los dos estaba en lo correcto? ¿Era lo máximo que podía 
hacer? ¿Un nombre y una categoría para lo que era? 
“¿Puedes proyectarte?” Kate preguntó interesada.  
“¿Proyectarme?” pregunté. 
“Empujarlo fuera de ti”, explicó Kate. “Proteger a alguien además 
de ti”. 
“No lo sé. Nunca lo he probado. No sabía que debía hacer eso.” 
“Oh, quizá no seas capaz de hacerlo”. Dijo Kate rápidamente. “El 
cielo sabe que he estado trabajando es eso por siglos y lo máximo 
que puedo hacer es dirigir una corriente por mi piel.” 
La miré fijamente, desconcertada. 
“Kate tiene una habilidad de ataque,” dijo Edward. “Algo así 
como Jane.” 
Me estremecí automáticamente, y ella se rió. 
“No soy tan sádica,” me aseguró. “Es sólo algo que sale a flote 
durante una pelea.” 
Las palabras de Kate tomaban profundidad, empezando a hacer 
conexiones en mi mente. Proteger a alguien más aparte de ti ella 
dijo. Como si hubiera otra manera de incluir a otra persona en mi 
extraña, rara y silenciosa cabeza. 
Recordé a Edward retorciéndose en las piedras de la antigua torre 
del castillo de los Volturi. Aunque era un recuerdo humano, era 
cortante, más doloroso que cualquier otro-como si hubiera sido 
marcado en cada tejido de mi cerebro. 
¿Qué pasaría si yo pudiera hacer que no vuelva a ocurrir? ¿Qué 
pasaría si pudiera protegerlo? ¿Proteger a Renesmeé? ¿Qué 
pasaría si hubiera aunque sea una pequeña y débil posibilidad de 
protegerlos a ellos también? 
“¡Tienes que enseñarme cómo hacerlo!” insistí, inconcientemente 
agarrando el brazo de Kate. “¡Tienes que enseñarme cómo!”  
Kate se estremeció frente a mi apretón. “Quizá-si dejaras de 
aplastar mi radio.” 
“¡Oops! ¡Lo siento!” 
“Bien, estás protegiéndote,” dijo Kate. “Ese movimiento debió 
haberte hecho apartar tu brazo. ¿No sentiste nada ahorita?” 
“Eso no era necesario, Kate. Ella no tuvo ninguna intención de 
hacerte daño,” musitó Edward bajo su respiración. Ninguna de las 
dos le prestó atención. 
“No, no sentí nada. ¿Estabas haciendo esa cosa que haces de 
corriente electrica?” 
“Estaba. Hmm. Nunca había conocido a alguien que no pudiera 
sentirlo, inmortal o cualquier otra cosa.” 
“¿Dijiste que lo proyectaste? ¿A tu piel?” 
Kate asintió. “Solía estar solamente en mis palmas. Algo así como 
Aro.” 
“O Renesmeé,” interrumpió Edward. 
“Pero después de mucha práctica, pude irradiar esa corriente por 
todo mi cuerpo. Es una buena defensa. Cualquiera que trate de 
tocarme cae como el humano que ha sido Tasered. Esto sólo lo 
paraba por un segundo, pero eso ya era tiempo suficiente.” 
Yo sólo escuchaba a Kate a medias, mis pensamientos corrían 
alrededor de la idea de que quizá sería capaz de proteger a mi 
pequeña familia si tan sólo pudiera aprender lo suficientemente 
rápido. Deseé fervorosamente que quizá fuera buena en esta cosa 
de la protección también, como era de cierto modo, 
misteriosamente buena en los otros aspectos de ser un vampiro. 
Mi vida humana no me preparó para cosas que llegarían 
naturalmente, y no podía fiarme en esta aptitud para sobrevivir.
Sentí como si nunca hubiera deseado algo tanto como esto que 
deseaba ahora; ser capaz de proteger lo que amaba. 
Como estaba tan preocupada, no noté el cambio silencioso entre 
Edward y Eleazar hasta que se convirtió en una conversación. 
“¿Puedes pensar aunque sea en una excepción, entonces?” 
preguntó Edward. 
Miré alrededor para encontrarle sentido a su comentario y me di 
cuenta que todos los demás ya los miraban fijamente. Se 
inclinaban mutuamente de una forma intencional, la expresión de 
Edward era tensa y sospechosa, la de Eleazar, infeliz y reacia. 
“No quiero pensar en ellos de esa manera,” dijo Eleazar por sus 
dientes. Estaba sorprendida por el repentino cambio en la 
atmósfera. 
“Si estás en lo correcto-,” Eleazar comenzó a decir. 
Edward lo interrumpió. “El pensamiento era tuyo, no mío” 
“Si yo estoy en lo correcto… no podría ni siquiera asentir lo que 
quieres decir. Cambiaría todo sobre el mundo que hemos creado. 
Cambiaría el significado de mi vida. De lo que he sido parte.” 
“Tus intensiones siempre son las mejores, Eleazar.”
“¿Importaría en algo eso? ¿Lo que yo hice? Tantas vidas…” 
Tanya puso su mano en el hombro de Eleazar en un gesto 
confortante. “¿De qué nos hemos perdido, amigo mío? Quiero 
saberlo para poder argumentar con esos pensamientos. Nunca has 
hecho que valga la pena el castigarte de esta manera.” 
“Oh, ¿nunca lo hice?” musitó Eleazar. Luego encogió los 
hombros bajo la mano de Tanya y empezó su paso de nuevo, más 
rápido que antes. 
Tanya lo miró por medio segundo y luego se concentró en 
Edward. “Explícate.” 
Edward asintió, sus tensos ojos siguieron a Eleazar mientras 
hablaba. “Él trataba de entender por qué tantos de los Volturi 
vendrían a castigarnos. No es la manera en que hacen las cosas. 
Ciertamente, somos el aquelarre maduro más grande con los que 
hayan tratado, pero en el pasado, otros aquelarres se les unieron 
para protegerse a si mismos, y nunca los desafiaron a algo más, a 
pesar de su número. Nosotros somos más unidos, eso es un factor, 
pero no somos uno grande. Él estaba recordando otros tiempos 
donde aquelarres fueron castigados, por uno o por el otro, y se le 
ocurrió un patrón. Era un patrón que el resto de la guardia nunca 
notaría, desde que Eleazar era el que pasaba la inteligencia 
pertinente a Aro en privado. Un patrón que sólo se repitió cada 
siglo o más.” 
“¿Cuál era este patrón?” preguntó Carmen, mirando a Eleazar 
como lo estaba haciendo Edward. 
“Aro usualmente no va a una expedición de castigo 
personalmente,” dijo Edward. “Pero en el pasado, cuando Aro 
quería algo en particular, no pasaba mucho tiempo antes que la 
evidencia apareciera proveniente de que ese aquelarre o aquel 
aquelarre hayan cometido algún crimen imperdonable. Los más 
antiguos decidirían ir a ver a la guardia administrar justicia. Y 
luego, una vez que el aquelarre era casi destruido, Aro concedería 
el perdón a un miembro, cuyos pensamientos, según él, estaba 
particularmente arrepentido. Siempre, resultaba que este vampiro 
tenía la habilidad que Aro admiraba. Siempre, a esta persona, se 
le daba un lugar en la guardia. El vampiro dotado, era ganado 
rápidamente, siempre agradecido por ese honor. No habían 
excepciones.” 
“Debía ser embriagador ser elegido,” sugirió Kate. 
“¡Ha!” gruñó Eleazar, todavía en movimiento.  
“Hay uno entre la guardia,” dijo Edward, explicando la reacción 
molesta de Eleazar. “Su nombre es Chelsea. Ella tiene influencia 
sobre los lazos emocionales entre las personas. Ella puede hacer 
que esos lazos se suelten o se aseguren. Ella puede hacer a alguien 
sentirse unido a los Volturi, hacerlo querer pertenecer, hacerlo 
que les ruegue unirse a ellos.” 
Eleazar paró abruptamente. “Todos entendimos por qué Chelsea 
era importante. En una pelea, si pudiéramos separar la lealtad de 
los aquelarres aliados, podríamos vencerlos mucho más 
fácilmente. Si pudiéramos separar emocionalmente de la culpa a 
los inocentes miembros de un aquelarre, la justicia podría ser 
hecha sin necesidad de tanta brutalidad-el culpable sería castigado 
sin interferencias, y los inocentes serían separados. Por otro lado, 
era imposible impedir que el aquelarre luche como uno solo. 
Entonces, Chelsea rompería los lazos que los unía. Me pareció 
algo muy bueno, evidencia de la piedad de Aro. Sospeché que 
Chelsea mantuvo nuestros lazos unidos más fuertemente, pero 
eso, también, era algo bueno. Nos hizo más efectivos. Nos ayudó 
a coexistir más fácilmente.” 
Esto me aclaró las viejas memorias. No le encontraba el sentido 
antes cómo la guardia obedecía a sus maestros tan gustosamente, 
con una lealtad parecida a la de un amante. 
“¿Cuán fuerte es su don?” preguntó Tanya con un nerviosismo en 
su voz. Su mirada se fijó rápidamente en cada miembro de su 
familia. 
Eleazar se encogió. “Yo era capaz de irme con Carmen.” Y luego 
sacudió su cabeza. “Pero cualquier cosa más débil que la unidad 
entre compañeros está en peligro. En un aquelarre normal, al 
menos. Aunque, esas son más uniones más débiles que las de 
nuestra familia. Abstinencia de sangre humana nos hace más 
civilizados-nos permite formar verdaderos lazos de amor. Dudo 
que ella pueda cambiar nuestra lealtad, Tanya”. 
Tanya asintió, sintiéndose más tranquila, mientras Eleazar 
continuaba con su análisis.  
“Sólo se me ocurre pensar que la razón por la que Aro haya 
decidido venir en persona, y traer a tantos con él, es porque su 
objetivo no es castigar, sino adquisición,” dijo Eleazar. “Él 
necesita estar ahí para controlar la situación. Pero necesita a la 
guardia entera para protegerse de tan gran dotado aquelarre. Por 
otro lado, eso deja a los otros antiguos desprotegidos en Volterra. 
Muy arriesgado-alguien quizá intentará tomar ventaja. Por eso 
vienen todos juntos. ¿Cómo más podría estar seguro de preservar 
los dones que él quiere? Los debe querer hasta morir.” Musitó 
Eleazar. 
La voz de Edward era baja como un aliento. “De lo que oí de sus 
pensamientos la pasada primavera, Aro nunca quiso tanto algo 
como quiere a Alice.” 
Sentí mi mandíbula caer, recordando las imágenes de las 
pesadillas que tuve hace tiempo: Edward y Alice en capas negras, 
con los ojos sanguíneos, sus rostros helados y distantes mientras 
estaban parados como sombras, las manos de Aro en las de 
ellos… ¿Había visto Alice esto recientemente? ¿Había viso a 
Chelsea tratando de quitar el amor que tenía hacia nosotros, 
ligándola hacia Aro y Caius y Marcus? 
“¿Es por eso que Alice se fue?” pregunté, mi voz se quebró al 
pronunciar su nombre. 
Edward puso su mano en mi mejilla. “Creo que si. Para impedir 
que Aro obtenga la cosa que más quiere en el mundo. Para 
mantener su poder fuera de sus manos.” 
Escuché a Tanya y a Kate murmurar en voces desequilibradas y 
recordé que ellas no sabía sobre Alice.” 
“Él te quiere, también,” susurré. 
Edward encogió los hombros, su rostro de repente más tranquilo. 
“No tanto como a ella. No puedo darle más de lo que ya tiene. Y 
claro eso depende de si encuentra una manera de forzarme a hacer  
su voluntad. Él me conoce, y sabe que no tiene muchas 
posibilidades.” Levantó una ceja sardónicamente. 
Eleazar frunció el ceño frente a la despreocupación de Edward. 
“Él también conoce tus debilidades,” puntualizó, y luego me 
miró. 
“No es nada que necesitemos discutir ahora.” Dijo Edward 
rápidamente. 
Eleazar ignoró la indirecta y prosiguió. “Probablemente quiere a 
tu pareja también, a pesar de todo. Debe haber estado intrigado 
por el talento que podría desafiarlo en su encarnación humana.” 
Edward estaba incómodo con el tema. A mi tampoco me gustaba. 
Si Aro me quería para hacer algo-cualquier cosa-todo lo que tenía 
que hacer era amenazar a Edward y yo obedecería. Y viceversa. 
¿Era la muerte menor preocupación? ¿Era ser capturados a lo que 
deberíamos temer realmente? 
Edward cambió el tema. “Creo que los Volturi estaban esperando 
por eso – por algún pretexto. No sabía cómo llegaría esa excusa, 
pero el plan ya tenía lugar cuando llegó. Por eso Alice vio su 
decisión antes que Irina lo hubiera provocado. La decisión ya 
estaba hecha, sólo estaban esperando por el pretexto de una 
justificación.” 
“Si los Volturi están abusando de la confianza que todos los 
inmortales han colocado en ellos…,” Carmen musitó. 
“¿Eso importa?” preguntó Eleazar. ¿Quién lo creería? E inclusive 
si los otros se convencieran de que los Volturi están explotando 
sus poderes, ¿cómo marcarían alguna diferencia? Nadie puede 
contradecirlos.” 
“Aunque algunos de nosotros estamos demasiado dementes cómo 
para intentarlo,” musitó Kate.
Edward sacudió su cabeza. “Ustedes sólo están aquí para 
testificar, Batel. Cualquiera sea el objetivo de Aro, no creo que 
esté listo para malograr la reputación de los Volturi por eso. Si 
podemos botar su argumento contra nosotros, se verá forzado a 
dejarnos en paz.” 
“Por supuesto”, murmuró Tanya. 
Ninguno lucía convencido. Por unos pocos pero largos minutos, 
nadie dijo nada. 
Luego escuche el sonido de unos neumáticos posándose sobre el 
pavimento de la pista delantera de los Cullen. 
“Ay mierda, Charlie,” musité. “Quizá los Denali podrían andar 
arriba hasta-“ 
“No,” dijo Edward con una voz distante. Sus ojos estaban lejos, 
mirando fijamente a la puerta. “No es tu padre,” su mirada se 
centró en mi. “Alice envió a Peter y a Charlotte, después de todo. 
Es tiempo de prepararnos para el siguiente ruedo." 

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