sábado, 29 de diciembre de 2012

Cincuenta 50 sombras de Grey: Capítulo 12


Por primera vez en mi vida salgo a correr voluntariamente. Busco mis asquerosas 
zapatillas, que nunca uso, unos pantalones de chándal y una camiseta. Me hago 
dos trenzas, me ruborizo con los recuerdos que vuelven a mi mente y enciendo el 
iPod. No puedo sentarme frente a esa maravilla de la tecnología y seguir viendo o 
leyendo más material inquietante. Necesito quemar parte de esta excesiva y 
enervante energía. La verdad es que me apetece correr hasta el hotel Heathman y 
pedirle al obseso del control que me eche un polvo. Pero está a ocho kilómetros, y 
dudo que pueda llegar a correr dos, no digamos ya ocho, y por supuesto podría 
rechazarme, lo que sería muy humillante.
Cuando abro la puerta, Kate está saliendo de su coche. Casi se le caen las bolsas 
al verme. Ana Steele con zapatillas de deporte. La saludo con la mano y no me 
paro para que no me pregunte. De verdad necesito estar un rato sola. Con Snow 
Patrol sonando en mis oídos, me introduzco en el anochecer ópalo y aguamarina.
Cruzo el parque.  ¿Qué voy a hacer? Lo deseo, pero  ¿en esos términos?  La 
verdad es que no lo sé. Quizá debería negociar lo que quiero. Revisar ese ridículo 
contrato línea a línea y decir lo que me parece aceptable y lo que no. He 
descubierto en internet que legalmente no tiene ningún valor. Seguro que  él lo 
sabe. Supongo que solo sirve para sentar las bases de la relación. Detalla lo que 
puedo esperar de él y lo que él espera de mí: mi sumisión total. ¿Estoy preparada 
para ofrecérsela? ¿Y estoy capacitada?
Una pregunta me reconcome:  ¿por qué es él así? ¿Porque lo sedujeron cuando 
era muy joven? No lo sé. Sigue siendo todo un misterio.
Me paro junto a un gran abeto, apoyo las manos en las rodillas y respiro hondo, 
me lleno de aire los pulmones. Me siento bien, es catártico. Siento que mi 
determinación se fortalece. Sí. Tengo que decirle lo que me parece bien y lo que no. 
Tengo que mandarle por e-mail lo que pienso y ya lo discutiremos el miércoles. 
Respiro hondo, como para limpiarme por dentro, y doy la vuelta hacia casa.
Kate ha ido a comprar ropa, cómo no, para sus vacaciones en Barbados. Sobre 
todo bikinis y pareos a juego. Estará fantástica con todos esos modelitos, pero aun así se los prueba todos y me obliga a sentarme y a comentarle qué me parecen. No 
hay muchas maneras de decir: «Estás fantástica, Kate». Aunque está delgada, tiene 
unas curvas para perder el sentido. No lo hace a propósito, lo sé, pero al final 
arrastro mi penoso culo cubierto de sudor hasta la habitación con la excusa de ir a 
empaquetar más cajas.  ¿Podría sentirme menos a la altura? Me llevo conmigo la 
alucianante tecnología inalámbrica, enciendo el portátil y escribo a Christian.
De: Anastasia SteeleFecha: 23 de mayo de 2011 20:33Para: Christian 
GreyAsunto: Universitaria escandalizada
Bien, ya he visto bastante.Ha sido agradable conocerte.
Ana
Pulso «Enviar» riéndome de mi travesura. ¿Le va a parecer a él tan divertida? Oh, 
mierda… seguramente no. Christian Grey no es famoso por su sentido del humor. 
Aunque sé que lo tiene, porque lo he vivido. Quizá me he pasado. Espero su 
respuesta.
Espero y espero. Miro el despertador. Han pasado diez minutos.
Para olvidarme de la angustia que se abre camino en mi estómago, me pongo a 
hacer lo que le he dicho a Kate que haría: empaquetar las cosas de mi habitación. 
Empiezo metiendo mis libros en una caja. Hacia las nueve sigo sin noticias. Quizá
ha salido. Malhumorada, hago un puchero, me pongo los auriculares del iPod, 
escucho a los Snow Patrol y me siento a mi mesa a releer el contrato y a anotar mis 
observaciones y comentarios.
No sé por qué levanto la mirada, quizá capto de reojo un ligero movimiento, no 
lo sé, pero cuando la levanto, Christian está en la puerta de mi habitación 
mirándome fijamente. Lleva sus pantalones grises de franela y una camisa blanca 
de lino, y agita suavemente las llaves del coche. Me quito los auriculares y me 
quedo helada. ¡Joder!
—Buenas noches, Anastasia  —me dice en tono frío y expresión cauta e 
impenetrable.
La capacidad de hablar me abandona. Maldita Kate, lo ha dejado entrar sin 
avisarme. Por un segundo soy consciente de que yo estoy hecha un asco, toda 
sudada y sin duchar, y  él está guapísimo, con los pantalones un poco caídos, y 
para colmo, en mi habitación.
—He pensado que tu e-mail merecía una respuesta en persona —me explica en 
tono seco.
Abro la boca y vuelvo a cerrarla, dos veces. Esto sí que es una broma. Por nada del mundo se me había ocurrido que pudiera dejarlo todo para pasarse por aquí.
—¿Puedo sentarme? —me pregunta, ahora con ojos divertidos.
Gracias, Dios mío… Quizá la broma le ha parecido graciosa.
Asiento. Mi capacidad de hablar sigue sin hacer acto de presencia. Christian 
Grey está sentado en mi cama…
—Me preguntaba cómo sería tu habitación —me dice.
Miro a mi alrededor pensando por dónde escapar. No, sigue sin haber nada más 
que la puerta y la ventana. Mi habitación es funcional, pero acogedora: pocos 
muebles blancos de mimbre y una cama doble blanca, de hierro, con una colcha de 
patchwork que hizo mi madre cuando estaba en su etapa de labores hogareñas. Es 
azul cielo y crema.
—Es muy serena y tranquila —murmura.
No en este momento… no contigo aquí.
Al final mi bulbo raquídeo recupera la determinación. Respiro.
—¿Cómo…?
Me sonríe.
—Todavía estoy en el Heathman.
Eso ya lo sabía.
—¿Quieres tomar algo?
Tengo que decir que la educación siempre se impone.
—No, gracias, Anastasia.
Esboza una deslumbrante media sonrisa con la cabeza ligeramente ladeada.
Bueno, seguramente sea yo quien necesita una copa.
—Así que ha sido agradable conocerme…
Maldita sea, ¿se ha ofendido? Me miro los dedos. A ver cómo salgo de esta. Si le 
digo que solo era una broma, no creo que le guste mucho.
—Pensaba que me contestarías por e-mail —le digo en voz muy baja, patética.
—¿Estás mordiéndote el labio a propósito? —me pregunta muy serio.
Pestañeo, abro la boca y suelto el labio.
—No era consciente de que me lo estaba mordiendo —murmuro.
El corazón me late muy deprisa. Siento la tensión, esa exquisita electricidad estática que invade el espacio. Está sentado muy cerca de mí, con sus ojos grises 
impenetrables, los codos apoyados en las rodillas y las piernas separadas. Se 
inclina, me deshace una trenza muy despacio y me separa el pelo con los dedos. Se 
me corta la respiración y no puedo moverme. Observo hipnotizada su mano 
moviéndose hacia la otra trenza, tirando de la goma y deshaciendo la trenza con 
sus largos y hábiles dedos.
—Veo que has decidido hacer un poco de ejercicio  —me dice en voz baja y 
melodiosa, colocándome el pelo detrás de la oreja—. ¿Por qué, Anastasia?
Me rodea la oreja con los dedos y muy suavemente, rítmicamente, tira del 
lóbulo. Es muy excitante.
—Necesitaba tiempo para pensar —susurro.
Me siento como un ciervo ante los faros de un coche, como una polilla junto a 
una llama, como un pájaro frente a una serpiente… y él sabe exactamente lo que 
está haciendo.
—¿Pensar en qué, Anastasia?
—En ti.
—¿Y has decidido que ha sido agradable conocerme?  ¿Te refieres a conocerme 
en sentido bíblico?
Mierda. Me ruborizo.
—No pensaba que fueras un experto en la Biblia.
—Iba a catequesis los domingos, Anastasia. Aprendí mucho.
—No recuerdo haber leído nada sobre pinzas para pezones en la Biblia. Quizá te 
dieron la catequesis con una traducción moderna.
Sus labios se arquean dibujando una ligera sonrisa y dirijo la mirada a su boca.
—Bueno, he pensado que debía venir a recordarte lo agradable que ha sido 
conocerme.
Dios mío. Lo miro boquiabierta, y sus dedos se desplazan de mi oreja a mi 
barbilla.
—¿Qué le parece, señorita Steele?
Sus ojos brillantes destilan una expresión de desafío. Tiene los labios 
entreabiertos. Está esperando, alerta para atacar. El deseo  —agudo, líquido y 
provocativo— arde en lo más profundo de mi vientre. Me adelanto y me lanzo 
hacia él. De repente se mueve, no tengo ni idea de cómo, y en un abrir y cerrar de 
ojos estoy en la cama, inmovilizada debajo de  él, con las manos extendidas y sujetas por encima de la cabeza, con su mano libre agarrándome la cara y su boca 
buscando la mía.
Me mete la lengua, me reclama y me posee, y yo me deleito en su fuerza. Lo 
siento por todo mi cuerpo. Me desea, y eso provoca extrañas y exquisitas 
sensaciones dentro de mí. No a Kate, con sus minúsculos bikinis, ni a una de las 
quince, ni a la malvada señora Robinson. A mí. Este hermoso hombre me desea a 
mí. La diosa que llevo dentro brilla tanto que podría iluminar todo Portland. Deja 
de besarme. Abro los ojos y lo veo mirándome fijamente.
—¿Confías en mí? —me pregunta.
Asiento con los ojos muy abiertos, con el corazón rebotándome en las costillas y 
la sangre tronando por todo mi cuerpo.
Estira el brazo y del bolsillo del pantalón saca su corbata de seda gris… la 
corbata gris que deja pequeñas marcas del tejido en mi piel. Se sienta rápidamente 
a horcajadas sobre mí y me ata las muñecas, pero esta vez anuda el otro extremo de 
la corbata a un barrote del cabezal blanco de hierro. Tira del nudo para comprobar 
que es seguro. No voy a ir a ninguna parte. Estoy atada a mi cama, y muy excitada.
Se levanta y se queda de pie junto a la cama, mirándome con ojos turbios de 
deseo. Su mirada es de triunfo y a la vez de alivio.
—Mejor así —murmura.
Esboza una maliciosa sonrisa de superioridad. Se inclina y empieza a desatarme 
una zapatilla. Oh, no… no… los pies no. Acabo de correr.
—No —protesto y doy patadas para que me suelte.
Se detiene.
—Si forcejeas, te ataré también los pies, Anastasia. Si haces el menor ruido, te 
amordazaré. No abras la boca. Seguramente ahora mismo Katherine está ahí fuera 
escuchando.
¡Amordazarme! ¡Kate! Me callo.
Me quita las zapatillas y los calcetines, y me baja muy despacio el pantalón de 
chándal. Oh… ¿qué bragas llevo? Me levanta, retira la colcha y el edredón de 
debajo de mí y me coloca boca arriba sobre las sábanas.
—Veamos.  —Se pasa la lengua lentamente por el labio inferior—. Estás 
mordiéndote el labio, Anastasia. Sabes el efecto que tiene sobre mí.
Me presiona la boca con su largo dedo índice a modo de advertencia.
Dios mío. Apenas puedo contenerme, estoy indefensa, tumbada, viendo cómo se mueve tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita 
sin prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la 
camisa.
—Creo que has visto demasiado.
Se ríe maliciosamente. Vuelve a sentarse encima de mí, a horcajadas, y me 
levanta la camiseta. Creo que va a quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello 
y luego la sube de manera que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me 
cubre los ojos. Y como está tan bien enrollada, no veo nada.
—Mmm —susurra satisfecho—. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.
Se inclina, me besa suavemente en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el 
leve chirrido de la puerta de la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En 
Portland? ¿En Seattle? Aguzo el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está
hablando con Kate… Oh, no… Está prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Kate? 
Oigo un golpe seco.  ¿Qué es eso? Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus 
pasos por la habitación y el sonido de hielo tintineando en un vaso.  ¿Qué está
bebiendo? Cierra la puerta y oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que 
caen al suelo. Sé que está desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.
—¿Tienes sed, Anastasia? —me pregunta en tono burlón.
—Sí —le digo, porque de repente se me ha quedado la boca seca.
Oigo el tintineo del hielo en el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la 
boca un líquido delicioso y vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy 
excitante, aunque está helado, y los labios de Christian también están fríos.
—¿Más? —me pregunta en un susurro.
Asiento. Sabe todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro 
trago de sus labios… Madre mía.
—No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia.
No puedo evitar reírme, y  él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se 
mueve, se coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro 
de mí.
—¿Te parece esto agradable? —me pregunta, y noto cierto tono amenazante en 
su voz.
Me pongo tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta 
un trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios 
desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un 
trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío que provoca un incendio que se propaga hasta lo más profundo de mi vientre. 
Uau.
—Ahora tienes que quedarte quieta —susurra—. Si te mueves, llenarás la cama 
de vino, Anastasia.
Mis caderas se flexionan automáticamente.
—Oh, no. Si derrama el vino, la castigaré, señorita Steele.
Gimo, intento controlarme y lucho desesperadamente contra la necesidad de 
mover las caderas. Oh, no… por favor.
Me baja con un dedo las copas del sujetador y deja mis pechos al aire, expuestos 
y vulnerables. Se inclina, besa y tira de mis pezones con los labios fríos, helados. 
Lucho contra mi cuerpo, que intenta responder arqueándose.
—¿Te gusta esto? —me pregunta tirándome de un pezón.
Vuelvo a oír el tintineo del hielo, y luego lo siento alrededor de mi pezón 
derecho, mientras tira a la vez del izquierdo con los labios. Gimo y lucho por no 
moverme. Una desesperante y dulce tortura.
—Si derramas el vino, no dejaré que te corras.
—Oh… por favor… Christian… señor… por favor.
Está volviéndome loca. Puedo oírlo sonreír.
El hielo de mi pezón está derritiéndose. Estoy muy caliente… caliente, helada y 
muerta de deseo. Lo quiero dentro de mí. Ahora.
Me desliza muy despacio los dedos helados por el vientre. Como tengo la piel 
hipersensible, mis caderas se flexionan y el líquido del ombligo, ahora menos frío, 
me gotea por la barriga. Christian se mueve rápidamente y lo lame, me besa, me 
muerde suavemente, me chupa.
—Querida Anastasia, te has movido. ¿Qué voy a hacer contigo?
Jadeo en voz alta. En lo único que puedo concentrarme es en su voz y su tacto. 
Nada más es real. Nada más importa. Mi radar no registra nada más. Desliza los 
dedos por dentro de mis bragas y me alivia oír que se le escapa un profundo 
suspiro.
—Oh, nena —murmura.
Y me introduce dos dedos.
Sofoco un grito.
—Estás lista para mí tan pronto… —me dice.Mueve sus tentadores dedos despacio, dentro y fuera, y yo empujo hacia  él 
alzando las caderas.
—Eres una glotona —me regaña suavemente.
Traza círculos alrededor de mi clítoris con el pulgar y luego lo presiona.
Jadeo y mi cuerpo da sacudidas bajo sus expertos dedos. Estira un brazo y me 
retira la camiseta de los ojos para que pueda verlo. La tenue luz de la lámpara me 
hace parpadear. Deseo tocarlo.
—Quiero tocarte —le digo.
—Lo sé —murmura.
Se inclina y me besa sin dejar de mover los dedos rítmicamente dentro de mi 
cuerpo, trazando círculos y presionando con el pulgar. Con la otra mano me recoge 
el pelo  hacia arriba y me sujeta la cabeza para que no la mueva. Replica con la 
lengua el movimiento de sus dedos. Empiezo a sentir las piernas rígidas de tanto 
empujar hacia su mano. La aparta, y yo vuelvo al borde del abismo. Lo repite una 
y otra vez. Es tan frustrante… Oh, por favor, Christian, grito por dentro.
—Este es tu castigo, tan cerca y de pronto tan lejos. ¿Te parece esto agradable? 
—me susurra al oído.
Agotada, gimoteo y tiro de mis brazos atados. Estoy indefensa, perdida en una 
tortura erótica.
—Por favor —le suplico.
Al final se apiada de mí.
—¿Cómo quieres que te folle, Anastasia?
Oh… mi cuerpo empieza a temblar y vuelve a quedarse inmóvil.
—Por favor.
—¿Qué quieres, Anastasia?
—A ti… ahora —grito.
—Dime cómo quieres que te folle. Hay una variedad infinita de maneras —me 
susurra al oído.
Alarga la mano hacia el paquetito plateado de la mesita de noche. Se arrodilla 
entre mis piernas y, muy despacio, me quita las bragas sin dejar de mirarme con 
ojos brillantes. Se pone el condón. Lo miro fascinada, anonadada.
—¿Te parece esto agradable? —me dice acariciándose.
—Era una broma —gimoteo.Por favor, fóllame, Christian.
Alza las cejas deslizando la mano arriba y abajo por su impresionante miembro.
—¿Una broma? —me pregunta en voz amenazadoramente baja.
—Sí. Por favor, Christian —le ruego.
—¿Y ahora te ríes?
—No —gimoteo.
La tensión sexual está a punto de hacerme estallar. Me mira un momento, 
evaluando mi deseo, y de pronto me agarra y me da la vuelta. Me pilla por 
sorpresa, y como tengo las manos atadas, tengo que apoyarme en los codos. Me 
empuja las rodillas para alzarme el trasero y me da un fuerte azote. Antes de que 
pueda reaccionar, me penetra. Grito, por el azote y por su repentina embestida, y 
me corro inmediatamente, me desmorono debajo de él, que sigue embistiéndome 
exquisitamente. No se detiene. Estoy destrozada. No puedo más… y él empuja una 
y otra vez… y siento que vuelve a inundarme otra vez… no puede ser… no…
—Vamos, Anastasia, otra vez —ruge entre dientes.
Y por increíble que parezca, mi cuerpo responde, se convulsiona y vuelvo a 
alcanzar el clímax gritando su nombre. Me rompo de nuevo en mil pedazos y
Christian se para, se deja ir por fin y se libera en silencio. Cae encima de mí
jadeando.
—¿Te ha gustado? —me pregunta con los dientes apretados.
Madre mía.
Estoy tumbada en la cama, devastada, jadeando y con los ojos cerrados cuando 
se aparta de mí muy despacio. Se levanta y empieza a vestirse. Cuando ha 
acabado, vuelve a la cama, me desata y me quita la camiseta. Flexiono los dedos y 
me froto las muñecas, sonriendo al ver que se me ha marcado el dibujo del tejido. 
Me ajusto el sujetador mientras él tira de la colcha y del edredón para taparme. Lo 
miro aturdida y él me devuelve la sonrisa.
—Ha sido realmente agradable —susurro sonriendo tímidamente.
—Ya estamos otra vez con la palabrita.
—¿No te gusta que lo diga?
—No, no tiene nada que ver conmigo.
—Vaya… No sé… parece tener un efecto beneficioso sobre ti.
—¿Soy un efecto beneficioso?  ¿Eso es lo que soy ahora?  ¿Podría herir más mi amor propio, señorita Steele?
—No creo que tengas ningún problema de amor propio.
Pero soy consciente de que lo digo sin convicción. Algo se me pasa rápidamente 
por la cabeza, una idea fugaz, pero se me escapa antes de que pueda atraparla.
—¿Tú crees? —me pregunta en tono amable.
Está tumbado a mi lado, vestido, con la cabeza apoyada en el codo, y yo solo 
llevo puesto el sujetador.
—¿Por qué no te gusta que te toquen?
—Porque no. —Se inclina sobre mí y me besa suavemente en la frente—. Así
que ese e-mail era lo que tú llamas una broma.
Sonrío a modo de disculpa y me encojo de hombros.
—Ya veo. Entonces todavía estás planteándote mi proposición…
—Tu proposición indecente… Sí, me la estoy planteando. Pero tengo cosas que 
comentar.
Me sonríe aliviado.
—Me decepcionarías si no tuvieras cosas que comentar.
—Iba a mandártelas por correo, pero me has interrumpido.
—Coitus interruptus.
—¿Lo ves?, sabía que tenías algo de sentido del humor escondido por ahí —le 
digo sonriendo.
—No es tan divertido, Anastasia. He pensado que estabas diciéndome que no, 
que ni siquiera querías comentarlo.
Se queda en silencio.
—Todavía no lo sé. No he decidido nada. ¿Vas a ponerme un collar?
Alza las cejas.
—Has estado investigando. No lo sé, Anastasia. Nunca le he puesto un collar a 
nadie.
Oh… ¿Debería sorprenderme? Sé tan poco sobre las sesiones… No sé.
—¿A ti te han puesto un collar? —le pregunto en un susurro.
—Sí.
—¿La señora Robinson?—¡La señora Robinson!
Se ríe a carcajadas, y parece joven y despreocupado, con la cabeza echada hacia 
atrás. Su risa es contagiosa.
Le sonrío.
—Le diré cómo la llamas. Le encantará.
—¿Sigues en contacto con ella? —le pregunto sin poder disimular mi temor.
—Sí —me contesta muy serio.
Oh… De pronto una parte de mí se vuelve loca de celos. El sentimiento es tan 
fuerte que me perturba.
—Ya veo —le digo en tono tenso—. Así que tienes a alguien con quien comentar 
tu alternativo estilo de vida, pero yo no puedo.
Frunce el ceño.
—Creo que nunca lo he pensado desde ese punto de vista. La señora Robinson 
formaba parte de este estilo de vida. Te dije que ahora es una buena amiga. Si 
quieres, puedo presentarte a una de mis ex sumisas. Podrías hablar con ella.
¿Qué? ¿Lo dice a propósito para que me enfade?
—¿Esto es lo que tú llamas una broma?
—No, Anastasia —me contesta perplejo.
—No… me las arreglaré yo sola, muchas gracias  —le contesto bruscamente, 
tirando de la colcha hasta mi barbilla.
Me observa perdido, sorprendido.
—Anastasia, no… —No sabe qué decir. Una novedad, creo—. No quería 
ofenderte.
—No estoy ofendida. Estoy consternada.
—¿Consternada?
—No quiero hablar con ninguna ex novia tuya… o esclava… o sumisa… como 
las llames.
—Anastasia Steele, ¿estás celosa?
Me pongo colorada.
—¿Vas a quedarte?
—Mañana a primera hora tengo una reunión en el Heathman. Además ya te dije 
que no duermo con mis novias, o esclavas, o sumisas, ni con nadie. El viernes y el sábado fueron una excepción. No volverá a pasar.
Oigo la firme determinación detrás de su dulce voz ronca.
Frunzo los labios.
—Bueno, estoy cansada.
—¿Estás echándome?
Alza las cejas perplejo y algo afligido.
—Sí.
—Bueno, otra novedad.  —Me mira interrogante—.  ¿No quieres que 
comentemos nada? Sobre el contrato.
—No —le contesto de mal humor.
—Ay, cuánto me gustaría darte una buena tunda. Te sentirías mucho mejor, y 
yo también.
—No puedes decir esas cosas… Todavía no he firmado nada.
—Pero soñar es humano, Anastasia. —Se inclina y me agarra de la barbilla—. 
¿Hasta el miércoles? —murmura.
Me besa rápidamente en los labios.
—Hasta el miércoles —le contesto—. Espera, salgo contigo. Dame un minuto.
Me siento, cojo la camiseta y lo empujo para que se levante de la cama. Lo hace 
de mala gana.
—Pásame los pantalones de chándal, por favor.
Los recoge del suelo y me los tiende.
—Sí, señora.
Intenta ocultar su sonrisa, pero no lo consigue.
Lo miro con mala cara mientras me pongo los pantalones. Tengo el pelo hecho 
un desastre y sé que después de que se marche voy a tener que enfrentarme a la 
santa inquisidora Katherine Kavanagh. Cojo una goma para el pelo, me dirijo a la 
puerta y la abro para ver si está Kate. No está en el comedor. Creo que la oigo 
hablando por teléfono en su habitación. Christian me sigue. Durante el breve 
recorrido entre mi habitación y la puerta de la calle mis pensamientos y mis 
sentimientos fluyen y se transforman. Ya no estoy enfadada con él. De pronto me 
siento insoportablemente tímida. No quiero que se marche. Por primera vez me 
gustaría que fuera normal, me gustaría mantener una relación normal que no 
exigiera un acuerdo de diez páginas, azotes y mosquetones en el techo de su cuarto de juegos.
Le abro la puerta y me miro las manos. Es la primera vez que me traigo un chico 
a mi casa, y creo que ha estado genial. Pero ahora me siento como un recipiente, 
como un vaso vacío que se llena a su antojo. Mi subconsciente mueve la cabeza. 
Querías correr al Heathman en busca de sexo… y te lo han traído a casa. Cruza los 
brazos y golpea el suelo con el pie, como preguntándose de qué me quejo. 
Christian se detiene junto a la puerta, me agarra de la barbilla y me obliga a 
mirarlo. Arruga la frente.
—¿Estás bien? —me pregunta acariciándome la barbilla con el pulgar.
—Sí —le contesto, aunque la verdad es que no estoy tan segura.
Siento un cambio de paradigma. Sé que si acepto, me hará daño. Él no puede, no 
le interesa o no quiere ofrecerme nada más… pero yo quiero más. Mucho más. El 
ataque de celos que he sentido hace un momento me dice que mis sentimientos por 
él son más profundos de lo que me he reconocido a mí misma.
—Nos vemos el miércoles —me dice.
Se inclina y me besa con ternura. Pero mientras está besándome, algo cambia. 
Sus labios me presionan imperiosamente. Sube una mano desde la barbilla hasta 
un lado de la cara, y con la otra me sujeta la otra mejilla. Su respiración se acelera. 
Se inclina hacia mí y me besa más profundamente. Le cojo de los brazos. Quiero 
deslizar las manos por su pelo, pero me resisto porque sé que no le gustaría. Pega 
su frente a la mía con los ojos cerrados.
—Anastasia —susurra con voz quebrada—, ¿qué estás haciendo conmigo?
—Lo mismo podría decirte yo —le susurro a mi vez.
Respira hondo, me besa en la frente y se marcha. Avanza con paso decidido 
hacia el coche pasándose la mano por el pelo. Mientras abre la puerta, levanta la 
mirada y me lanza una sonrisa arrebatadora. Totalmente deslumbrada, le devuelvo 
una leve sonrisa y vuelvo a pensar en Ícaro acercándose demasiado al sol. Cierro la 
puerta de la calle mientras se mete en su coche deportivo. Siento una irresistible 
necesidad de llorar. Una triste y solitaria melancolía me oprime el corazón. Vuelvo 
a mi habitación, cierro la puerta y me apoyo en ella intentando racionalizar mis 
sentimientos, pero no puedo. Me dejo caer al suelo, me cubro la cara con las manos 
y empiezan a saltárseme las lágrimas.
Kate llama a la puerta suavemente.
—¿Ana? —susurra.
Abro la puerta. Me mira y me abraza.—¿Qué pasa? ¿Qué te ha hecho ese repulsivo cabrón guaperas?
—Nada que no quisiera que me hiciera, Kate.
Me lleva hasta la cama y nos sentamos.
—Tienes el pelo de haber echado un polvo espantoso.
Aunque estoy desconsolada, me río.
—Ha sido un buen polvo, para nada espantoso.
Kate sonríe.
—Mejor. ¿Por qué lloras? Tú nunca lloras.
Coge el cepillo de la mesita de noche, se sienta a mi lado y empieza a 
desenredarme los nudos muy despacio.
—¿No me dijiste que habías quedado con él el miércoles?
—Sí, en eso habíamos quedado.
—¿Y por qué se ha pasado hoy por aquí?
—Porque le he mandado un e-mail.
—¿Pidiéndole que se pasara?
—No, diciéndole que no quería volver a verlo.
—¿Y se presenta aquí? Ana, es genial.
—La verdad es que era una broma.
—Vaya, ahora sí que no entiendo nada.
Me armo de paciencia y le explico de qué iba mi e-mail sin entrar en detalles.
—Pensaste que te respondería por correo.
—Sí.
—Pero lo que ha hecho ha sido presentarse aquí.
—Sí.
—Te habrá dicho que está loco por ti.
Frunzo el ceño.  ¿Christian loco por mí? Difícilmente. Solo está buscando un 
nuevo juguete, un nuevo y adecuado juguete con el que acostarse y al que hacerle 
cosas indescriptibles. Se me encoge el corazón y me duele. Esa es la verdad.
—Ha venido a follarme, eso es todo.
—¿Quién dijo que el romanticismo había muerto? —murmura horrorizada.He dejado impresionada a Kate. No pensaba que eso fuera posible. Me encojo de 
hombros a modo de disculpa.
—Utiliza el sexo como un arma.
—¿Te echa un polvo para someterte?
Mueve la cabeza contrariada. Pestañeo y siento que estoy poniéndome colorada. 
Oh… has dado en el clavo, Katherine Kavanagh, vas a ganar el Pulitzer.
—Ana, no lo entiendo. ¿Y le dejas que te haga el amor?
—No, Kate, no hacemos el amor… follamos… como dice Christian. No le 
interesa el amor.
—Sabía que había algo raro en él. Tiene problemas con el compromiso.
Asiento, como si estuviera de acuerdo, pero por dentro suspiro. Ay, Kate…
Ojalá pudiera contártelo todo sobre este tipo extraño, triste y perverso, y ojalá tú
pudieras decirme que lo olvidara, que dejara de ser una idiota.
—Me temo que la situación es bastante abrumadora —murmuro.
Me quedo muy, muy corta.
Como no quiero seguir hablando de Christian, le pregunto por Elliot. Con solo 
mencionar su nombre, la actitud de Katherine cambia radicalmente. Se le ilumina 
la cara y me sonríe.
—El sábado vendrá temprano para ayudarnos a cargar.
Estrecha el cepillo con fuerza contra su pecho —vaya, le ha pillado fuerte—, y 
siento una vaga y familiar punzada de envidia. Kate ha encontrado a un hombre 
normal y parece muy feliz.
Me giro hacia ella y la abrazo.
—Ah, casi me olvido. Tu padre ha llamado cuando estabas… bueno, ocupada. 
Parece que Bob ha tenido un pequeño accidente, así que tu madre y él no podrán 
venir a la entrega de títulos. Pero tu padre estará aquí el jueves. Quiere que lo 
llames.
—Vaya… Mi madre no me ha llamado para decírmelo. ¿Está bien Bob?
—Sí. Llámala mañana. Ahora es tarde.
—Gracias, Kate. Ya estoy bien. Mañana llamaré también a Ray. Creo que me voy 
a acostar.
Sonríe, pero arruga los ojos preocupada.
Cuando ya se ha marchado, me siento, vuelvo a leer el contrato y voy tomando notas. Una vez que he terminado, enciendo el ordenador dispuesta a responderle.
En mi bandeja de entrada hay un e-mail de Christian.
De: Christian GreyFecha: 23 de mayo de 2011 23:16Para: Anastasia 
SteeleAsunto: Esta noche
Señorita Steele:Espero impaciente sus notas sobre el contrato.Entretanto, que 
duermas bien, nena.
Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia SteeleFecha: 24 de mayo de 2011 00:02Para: Christian 
GreyAsunto: Objeciones
Querido señor Grey:Aquí está mi lista de objeciones. Espero que el miércoles las 
discutamos con calma en nuestra cena.Los números remiten a las cláusulas:2: No 
tengo nada claro que sea exclusivamente en MI beneficio, es decir, para que 
explore mi sensualidad y mis límites. Estoy segura de que para eso no necesitaría 
un contrato de diez páginas. Seguramente es para TU beneficio.4: Como sabes, solo 
he practicado sexo contigo. No tomo drogas y nunca me han hecho una 
transfusión. Seguramente estoy más que sana. ¿Qué pasa contigo?8: Puedo dejarlo 
en cualquier momento si creo que no te ciñes a los límites acordados. De acuerdo, 
eso me parece muy bien.9: ¿Obedecerte en todo? ¿Aceptar tu disciplina sin dudar? 
Tenemos que hablarlo.11: Periodo de prueba de un mes, no de tres.12: No puedo 
comprometerme todos los fines de semana. Tengo vida propia, y seguiré
teniéndola. ¿Quizá tres de cada cuatro?15.2: Utilizar mi cuerpo de la manera que 
consideres oportuna, en el sexo o en cualquier otro ámbito… Por favor, define «en 
cualquier otro  ámbito».15.5: Toda la cláusula sobre la disciplina en general. No 
estoy segura de que quiera ser azotada, zurrada o castigada físicamente. Estoy 
segura de que esto infringe las cláusulas 2-5. Y además eso de «por cualquier otra 
razón» es sencillamente mezquino… y me dijiste que no eras un sádico.15.10: 
Como si prestarme a alguien pudiera ser una opción. Pero me alegro de que lo 
dejes tan claro.15.14: Sobre las normas comento más adelante.15.19: ¿Qué problema 
hay en que me toque sin tu permiso? En cualquier caso, sabes que no lo hago.15.21: 
Disciplina: véase arriba cláusula 15.5.15.22:  ¿No puedo mirarte a los ojos?  ¿Por 
qué?15.24:  ¿Por qué no  puedo tocarte?Normas:Dormir: aceptaré seis 
horas.Comida: no voy a comer lo que ponga en una lista. O la lista de los alimentos 
se elimina, o rompo el contrato.Ropa: de acuerdo, siempre y cuando solo tenga que 
llevar tu ropa cuando esté contigo.Ejercicio: habíamos quedado en tres horas, pero 
sigue poniendo cuatro.Límites tolerables:¿Tenemos que pasar por todo esto? No 
quiero fisting de ningún tipo. ¿Qué es la suspensión? Pinzas genitales… debes de estar de broma.¿Podrías decirme cuáles son tus planes para el miércoles? Yo 
trabajo hasta las cinco de la tarde.Buenas noches.
Ana
De: Christian GreyFecha: 24 de mayo de 2011 00:07Para: Anastasia 
SteeleAsunto: Objeciones
Señorita Steele:Es una lista muy larga. ¿Por qué está todavía despierta?
Christian GreyPresidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia SteeleFecha: 24 de mayo de 2011 00:10Para: Christian 
GreyAsunto: Quemándome las cejas
Señor:Si no recuerdo mal, estaba con esta lista cuando un obseso del control me 
interrumpió y me llevó a la cama.Buenas noches.
Ana
De: Christian GreyFecha: 24 de mayo de 2011 00:12Para: Anastasia 
SteeleAsunto: Deja de quemarte las cejas
ANASTASIA, VETE A LA CAMA.
Christian GreyObseso del control y presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Vaya… en mayúsculas, como si me gritara. Apago el ordenador.  ¿Cómo puede 
intimidarme estando a ocho kilómetros? Todavía triste, me meto en la cama  e 
inmediatamente caigo en un sueño profundo, aunque intranquilo.


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